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lunes, 18 de enero de 2021

La “guerra justa” contra los “barbaros” y el norte novohispano

 

La “guerra justa” contra los “barbaros” y el norte novohispano

Es bien sabido que el avance español por los territorios indígenas tuvo una respuesta variada, en el sur las diferentes comunidades pactan con los vencedores de los mexicas un nuevo trato que garantizase el poder de los viejos gobernantes, privilegios que se respetaron o violaron según las diferentes circunstancias. Pero  conforme fueron avanzando hacia el septentrión se dieron cuenta que las comunidades dejaron de tener el nivel de organización del sur para encontrar tribus seminomadas que no contaban con un poder centralizado y que peleaban por los escasos recursos que contaba la región, una situación que no estaban dispuestos a ceder ante la llegada de los nuevos actores.

Durante las primeras décadas del siglo XVI y con el resultado de las conquistas en América se desata un debate teológico sobre la legalidad de los actos que realizaban los conquistadores con los indígenas, donde se desarrolló la célebre discusión que hubo entre Juan Ginés de Sepúlveda como defensor de las acciones contra los infieles y Bartolomé de las Casas quien vivió los abusos que cometían los españoles con los  indígenas. Cabe decir que la postura teológica que justificaba las acciones de sometimiento se basaban en las antiguas ideas de Aristóteles que diferenciaban entre lo “civilizado” y lo “bárbaro” y como el primero por tener “uso de razón” contaba con todo el derecho de someter a los barbaros por ser “inferiores”.

Bajo este argumento basa su defensa  Ginés de Sepúlveda, que ve como prioridad de los españoles el acercar a los indígenas a la fe cristiana, pero que si estos se negaban a aceptarla, podrían hacer uso de la violencia y su sometimiento para poder alcanzar la meta providencialista de la monarquía. Es así que pone cuatro principios bajo los cuales estaba justificada la violencia: la primera es la respuesta a acciones violentas, la segunda el recuperar cosas robadas, la tercera es la de hacer justicia a malhechores y la cuarta es la superioridad cultural, por lo que era licito que si los pueblos conquistados cometían la idolatría, pecados nefandos o actos inhumanos podían cometer toda clase de abusos con tal de “desterrar” el pecado de la tierra.

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Al contrario de Ginés de Sepúlveda, De las Casas defendió la postura de que a los indígenas se les debía de tratar con respeto y amor para que pudiesen aceptar la palabra del evangelio, viendo a la guerra como un obstáculo para poder alcanzar la misión. Al ser testigo presencial de los abusos de los españoles tanto en el Caribe como en Centroamérica, ponía que el objetivo de la iglesia tenía que ser el de defender a los indígenas de los abusos y alejarse de los tratos violentos hacia los indígenas, imitando las acciones de los primeros apóstoles. El dominico argumenta que como en ningún momento los indígenas habían recibido las palabras del evangelio, no podían ser tratados como los musulmanes a quienes acusaban de apostatas, por lo que tenían que ser tratados con paciencia para que pudiesen abrazar la verdadera fe.

Si bien el debate lo gana Bartolomé de las Casas y sirve de base para la formulación de leyes de protección hacia los indígenas, el concepto aristotélico siguió presente y sirvió para justificar las acciones colonizadoras hacia el norte. Lo que logra De las Casas con su defensa es que a los pueblos como los mexicas, los incas y demás grupos sedentarios con una estructura de ley y orden se les considerase como “civilizados”, por lo que a ellos se les tenía que proteger de cualquier clase de abuso. En cambio, persiste el concepto de “bárbaro” para aquellos que careciesen de algún grado de civilización, por lo que para esos casos era  “licito” hacerles la guerra y someterlos para que aceptasen el modo de vida “civilizado” u pudiesen ser cristianizados, por lo que seguía aplicando el concepto de “guerra justa”.

Hubo un tercer actor determinante para la postura de la colonización en el septentrión y ese fue el padre Jesús de Acosta quien fuese el ideólogo de los principios de misión de los jesuitas. El hace  una “clasificación de barbaros” con su correspondiente actuar: los primeros son los pueblos asiáticos a quienes los denominaban como “grandes culturas, que por sus alcances tanto políticos, económicos y culturales se les debía tratar con cuidado apostando por una conversión pasiva con la presencia de los misioneros, para así evitar que se convirtiesen en pueblos enemigos. En el segundo grado estaban los mexicanos y peruanos (sic), que si bien contaban con una estructura político-social y habían alcanzado cierta calidad artística, la imperfección de sus costumbres y sus gobiernos tiránicos obligaban a tener que someterse a ellos para guiarlos en la fe cristiana. Y por último estaban los que tenían “costumbres sanguinarias, crueles y alejados de toda clase de civilización”, que aunque a su criterio si era licito “cazarlos como bestias”, los misioneros tenían la obligación de alejarlos de esas costumbres e inculcarles el modo de vida cristiano, que si persistían en sus viejas costumbres, podían alejarse de ellas con violencia.

Es así que surge la base en que los novohispanos tendrían para el trato con las tribus nómadas del norte, surgiendo una cultura de violencia que persistirá por siglos hasta el final del siglo XIX en que los últimos grupos apache son sometidos. Desde esa perspectiva, no había la posibilidad de parte de los novohispanos para poder aceptar el modo de vida de los nómadas, por lo que no había de otra que la cristianización y ellos a su vez, no estaban dispuestos a abandonar sus costumbres milenarias que surgieron como respuesta al entorno hostil que les tocó vivir, por lo que surge el conflicto entre dos posturas antagónicas cuya solución sería el sometimiento del otro.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

Federico Flores Pérez

Bibliografía: José de la Cruz Pacheco Rojas. Milenarismo tepehuán. Mesianismo y resistencia indígena en el norte de México.

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