La agresión israelí y la estrategia energética del Imperio Global Privatizado
Ppara comprender lo que está sucediendo en Medio Oriente hay que tener en cuenta los parámetros del Imperio Global Privatizado
15/02/2002 - Autor: Víctor Ego Ducrot - Fuente: www.elcorresponsal.com
Ariel Sharon quiere tener su propio 11 de septiembre. Por eso recurre al mito del "terrorismo", lo mismo que hizo y hace George W. Bush. Sharon y Bush expresan el ala fascista del Imperio Global Privatizado. La escalada violenta de Tel-Aviv fue posible porque Washington y sus intereses petroleros y energéticos se afianzaron en Asia central. La actual política de Israel y de su aliado principal, Estados Unidos, pueden ser entendidas en el marco de la estrategia de dominación imperial.
No es casual que Irak e Irán se hayan pronunciado en favor de un bloqueo petrolero a Estados Unidos mientras ese país mantenga su apoyo estratégico a las políticas fascistas del gobierno de Ariel Sharon. Ni los iraquíes ni nadie medianamente informado cree en los gestos oportunistas de Washington, como ese reciente de pedir un alto el fuego en Medio Oriente y de anunciar un viaje del secretario de Estado a la región.
Pero hay más. Tanto el gobierno de Bagdad como el de Teherán saben que están en la lista de los próximos objetivos militares de Estados Unidos, que, encubierto tras una supuesta campaña contra el "terrorismo internacional", busca consolidar posiciones definitivas sobre el escenario territorial estratégico de la próximas décadas en materia petrolera y energética.
Lo que Bagdad y Teherán deben saber por experiencia propia es que esa política norteamericana es tal en la medida que se comprenda a Estados Unidos como capital o punto neurálgico de lo que denominamos Imperio Global Privatizado (IPG).
El IPG es un categoría de análisis que hemos empezado a desarrollar en los libros El color del dinero (1999) y Bush & ben Laden S.A (2001), ambos editados por el Grupo Editorial Norma, de Buenos Aires. En ella se considera que la confrontación esencial que tiñe al mundo contemporáneo, especialmente a los países en desarrollo o dependientes, es la que se entabla entre las distintas facciones del corporativismo financiero globalizado. Dentro de ese esquema de enfrentamientos corporativos, la facción o segmento dominante es el IPG, encabezado por Estados Unidos.
Para consolidar esa posición de liderazgo, Estados Unidos debió cumplir con su larga trayectoria de potencia capitalista, en la que la concreción de la mayor acumulación financiera de la historia y su triunfo en la Guerra Fría no son datos menores. Si embargo, lo que terminó de ubicar a Estados Unidos a la cabeza del IPG fue su capacidad para convertirse en el primer país capitalista central de gestión política privatizada, proceso que se inició en profundidad durante la década del ´80 después del Irangate.
De cara a las regiones periféricas, sean los territorios palestinos, Asia central o América latina, el IPG tiene un modelo tipo, consistente en la licuación de las naciones-estado y su reemplazo por sistemas de gestión política privatizada, en manos de los grupos corporativos. Para ello el IPG, hoy encarnado en la administración agresiva de George W. Bush, prevé la instauración de un nuevo tipo de control social fascista.
Pero volvamos al Medio Oriente. Después de recordar aunque sea en forma más que abreviada las características sobresalientes del IPG podemos interpretar el verdadero sentido de las posiciones que acaban difundir los gobiernos de Irán y de Irak, según se desprende de lo publicado por varios medios periodísticos del planeta, entre ellos por el diario mexicano La Jornada.
Al mismo tiempo, las monarquías del Golfo Pérsico expresaron su respaldo a los palestinos ante la "agresión salvaje" de Israel y le recordaron a Washington sus intereses en la región, mientras que otros países árabes y musulmanes condenaron las tropelías israelíes sobre Ramallah, y en varios países como Egipto se efectuaron multitudinarias protestas de repudio a Israel y Estados Unidos. Incluso Bahrein llamó a romper todo vínculo diplomático con Israel por "las agresiones israelíes sobre el pueblo palestino", en tanto que Siria advirtió a Estados Unidos -aunque sin citarlo por su nombre- que sus intereses económicos en la región estarán amenazados de proseguir su apoyo político y militar a Israel y su política "criminal" encaminada a "expulsar a los palestinos del resto de los territorios mediante el terrorismo y la represión".
No obstante, Venezuela, el cuarto exportador mundial de crudo, desestimó la iniciativa. "Nuestro país ha sido un abastecedor seguro por largo tiempo y nunca ha apoyado un embargo. Caracas ha estado siempre en contra de tales medidas", dijo el viceministro de Energía y Minas del país sudamericano, Bernardo Alvarez.
La Liga Arabe condenó la agresión israelí contra ciudades, pueblos y campamentos de refugiados palestinos, y pidió la solidaridad internacional para acabar con tales ataques, así como contra el acoso al que ha sometido a Arafat. Por ello, instó a que se aplique la resolución 1402 del Consejo de Seguridad de la ONU referida al retiro del ejército israelí de los territorios palestinos ocupados. La Organización de la Conferencia Islámica (OCI) no manifestó mucho apoyo al plan iraquí. Irán sostuvo que el arma del petróleo dependerá de una decisión colectiva de los países musulmanes, y rechazó además la acusación de Estados Unidos de apoyar ataques terroristas en Cisjordania al señalar que los atentados suicidas de los palestinos son una forma de resistencia a la ocupación israelí, por lo que no se trata de dar apoyo o no darlo, y que tales acciones no se pueden comparar con los atentados terroristas en Washington y Nueva York.
Más allá de la falta de homogeneidad política entre los países árabes y del Islam -sin olvidarse de las vacilaciones de algunas de las piezas de ese tablero complejo- a nadie debería escapársele la oportunidad, el momento elegido por el gobierno ultraderechista de Israel para lanzar su agresión al pueblo palestino, con aparente falta de temor por las reacciones que la misma pueda provocar. El Estado de Israel, apoyado por Washington, se decidió ahora y no antes a esta verdadera política fascista porque primero Estados Unidos debía asegurar el éxito de su campaña contra Afganistán, montada ésta también bajo el manto de la supuesta lucha contra el "terrorismo internacional".
A nadie en Estados Unidos le importa ya el paradero, el destino y la suerte del tal Osama ben Laden -en realidad nunca le importó, según lo planteamos en notas anteriores y en el libro Bush & ben Laden S.A.-, puesto que ya tiene casi asegurada su hegemonía en una de las zonas petroleras y energéticas más importantes del planeta.
Asia central, el "mare nostrum" energético del Imperio Global Privatizado
En los últimos días, el ya citado diario La Jornada y otros medios de distintos lugares del mundo informaron que la empresa Union Oil Company of California, más conocida como Unocal, ejerce un papel determinante en el diseño de la política de Estados Unidos en Asia central. La Jornada sostuvo casi textualmente que el objetivo inmediato de ese gigante petrolero, apenas encubierto desde la Casa Blanca con la retórica de la lucha contra el terrorismo a escala global, es encauzar la transición postalibán en Afganistán de acuerdo con sus propios intereses.
Para eso están Hamid Karzai y Zalmay Khalilzad, jefe de gobierno interino y representante personal del presidente George W. Bush en Kabul. Ambos supieron ser asesores del actual inquilino de la Casa Blanca. Estos personajes tienen la misión de resucitar el proyecto de un gasoducto transafgano. Apenas dos días después del comienzo de los bombardeos contra Afganistán, el tema fue discutido en Islamabad por el ministro de Petróleo de Pakistán, Usman Aminuddin, y la embajadora de Estados Unidos, Wendy Chamberlain.
La crónica del influyente periódico paquistaní The Frontier Post, en su edición del pasado 10 de octubre, pone en boca del ministro Aminuddin un tranquilizador mensaje para los accionistas de Unocal: "El proyecto (del gasoducto transafgano) abre nuevas posibilidades para la cooperación regional multidimensional, particularmente a la luz de los recientes acontecimientos geopolíticos en la región". Empresa originaria de un país que después del Irangate privatizó sus políticas de Defensa y Exterior, Unocal recurrió a la compañía American Overseas Private Investment Corp.
La petrolera norteamericana reitera el esquema que aplicó al frente del consorcio CentGas, cuando quiso hacerse socio de los talibanes. Aquel proyecto tuvo un costo aproximado de 2 mil millones de dólares y consideró una extensión hacia India, con un adicional de 600 millones de dólares. Unocal creó el consorcio Central Asia Gas (CentGas), junto con el gobierno de Turkmenistán y compañías de seis países: Delta Oil, de Arabia Saudita; Indonesia Petroleum; Itochu Oil Exploration, de Japón; Hyundai Engineering and Construction, de Corea del Sur; Crescent Group, de Pakistán, y Gazprom, de Rusia. Unocal, por supuesto, se reservó el papel decisivo al controlar 54 por ciento de las acciones de CentGas.
Las negociaciones fracasaron por dos razones: los talibanes consideraron insuficiente la suma de 100 millones de dólares por año para permitir el tránsito del gas turkmeno por su territorio, y el mullah Omar, su líder, quiso usar el gasoducto como presión política para lograr que el régimen fundamentalista fuera reconocido por Estados Unidos y la comunidad internacional.
Este entramado de intereses no es ajeno a la estrategia del Imperio Global Privatizado para Medio Oriente. Por el contrario, ayuda a explicar la impunidad con que parece moverse el fascista Sharon. Sin embargo, se trata de un entramado que no es novedoso. Fue ampliamente analizado y desde cierto punto de vista previsto en el libro Bush & ben Laden S.A., del cual citaremos algunos párrafos.
En ese texto, publicado en noviembre del año pasado, afirmábamos que "la caída del régimen talibán y una paz duradera en Afganistán permitirían, a mediano plazo, desbloquear las rutas del petróleo y del gas natural del Mar Caspio y de Asia central hacia otros mercados, lo que no sería una buena noticia para los productores del Gofo Pérsico. Las reservas del Mar Caspio y de Asia central son incomparables en volumen a las del Golfo, que representan el 65 por ciento del total a escala mundial, pero podrían convertirse con el tiempo en una especie de pequeño Golfo de México. La referencia al Golfo de México alude a la estrategia frecuente en los países centrales -principales consumidores de petróleo- de recurrir a fuentes de aprovisionamiento alternativas que achiquen su dependencia de los grandes proveedores del Golfo.
La pacificación de Afganistán haría posible entonces que numerosos proyectos empresarios avancen -como los del petróleo y el gas del Mar Caspio, de Tutkmenistán y Kazakhstán-, con el propósito de abastecer las necesidades de Paquistán, India y otros mercados que se encuentran en la rampa de lanzamiento hacia su conversión en grandes consumidores de energía, en especial China, calificada por el Fondo Monetario Internacional, desde mediados de la década del ´90, como la gran economía emergente del siglo XXI.
Si los Estados Unidos lograran el control de Afganistán, las empresas norteamericanas podrían desarrollar a pleno el gran negocio de la construcción de oleoductos y gasoductos sin tener que atravesar Irán y Rusia, lo que equivale a decir que evitarían tránsitos largos y por consiguiente más costosos, a la vez que cumplirían con los designios de los estrategas del Departamento de Estado y del Pentágono, que no consideran a esos dos países precisamente como aliados seguros.
¿Busca Israel su propio 11 de septiembre?
En el libro Bush & ben Laden S.A. también escribimos lo siguiente: las víctimas de los atentados sobre Nueva York y Washington aún desgarraban con sus gritos de espanto, cuando el stablishment político y mediático ya tenían preparado su juicio y su condena: fue un ataque islámico, decían; fue obra del terrorista Osama ben Laden, aseguraban, aunque no contaban (ni tuvieron después) ninguna prueba fehaciente que lo demostrara. Previsiblemente Israel no demoró en sumarse al coro, comenzando una nueva escalada de ataques sobre los territorios palestinos, al tiempo que su jefe político no ahorraba provocaciones: Israel tiene a su propio Ben Laden y se llama Yasser Arafat, largó suelto de cuerpo.
Hoy vemos que aquellas palabras de Sharon no fueron una bravata. Fueron un preaviso político y una declaración de intenciones ideológicas: se sumaría, como lo hizo, a la teoría "bushiana" del terrorismo internacional como máscara de encubrimiento para la estrategia agresiva del ala más violenta del IPG.
Sharon cumplió con sus amenazas. En nombre de la lucha contra el "terrorismo" lanzó una campaña de caza hitleriana contra Arafat (su Ben Laden propio, según textuales palabras) y arrasa con todo lo que se encuentra a su paso. En ese contexto deben ser entendidas las acertadas palabras de José Saramago, al comparar la naturaleza fascista de la política oficial del Estado judío con los campos de exterminio del Holocausto.
Con el paso tiempo quedó demostrado que, como señalamos en nuestro libro, Ben Laden fue una excusa utilizada por Washington para desarrollar su política de dominación sobre un área económica estratégica (Bush sigue usando el mismo argumento "antiterrorista" en distintos puntos del planeta). De la misma forma hoy está quedando en claro que la ultraderecha judía, encabezada por Sharon, ha demonizado a Arafat porque, aunque parezca increíble, está buscando su propio 11 de septiembre.
Sharon busca victimizarse, como el año pasado lo hizo Estados Unidos, porque ésas son las armas que utilizan los sectores mas derechistas del Imperio Global Privatizado para dirimir confrontaciones intercorporativas (la verdad que se esconde detrás de los ataques a las Torres Gemelas) y para fortalecerse de cara a las negociaciones con las otras facciones del corporativismo financiero y económico global.
Si logra esos objetivos, Sharon (y con él los elementos corporativos norteamericano e israelíes que lo apoyan) se sentirá con mayor fuerza a la hora de sentarse a negociar el futuro del Medio Oriente.
Ese futuro, y por supuesto el escenario político que pretende forzar Sharon con su campaña fascista, fue adelantado hace algunas semanas en nuestro artículo "El Imperio Global Privatizado tiene una estrategia para Medio Oriente: la trama económica del conflicto", publicado por El Corresponsal de Medio Oriente y Africa y otros medios internacionales.
En ese texto afirmamos que el IPG propone un nuevo mapa y en ese sentido, citando al especialista Ibrahim Alloush, destacábamos lo siguiente: la estrategia de desintegración que se está poniendo en práctica en los países árabes y musulmanes de Medio Oriente se ha convertido en una cuestión de máxima actualidad a causa de dos factores interrelacionados que se entrecruzan y refuerzan mutuamente en sus causas y efectos. El primero de ellos está relacionado con el interés general del sionismo, mientras que el segundo tiene relación con el proceso de globalización.
El primer factor tendría su origen en una realidad objetiva por la cual la seguridad real del Estado de Israel no puede darse a largo plazo si no se destruye la identidad árabe-islámica regional o si siguen existiendo en la región Estados o entidades árabes relativamente grandes. La seguridad real del estado de Israel requiere la transformación de la región en una identidad medio-oriental, así como la transformación de sus estructuras políticas y sociales en un mosaico localista. Si la tierra sigue siendo árabe, entonces no hay sitio para una entidad llamada "Israel" en ella. Pero si la identidad regional se transforma en medio-oriental, la presencia anómala de Israel en la misma se normalizaría. Por ello, la seguridad de este estado requiere a largo plazo la puesta en práctica de un proyecto de desintegración con el objeto de crear un vacío regional que permita a Israel jugar el papel de poder subimperial que tanto desea para sí. El proyecto israelí coincide con el de globalización capitalista, cuyos límites vienen impuestos por las corporaciones y las instituciones internacionales, como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC).
En términos parcialmente coincidentes con nuestros planteos acerca del concepto de Imperio Global Privatizado, para Alloush las manifestaciones más evidentes en el terreno político del proceso de globalización se observan en el debilitamiento de la soberanía nacional de todos los países, así como el debilitamiento generalizado de los países del Tercer Mundo. Está claro que los fervorosos llamamientos a favor de la libertad ilimitada de movimiento de mercancías, de los servicios, y del capital, no son en esencia más que llamamientos contra las limitaciones impuestas por diversas naciones sobre el comercio, la explotación de los recursos o los medios de comunicación.
En cuanto a la segunda de las tendencias mencionadas, que necesariamente contribuirá a que se acentúe la debilidad de los Estados nacionales, se trata necesariamente de un proceso que se traduce en el desarrollo de tendencias localistas y etnicistas. De ahí la observación anteriormente apuntada sobre el hecho de que el plan sionista de disgregación del Mundo Árabe en entidades más pequeñas guarda relación con las manifestaciones políticas de la globalización en los países del Tercer Mundo. Los intereses de las empresas multinacionales exigen el debilitamiento de la soberanía nacional en términos generales, y muy especialmente de la soberanía en los países del Tercer Mundo, todo ello con el objetivo de la adquisición de materias primas, mano de obra barata, y de tener a su disposición mercados sin ningún tipo de limitación.
En ese contexto surge el mapa del Nuevo Orden Regional. Este nuevo orden, es un viejo trazado norteamericano-israelí, cuya existencia se intuye ya en varios documentos, como por ejemplo en uno traducido del hebreo al inglés por Israel Shahak en 1982 en la revista Kfanim. El documento refleja la postura oficial de la Organización Sionista Mundial (OSM). En dicho documento se habla de la necesidad de dividir a los países árabes grandes (como por ejemplo Egipto, Siria, Irak, o Arabia Saudita), y del establecimiento de un Estado que sustituya a la actual Jordania. La idea fundamental de esa estrategia es la disgregación de los Estados árabes, y la misma se apoyaría sobre la explosión de luchas intestinas entre diversas facciones y etnias, avivando disputas regionales como es el caso de Jordania.
Dentro del contexto de ese Nuevo Medio Oriente, un Estado palestino se convertiría simplemente en parte integrante del mosaico regional y sería un terreno propicio para el avance de la penetración israelí en la zona. En este contexto, es evidente que los Acuerdos de Oslo entre palestinos e israelíes incluyen toda una serie de artículos relativos al libre acceso del estado de Israel los mercados árabes.
La derecha israelí, representada por el Likud, a causa de sus estrechas miras en lo político y de un paroxismo bíblico que le ha llevado a creer que el control directo sobre trozos de algunos barrios habitados en Hebrón (Cisjordania) tiene más importancia incluso que el avance del proyecto medio-oriental en el plano vital, sigue chocando no ya con el Partido Laborista y otros, sino con las elites gobernantes en Occidente, a quienes también les interesa que el proyecto subimperial avance hacia una etapa más defensiva.
Consecuentemente, las convulsiones de la derecha israelí y su insistencia por mantener las viejas fórmulas del proyecto sionista (es decir, otorgar la primacía al ejercicio de la soberanía directa sobre la tierra frente al
sacrificio de algunos territorios con el objetivo de mantener el control político, cultural y económico en su entorno vital), han empezado a ser un obstáculo para el propio proyecto medio-oriental.
El Imperio Global Privatizado traza muy claras políticas de alianzas y resulta más o menos evidente que, en Medio Oriente, esa política se expresa en la mancomunidad de intereses que existe entre Estados Unidos e Israel. El norteamericano James Petras sostiene que, "a diferencia de la relación de Washington con la Unión Europea (UE), Japón y Oceanía, Israel es quien presiona y obtiene vastas transferencias de recursos financieros (2,8 mil millones de dólares al año; 84 mil millones en 30 años). Israel obtiene transferencias de los más modernos armamentos y tecnologías, acceso sin restricciones a los mercados de EE.UU, libre acceso de emigrantes, el compromiso de apoyo incondicional de EE.UU en caso de guerra y represión del pueblo palestino colonizado, y la garantía del voto de EE.UU en contra de cualquier resolución de Naciones Unidas".
Desde el punto de vista de las relaciones entre Estados, la potencia menor y regional es la que arranca un tributo al Imperio, un resultado aparentemente único o paradójico. La explicación de esta paradoja se encuentra en el poderoso e influyente papel de los judíos proisraelíes en sectores estratégicos de la economía norteamericana, partidos políticos, el Congreso y el poder Ejecutivo, agrega Petras.
Después de todo lo afirmado hasta aquí podemos concluir que para comprender lo que está sucediendo en Medio Oriente hay que tener en cuenta los parámetros generales y estratégicos que utiliza el Imperio Global Privatizado, los que, en este caso y pese a sus contradicciones, se apoyan en la política agresiva de la derecha israelí, con la intención de consolidar la supremacía regional sobre territorios y recursos. Debemos concluir también que esa supremacía sólo podrá ser ejercida por el IPG en la medida que su "solución" para el área contemple también una "solución" más amplia y abarcativa para el Golfo, el Mar Caspio y Asia Central.
* El autor es un periodista y escritor
argentino de vasta trayectoria en temas internacionales. Es autor de los libros
El color del dinero y Bush & ben Laden S.A., ambos editados por el Grupo
Editorial Norma. Además de ser columnista de El Corresponsal (www.elcorresponsal.com), edita el
boletín electrónico La otra aldea (laotraaldea@hotmail.com).
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