Egipto construye una nueva capital en el desierto para sustituir El Cairo
Al Sisi apuesta por una nueva y fastuosa ciudad que empezará a andar en doce meses
Empieza la cuenta atrás para una nueva huida de Egipto. Aunque El Cairo lleva un siglo intentando escapar de sí mismo, esta vez promete hacerlo a escala bíblica. La Nueva Capital Administrativa (NCA), anunciada hace cinco años, no es un espejismo, como la saudí Neom. Se está levantando visiblemente en mitad del desierto, a cincuenta kilómetros de El Cairo, y echará a andar en los próximos doce meses.
El primer ministerio ya está listo, y sesenta mil funcionarios preparan la fiambrera. Tras ellos, el Gobierno en pleno, muchas embajadas y agencias internacionales, así como parte de las clases pudientes, acamparán en este búnker vallado y ajardinado, tan vasto como el centro de El Cairo, pero lejos del caos de la plaza Tahrir.
Proyecto ‘made in China’
No ha sido cosa de la lámpara de Aladino, sino de una empresa faraónica, menos egipcia que china. Lidera el proyecto CSCEC –en exclusiva en el distrito de oficinas– junto a las constructoras del ejército. CSCEC es la misma empresa que levantó dos hospitales en Wuhan en diez días, así como nueve de cada diez rascacielos chinos. El mariscal Al Sisi tiene prisa, y las inmobiliarias, también. La ardua rehabilitación de El Cairo histórico ni se plantea. Y las preocupaciones ecológicas quedan para mañana. Para hoy, piscinas particulares en el desierto, tras lomas de campos de golf.
El posible nombre de la ciudad, Wedian (vaguadas), define la topografía. Suena además tan árabe como chino, como quizás el futuro de la región, clave para el proyecto de las Nuevas Rutas de la Seda. Todos los predecesores del mariscal Abdul Fatah al Sisi –excepto Mohamed Morsi, al que derrocó al cabo de un año– intentaron descongestionar El Cairo con ciudades de nueva planta, pero ninguna de esta ambición. La apuesta egipcia es ahora de tal magnitud que no puede fallar.
El desierto, no urbanizable durante milenios, ha sido desprecintado. El Estado ha llegado a conceder terrenos a promotoras a cambio de que realicen alguna de las obras públicas que sus finanzas –bajo las condiciones draconianas del FMI o el Banco Mundial– ya no pueden costear.
Al Sisi quiere dejar su sello y captar a los inversores del Pérsico, a los repatriados egipcios y a la comunidad extranjera en general, evocando lo que representó Heliópolis hace un siglo.
El proyecto inicial fue presentado en Sharm el Sheij hace cinco años, por un consorcio cercano a la constructora emiratí Emaar y SOM, un veterano despacho de arquitectura estadounidense. Seis meses más tarde, Al Sisi, contrariado por la lentitud, les arrebató el proyecto y se lo dio a los chinos. Tras tiras y aflojas, una visita del presidente Xi Jinping selló el acuerdo. China ha adelantado 35.000 de los 45.000 millones de dólares presupuestados, con un ojo puesto en el canal de Suez y su Zona Económica Especial, que ha de contar con cuatro puertos y polos –de Ain Sojna a Port Said.
Puestos a empezar la casa por el tejado, antes de echarla por la ventana, lo primero que se terminó fue la Gran Mezquita Al Fatah al Alim y una no menos impresionante catedral copta de la Natividad, en mitad de un vacío metafísico. A falta de fieles, estos fueron acarreados en autocar desde una universidad para la inauguración.
La nueva capital contará con todo un distrito dedicado a las artes y las ciencias. Más allá de la Gran Ópera –en la que deberá caber Aída– contará con teatros, cines y museos. Sus fachadas acogerán también el primer bosque vertical de África, en tres edificios de Stefano Boeri.
En su parte más capitalina, se descubre el parecido con el programa arquitectónico del National Mall de Washington, que firmó –aunque nunca vio– Pierre Charles L’Enfant. En Egipto, no será por falta de obeliscos. Con la diferencia de que el palacio presidencial de Al Sisi será varias veces mayor que la Casa Blanca. El Parlamento se mudará justo detrás. Antes lo harán los treinta y ocho ministerios, el primero de los cuales, el de Finanzas, a modo de piloto, ya está terminado.
No será tampoco por falta de dinero para arquitectos de relumbrón. Pero no es ese el modelo, quizás por su vulnerabilidad ante la opinión pública. La notoriedad buscada es de libro de los récords. En este caso, el rascacielos más alto de África, ochenta plantas, a cargo de CSCEC, que culminó en su día Burj Doha, un pepinillo de Jean Nouvel a mayor escala que la torre Glòries.
Al Sisi aleja el centro del poder egipcio de la plaza Tahrir ante un futuro incierto
El signo de los tiempos es que, hasta mitad de los noventa, las ciudades satélite egipcias buscaban una salida al problema de vivienda de las clases medias y trabajadoras. Pero desde entonces, primero con Mubarak y ahora con Al Sisi, la gran escapada es para las clases más acomodadas, mientras que se abandona El Cairo a la superpoblación, los embotellamientos y la contaminación.
Las ciudades modelo promovidas por Gamal Abdel Naser y Anuar el Sadat tenían en mente al egipcio medio. Al primero se debe la cuadrícula racionalista de Ciudad Nasr –Victoria– para las clases medias, aunque luego se haya masificado. Mientras que el segundo inspiró ciudades dormitorios para estudiantes, Seis de Octubre, o familias obreras, Diez de Ramadán.
En 1995, con Mubarak, la Ciudad Jeque Zayed fue el disparo de salida de una colección de condominios cada vez más lujosos, hasta llegar a Nueva El Cairo. Todas ellas concebidas como un alivio para las clases altas deseosas de emular el estilo de vida de urbanización americana. Retornados del Golfo o inversores, con apetito por un lujo cada vez más despampanante, frente a la decadencia de la vieja capital.
Al Sisi le ha dado otra vuelta de tuerca. El signo de su régimen se resume en un dato: el 98% del presupuesto en infraestructuras beneficia al 2% de los egipcios.
El Cairo seguirá siendo la mayor metrópoli egipcia –podría doblar su población en treinta años, de veinte a cuarenta millones–, pero se aspira a desacelerar su crecimiento. Entre los anzuelos de la nueva capital –que podría albergar cinco millones–, un Central Park de diez kilómetros, atravesado por un río artificial, con tres grandes áreas correspondientes a tres perfiles. En una, jardín botánico, campo beduino y mezquita. En otra, deporte al aire libre. Otra, ocio y restaurantes, cerca de las oficinas.
Asimismo, en el 2021, no solo se inaugurará el Gran Museo Egipcio, en Guiza, sino también el Museo de la Nueva Capital Administrativa, que ya está casi a punto, con 8.500 metros cuadrados y dos obeliscos –de San Hajar– a modo de pórtico, rodeados de flores de loto y papiro. Este también alojará tesoros de su patrimonio, desde el esplendor faraónico hasta el grecorromano, islámico, otomano y copto. Un cementerio hallado recientemente, del rey Toto, ha sido trasladado allí desde Sohag.
Las ciudades satélite para descongestionar El Cairo ya no son para el egipcio medio
Su objetivo es ilustrar las capitales egipcias que se han ido sucediendo, Menfis, Tebas, Amarna, Alejandría y El Cairo. La nueva capital sin nombre aspira a ser la última de la lista. Además de una alternativa al simulacro acondicionado de Dubái, para un mundo árabe que aún llora lo que queda de Beirut, Damasco o Bagdad.
Poner distancia entre el pueblo y sus supuestos servidores no es nuevo. Pakistán lo hizo con Islamabad, no muy lejos de la Chandigarh –capital del Panyab indio– trazada por Le Corbusier (como Niemeyer firmaría Brasilia). La supersticiosa junta militar birmana, hace una década, hizo otro tanto con Naypyidaw.
En una lógica más propia de smart-city, Malasia desplazó ministerios de Kuala Lumpur a la nueva Putra Jaya, a medio camino del aeropuerto. El último en apuntarse a la moda es Indonesia, que ante el lento hundimiento –literal–z de la superpoblada Yakarta, está levantando una nueva capital en la selva de Borneo. Sin olvidar la nueva capital kazaja, que ya se llama como su fundador, Nursultán, cuando aún dudábamos si Astaná llevaba tilde.
El virus ha ralentizado la edificación y en 2021 empezará el traslado de los funcionarios
En muchos de estos casos se liga la decisión a razones estratégicas. Estas también se esgrimen para desplazar la capital de Egipto a prácticamente medio camino entre El Cairo y Suez. En cambio, llama la atención el escaso discurso urbanístico que ha generado un proyecto tan descomunal, aunque el control de los medios desincentivan tal debate.
Lo que es irrebatible es que Egipto concentra a 95 de sus 100 millones de habitantes en apenas el 2% de su superficie: los cauces del Nilo, que lleva un siglo intentando desbordar. Esta vez, Al Sisi ha cogido al vuelo la alineación astral de Riad y Emiratos –que financiaron su toma del poder– con Tel-Aviv, Washington, Pekín y hasta Moscú, para intentar dar su gran salto adelante.
Las grandes perdedoras del derrocamiento de Mursi –ya fallecido– son las constructoras turcas, que se afanan en buscar nuevos pastos en África y recuperar el terreno perdido en Libia. Una de las raras constructoras estadounidenses damnificadas por la caída de Muamar al Gadafi, Hill International, es ahora la adjudicataria en Egipto del monorraíl ligero que conectará el centro del Cairo con la nueva metrópolis.
Asimismo el tren de alta velocidad de un consorcio chino-egipcio enlazará el Mediterráneo y el mar Rojo. Irá de El Alamein a Al Sojna, cruzando Alejandría, las afueras de El Cairo y la nueva capital, ampliando el Egipto útil.
En esta última, pese a la ralentización por la pandemia, dos tercios de la primera fase ya habrían sido completados, según la Autoridad de Ingeniería de las Fuerzas Armadas. Porcentaje que se eleva al 87% en el distrito gubernamental. En el siguiente, el de oficinas comerciales, CSCEC celebraba hace quince días haber coronado los cuatro primeros rascacielos, de veinte.
No está claro si están sembrando un nuevo Egipto o una nueva primavera árabe, pero en este caso han puesto millas de por medio, para que les pille confesados. Al Sisi ha advertido a las embajadas que si no se trasladan no podrá garantizar su seguridad. Treinta ya han reservado parcela.
Pero eso no es todo. Hay en el disparadero otras veinte ciudades satélites, como arcas de Noé capaces de capear el temporal que ellas mismas agitan. Quizás por eso, hay quien propone llamar a la nueva capital Al Marusa, como el yate de la antigua familia real egipcia, obviando su naufragio. Una vez más, el alto Egipto huye de sí mismo y de sus responsabilidades, pero esta vez ha decidido hacerlo con una apoteósica huida hacia delante.
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