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martes, 25 de julio de 2017

Terrorismo y religión son dos palabras completamente antagónicas, sin embargo, en las acciones violentas que desde abril pasado ha promovido la ultraderecha en Venezuela guardan cierta relación.
En estos últimos meses, donde han muerto decenas de venezolanos -algunos quemados en vida- producto de la intolerancia política de la dirigencia opositora, ha sido frecuente observar a representantes de la iglesia católica bendecir a los jóvenes que participan en los hechos de violencia.
Incluso, tras el ataque terrorista contra las sedes del Tribunal Supremo de Justicia y Ministerio del Poder Popular para Relaciones Interiores, Justicia y Paz, el autor del hecho, Oscar Pérez, se definió como “Guerrero de Dios”.

Emulan al Estado Islámico

En más de una oportunidad, circularon en las redes sociales imágenes de jóvenes emulando actuaciones del Estado Islámico, del cual mujeres que han vivido en carne propia los horrores cometidos por los terroristas narraron a RT las atrocidades que este grupo es capaz de infligir, que bajo ninguna circunstancia deberían ocurrir en Venezuela.
Khadija llegó a Siria proveniente de Túnez junto a su marido en busca de vivir bajo la Ley Islámica. Sin embargo, al llegar a Raqa, la autoproclamada “capital” del Estado Islámico (EI), encontró otra realidad. Una realidad llena de violencia, brutalidades y abandono total de las necesidades vitales de los residentes que chocaba con las normas del islam.
“Les aconsejo que no crean a aquellos que dicen que el EI es un Estado Islámico que predica el islam, la sharía y vive en conformidad a las enseñanzas del profeta Mahoma y el Corán“, comentó la mujer. “Decapitan a cualquiera que se manifieste en su contra y la gente no sabe cuándo va a suceder esto”, señaló.
Al cabo de los tres años que Khadija pasó en este “Estado de tiranía y Satán”, consiguió escapar de Raqa con su marido. Se dirigieron al sur, a la ciudad siria de Al Mayadeen, y luego a Turquía.
Durante su vida bajo el control de los terroristas, la mujer presenció “muchas maldades en los lugares donde residen las mujeres”.
La vida de las mujeres casadas era distinta a la de las esclavas sexuales. Si el marido se moría, la mujer se casaba con otro, mientras que con las esclavas sexuales el hombre podía hacer lo que quisiera, hasta venderlas o regalarlas.
“La esposa y la otra mujer viven separadas. Él vive con ellas por turnos: un día con una mujer, otro día con otra”, explicó Khadija, precisando que “muchos hombres quieren a las chicas yazidíes más que a sus esposas”.
Nur al Khouda, una libanesa de 20 años, acabó en Siria siguiendo a su marido, quien la convenció de que “ahí no había nada malo” y se unió a un grupo salafita bajo influencia de la ideología del EI. La mujer confirmó a RT que la venta de esclavas es un negocio floreciente en la organización terrorista.
“Prestaban mucha atención al aspecto de las mujeres. Les compraban cosmética para venderlas por 15.000 dólares. Las vírgenes costaban 30.000 dólares”, reveló la joven. Incluso, recordó que en una ocasión fue testigo de cuando los terroristas planeaban vender a una niña de 10 años por unos 10.000 dólares.

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