Pandemia golpea, pero el campo es vida, trabajo y amor: campesinos
Productores de Hunxectamán enfrentan dificultades para vender sus cosechas
Foto: Cortesía Reserva Cuxtal
Para la familia Fernández, que se dedica al cultivo y producción de tomates, calabazas y chiles desde hace más de 30 años en la subcomisaría de Hunxectamán, el campo lo es todo: es vida, es trabajo, es subsistencia, es un medio para alimentarse, pero sobre todo es amor.
Hace cuatro meses falleció el pilar y principal impulsor de su trabajo, el señor Carlos Fernández Euan, lo que mermó su estado de ánimo, dejando un panorama todavía más desolador, además por la pandemia del COVID-19, los precios han bajado drásticamente, más de 50 por ciento; los intermediarios los “machetean”, tienen que malbaratar sus productos para apenas sobrevivir y pagar los sueldos de sus trabajadoras y trabajadores, aunque en otras ocasiones han tenido que donar sus cosechas a albergues o como alimentos para animales. No quieren desperdiciar nada.
A pesar del paisaje gris, siguen trabajando día tras día, con lluvia o sol. Lo hacen porque así lo hubiera querido su fundador, quien no dejó de trabajar hasta que su último aliento. Amó tanto el campo que ya es parte de él; su recuerdo se puede sentir en sus cultivos verdes y el rostro de sus familiares que continúan con su legado.
Hunxectamán, que significa conjunto de borregos, se ubica a unos 25 kilómetros del Centro al Sur de la ciudad de Mérida, la cual forma parte de la Reserva Ecológica Cuxtal. Actualmente cuenta con 156 habitantes y una característica peculiar es que más de 80 por ciento llevan el apellido Fernández.
En el corazón de la subcomisaría se encuentra el terreno de Los Fernández, donde siembran tomate, calabaza local, chile xcatic. El lugar llama la atención por su color verde intenso, lleno de cultivos de tomate. “Es difícil superar la muerte de don Carlos, gracias a él se tiene todo, su hijo estudió agronomía, y a todos les gusta sembrar por él”, indicó Katy Janet Cob Puc, nuera del fallecido.
La también comisaría del lugar explicó que en otros años vendían el huacal, de 30 kilogramos, de tomate hasta en 600 pesos, sin embargo, cuando por el impacto de la pandemia bajó a 200 pesos, pero sigue disminuyendo más.
Su principal punto de venta eran los mercados San Benito de Mérida, Lucas de Gálvez, pero por las medidas de sanitarias cerraron, además que muchos locatarios han bajado sus cortinas, o fallecieron por COVID-19, al igual que otras tiendas y fruterías a las cuales surtían.
A pesar de esta situación, todos los días, su esposo se levanta antes de que salga el sol, en búsqueda de fruterías o comercios para vender sus productos, en los supermercados, señaló, han intentado, pero les piden muchos requisitos, con los que no cuentan, como facturar, además que muchos pagan hasta luego de tres meses.
Durante el tiempo de la pandemia, en el 2020, don Carlos Fernández había sembrado chiles, con lo que pudieron sobrevivir un tiempo y pagar el sueldo de las más de 20 familias que laboran con ellos, al mismo tiempo que dio empleo a personas de la comunidad que se quedaron sin trabajo por la crisis económica que ha ocasionado la emergencia sanitaria.
No obstante, ahora para la temporada de tomate el panorama es desolador, ya que las pocas personas que sí le quieren comprar, por ejemplo, en la Central de Abastos de Mérida no le ofrecen un precio justo por su trabajo, ha llegado a venderlo a 70 pesos el huacal. “Para que no sobre, tiene que darlo al precio que ellos piden, para ganar algo”, expresó resignada.
Otras veces no venden nada. Hace unos días, por ejemplo, de los 150 huacales que cosechan al día, su esposo regresó con 30 cajas llenas de tomate sin vender, ante esto han tenido que donar sus productos a gente que más lo necesita, en albergues, como Cottolengo, o lo dan como alimentos para los alimentos de los animales del poblado.
“De antes todo se vendía, de hecho, hasta venían a pedir más tomates, ahora ya no”, lamentó la comisaría. Con lo poco que se gana tenemos que sobrevivir, y pagarles a los trabajadores, agregó.
Olvidados
Los Fernández han estado solos durante esta crisis, abandonados por las autoridades municipales y estatales. No han recibido apoyos para afrontar esta etapa complicada, pero no es sólo de ahora, reconoció Katy Janet, desde que hace años que prometen apoyos y no llega nada. “Desde que estaba vivo mi suegro metía papeles para proyectos, venían las pedían su credencial de elector, supuestamente les iban a dar un apoyo, pero nunca les daban nada, todo se desvía”, manifestó.
Unos cuantos metros, la familia también tiene otro terreno donde siembran calabaza local, desde temprano se puede ver a don Santiago Fernández, quien a pesar de su avanzada edad sigue trabajando como cuando era joven. Está cosechando varias piezas, unas pequeñas y otras de gran tamaño. Por momentos el señor, se hace diminuto ante un paisaje de color verde y amarillo de las flores de calzaba.
Comentó que la venta de calzaba igual va mal, tratan de venderla a 180 el huacal, pero se lo pagan en 150 cuando empezó la pandemia estaba a 200, y en otros años se pagaba hasta 600 pesos.
Los Fernández pidieron a las personas apoyar a los productores locales, pues, así como su familia, están muchos campesinos y campesinas de las comunidades que atraviesan momentos complicados por la pandemia, además de ayudar pueden consumir productos orgánicos, más saludables, sin químicos. “La calidad es mejor, están bonitos, grandes, a un mejor precios y hechos con amor”, indicó.
Edición: Elsa Torres
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