Regulación de las relaciones sexuales del hombre individual y socialmente
Difundido por WebIslam Introducción
No podemos pasar por alto un problema tan inherente al hombre,
individual y socialmente, como la regulación de las relaciones sexuales.
Es éste un tema que ha inquietado desde siempre a todos los dirigentes:
educadores, religiosos, políticos, etc.
Las relaciones sexuales aparecen
como la más primaria de las asociaciones humanas. El individuo, antes
de constituirse en grupos, clanes, tribus o comunidades, comienza por el
cimiento de toda unión, la pareja. Ésta, erguida en familia, ha merecido
la denominación de “célula de la sociedad”. En las páginas siguientes no
pretendo averiguar la evolución histórica de la pareja, ni su estructura
legal dentro de la comunidad islámica. Intentaré simplemente acercarme
a las orientaciones que el Islam prevé para un sano desarrollo del
hombre en su vertiente sexual. Nuestra atención estará marcada por el
hecho educativo, lejos de las instituciones más o menos vigentes dentro
del mundo arabo-islámico.
Dimensión psicológica y espiritual del matrimonio
El análisis de las causas y consecuencias de esta organización humana
requeriría amplias y complejas consideraciones que no atañen
demasiado a nuestro objetivo. Por ello, daremos por hecho la existencia
de la pareja y nos limitaremos a las enseñanzas que intentan solidificar
su vida conyugal.
La primera lección que impartió el Islam dentro de este ámbito fue
inculcar la idea de la igualdad entre ambos sexos. Sólo así era y sigue
siendo posible la edificación de un hogar sobre bases que, a su vez,
contribuyan a la humanización del hombre. Este paso, elevar a la mujer
desde su precaria condición social en la Arabia preislámica [3] a su
categoría merecida, es uno de los capítulos más sugestivos dentro del
programa educativo de Muhammad. Esto requiere un estudio profundo
que de momento rebasa nuestras intenciones.
Una vez suprimida la bárbara costumbre, entre muchos árabes,
de sacrificar a las hijas enterrándolas vivas, se enseña: “Os ha
creado de una sola alma, y de ésta creó su pareja.” [4] (39, 6)
Más adelante volveremos sobre el contenido de la primera parte de la
aleya. Fijémonos, de momento, en la segunda. La enseñanza no deja
lugar a dudas: aceptada la existencia de Dios y la propia sumisión a Él,
ya no cabe una distinción entre los dos sexos. Porque ambos han sido
creados a partir de un solo Principio. Así se establece la igualdad a nivel
metafísico o esencial. En lo concerniente a lo existencial o, si se prefiere,
biológico, nos encontramos con la siguiente aleya que corrobora la
anterior identificación: “Él ha creado la pareja, varón y hembra, de un
esperma cuando se eyacula.” (53, 45)
De este modo se acerca más a la mentalidad del auditorio. Aparte del
significado científico que inspira esta aleya –y otras más explícitas
aún que dejamos de lado– hay en esta orientación una casi intuitiva
sugerencia. En principio, cualquier individuo es capaz de deducir la
igualdad entre los dos sexos. El que ambos procedan de un esperma
anula, teóricamente al menos, las diferencias hasta entonces sostenidas.
Si a partir de un hecho, la cohabitación fecundante, se origina un varón
o una hembra, el fenómeno motiva más a la investigación de las causas
que a la defensa de la superioridad de los hombres y la inferioridad de
las mujeres.
Muhammad utiliza una expresión muy sugestiva para referirse
a la igualdad de los seres humanos, varones y hembras; viene a
decir: “Cierto, las mujeres son hermanas de los hombres.” [5]
Digo sugestiva porque el término árabe que traducimos por hermanas
es shaqâiq. La primera connotación de shaqâiq es “la mitad exacta de
una cosa”, siendo la segunda “hermanos de un mismo matrimonio”.
Ello sugiere que, además de las adecuadas relaciones que exige el ser
hermano, constituyen dos partes equivalentes del fenómeno humano. Así
pues, tanto unidas como separadas, estas dos mitades son perfectamente
iguales.
Asimilada, por lo tanto, esta primera lección, la índole de la respuesta de
los varones hacia las mujeres depende de la idiosincrasia de cada uno de
aquéllos. Así parece constatarlo este hadiz: “El noble trata a las mujeres
con nobleza, y sólo el vil las desprecia.” [6]
Sobre este cimiento descansan, o deben descansar, las relaciones entre
los dos sexos, como integrantes de la sociedad humana, inconcebible sin
la participación de ambos. Cuando estas relaciones se llevan al campo
matrimonial, la convivencia adquiere nuevas dimensiones. Considérese
esta aleya: “...Creó para vosotros, de vuestra sustancia, esposas para
vuestro sosiego, y originó entre vosotros cariño y bondad.” (30, 21)
Aparecen en esta aleya cuatro vínculos básicos para la interacción
conyugal. Convendría analizarlos detenidamente y por separado. El
primero reitera la idea desarrollada antes, la igualdad entre ambos sexos.
Porque las mujeres han sido creadas de la misma substancia de los
hombres o, si se prefiere, de la misma especie: la expresión que utiliza
el Libro es min anfusikum, es decir, “de vosotros mismos”. También
puede traducirse por “de vuestras almas”, puesto que anfus es el plural
de nafs, alma. Sucede, sin embargo, que los exegetas tienden a equiparar
el término a ŷi‘ns: substancia, especie, género. Sea lo que fuere, la idea
principal subyace a todas las interpretaciones.
El segundo y el tercer vínculo nos llevan a la consideración de dos
vocablos utilizados en la aleya: sakan y mawadda. El primero denota
sosiego, reposo, paz, tranquilidad; el último, amor, cariño, deseo, anhelo.
Pues bien, si tomamos ahora la palabra, ya analizada, shaqâiq en su
sentido de “mitades”, tendremos una constante y mutua búsqueda de las
dos partes para reanudar la unión original. En esta continua necesidad
del encuentro, cada uno de los consortes aparece como sakan, sosiego
para el otro. El hecho de que el término que nos ocupa este precedido
por la partícula lam (L), en su acepción “para”, hace de él, desde nuestro
punto de vista, una de las finalidades del matrimonio. En este caso,
sakan significaría felicidad. Ahora bien, junto a esta búsqueda como
tendencia innata, dada la esencial unidad, entra un factor energético:
mawadda, cariño.
Dicho en términos psicológicos, la mawadda sería la energía
psicofisiológica que origina el movimiento de un sexo hacia el otro;
este proceso representaría la ruptura del equilibrio y, por consiguiente,
la búsqueda de la restauración del mismo; este último estado sería,
precisamente, el sakan , el sosiego, el encuentro gratificador. Y puesto
que la vida humana parece una gama y amalgama de situaciones
dinámicas, el matrimonio se manifiesta como un constante mawadda y
sakan, anhelo y sosiego, tensión y recompensa.
El cuarto y último vínculo juega un papel que viene a ser una especie de
fondo para la vida matrimonial; un fondo que representa o debería
representar la constante del mismo. Cabe enunciarlo de la siguiente
manera, volviendo a la terminología psicológica: la gratificación o
recompensa derivada de sakan, como encuentro de los cónyuges,
conduciría a la rahma, la bondad. Sería la expresión espiritual del amor
vivenciado [7] . Este sentimiento haría la función de lazo purificado y
vivificador. Intentaré explicarme: es bien sabido, en principio y
teóricamente, que los deseos del hombre, una vez gratificados, pierden
su energía anterior y cambian de dirección, por así decirlo. Incluso se ha
hablado de la autonomía funcional de los deseos, la independencia de los
motivos superiores respecto de los inferiores, de los cuales parecen
proceder. Pues bien, invoquemos de nuevo el vocablo mawadda; ya
sabemos que significa principalmente “cariño”. De este modo, se
manifiesta, dentro del matrimonio, como un conjunto de motivos
humanos como, por ejemplo, estima, sexo, autoafirmación, etc. Estas
necesidades son susceptibles de una especie de aplacamiento, como
efecto de la consumación repetitiva de la vida conyugal. Mitigados estos
impulsos, pues, pueden debilitarse los lazos que unen a los esposos. A
este nivel, el aburrimiento suele hacer su aparición en el escenario
matrimonial. Este nuevo y amenazante fenómeno es capaz de generar un
paulatino y mutuo distanciamiento de los consortes. Los tratadistas del
tema aconsejan e idean toda una gama de medios para salvaguardar la
unión. Pero atengámonos a nuestra línea de análisis y digamos que la
rahma, factor que debe subyacer en las relaciones de pareja, entraría
ahora en acción. Y como sentimiento más purificado que los motivos
mencionados, se convierte en un factor que vivifica dichas relaciones.
Dada su riqueza espiritual, puede hacer su aparición en múltiples
formas: comprensión, colaboración, entrega, valoración y, para decirlo
en una sola imagen, consideración constante de cada uno de los esposos
al otro. En realidad, la rahma es de un profundo significado; tanto es así
que los pensadores musulmanes ven en ella la esencia del Islam. Más
adelante volveremos sobre algunos de sus alcances psicológicos.
Para afianzar este vínculo intervienen, a mi modo de ver, las siguientes
recomendaciones, entre otras. Dice el Libro: “Convivid con ellas (las
esposas) como es debido.” (4, 19)
La convivencia “como es debido” es un hecho que debe practicarse
siempre; éste debe ser el clima que reine en el hogar. No obstante,
el contexto de esta expresión nos hace pensar en la existencia de
dificultades, desde el punto de vista de la adaptación matrimonial.
Parece que el conjunto de motivos englobados en el vínculo mawadda
(amor) pierden su intensidad. Es el momento durante el cual, según
aludía antes, surge el aburrimiento. Sensación ésta que puede degenerar
en antipatía e, incluso, en rechazo. La segunda parte de la aleya
anterior habla de odio (karâhiya), y viene a decir: “...Y si las odiáis,
tal vez odiéis algo en lo que Dios pone un bien abundante.” ( Ibidem.)
Muhammad, a su vez, hace hincapié en un procedimiento muy
significativo para toda la convivencia humana y aconseja: “Si un
rasgo de su esposa desagrada al marido, que otro le satisfaga.” [8]
Es una enseñanza que cabe incluirse dentro de la “ley de compensación”
que, como es sabido, constituye una de las bases de la doctrina adleriana.
Claro está que esta compensación viene a ser aquí una especie de
proyección consciente, efectuada por el esposo en relación con su mujer.
La famosa “ley de pregnancia” se convierte en una actitud provocada.
Ya no es sólo una tendencia del individuo a conferir mejor forma a
las imágenes preceptivas, sino una conducta valorativa de los rasgos
positivos de la esposa. De esta manera, la orientación anterior aparece
como si consolidara estas tendencias humanas al perfeccionamiento
perceptual de la realidad. Con ello estimula y vigoriza, principalmente,
esos dos vínculos que, según el Libro, Dios ha creado para el bienestar
de la pareja: mawadda y rahma, amor y bondad.
Otro hadiz considera la demostración de estos dos principios como
una de las notas distintivas del hombre. Viene a decir: “El mejor de
los creyentes es el más virtuoso y el más afectuoso con su mujer.” [9]
En este sentido abundan los estímulos, llegando a tomar un cariz
suprarracional. La consideración de la esposa, más allá de las
necesidades e instintos, se convierte en un hecho religioso. Al hombre se
le recompensa, metafísicamente hablando, por dicho comportamiento.
Así lo sugiere el profeta en este hadiz: “El que vayas a la mezquita (para
rezar) y el que estés al lado de tu mujer tienen la misma recompensa.”
[10]
Incluso lo que, en la institución islámica, es un deber del varón hacia su
esposa, lo eleva Muhammad a la categoría de sadaqa, con todo su rico
y humanizante significado [11] . Nos serán suficiente, en este sentido,
dos hadices. Primero: “El sustento de la mujer por parte del marido es
una sadaqa.” [12] Segundo: “Lo primero que se pondrá en la balanza
del individuo (en el más allá) será lo que destina a su mujer.” [13]
Creo que, en el fondo, no se trata del sustento en el sentido primario
del término. Este es un derecho de la esposa y, por añadidura, un
deber del marido. Lo que parece pretender el profeta es la creación de
un clima matrimonial sobre sólidas bases, entre las cuales se halla la
generosidad. De hecho, la falta de generosidad para con la esposa es
vista por Muhammad como el más vil de los rasgos del marido. Dice al
respecto: “El peor de los hombres es el que restringe (los gastos) a su
mujer.” [14]
Dentro de este capítulo de la educación matrimonial, no se ha olvidado
el profeta del papel que juega la mujer en esta primaria institución
social. En primer lugar, y como división de funciones, ella es la dueña y,
por consiguiente, la responsable del hogar: “El hombre es la cabeza de la
familia, y la mujer lo es de su casa.” [15]
En otra ocasión, vuelve a enseñar: “El hombre es el protector (râ‘i) de
su familia y es responsable de ella; la mujer es la protectora (râ‘iya)
de la casa de su marido y de sus hijos, y es responsable de ellos.” [16]
Junto a esta delimitación activa de papeles, se estimula a la mujer a un
comportamiento que le valga el calificativo de imra’a sâliha, que puede
traducirse por “mujer honrada, íntegra, bondadosa, apta, virtuosa.” Las
denotaciones de sâlih sugieren la imagen de una mujer que se sitúa en
la cúspide de la escala de valores humanos. Los dos hadices siguientes
aluden a una amplia gama de significados y merecen un extenso análisis
que nuestras circunstancias no permiten. El primero viene a decir: "A
quien Dios le ha dado una mujer virtuosa (sâliha) le ha ayudado a la
(observancia de la) mitad de la religión.” [17] El segundo afirma: “La
vida es (un conjunto de) bienes; el mejor bien de la misma es una esposa
virtuosa (sâli ha)." [18]
Piénsese en el papel que juega la mujer en la vida, como esposa y como
madre, y se pondrán de manifiesto las imágenes que encierran estos
hadices. Ya hemos visto el lugar que ocupa en la educación de los hijos
y, como consecuencia, la categoría que se le concede. En su función
de esposa se nos revela también en primera línea. En la vida espiritual
del marido representa el cincuenta por ciento de los valores que aquél
conquista o pueda conquistar. De una manera general, y particularmente
en relación con los bienes mundanos, aparece ella como el bien por
excelencia. Así pues, las repercusiones psicológicas y sociológicas de
la esposa sâliha se hacen incalculables. Puede partirse de ambos hadices
para elaborar el perfil de la mujer sâliha y analizar su alcance familiar y
social.
En el polo opuesto se halla este tipo de esposa que Muhammad describe
en este hadiz: “Pedid a Dios que os libre de tres hechos mortíferos: [...] y
de la esposa perniciosa que, estando con ella, te agrede y, en tu ausencia,
te traiciona.” [19]
Puede imaginarse la atmósfera de un hogar que flota sobre la agresividad
y la traición. Son dos notas que, tarde o temprano, pueden aniquilar la
vida matrimonial, destruyendo el hogar.
Dimensión sexual del matrimonio
Hasta ahora hemos analizado los vínculos matrimoniales desde una
perspectiva primordialmente psicológica y espiritual. ¡Qué duda cabe
que las relaciones sexuales se hallan en la base de la interacción de
pareja! Si volvemos a plantear de nuevo los dos plazos considerados –
mawadda y sakan, cariño y sosiego– nos percataremos de que subyace
en ambos la vida erótica. No obstante, teniendo en cuenta que este
programa educativo no se ha limitado a simples sugerencias, sino que
existe una intervención directa, vayamos a las explícitas enseñanzas de
este tipo. Las aleyas y hadices que regulan estas relaciones nos permiten
ver que la problemática ha sido puesta de relieve en sus propios
términos.
En primer lugar, nos salen al encuentro dos aleyas formuladas a modo
de respuestas a unos interrogantes suscitados en derredor de la cuestión.
La primera dice: “Te preguntarán sobre (las relaciones matrimoniales
en el curso de) la menstruación. Diles: ‘ello es perjudicial’. Apartaos
de las mujeres durante la menstruación y no os acerquéis a ellas
hasta el término de la misma. Y cuando estén purificadas (lavadas)
cohabitad con ellas por donde (o como) Dios os ha mandado.” (2,
222) La segunda, que es inmediata a la anterior, establece: “Vuestras
mujeres son vuestra labranza; disponed de ellas como queráis.” (2, 223)
En lo que atañe a la primera aleya, cabe distinguir tres aspectos. Uno,
el carácter perjudicial de la menstruación. El segundo se halla en la
expresión “apartaos de las mujeres...”; este apartarse, corroborado
por “no os acerquéis a ellas hasta el término de la menstruación”, se
prestó a varias interpretaciones. Entre otras, se entendió en el sentido
de no convivir con la esposa ni siquiera en la misma habitación,
como era costumbre entre algunos grupos. El profeta, sin embargo,
aclaró los límites en esta frase: “Haced todo salvo el coito.” [20]
El tercer aspecto nos lo ofrece la segunda parte de la aleya: “cuando
estén purificadas (lavadas) cohabitad con ellas por donde (o como) Dios
os ha mandado.” De una parte, nos encontramos ante uno de los motivos
de dicha prohibición, la higiene. Acerca de esto no existen dudas ni
controversias entre los exegetas, ya que la aleya utiliza dos vocablos
suficientemente claros: tuhr y tatahhur. El primero significa “fin de
la menstruación”, y el segundo, la subsiguiente ablución general. La
polémica gira alrededor del segundo párrafo: “por donde (o como) Dios
ha mandado.”
Esta diversidad de opciones se registra también en lo concerniente
a la segunda aleya, que vuelve a utilizar una frase semejante a la
anterior: “Disponed de vuestra labranza como queráis.” De todos
modos, la mayoría de los exegetas infieren tanto de una como de otra
expresión que, primero, sólo es permitida la coahabitación por la vagina
y, segundo, que los esposos son libres de adoptar la postura que quieran.
Respecto de esto último, dice el profeta: “De frente o a la inversa,
siempre que sea por la vagina.” [21]
Ambas aleyas y ambos hadices aluden a la existencia de problemas en
este ámbito. Parece lógico que la joven comunidad replantee su modus
vivendi a la luz de la nueva ideología. Este replanteamiento incidió
también sobre la problemática sexual. Las enseñanzas acumuladas
al respecto evidencian, por una parte, los tabúes subyacentes a la
vida erótica; por otra, el enfrentamiento explícito con el tema, que
Muhammad llevó a cabo. Hay un hadiz que por si solo merece una
detenida meditación. Pone de manifiesto una considerable captación de
la realidad sexual femenina, al recomendar: “Cuando alguno de vosotros
cohabite con su mujer, que le sea cumplidor. Si obtiene el orgasmo y
cumple su necesidad antes que ella, que no se apresure hasta que ella
tenga el suyo.” [22]
Cualquier tratado de sexología nos muestra hasta qué grado constituye
un acierto este consejo. Parece fuera de dudas, en general, la lentitud
orgásmica de la mujer en comparación con el hombre. Ello ha sido y
sigue siendo motivo de muchas investigaciones biológicas, psicológicas
y sociológicas. Hoy se yergue la sexología en una disciplina que lucha
por especializarse. A la luz de la misma, el haditz en cuestión se revela
como una de las bases de la educación sexual. “Ser cumplidor” con
la esposa y ayudarla a la consecución de su orgasmo constituye un
capítulo fundamental dentro del programa de educación sexual, pues
las frustraciones e insatisfacciones sexuales de la mujer pueden abrir
una brecha en el bienestar de la pareja. Se ha observado, por ejemplo,
que la frigidez se debe, también y en gran medida, al comportamiento
inadecuado de su compañero.
La psicología de la mujer resulta distinta a la del hombre, no
sólo de una manera general, sino particularmente en el desarrollo
psicosexual: “El amor afectivo, en el que la ternura se asocia al impulso
erótico, constituye el prototipo del amor femenino, amor mucho más
exclusivo que el masculino, y en cuya base existe el deseo siempre
renovador de entregarse al ser amado incondicionalmente.” [23]
Para dar fin a este epígrafe, conviene aludir al problema de la fidelidad
conyugal y al dominio del impulso sexual por parte del individuo. La
ideología islámica se esfuerza en hacer consciente al hombre de esta
cuestión. Ya hemos visto que entre los bienaventurados están “quienes
protegen sus órganos genitales.” (70, 24). Asimismo, se reitera en otro
lugar: “Quienes protegen sus genitales, varones y hembras.” (33, 35)
Naturalmente, “quienes protegen sus órganos genitales” son aquéllos
que evitan las relaciones sexuales ilegales. Para ello, coadyuvan todos
los principios educativos que se dirigen a consolidar los fundamentos
morales de la conducta. Añadamos aquí una recomendación de tipo
preventivo: “Di a los creyentes que eviten la mirada (a las mujeres
ajenas) y protejan sus genitales [...] y di a las creyentes que eviten
la mirada (a los hombres extraños) y protejan sus genitales, y no
muestren sus adornos, salvo lo que se haya a la vista.” (24, 30-31)
Notas
[1] Extracto del capítulo VIII del libro La ideología islámica:
dimensión psicoeducativa, Instituto Hispano-árabe de Cultura /
Instituto Internacional de Estudios Laborales, Madrid, 1977. págs.
223-235. (Nota de la Redacción).
[2] Abderraman Cherif-Chergui nació en Marruecos, es Profesor
en la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciado en Filosofía y
Letras y Doctor en Psicología. (Nota de la Redacción).
[3] Para saber más sobre la situación en la Arabia preislámica, véase
Abdelatif Oufkir, Sociedad y cultura de la Arabia preislámica:
un análisis a través de su poesía , Revista Alif Nûn nº 36, marzo de
2006. (Nota de la Redacción).
[4] Para la versión en castellano del Corán hemos utilizado la
traducción del profesor Juan Vernet. Las citas coránicas vienen
indicadas con dos cifras entre paréntesis separadas por una coma.
La primera cifra hace referencia al número de la sura (capítulo) y la
segunda al número de la aleya (versículo).
[5] Al-Ajlâq wa-l-wâ ŷibât, 112. Colección de hadites.
[6] Ibidem., 113.
[7] Esta dimensión espiritual del amor entre ambos sexos ha sido
tratada extensamente dentro del mundo islámico tradicional. Para
más información, véase Ramón Mujica Pinilla, El collar de la
paloma del alma: Amor sagrado y amor profano en la enseñanza de
Ibn Hazm y de Ibn Arabi, Ediciones Hiperión, Madrid, 1990. (Nota
de la Redacción).
[8] Colección de hadites Sahih Muslim, Tomo 2, Libro 4, pág. 178.
[9] Colección de hadites Al-Ajlâq wa-l-wâ ŷibât, 98.
[10] Ibidem.
[11] En términos generales, sadaqa es aquello que se entrega a
otro desinteresadamente. Puede tratarse de bienes materiales o de
acciones y comportamientos correctos y benéficos para los demás.
(Nota de la Redacción).
[12] Colección de hadites Ŷawâhir al-bujârî wa sharh alqustalânî,
377.
[13] Al-Ajlâq, ob. cit., 99.
[14] Ibidem.
[15] Ibidem., 96.
[16] Sahih Muslim, ob.cit., Tomo 3, Libro 6, pág. 8.
[17] Al-Ajlâq, ob. cit., 101.
[18] Sahih Muslim, ob.cit., Tomo 2, Libro 4, pág.178.
[19] Al-Ajlâq, ob. cit., 208.
[20] Comentario coránico (tafsir) de Ibn Katir, tomo 1, pág. 458.
[21] Ibidem, tomo 1, pág. 461.
[22] Al-‘Aqqâd: ‘Abqariyatu Muhammad, pág. 96.
[23] Noel Lamare, Conocimiento sexual de la mujer, pág. 102.
[24] La aleya continúa diciendo: “Así pues, que se cubran el escote
con el velo [...] y que no hagan oscilar sus piernas (al caminar) a
fin de atraer la atención sobre sus atractivos ocultos”. Extraído de
El mensaje del Qur’an (Traducción y comentarios de Muhammad
Asad), Junta Islámica, Córdoba, 2001, págs 531-532. (Nota de la
Redacción).
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