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miércoles, 23 de diciembre de 2020

SALINAS PLIEGO, LA LIBERTAD Y LA REBELIÓN DE LOS RICOS

 

SALINAS PLIEGO, LA LIBERTAD Y LA REBELIÓN DE LOS RICOS

ALEJANDRO BADILLO

En las últimas semanas ha aparecido en el debate público la figura del empresario multimillonario mexicano Ricardo Salinas Pliego. A través de su cuenta de Twitter, el dueño de Grupo Salinas hace mofa de la gente que critica su manera de hacer negocios y, al mismo tiempo, regala miles de pesos a las personas que abren una cuenta en el banco de su compañía, simplemente porque despertó de buenas y quiere compartir su prosperidad. Más allá de esos gestos excéntricos que resultan aún más problemáticos en una época marcada por la desigualdad, Salinas Pliego representa o, mejor aún, simboliza la figura del empresario capitalista del siglo XXI: figuras mediáticas que, además de poder financiero, buscan convertirse en modelos a seguir, paradigmas de una sociedad que privilegia el éxito individual y la acumulación de dinero. Atrás quedaron las épocas de los capitalistas viviendo tras bambalinas, austeros en la fachada, aunque con unas grandes cuentas bancarias. Ahora el star system nos vende a los dueños del dinero como los nuevos modelos aspiracionales a seguir.   

Más allá de la exhibición pública y a menudo embarazosa del empresario, es interesante analizar la ideología está detrás de él. Quizás la más importante es el dogma de la libertad. Grupo Salinas tiene una organización, Caminos de la Libertad, que hace una fuerte propaganda sobre el tema. También, en distintos periódicos, columnistas vinculados a él, defienden con fervor el concepto. Sergio Sarmiento, uno de los más famosos, se describe a sí mismo en su cuenta de Twitter como “Condenado a la libertad”. La frase aparece como un destino superior del cual no se puede apartar, una manda incuestionable. La libertad de la cual estamos hablando, por supuesto, no es aquella por la cual han dado su vida millones de personas en toda la historia de la humanidad. Tampoco estamos hablando de la libertad que buscan los oprimidos y esclavos de todas las épocas. Al contrario: la libertad que defiende Grupo Salinas y sus intelectuales es la que atropella cualquier regla humana o cualquier asomo de empatía y de búsqueda del bien común. La libertad que sueña el empresario mexicano es la de una sociedad sin trabas para los negocios, en la que un miembro de la élite como él pueda disponer a su antojo, sin ninguna regulación, de personas, recursos naturales y el destino de todo lo que abarque su mirada. La utopía libertaria de Salinas Pliego es la de un mundo gobernado por y para los empresarios que cuentan sus fortunas en miles de millones de dólares. Contra toda prueba y lógica, asumen que ese camino es el único factible y que todos deberíamos seguirlo. Cualquier medida que regule la libertad de los empresarios, sin importar la manera en que hagan y acumulen sus fortunas, es tachada de “autoritaria”. Con la misma lógica, un tratante de esclavos del siglo XVIII o XIX o empleadores de mano de obra infantil antes de su prohibición legal, argumentaron que abolir y legislar su modus vivendi coartaba seriamente su libertad para comerciar con mercancía humana.

Salinas Pliego, en su cruzada libertaria, tiene un doble discurso que sobresale entre una larga lista de contradicciones. Por un lado, elogia la eficiencia y prosperidad que sólo se puede lograr con una empresa que funciona sin intervención del gobierno y, por otro, depende casi absolutamente de él para obtener ventajas que garantizan su sobrevivencia. El libro clásico Small is beautiful. Lo grande está subvencionado. Cómo nuestros impuestos contribuyen a la destrucción social y ambiental, Steven Gorelick, demuestra cómo el famoso laissez faire, laissez passer (dejen hacer, dejen pasar) no funciona cuando el empresario necesita al gobierno para que le concesione recursos naturales, lo subsidie o, incluso, lo rescate. Incluso, el diseño de las ciudades y, sobre todo, las vías de comunicación que facilitan la logística de fábricas y grandes industrias, dependen de una intervención decidida del Estado que, al privilegiar inversiones de los grandes capitalistas, dejan a su suerte a la mayoría de la población que incluye, por supuesto, a los microempresarios que luchan todos los días por comerciar en mercados locales cada vez más cooptados por las grandes cadenas. La eficiencia, como demuestra con varios ejemplos Gorelick, está en lo comunitario y no en las megaempresas que, sin la ayuda de los cuantiosos rescates financieros pagados con nuestros impuestos, se tambalean todos los años gracias a la corrupción y a las reglas voraces del mercado. En el caso del grupo de Salinas Pliego, la compra de Imevisión en 1993 durante la ola de privatizaciones de bienes y empresas públicos emprendida por Carlos Salinas de Gortari demostró la ideología que seguirían los gobiernos de finales del siglo XX e inicios del XXI: propiedades del Estado rematadas a empresarios en nombre de una supuesta eficiencia. Salinas Pliego esgrime en su defensa que la privatización fue un éxito ya que la cadena, ahora, tiene altos índices de audiencia. ¿Pero qué pasa cuando un medio de comunicación masivo, como los canales que ahora controla, decide difundir noticias falsas, promover linchamientos públicos o –como sucedió hace unos meses– “aconsejar” a sus televidentes que no hagan caso de las medidas propuestas por el gobierno para combatir la pandemia del Covid-19? El bien común y el compromiso social de Grupo Salinas existen sólo como frases vacías porque siempre serán prioritarios los objetivos empresariales y la ideología del dueño del negocio. Los altos valores sociales, para la élite representada por Salinas Pliego es, justamente, el asistencialismo que tanto critican cuando lo hacen gobiernos que, para ellos, son “populistas”. Ellos no ven populismo cuando becan a estudiantes, hacen donaciones, emprenden campañas ecológicas o, como en recientes fechas ha hecho el empresario, regalan dinero a través de las redes sociales.

Hay un punto importante, que no necesariamente involucra a la economía, y que sirve para analizar a personajes como Salinas Pliego: la construcción artificiosa de su legitimidad que, por desgracia, es aceptada por muchos mexicanos. Ante el obvio insulto que significa que un hombre acumule –ya sea en activos fijos o líquidos– 11,700 millones de dólares según el último reporte de la revista Forbes, el dueño de Grupo Salinas emprende, todos los días, una defensa de la “prosperidad” como fruto dorado del esfuerzo y no como el resultado de una serie de mecanismos que benefician a la minoría privilegiada a la que pertenece y que, a la postre, pagamos todos, aunque no seamos clientes de sus negocios. El empresario del siglo XXI tiene que ser respaldado por una narrativa que haga presentables los miles de millones que posee. Por esta razón y, ante la falta de una biografía creíble, tratan de convertir en valores positivos cosas, a todas luces, condenables: la riqueza de los multimillonarios es ética, aunque la mayoría de la población viva en condiciones lamentables; la iniciativa privada convierte –como si fuera una especie de alquimia– todos los bienes públicos en ejemplos de éxito y bienestar para todos. Todas estas afirmaciones, como los mandamientos de una fe religiosa, no tienen más sustento que el dicho y la autoridad que le ha conferido la población a estos nuevos profetas de la libertad y la prosperidad.

Una vez hecho este recuento nos podríamos preguntar: ¿cómo se ha podido vender el discurso de la libertad empresarial tan bien cuando sus resultados negativos están a la vista de todos? ¿Cómo se puede defender el capitalismo sin límites que promueve Salinas Pliego en un mundo cada vez más desigual y con una seria emergencia climática? ¿Cómo es posible que personas que apenas ganan lo mínimo, víctimas de la subcontratación o de la informalidad, sin ninguna posibilidad de ahorro, acepten inocentemente la propaganda del empresario que pontifica la cultura del esfuerzo mientras disfruta las ventajas de un sistema diseñado para que él siempre gane y la inmensa mayoría pierda? La ecuación, sin duda, es compleja, pero existen algunas aproximaciones. El sociólogo François Dubet en su libro ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario) aventura algunas respuestas. El académico refiere que vivimos en una sociedad fragmentada en la que las clases medias y bajas luchan por separarse entre ellas. En el mundo anterior, pongamos como ejemplo la Edad Media, los diferentes estratos sociales estaban perfectamente separados por barreras infranqueables y que se basaban en la genealogía de sus familias y en el poder divino que justificaba el sitio de los poderosos. Había, por lo tanto, una conciencia del sitio al que se pertenecía y la idea de comunidad estaba enraizada en todos los miembros del grupo. A veces esta homogeneidad permitía organizar pequeñas o grandes resistencias ante los abusos de los señores feudales. En contraste, en la actualidad la pertenencia está seriamente erosionada por la idea de que cualquiera puede ascender en la pirámide social si se esfuerza lo suficiente. Esto, por supuesto, genera un individualismo sistemático fomentado por el discurso empresarial cuya propaganda promete una utopía irrealizable para el grueso de la población. Por esta razón la gente empobrecida sistemáticamente durante muchos años siente que el éxito está al alcance de su mano y transforma en modelos a seguir a megaempresarios como Salinas Pliego que venden, de diferentes maneras, mentiras que desean ser creídas por sus admiradores.

Sin embargo, a pesar del aparente consenso que hay respecto al sistema económico que dirige el mundo, hay cada vez más cuestionamientos a una sociedad diseñada para beneficiar a los que han ganado desde muchas generaciones atrás y que han heredado un poder que se acrecienta cada vez más. Por esto, además de la propaganda habitual y la narrativa incoherente que intenta legitimarlos, millonarios como Salinas Pliego emprenden campañas –con el eco de periodistas afines o que trabajan para ellos– para mostrarse como los nuevos rebeldes, sedientos de libertad, innovadores que rompen los paradigmas y que necesitan una economía sin trabas gubernamentales. Nada más lejano de la realidad: la escenografía sobre la que montan su espectáculo funciona gracias a la complicidad del Estado. Aunque los ideólogos de la libertad esgriman como víctimas del control gubernamental a las pequeñas y medianas empresas, su discurso no tiene sentido porque la acumulación de poder y de dinero gracias a la cada vez más escasa regulación ha convertido la economía en un caldo de cultivo para monopolios de facto. La libre competencia, desde hace mucho, es una fantasía más en las columnas de los intelectuales libertarios que se quejan, irónicamente, de un supuesto monopolio de Estado.

La crisis climática y la coyuntura por la pandemia del Covid-19 han detonado nuevos cuestionamientos a la élite que maneja el mundo y que no está dispuesta a abandonar sus privilegios. Por esta razón, al igual que sucede con los nacionalismos, la xenofobia y distintas manifestaciones de ultraderecha en el mundo, el discurso empresarial se ha vuelto más radical. Salinas Pliego, durante el momento más crítico de la pandemia, organiza una fiesta multitudinaria y hace públicas las fotografías con las estrellas de su televisora que asistieron. Acto seguido defienden su conducta la mayoría de sus empleados consentidos diciendo que son hombres y mujeres libres. “A nosotros nadie nos para” escribe en Twitter el dueño de Grupo Salinas y esa consigna es, en realidad, una amenaza envuelta en una frase de superación personal. Nadie los para porque –retomando a François Dubet– hemos aceptado la desigualdad esperanzados en que algún día nos tocará una rebanada del pastel. Nadie los para porque la solidaridad –manipulada por los medios cuando ocurre un desastre natural, por ejemplo– raras veces fructifica en una organización sólida que oponga resistencia a la precarización laboral o a la explotación sin medida de los recursos naturales, entre otras muchas afrentas sociales y ecológicas. Nadie los para porque, a pesar de que se asuman como víctimas, tienen un enorme poder que, al mismo tiempo, los ha alejado por completo de la realidad. La libertad, en nuestra época, se usa para justificar que un empresario como Salinas Pliego evada impuestos o defienda la subcontratación que despoja de derechos a los trabajadores. La libertad se defiende en los medios propiedad del magnate sin importar que, en los hechos, transforme la sociedad en la que vivimos en una jungla diseñada para que sobreviva el más fuerte, muy lejos de la empatía, la ayuda mutua y los valores que nos vuelven humanos.

 

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