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domingo, 6 de enero de 2013

El profeta desterrado del silencio

El profeta desterrado del silencio

Por Jesús Peraza Menéndez

Los tiempos del subcomandante Marcos nos refieren a dos actores colectivos, el PRI con su retorno a la presidencia encarnada en Enrique Peña Nieto y el EZLN que, en voz de Marcos, rompe el silencio con la única palabra verdadera que es la suya, fraguada en el crisol de la realidad de la discusión política en las comunidades de la selva —él manda obedeciendo—, para poner en orden la historia social verdadera. Unge a unos, los auténticos actores como Javier Sicilia en la frecuencia exclusiva de la verdad y despoja a otros que son caricaturas enclenques del sistema, como Andrés Manuel López Obrador y los de MORENA — adoptados enemigos suyos—, junto a toda la partidocracia, es un plumazo de verdad de la sagrada escritura de Marcos. Lo hace con la contundente experiencia de 18 años de silenciosa y sabia construcción del zapatismo en juntas de buen gobierno, que han cambiado su modo de vida desde la nutrición hasta el ejercicio del poder, la conservación del ecosistema y la educación.
Estima Marcos que ya hay un sujeto humano diferente, pese a las tensiones y presiones a que son sometidos por las fuerzas armadas, la manipulación de la televisión y los medios, la frustración de los que se organizan para las elecciones ¿frustración contra el EZLN? y no contra el régimen, qué dilema. El EZLN que en sí y para sí han resuelto todos los obstáculos: “Nos hemos fortalecido y hemos mejorado significativamente nuestras condiciones de vida. Nuestro nivel de vida es superior al de las comunidades indígenas afines a los gobiernos en turno que reciben las limosnas y las derrochan en alcohol y artículos inútiles”, y podía agregar a millones de desposeídos en las grandes urbes que se debaten en su cotidiana existencia para sobrevivir. Así, cuentan con mejores viviendas “sin lastimar la naturaleza”; se aprovecha la tierra no para el ganado de los finqueros sino “para el maíz, el frijol y las verduras que iluminan nuestras mesas”; se trabaja para el crecimiento colectivo en las comunidades.
Con profética definición, establece los campos de la confrontación política en México: “Nos hicimos presentes para hacerles saber (a los priístas) que “si ellos no se fueron, nosotros tampoco”. ¿Y quién, realmente, no se ha ido? El grupo fáctico empresarial-mediático-militar-político-religioso que se organizó en torno a la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) que se han repartido la renta nacional, en propiedad el país y con el control de facto. En cuyo fin de sexenio se inscribió el levantamiento zapatista con el subcomandante Marcos como el artífice de la nueva época y la palabra verdadera con el silencio cargado de razones inescrutables: ninguna otra forma de lucha tiene razón de ser y los actores políticos deben estar atentos de las palabras y los silencios de Marcos para guiar sus vidas por el camino de la verdad; esa es la recompensa simbólica.
Esta poderosa verdad está más allá del despojo de tierras de las comunidades indias y campesinas, la persecución y asesinato de los defensores de los derechos humanos, los desplazados de las industrias, los desempleados de todas las actividades económicas, los jóvenes sin futuro, el sistemático asesinato de niños, jóvenes, de mujeres, los rechazados de las universidades, las víctimas colaterales de la violencia de estado, la destrucción ecológica y contaminación con sus enfermedades, todos estos que se han enfrentado al régimen y a los propietarios monopólicos, les sobreviven con inimaginables formas de resistencia.
Así define Marcos: “Seis años después, dos cosas quedan claras: ellos no nos necesitan para fracasar. Nosotros no los necesitamos a ellos para sobrevivir”. Y más adelante: nosotros “resurgimos como indígenas zapatistas que somos y seremos.” Y a quienes se organizan electoralmente y resisten en el país, “decidir si siguen viendo en nosotros a los enemigos y rivales en quienes descargar su frustración”, o si “reconocen al fin en nosotros otra forma de hacer política”. El dirigente invierte el significado del hecho: “los frustrados son los que debaten su palabra verdadera”, los que se atreven a analizar y hacer más allá de los límites de la jurisdicción de las juntas de buen gobierno, en esto coincide con el grupo del poder, “los violentos” son los que no se disciplinan con el régimen neoliberal, los que se organizan electoralmente sin comprender el silencio de la selva, los que se vuelven moda a Salvador Atenco. Es un discurso fraccional que poco o nada tiene que ver con los procesos sociales y las necesidades de organizarse en esta etapa tras el fabuloso fraude electoral, el pacto de las partidocracias de un poder perverso inhumano empresarial-mediático-narcotraficante-religioso que avanza con su ilegítima representación en el despojo de las deterioradas existencias de los mexicanos. Nadie ha dejado de ser solidario, en la medida de lo posible apoyar a las comunidades del EZLN y las juntas de buen gobierno de comprender su avance, pero si no lo necesita Marcos, esa es su palabra no la nuestra tan indispensablemente colectiva, ahora en la reflexión de lo que sigue en estas circunstancias.

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