El gravísimo error de López Obrador
- Si el discurso del Presidente en la visita a la Casa Blanca en agosto pasado lastimó la relación con los demócratas, el demorar el reconocimiento del triunfo de Biden lastimará aún más esa relación.
Es una de las decisiones más insólitas y perjudiciales que ha tomado el presidente López Obrador. Desde Tabasco, donde se sufren las inundaciones que golpean esa entidad todos los noviembres, sin que jamás se tomen medidas de fondo para evitarlas, el Presidente aseguró que no felicitaría “a un candidato o al otro” hasta que terminara el proceso electoral en Estados Unidos. Dijo que lo hacía “por prudencia” (sic).
Todos los mandatarios de la Unión Europea, los de casi toda América Latina, a excepción del otro populista, Jair Bolsonaro, de Brasil, han felicitado a Joe Biden por su triunfo en los comicios estadunidenses. No se trata de percepciones o de ideas de los medios: así lo han reconocido países y organizaciones, el propio Servicio Secreto que ya lo cuida como presidente electo, las agencias de seguridad que prohibieron desde la noche del viernes sobrevolar el espacio aéreo de Wilmington, la pequeña comunidad de Delaware donde vive Biden; las autoridades electorales y también los medios, incluyendo Fox News, llegaron a interrumpir los mensajes de Trump desde la Casa Blanca porque éste al hablar de que había ganado las elecciones y se había cometido un “monstruoso fraude” estaba mintiendo, y consideraron sus dichos, como Twitter y Facebook, simples fake news.
Haber ignorado todo eso es gravísimo y constituye un error diplomático monumental. Pero el Presidente agregó, para justificar esa decisión de no felicitar a Biden, algo mucho más grave. Dijo que “nosotros padecimos mucho de las cargadas, de cuando nos robaron, una de las veces, la elección presidencial y todavía no se terminaban de contar los votos”. En otras palabras, el presidente López Obrador es el único mandatario que le da crédito a Trump respecto a que sufrió un fraude electoral, equiparándolo con el que dice que sufrió él en 2006 (en realidad perdió por márgenes como los que vimos en siete u ocho estados de la Unión Americana este martes).
No entiende que Biden ha ganado a Trump en el voto popular, con una diferencia de cerca de cinco millones de votos, ni entiende tampoco que la elección la realiza un colegio electoral en el que Biden ha superado con amplitud los 270 delegados, aunque aún queden votos por contar. Hasta Nicolás Maduro, a quien Biden considera lisa y llanamente un tirano, ha felicitado al nuevo presidente electo. Pero como Trump no quiere aceptar su derrota, López Obrador acepta sus argumentos y no felicita a Biden. Es de locos.
No me puedo imaginar el nivel de compromiso que la actual administración había asumido con la candidatura de Trump. Se puede adivinar por estas acciones y por la reacción de muchos de sus seguidores más puros en las redes sociales, festinando el martes por la noche que había sido reelegido Donald Trump, como si fuera una victoria suya algo que, además, era falso.
Todo esto no sería más que un ridículo diplomático si no fuera porque es una pésima señal para el futuro de la relación. Si el discurso del Presidente en la visita a la Casa Blanca en agosto lastimó la relación con los demócratas porque fue evidentemente un acto de campaña a favor de Trump (que repetía el que había ocurrido cuatro años antes cuando el presidente Peña Nieto recibió a Trump en Los Pinos), el demorar con estas excusas el reconocimiento del triunfo de Biden lastimará aún más la relación.
Todo esto recuerda a septiembre del 2001, cuando horas después de los atentados del 11 de septiembre, el entonces presidente Fox no se comunicaba con su homólogo George W. Bush. La demora se debía a que el canciller Jorge Castañeda, como me imagino que ahora Marcelo Ebrard, le pedía al presidente Fox que brindara inmediatamente una solidaridad incondicional al país atacado, mientras que otros funcionarios, como el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, le decían que esperara para tener más información sobre qué había ocurrido y ver qué acciones tomaba el presidente Bush antes de comprometerse. Lo cierto es que pasaron las horas y cuando Fox, a quien apenas una semana antes Bush había calificado como uno de sus principales aliados en el mundo, se comunicó, ya lo habían hecho casi todos los líderes mundiales. Ese hecho inició un distanciamiento en la relación entre Bush y Fox que se fue ahondando en el futuro.
Aquella demora tuvo costos altos, ésta los tendrá mayores, porque además se trata de explicar avalando un potencial fraude electoral que lo que busca es deslegitimar el próximo gobierno de Biden.
Entiendo que, en Palacio Nacional, donde hasta el miércoles en la mañana estaban seguros que Trump sería reelecto, deben reconsiderar muchas cosas en la relación bilateral y ver cómo encararán esta nueva etapa que no será fácil. Pero para eso tienen tiempo, Biden no asumirá hasta el 20 de enero próximo. Lo que tenían que hacer ahora, como lo han hecho los mandatarios de casi todo el mundo, es saludar al triunfador, expresarle sus buenos deseos y comenzar a trabajar de cara al futuro. Lo único que no había que hacer es seguir respaldando los alegatos fraudulentos de Trump.
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