Texto: Leticia Ayala

Hablar de las mujeres de la Ciudad de México nos lleva a una reflexión sobre la historia del lugar que habitan, así como las luchas en el mismo, nuestro origen, pero también, la invisibilización de muchas que han construido y aportado para hacer del corazón de México lo que es ahora.

Con motivo del mes de marzo, en el marco de las conmemoraciones del Día Internacional de la Mujer, les presentaremos una serie de tres textos, con ellos les invitamos a realizar un pequeño recorrido histórico no sólo por etapas de la CDMX, sino también por el recuento de algunas de las mujeres que la habitaron.

Comencemos desde el inicio…

Los 7 linajes que poblaron el actual Valle de México según el Códice Tovar

Cuentan que de Chicomostoc vinieron las siete tribus nahuatlacas a habitar el Anáhuac: los xochimilcas, chalcas, tepanecas, acolhuas, tlahuicas, tlaxcaltecas y mexicas. El códice Tovar nos muestra hombres y mujeres representando a cada una de estas tribus.

Reza el mito azteca de la creación, que los mexicas después de establecidos en Aztlán tomaron el nombre de “aztecas”, posteriormente llevaron a cabo una migración para fundar una nueva civilización, un presagio les había indicado que verían un águila devorando una serpiente y en ese sitio debían asentarse.

La cosmogonía mexica, si bien coloca a la figura femenina en equidad de importancia respecto a la creación de la humanidad en Ometéotl, “Dios dual” o “pareja divina”, donde Omecíhuatl (dualidad femenina) comparte importancia con Ometeuctli. 

De acuerdo con Rafael Tena, en su texto La religión mexica, “en la religión oficial mexica pueden identificarse alrededor de 144 nombres (nahuas o nahualizados) que corresponden a dioses distintos o a meras advocaciones de los mismos. De estos nombres, el 66 por ciento pertenece a deidades del sexo masculino, y el 34 por ciento a deidades del sexo femenino”, podemos darnos cuenta que no eran tantas las deidades femeninas veneradas. 

Tena resalta que bajo este conocimiento ancestral existían cuatro rumbos en la tierra: Tlapcopa, Mictlampa, Cihuatlampa y Huitztlampa, siendo el Cihuatlampa el lugar de las mujeres. 

Cuando una mujer moría durante el parto iba a Ilhuícac, “que era el cielo del sol; acompañaban al astro en su camino diurno: los varones “guerreros” desde el alba al mediodía, y las mujeres desde el mediodía hasta el ocaso. Pasados cuatro años, los “guerreros” se convertían en colibríes; en cambio las mujeres muertas de parto, a quienes se daba el nombre de cihuateteo o cihuapipiltin, “diosas” o “mujeres nobles”, en determinadas ocasiones se volvían en tzitzimime, “seres terribles”, que bajaban a la tierra para espantar y perjudicar a los hombres”.

Escultura de Cihuateteo, Mediateca INAH. 

En un recuento superficial se podría afirmar que las deidades femeninas están relacionadas con labores del hogar, la naturaleza, actividades agrícolas, la creación, los textiles y la fertilidad lo cual definió de cierto modo los trabajos y la posición de las mujeres en el Valle de México. Sin embargo, en textos locales se llega a mencionar a Tlazocihualpilli, quien presuntamente gobernó Xochimilco entre 1335 y 1347.

Se atribuyen a dicha gobernante la creación de platillos típicos como el necuatolli (dulce de calabaza y miel virgen), chileatolli (atole de chile verde), capultamalli (tamal de capulín), tolnachilli (sopa de elotes y calabacitas), las chilacas, esquites, tlapiques, huauzontles y hasta los queridos chilaquiles.

Con la llegada de los españoles y su entrada a la antigua Tenochtitlán quedó atrás la ciudad rodeada y trazada con agua, está de más señalar que las mujeres no se llevaron la mejor parte de la conquista, aún así guardaron en su saber las técnicas gastronómicas y textiles que, aunque modificadas, permanecen en el siglo XXI.

Avancemos en la historia y visualicemos ya un México con tintes indígenas, mestizos, castas y sub castas conviviendo con los descendientes españoles, pensemos en aquella colonia virreinal en la que los vestigios del México prehispánico se comenzaban a fundir con la arquitectura de inspiración española.

Veamos en el imaginario también los canales, recuerdo de la magnífica creatividad y visión de los arquitectos de México-Tenochtitlan, éstos eran la vía para transportar mercancías cultivadas en Xochimilco, Tláhuac, Iztapalapa y alrededores para alimentar a peninsulares, criollos, mestizos y quien lo necesitara.

Pintura de castas, Miguel Cabrera. 

Imaginemos la Plaza del Volador, en pleno Centro Histórico, ahí llegaban por medio de canoas tanto hombres como mujeres dispuestos a intercambiar la cosecha de la chinampa, aquella tradicional isla flotante y lacustre de cultivo, por algo de valor, en el barullo de esa colonia naciente, donde entre sonidos, aromas, y colores la vendimia se convirtió en la continuación de uno de los soportes económicos más socorridos incluso desde la época prehispánica.

Las mujeres formaban y forman parte importante de este ciclo económico encargándose también de las labores domésticas; la siembra, su cuidado y cosecha ha sido parte del conocimiento femenino, aunque no siempre sean tomadas como protagonistas.

Ubicándonos en el Siglo XVIII, con ya trescientos años de dominio español, donde las actividades de la mujer eran restringidas al hogar o los monasterios, la Nueva España comenzaba a ser una nación distinta a la de los conquistadores, y con ello el sentimiento de independizarse de la corona española.

Continuará…

 

 

Referencias:

  • Tena, Rafael. “La religión mexica”. Arqueología Mexicana, México, Edición especial 30, abril 2009
  • Ezcurra, Exequiel. De las chinampas a la megalópolis. México, SEP, FCE, 1991.
  • Sierra, Carlos. Historia de la navegación en México. México Departamento del Distrito Federal, Secretaría de Obras y Servicios, 1973.