¿El principio del fin del populismo?
Joe Biden fue un candidato presidencial mediano. No es un orador brillante. No es un hombre carismático en los escenarios. No tiene magnetismo. Pero es un candidato ganador y se convertirá a partir del 20 de enero, en el hombre más poderoso del mundo.
Quizás sea un gran presidente. No siempre los mejores candidatos son los grandes presidentes.
Y, con cierta frecuencia, los grandes candidatos son malos presidentes, sobre todo cuando seducen a las multitudes con propuestas simplistas pero atractivas; con personalidades fuertes y con su magnetismo personal. Es el populismo.
Los estadounidenses se equivocaron hace cuatro años. Debido al enojo persistente de diversos sectores del electorado y los errores de estrategia de la campaña de Hillary Clinton pudo llegar a la Casa Blanca un excéntrico, un personaje que rompía los cánones y salía de la pantalla de la televisión para convertirse en la realidad en el presidente de los Estados Unidos.
La fortaleza de la sociedad norteamericana se apreció en su capacidad de corregir, así se haya tratado de un triunfo más apretado del que se esperaba. Dio un portazo a Trump y –ojalá– al populismo que él encarnaba.
Solo dos presidentes republicanos habían perdido en poco más de un siglo su aspiración a reelegirse. Herbert Hoover perdió en 1932 la contienda con el demócrata Frankiln D. Roosevelt por 472 a 59 votos electorales. Una derrota aplastante. George H. W. Bush perdió su intento de reelección en 1992 frente a Bill Clinton por una diferencia de 370 a 168 votos electorales.
Ganaron su reelección desde el fin de la Segunda Guerra Mundial los republicanos George W. Bush, Ronald Reagan, Richard Nixon y Dwight D. Eisenhower.
En la historia de presidentes republicanos, Trump será apenas el tercero en más de un siglo en fracasar en su intento de reelección. Y en ese mismo lapso será el tercer presidente de cualquier partido en haber enfrentado un juicio (impeachment), junto con Clinton y Nixon.
Trump, en términos generales, fue un incompetente y un tramposo. Pero supuso que, como lo hizo por décadas en los negocios, negociaría un esquema que le permitiera quedarse cuatro años más en la Casa Blanca.
Fracasó en ese intento. Es más, está siendo un desastre al no reconocer el triunfo de su oponente.
Algunos enfatizan que, pese al fracaso de la gestión de Trump, obtuvo un gran respaldo popular.
Es cierto, pero no el suficiente como para permanecer en la Casa Blanca. El porcentaje del voto popular recibido por Trump es del 47.7 por ciento de los sufragios emitidos, lo cual superó todas las expectativas de los expertos… pero no le alcanzó para reelegirse por el 50.5 por ciento obtenido por Biden.
Lo más importante de este agónico proceso electoral es que marca un hito. Los electores –en los regímenes democráticos– tienen capacidad de rectificar sus decisiones, aun en un sistema electoral tan arcaico y elitista como el norteamericano.
La elección de Trump significó para algunos el renacimiento del populismo. No fue el primero ni el único de los populistas que ganó una elección presidencial, pero su triunfo en Estados Unidos fue todo un símbolo.
La pregunta que hoy nos hacemos es si el triunfo de Biden será el signo de que los electores también en otras partes han decidido rectificar y ahora van a elegir a las personas más sensatas y no a las que despierten las más intensas emociones.
Tendríamos un mundo mejor si la gente votara por los mejores y no por los encantadores de serpientes.
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