LAS NIÑAS DE LA FAMILIA TEATRAL
Soledad Cordero fue una gran actriz mexicana de mediados del siglo XIX, aunque las guerras y conflictos, así como la inestabilidad del país, afectaron su desarrollo artístico. Su brillante trayectoria acabó con su muerte en 1847, cuando apenas tenía 31 años.
Nació el 8 de noviembre de 1835. Desde temprana edad le gustó jugar al teatro. Con un cajón de vino armó el escenario para presentar un repertorio, ante el público, conformado por los sirvientes de la casa y el mecenas, su padre, que financiaba la renovación del vestuario y de la escenografía. En esa época la llamaban la “niña Conchita”.
Luego participó en tertulias musicales y teatrales en compañía de familiares y amigos, con quienes solía asistir a los foros capitalinos. Compartió su gusto por el teatro con un joven militar conservador, Miguel Miramón. Se casó con él y asistieron juntos a las funciones teatrales protocolarias, acorde con el rango de su esposo, para entonces presidente de la República.
Colaborador del Segundo Imperio, el oficial fue fusilado junto con Maximiliano de Habsburgo en 1867 y su viuda partió al exilio. En Europa, Concepción Lombardo de Miramón continuó la tradición de montar espectáculos caseros, ahora protagonizados por sus hijos. Así, la “niña Conchita” formó parte de una familia teatral por dos generaciones.
Por otra parte, mientras Concepción Lombardo disfrutaba de las funciones teatrales, el luto invadió la escena mexicana con la muerte de la actriz Soledad Cordero, considerada un símbolo de las cualidades innatas de los nacidos en el territorio patrio. Siendo niña, inició su carrera como bailarina y después como actriz. Desde el principio, llamó la atención de los espectadores y de los críticos, que constataron su trayectoria desde la ingenuidad infantil con su debut en 1825, a los nueve años de edad, hasta la madurez histriónica en 1847, cuando falleció inesperadamente.
Cordero se encontraba en la cúspide. Encabezaba los elencos en los principales teatros capitalinos y la invasión norteamericana la obligó a marcharse fuera de Ciudad de México. En esa gira forzosa falleció. Según sus contemporáneos, la actriz logró destacar en el medio teatral, al que consideraban peligroso y plagado de tentaciones para una mujer joven. En concordancia, los autores de las notas necrológicas exaltaron las cualidades morales de la actriz, su carácter bondadoso, caritativo y dispuesto a solventar las necesidades materiales de su familia.
En esa época, México carecía de un conservatorio dramático para la formación de las niñas o jóvenes que aspiraban a convertirse en actrices. En consecuencia, la instrucción se realizaba en los escenarios, donde los directores, artistas principales o maestros aconsejaban a los principiantes y los corregían durante los ensayos. Lo mismo ocurría entre los aficionados reunidos en las tertulias, en las que llegaban a contratarse maestros de piano, canto y actuación.
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Miguel Ángel Vásquez Meléndez. Doctor en Historia por El Colegio de México. Fue analista en el Archivo General de la Nación. Entre sus libros destaca: Fiesta y teatro en la ciudad de México (2003); México personificado, Un asomo al teatro del siglo XIX (2012); Entre la diversidad y la especialidad. Enrique de Olavarría y Ferrari en los orígenes de la historiografía teatral mexicana (1869-1896) (2016) y Los patriotas en escena (2018). Actualmente es investigador en el INBAL-CITRU.
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