¡Elena Garro: Una fiesta conocerla!
(11 de diciembre de 1916 - 22 de agosto de 1998) Hablar de Elena Garro es ingresar a un mundo multidimensional. Su vida y su obra son ríos con diversas vertientes, todas ricas en historia y anécdotas, recogidas gracias a la memoria poética. Escribí este texto para que se acerquen a ella de manera sucinta y directa, deseando que quien lo lea, descubra o redescubra su prodigioso legado literario.
Yo, Elena Garro,
Elena Garro
no estoy metida dentro de una sociedad
que vaya de acuerdo conmigo.
Hablar de Elena Garro es ingresar a un mundo multidimensional. Su vida y su obra son ríos con diversas vertientes, todas ricas en historia y anécdotas, recogidas gracias a la memoria poética. Escribí este texto para que se acerquen a ella de manera sucinta y directa, deseando que quien lo lea, descubra o redescubra su prodigioso legado literario.
Se llamaba Elena Delfina Garro Navarro y nació el 11 de diciembre de 1916 en la ciudad de Puebla, de padre español, José Antonio Garro Melendreras, y madre mexicana, Esperanza Navarro Benítez. Recibió una formación occidental clásica a través de la biblioteca de su padre, un hombre liberal que le inculcó el estudio de la literatura, la historia, la filosofía, el teatro, y su madre, una mujer para quien la lectura representaba la mayor de las virtudes.
Su infancia transcurrió primero en la Ciudad de México, y después, en Iguala, un pueblito del sur guerrerense. Desde niña Elena Garro mostró un poder imaginativo excepcional, y este poder floreció precisamente en Iguala, porque en ese espacio experimentó en carne propia el enfrentamiento violento entre las dos cosmovisiones que configuraron nuestra historia e identidad mestiza mexicanas.
Ahí, en Iguala, en donde la población mayoritaria a finales de los años veinte era indígena, se nutrió de las lecturas clásicas gracias a la biblioteca familiar. José Antonio Garro era un hombre culto, muy progresista para la época, y su hermano Boni, quien también vivía en Iguala, fungieron como los maestros de sus hijos. Ese tío Boni para quien era totalmente normal que su sobrina tirara piedras mientras él le leía las coplas de Manrique: “Nuestras vidas son los ríos/que van a dar a la mar/que es la muerte”.
A la par que leía y escuchaba a los clásicos españoles, griegos, latinos, ingleses y alemanes en la voz de su padre y de su tío Boni, también escuchaba los relatos mágicos de la cosmovisión prehispánica a través de sus nanas y los criados indígenas que vivían con ella en su casa. Ahí descubrió que las personas se convierten en piedra, que caminan bajo el agua sin mojarse, que la lengua de los mentirosos puede transformarse en lengua de conejo, que a las niñas “güeras y canijas” les chupan la sangre las brujas, sólo basta que Candelaria deje las cenizas encendidas para que las brujas se calienten las canillas, y del brasero vayan a su cama de niña desobediente para deleitarse. Inmersa en esta dimensión dualística, Elena Garro fue creando su propio universo imaginario.
Dejó el mundo mágico de Iguala en 1930 y regresó a la Ciudad de México para terminar la primaria y continuar con sus estudios. Cursaba la preparatoria en 1935 cuando conoció a Octavio Paz. De inmediato comenzó el romance de los jóvenes. En esa época vivió la disyuntiva entre su naciente proyecto intelectual y el amor machista y ególatra del novio celoso que sabía esconderse en un lenguaje cautivador.
José Antonio Garro vislumbró la actitud soberbia y dominante en Octavio Paz, por lo que rechazaba la relación entre él y su hija. (Patricia Rosas Lopátegui, Testimonios sobre Elena Garro. Biografía exclusiva y autorizada de Elena Garro, Monterrey, Ediciones Castillo, 2003, p. 132). En 1937, cuando contaba con veinte años de edad, Elena Garro cursaba el segundo año de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), había estudiado danza clásica y era coreógrafa del Teatro Universitario dirigido por Julio Bracho. Rodolfo Usigli la llamó para hacer la coreografía de El burgués gentilhombre; Xavier Villaurrutia quería montar Perséfone de André Gide y también la buscó para su proyecto. Todo esto en un periodo en que a la mujer mexicana se le obstaculizaba la incursión en la esfera intelectual y artística. Desafortunadamente, la envidia de las camarillas en el poder no permitieron que se efectuaran los planes de Villaurrutia ni de Usigli.
El 25 de mayo de ese mismo 1937, la estudiante de filosofía y letras se casó con Octavio Paz a escondidas de sus padres, y su vida cambió radicalmente. Dos semanas más tarde viajó a España, en plena Guerra Civil, al lado de su marido, quien había sido invitado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. A su regreso a México, Paz no le permitió continuar con sus estudios en la UNAM, le prohibió volver al teatro y a la danza. En 1939 nació la única hija del matrimonio, Helena Laura Paz Garro.
Elena Garro fue una mujer brillante, genial, que vivió en una época y en un contexto histórico, el de la sociedad patriarcal mexicana posrevolucionaria, en donde la mujer no podía existir como ente pensante. Así lo expresó en una entrevista:
Y me casé porque él [Octavio] quiso, pero desde entonces nunca me dejó volver a la universidad. Me dediqué a periodista porque él ganaba muy poco dinero entonces y porque eso no opacaba a nadie, sino que producía dinero. Y me dediqué a callar porque había que callar. (Carlos Landeros, “En las garras de las dos Elenas”, Los Narcisos, México, Editorial Oasis, 1983, pp. 130-131).
En ese periodo de recién casados, Octavio Paz trabajaba quemando billetes viejos en la Comisión Nacional Bancaria, y debido a su salario raquítico, precisaba del ingreso de su esposa. Por eso le permitió dedicarse al periodismo; era un campo que no le creaba competencia, y este factor benefició a la joven esposa porque le dio la oportunidad de escribir. Garro se inició como periodista en 1941, en una revista que se llamaba Así.
En diciembre de 1943 viajó a Berkeley con su cónyuge y su hija, en donde residió casi un año. Regresó a la Ciudad de México hacia octubre de 1944. A mediados de 1945, se trasladó a Nueva York y trabajó como editora y traductora de la revista Hemisferio, publicada por el American Jewish Committee. Abandonó Nueva York a principios de 1946, y viajó con su vástaga a Francia para reunirse con Octavio Paz.
De 1946 a 1953 vivió en París y otras ciudades europeas, y algunos meses en Japón. La familia Paz Garro se reinstaló en México hacia finales de 1953.
En la segunda mitad de los años 50, comenzó la fractura en el matrimonio Paz-Garro.
Separada de Octavio Paz, Elena Garro inició su activismo en defensa de los comuneros de Ahuatepec, Morelos, a finales de 1956, y luchó porque se llevara a cabo la Reforma Agraria Integral.
Por fin, en julio de 1957 se dio a conocer como dramaturga. El grupo Poesía en Voz Alta llevó a la escena tres de sus piezas en un acto, Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. En 1958 la Universidad Veracruzana reunió en un volumen seis de sus obras teatrales en Un hogar sólido y otras piezas en un acto. En 1963 la editorial Joaquín Mortiz publicó su novela Los recuerdos del porvenir, con la que se hizo acreedora al Premio de Novela Xavier Villaurrutia.
La vida cultural mexicana que Elena Garro conoció desde sus años de “niña prodigio” y de joven brillante, no había cambiado: se trata de la misma sociedad patriarcal y paternalista que seguía excluyendo a las mujeres del medio artístico y literario. Garro no era la única mujer creativa y talentosa que no encontraba eco en la comunidad intelectual de su país. Como tantas otras mujeres que la precedieron —Nahui Olin, Antonieta Rivas Mercado, Nellie Campobello—, y como sus colegas contemporáneas —Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Luisa Josefina Hernández, María Luisa Mendoza, la misma Rosario Castellanos— Garro permaneció al margen de una verdadera promoción y reconocimiento literarios, en esa sociedad masculina que sólo promovía a los hombres.
En esos años, Carlos Fuentes se perfiló como el prototipo del nuevo escritor mexicano; la literatura del boom latinoamericano ignoró la escritura de las mujeres, y marginó precisamente la obra que revolucionó la literatura en Hispanoamérica en los años sesenta: Los recuerdos del porvenir. Este fenómeno del boom fue representado por Julio Cortázar, José Donoso, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Severo Sarduy. Ellos son los autores que se tradujeron a otros idiomas y representaron la literatura de América Latina en el mundo. Elzbieta Sklodowska señaló:
Tampoco encontramos en las listas del boom a las mujeres —aunque la narrativa de las mexicanas Rosario Castellanos y Elena Garro para dar solamente dos ejemplos— cumple con todos los parámetros de una novelística experimentadora. Curiosamente, la publicación de Los recuerdos del porvenir de Garro coincide con el supuesto comienzo del boom (1963) a la vez que la estructura temporal de la novela constituye un claro antecedente de Cien años de soledad (1967) de García Márquez, que marca el apogeo del boom. (Elzbieta Sklodowska,“El boom y la nueva novela”, Huellas de las literaturas hispanoamericanas, New Jersey, Prentice Hall, 1997, p. 513).
De 1963 a 1968, la vida de la polígrafa se dividió entre su activismo, sus colaboraciones periodísticas, su quehacer como guionista de cine, y, aunque le dio prioridad a su compromiso social y político en defensa de los campesinos, nunca dejó de escribir obras de teatro, cuentos y novelas. Así lo demuestra esta lista de publicaciones: La señora en su balcón se había publicado en La palabra y el hombre (1959), y se reeditó en Tercera antología de obras en un acto (1960). En 1963 se dieron a conocer La dama boba, en la Revista de la Escuela de Arte Teatral del INBA, El árbol (su versión teatral) en la Revista Mexicana de Literatura, y “Nuestras vidas son los ríos” en La palabra y el hombre. La pieza teatral Los perros, la publicó la Revista de la Universidad de México en 1965. Felipe Ángeles aparece en la revista Cóatl y El árbol (en su versión teatral) en la Editorial Peregrina en 1967. Sin olvidar que la Universidad Veracruzana había reunido sus cuentos dispersos en revistas y los publica en la colección La semana de colores en 1964.
Hay un cuento de esta época, “Era Mercurio” que aparece en Cóatl, 1965-1966, en donde hace alusión a la renuncia de Madrazo a la presidencia del PRI. En 1965 escribió la novela Reencuentro de personajes (que permaneció inédita hasta 1982), de la cual habla en una entrevista que le hizo Joseph Sommers el 26 de agosto de 1965: “He terminado una novela que se llama Reencuentro de personajes que es una pareja de mexicanos viajando en Europa” (26 autoras del México actual, Eds. Beth Miller y Alfonso González, México, B. Costa-Amic, 1978, pp. 216-217). Por esta época comenzó su novela Testimonios sobre Mariana, de la cual se publicó un fragmento en la revista Espejo, en 1967.
Estas publicaciones revelan su intensa actividad como escritora. La ausencia de Octavio Paz —quien en 1962 se fue a la India como embajador de México— de la cultura mexicana y la ruptura del matrimonio (aunque el divorcio nunca se llevó a cabo legalmente) contribuyeron a su desarrollo como mujer intelectual independiente. La genialidad de Elena Garro quedó demostrada en todas las actividades en las que se desempeñó. En este periodo no sólo escribió textos literarios y dramáticos, también trabajó en la industria cinematográfica escribiendo guiones, y como activista colaboró de 1965 a 1967 en dos de las revistas políticas más importantes de México: en el suplemento “La Cultura en México” de la revista Siempre! y en Sucesos.
En esos años sesenta surgió un hombre, un político mexicano que empezó a hacer propuestas sorprendentes. Garro se reencontró con aquel compañero “brillante y solitario” que había conocido en su paso por la UNAM en 1936, procedente de Tabasco: Carlos Alberto Madrazo Becerra. La escritora siempre se había proclamado monárquica, católica, guadalupana y anticomunista. Sus preocupaciones por la Reforma Agraria, los terratenientes despojando a las comunidades indígenas de sus tierras, la corrupción y el autoritarismo del partido en el poder desde 1929, eran las mismas preocupaciones de Madrazo, presidente del PRI en 1965. En el político tabasqueño, Garro encontró eco a su lucha por combatir el latifundismo en México y reestructurar el sistema.
Después de la masacre perpetrada por las fuerzas gobiernistas en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968 se le acusó, junto con Madrazo, de ser los principales instigadores del movimiento estudiantil con el propósito de derrocar al gobierno e instaurar un Estado comunista. Una farsa orquestada por el poder.
Ante la represión y la cacería de brujas desatadas por el gobierno del presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, Elena Garro huyó de México en 1972, acompañada por su hija Helena Paz. Madre e hija vivieron veinte años asediadas, perseguidas y en la miseria en Nueva York (1972-1974), Madrid (1974-1981) y París (1981-1993).
Madrazo y Garro fueron los chivos expiatorios del sistema posrevolucionario porque su lucha por la democracia amenazó la estabilidad del PRI. Por lo tanto, había que eliminarlos de la arena política, social y cultural. Al estadista tabasqueño lo suprimieron al colocar una bomba en el avión en el que viajaba de la Ciudad de México a Monterrey, el 4 de junio de 1969. A Elena Garro con el descrédito y la leyenda negra que la estigmatizó de “traidora”. La prensa manipuló sus declaraciones y declaró que la escritora había denunciado a los intelectuales involucrados en el movimiento estudiantil. Una calumnia armada por el gobierno y su policía secreta, la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad (DFS). Basta recordar, en primer lugar, que el movimiento no era clandestino sino todo lo contrario, se trataba de una organización abierta a la opinión pública. Por lo tanto, la DFS ya poseía en sus archivos los nombres de los intelectuales que simpatizaban con el movimiento estudiantil. En segundo lugar, Elena Garro no pertenecía a dicho movimiento, ella era madracista. No olvidemos que la historia oficial está llena de mitos, de mentiras, que debemos deconstruir.
La escritura fue uno de los santuarios más importantes para Elena Garro en ese periodo de ostracismo. A través de la palabra escrita, revisó su pasado, se explicó a sí misma, y analizó tanto a las personas que la rodeaban, como los acontecimientos políticos, económicos y artísticos de la sociedad mundial. Así lo reveló en sus diarios (Patricia Rosas Lopátegui, Testimonios sobre Elena Garro, capítulo 6). Aunque “no exista” para los demás, los otros existen para ella, y, gracias a la palabra escrita, siguió viviendo en sociedad, se mantuvo viva, alerta, analítica, pensante. Elena Garro pudo seguir integrada a su tiempo por el poder de la escritura. Dialogó activamente consigo misma y con los sucesos cotidianos de la vida ordinaria y de la política internacional.
Ya no pudo asistir a reuniones o eventos culturales, ya no pudo escribir en los periódicos o en las revistas, por eso luchó, peleó y se enojó cuando no la dejaron publicar, pues el papel en blanco era el único recinto que le permitía seguir siendo la mujer activista, crítica, brillante, contestataria, analítica, intempestiva, temeraria, contradictoria y creativa. Gracias al espacio escritural pudo darle forma y sentido a su persona condenada a la inexistencia, aunque su único interlocutor fuera ella misma. El acto de escribir la protegió y la liberó durante los años negros del exilio.
Después de un largo silencio, las obras de Elena Garro comenzaron a ver la luz pública a partir de la década de los 80: Andamos huyendo Lola (1980), Testimonios sobre Mariana (Premio de Novela Grijalbo, 1981), Reencuentro de personajes (1982), La casa junto al río (1983), Y Matarazo no llamó… (1991), Memorias de España 1937 (1992), Inés (1995), Un corazón en un bote de basura (1996), Un traje rojo para un duelo (1996), Busca mi esquela y Primer amor (Premio Sor Juana Inés de la Cruz,1996), entre otras.
Gracias a José María Fernández Unsaín —en ese entonces presidente de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM)— y de algunos amigos cercanos a la autora como Emilio Carballido, René Avilés Fabila, Emmanuel Carballo, Rosario Casco, entre otros, Elena Garro fue invitada a visitar su país de origen, acompañada por su hija Helena. La tarea que se había impuesto Fernández Usaín no fue fácil. Patricia Vega, reportera de La Jornada y encargada de emitir los informes alrededor de este célebre suceso, comentó:
La parte más delicada de las negociaciones consistió en obtener la aprobación de Octavio Paz, cuya influyentísima posición en la cultura mexicana se había consolidado con la obtención, en 1990, del Premio Nobel de Literatura. Fernández Unsaín lo convenció y le garantizó que el retorno de su exesposa e hija, no entrañaría la amenaza de ventilar, de manera pública, los diversos aspectos de su conflictivo vínculo con Elena Garro, ya que la guerra entre ellos era cosa del pasado. Luego hubo que vencer el temor de los funcionarios culturales que no se atrevían a organizar ningún evento que pudiera contrariar a Paz y a sus discípulos, y persuadirlos de que los homenajes a Garro eran más que merecidos, y prometerles que no representarían ningún agravio al escritor. Por si lo anterior fuera poco, había un tercer elemento en juego: la posible reacción de los intelectuales que en el 68 habían sido perseguidos a causa de las denuncias de Elena Garro y que veintitrés años después ocupaban destacadas posiciones en los ámbitos políticos y culturales del país. (Patricia Vega, “Elena Garro o la abolición del tiempo”, Elena Garro: Lectura múltiple de una personalidad compleja, eds. Lucía Melgar y Gabriela Mora, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2002,pp. 101-102).
El 7 de noviembre de 1991, Elena Garro pisó tierra mexicana después de casi veinte años de ausencia, para recibir una serie de homenajes en Guadalajara, Aguascalientes, Monterrey y Puebla, culminando con un reconocimiento en el Palacio de Bellas Artes. Fuimos testigos de que la escritora no se había ido de México cuando salió huyendo por carretera el 29 de septiembre de 1972, nos había dejado una de las más valiosas contribuciones de su vida para comprender la cultura y la historia mexicanas: Un hogar sólido y otras piezas en un acto, Los recuerdos del porvenir, La semana de colores, y también sus artículos periodísticos. La clandestinidad a la que fue reducida su obra y su vida, no contrarrestó el número de sus lectores que siguió incrementándose de manera considerable, a pesar de la leyenda negra fabricada por los poderosos para eliminarla del quehacer político y cultural.
Las dos Elenas regresaron a México en forma definitiva en junio de 1993 y establecieron su humilde residencia en Cuernavaca, Morelos. Elena Garro volvió a vivir el destierro, ahora en su propia tierra. Víctima de enfisema pulmonar, el sábado 22 de agosto de 1998, la escritora rompió finalmente con esa realidad llena de atropellos e injusticias, y seguramente ya está en “la otra realidad”, en ese cielo “perfecto, puro y aéreo”, rodeada de sus gatos y acompañada de todos los seres a quienes quiso tanto.
Como la mayoría de los hombres y mujeres que se rebelan en contra del statu quo, y que no se callan ante las injusticias, tuvo un sepelio sencillo, humilde, donde se notó la ausencia de la comunidad intelectual:
Un ramo de rosas rojas, un “hasta luego mamá, pronto te voy a volver a ver”, dicho por Helena Paz; luego silencio, el piar lejano de los pájaros y nada de llantos fueron el último adiós que recibió la escritora Elena Garro al ser sepultada en el cementerio Parque de la Paz (…). Igual que durante su velorio, la mayor cantidad de personas que acudieron fueron periodistas. La comunidad intelectual brilló por su ausencia y Rafael Tovar, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, acompañado por Gerardo Estrada, José Luis Martínez y Anamari Gomís, puntualizó que estaba allí “representando sólo a las instituciones”. (Mónica Mateos, “Despedida de Helena Paz a Elena Garro. ‘Hasta luego mamá, pronto te voy a volver a ver’”, La Jornada, Cultura, México, 24 de agosto de 1998, p. 28).
El vacío de la comunidad intelectual era de esperarse, ya que los escritores se dedicaron a ignorarla los últimos cinco años que vivió en Cuernavaca. “Yo, Elena Garro, no estoy metida dentro de una sociedad que vaya de acuerdo conmigo” (Luis Enrique Ramírez, La ingobernable. Encuentros y desencuentros con Elena Garro, México, Raya en el agua, 2000, p. 93). La reconciliación no era posible. En un país tan institucional como México, una mujer tan antioficial como Elena Garro no cabían en la misma realidad.
Sólo resta decir que si los funcionarios de la cultura mexicana siguen negándose a reconocer el legado de la creadora más importante del siglo XX mexicano, el número de sus lectores continúa en aumento, a pesar de que muchos insistan en olvidarla y desacreditarla. La palabra de Elena Garro está ya con nosotros para siempre, y las nuevas generaciones se encuentran reivindicándola y estudiándola, sin temor, sin prejuicios, con la rigurosidad que se merece por ser una de las escritoras más relevantes de la literatura mundial.
Si desean descubrir la fiesta que representa conocerla, lean su palabra irreverente en Diálogos con Elena Garro. Entrevistas y otros textos (Gedisa, 2020).
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