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Las referencias de la persecución antisemita se remontan a los albores de la Edad Media. Los cruzados acusaron a los judíos de heréticos por no reconocer que Jesús era el hijo único de Dios o el mesías. En Europa se les consideraba una raza maldita trasmisora de epidemias y enfermedades. Teológicamente se les estigmatizó porque según los evangelios ellos habían condenado a Jesucristo (la traición de Judas) En 1492 los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos por sus imperdonables delitos de usura y blasfemia. Entonces, ante la amenaza de la Santa Inquisición de quemarlos vivos si no se convertían al cristianismo, no les quedó otra alternativa que exiliarse en el norte de África y el imperio Otomano.
No fue hasta finales del siglo XIX que comenzó a utilizarse el término Sionista para definir la doctrina política (emparentada con el nacionalismo moderno) que reclamaba el regreso de los judíos a Eretz Israel. Originalmente el sionismo mantuvo serias divergencias entre diversas facciones que lo constituían; unos más ortodoxos como los Saduceos, Fariseos, Jaridim y Mitnagdim, y los otros, más heterodoxos o laicos, como los Iluministas.
En la Rusia de los zares la iglesia ortodoxa los culpabilizó de todos los males que asolaban al imperio. Una acusación que se tradujo en pogromos, matanzas, asesinatos de tal magnitud que obligaron a más de dos millones de judíos a emigrar a Estados Unidos o Alemania. El líbelo “Los protocolos de los sabios de Sion” contribuyó a justificar dichas acciones criminales. Uno de los pensadores más destacados en esta etapa fue el judío alemán Meses Hess (maestro de Marx y Engels) teórico del Sionismo Comunista, que más adelante se adheriría al movimiento bolchevique. En su libro Rom und Jerusalem (1862) detalla a grandes rasgos la imperiosa necesidad de fundar un hogar nacional judío.
Otra figura relevante en esa época fue el judío polaco Leo Pinsker que impactado por los horrores del pogromo de Odesa en 1871 abandona sus tesis de la convivencia humanista con los “gentiles” y elige el camino de la recuperación de la identidad nacional y la lucha por la independencia. En su obra cumbre “Autoemancipación” (1882) aboga por el pronto despertar de la conciencia judía que despeje el camino a su liberación. Hess fue el fundador del movimiento los Amantes de Sion que emigraron en el año 1883 a Palestina a establecer las primeras colonias.
Ambos pensadores influyeron decididamente en Theodor Herlz, considerado el padre del estado de Israel, abogado y periodista judío de origen austro-húngaro asimilado a la sociedad e los gentiles. En el año 1894 fue testigo, como corresponsal del periódico austriaco Neue Freie Presse en Paris, del caso Dreyffus - un capitán del ejército francés de origen judío acusado de espionaje a favor del ejército alemán y condenado a prisión perpetua en la isla del Diablo (Guyana).-luego se demostraría que era inocente- Este suceso conmocionó a la sociedad europea de la época y dio pie a que Emile Zola redactara el apasionado alegato J’accuse- Herlz fruto de esta traumática experiencia escribió en 1896 “El Estado Judío” ( libro en el que plasma las líneas maestras de lo que sería el futuro estado de Israel) A continuación publica “Antigua y Nueva Tierra” (1902) donde expone el sueño utópico de un Eretz Israel moderno, democrático y próspero. Herlz además se encargó de organizar los Congresos Sionistas con el objetivo de configurar una fuerza política capaz de presionar a las potencias a favor de su causa.
Tras la prematura muerte de Herlz entra en escena Chaim Weizmann (de origen bielorruso pero nacionalizado inglés) –que sería el primer presidente de Israel- jefe de La Organización Mundial Sionista, quien desarrolló una brillante labor diplomática en las altas esferas de la corona británica. Tan dispendiosas gestiones se concretaron en 1917 con la declaración de Balfour (carta mediante la cual el gobierno británico aprobaba la creación de un hogar judío en su Mandato) - los judíos berlineses, por el contrario, se inclinaron por buscar la protección del Káiser Guillermo II de Alemania convencidos en que éste haría valer sus derechos históricos sobre Palestina. (Un plan que fracasó pues las huestes alemanas fue derrotadas en la Primera Guerra Mundial) Weizmann enuncia los principios filosóficos del “Sionismo Sintético” donde advierte a sus correligionarios que la única posibilidad de supervivencia del pueblo hebreo es separarse de los gentiles (cristianos) y crear un estado propio. El gobierno británico les ofreció la posibilidad de fundarlo en Uganda pero la mayoría de los delegados de la Organización Mundial Sionista, fieles al juramento de Sion (la colina donde se construyó el templo del rey Salomón) decidieron por unanimidad que a ellos les correspondía por derecho divino la “tierra prometida”.
En todo caso la emigración a Palestina o aliyáh ya se había iniciado desde la segunda mitad del siglo XIX gracias a las cuantiosas donaciones de personalidades de reconocido prestigio como: el barón Rothschild, Cohn, Fould o Hirsch. Estos filántropos, nobles y millonarios pertenecientes a la Fundación Nacional Judía se comprometieron a patrocinar la compra de tierras a los señores feudales de la Siria Otomana.
No obstante los rabinos ortodoxos y ultra-ortodoxos manifestaron su oposición a los proyectos de los judíos laicos y liberales pues, de acuerdo a las sagradas escrituras, el único que podía conducirlos hasta la tierra prometida era el mesías. Un dogma de fe que se va a derrumbar con el advenimiento en 1933 del Nacional-Socialismo en Alemania. El momento más álgido llegó cuando en 1935 las leyes de Núremberg decretaron la segregación de los judíos. “La raza aria pura no podía mezclarse con esos parásitos sociales que no hacían más que ensuciar la grandeza del Tercer Reich”.
Según los preceptos hitlerianos descritos en Mein Kampf- “ese cáncer debería ser extirpado de raíz” “el águila alemana había sido apuñalada por esos traidores”. A los judíos los despojaron de la ciudadanía, se les marcó con estrellas de David, se les prohibió ejercer sus profesiones y sus propiedades fueron igualmente confiscadas. A tal punto la propaganda Nazi envenenó el ambiente de odio y de venganza que el día 9 de noviembre de 1938 se desató la que pasaría a la historia como la Noche de los Cristales Rotos. En los barrios judíos de las principales ciudades de Alemania una ola de violencia indiscriminada dejó tras de sí una estela de muerte y destrucción.
Los Nazis los acusaron de conspirar en secreto con los bolcheviques para hundir a Alemania en la ruina (no les faltaban agitadores y subversivos: Rosa Luxemburgo, Trotski, Zinóviev, Kámenev o la anarquista Emma Goldman) La suerte estaba echada y en octubre de 1941 el comandante de las SS Himmler decidió aplicar la “Solución Final”. Los judíos fueron confinados en guetos para posteriormente conducirlos a los campos de concentración. Aunque los responsables del “Problema Judío”, entre los que se encontraba el teniente coronel de las SS Eichmann, habían planificado deportarlos a la isla de Madagascar, tras la derrota de la aviación alemana en la Batalla de Inglaterra, el Fuhrer ordenó exterminarlos en las cámaras de gas.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y al descubrirse los terribles padecimientos del pueblo judío, los supervivientes del holocausto reclamaron una tierra de asilo a las potencias vencedoras. Tenían que explotar al máximo el victimismo y los sentimientos de compasión para lograr sus propósitos. Entonces, la comunidad internacional ante un dilema moral tan escabroso resolvió dar luz verde a la emigración masiva de judíos a Palestina.
Otro eminente ideólogo sionista fue Zeev Jabotinsky (judío de Odessa, Rusia imperial) quien al contemplar en 1903 los terribles sucesos del pogromo de Kishiev en 1903, concluyó que para asegurarse la supervivencia no había otra alternativa que construir un estado judío en la Siria Otomana ( Al mejor estilo de la colonización europea etnocéntrica, colonialista y guerrerista) Jabotinsky fundador de la Legión Judía (embrión del Tzahal), las Juventudes Sionistas y la Organización Sionista Revisionista-Likud (que mantuvo estrechos lazos con el fascismo italiano y también negoció con los Nazis la transferencia de prisioneros judíos de los campos de concentración a Palestina) afirmaba que para superar demográficamente a los palestinos había que promover la emigración en masa de judíos de la diáspora. Uno de sus lugartenientes más distinguidos fue Abraham Stern fundador del grupo paramilitar Lehi (que se inspiró en las tácticas de lucha clandestina del IRA irlandés) que cometió cruentos atentados terroristas contra las tropas del Mandato Inglés en Palestina para forzar su retirada.
Los dirigentes sionistas sabían de sobra que el proceso de integración en la sociedad de los gentiles ponía en peligro sus valores identitarios. Era fundamental enaltecer de la cultura judía, su pasado glorioso; sus raíces míticas, el estudio del Talmud y de la Torá.
Deseo que materializó Eliecer Ben Jehuda, sabio especialista en lingüística nacido en la Rusia Imperial, que se propuso resucitar la antigua lengua hebrea, es decir, “el idioma con el que Yahvé creó el mundo”. Ben Jehuda asumió el reto de unificar los diversos dialectos y redactar la gramática del hebreo moderno. En el año 1881 emigró a Palestina decidido a comenzar la enseñanza de la nueva lengua entre los colonos que por su procedencia europea preferían expresarse en yidish, alemán, inglés o francés. Un trabajo colosal que contribuyó al fortalecimiento de la utopía sionista.
El nuevo estado debería dar cobijo a todos los judíos perseguidos y oprimidos de la diáspora: los Askenazis, los Sefarditas, los Mizrahi, los judíos orientales, los Jázaros, Teimanim, Beta Israel, o Parsim hindúes, un nuevo estado exclusivamente judío con capital en Jerusalén (el centro del mundo). Eretz Israel sería la vanguardia de la cultura occidental en su lucha contra la barbarie. (“igualmente liberaría a los nativos árabes sometidos a la esclavitud de una sociedad feudal retrasada y opresora”) Un país civilizado con una industria moderna y tecnología punta al servicio de sus ciudadanos. La colonización la llevarían a cabo los kibbutzim o comunas de pioneros (La propiedad colectiva de los medios de producción tal y como lo pregonaba el marxismo) que desarrollaría una verdadera revolución agrícola vital para consolidar su soberanía e independencia.
La creciente inmigración ilegal judía provocó el estallido de la Gran Revuelta Árabe en 1936. Los nativos palestinos, encabezados por el mufti de Jerusalén Amin-al Husayni, ante la pasividad de las autoridades inglesas, convocaron varias huelgas generales realizando un llamado a la desobediencia civil. La rebelión fue la espoleta que detonó el conflicto entre árabes y judíos cuyas repercusiones se extiende hasta nuestros días.
La victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial tuvo nefastas consecuencias para los países musulmanes. Muchos de éstos se mantuvieron fieles a Hitler hasta el último momento pues coincidían en los mismos objetivos: expulsar a los británicos, el odio a los judíos y el rechazo visceral del comunismo. La siguiente frase pronunciada por el mufti al Husayni (principal aliado árabe del III Reich) nos describe perfectamente sus intenciones: “nuestra condición fundamental para cooperar con Alemania es que nos den vía libre para erradicar hasta el último judío de Palestina y el mundo árabe”.
En 1947 la Unión Soviética ante la Asamblea General de la ONU decide respaldar el Plan de Partición de Palestina. El embajador Andrei Gromyko en un emocionante discurso justificó la creación del estado de Israel para recompensar a los judíos por los sufrimientos padecidos durante el holocausto. Stalin creyó que los colonizadores sionistas, entre los que había un gran porcentaje judíos rusos bolcheviques y organizaciones políticas y sindicales de izquierda como el Paole Sion o la central sindical Histraduth, establecerían un gobierno revolucionario hostil a los intereses occidentales y las monarquías árabes. La Unión Soviética ambicionaba ampliar su campo de acción en el Mediterráneo oriental que es la ruta por donde trascurre buena parte del tráfico petrolífero que abastece a los países capitalistas.
No olvidemos que los soviéticos a través de Checoeslovaquia (operación Balak) proporcionaron buena parte del armamento utilizado por los paramilitares sionistas en la guerra del año 1948 o Nakba. Cuando el 14 de mayo de 1948 Ben Gurion proclamó la independencia del estado de Israel, Stalin fue el primero en reconocerla.
En las elecciones realizadas al año siguiente los ciudadanos le otorgaron el triunfo al partido Mapai (Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel) miembro de la Internacional Obrera y germen del actual Partido Laborista, relegando a un segundo plano al Partido Comunista. Ben Gurión es elegido Primer Ministro y sorpresivamente se alinea al bloque de EEUU y Europa. El mundo libre, el mundo capitalista les espera con los brazos abiertos. Sobre todo, la comunidad judía americana que detenta un gran peso político y económico. Stalin al verse traicionado monta en cólera y suspende las relaciones con Israel iniciando el proceso de acercamiento hacia los países árabes (un hecho clave para comprender lo que significó la Guerra Fría).
Israel sabía de antemano que el armamentismo era su única garantía de supervivencia. Los países árabes habían jurado borrarlos del mapa y necesitaban organizar un ejército poderoso capaz de mantener sus enemigos a raya. En otras palabras, debían militarizar la sociedad, armarse hasta los dientes con aviones de combate, helicópteros, tanques, misiles, fragatas, submarinos o bombas atómicas. Porque sólo a base del terror serían temidos y respetados. Lo paradójico del caso es que los supervivientes del holocausto, aquel pueblo perseguido y masacrado en las cámaras de gas, sin compasión ni remordimiento alguno, va a aplicar la misma fórmula que utilizaron sus verdugos para eliminarlos.
Los psicólogos definieron la Banalidad del Mal, durante el juicio al Nazi Eichmann en Jerusalén (1961) como el síndrome de la obediencia debida. Sencillamente cumplían órdenes y tenían que acatarlas por lealtad a sus superiores. Del mismo modo en defensa del gran Eretz Israel los sionistas van a justificar las mayores atrocidades. Para doblegar el espíritu de resistencia del pueblo palestino –los legítimos dueños de la tierra- necesitaban utilizar los métodos más sanguinarios: bombardeos indiscriminados, operaciones aéreas y terrestres, el exterminio de la población civil; niños, mujeres o ancianos, los asesinatos selectivos, represión, cárcel, torturas.
Todo estaba legalizado: EEUU y Europa lo aprueban, la ONU firma las condolencias. Estos crímenes de lesa humanidad se cometían en defensa propia. En fin, ellos eran los agredidos y no los agresores. Israel es el principal aliado de occidente en Oriente Medio y vanguardia en el combate contra el “terrorismo islámico”. El imperialismo ¿judeocristiano? debe velar por los valores supremos de la democracia y la libertad.
Aquí la única lógica que prevalece es la de los hechos consumados: deportar a los pobladores, levantar muros, tender vallas electrificadas o enjaularlos en guetos con alambre de púas. Para los nazis los judíos no eran más que animales, para los sionistas los palestinos son nada más que bestias.
Quizás la fecha más importante en la historia del judaísmo de los últimos 2000 años sea el 7 de junio de 1967. Ese día el ejército hebreo se apodera de Gaza, Cisjordania y la ciudad vieja de Jerusalén. Cae en sus manos el tesoro más preciado: el santuario donde se encuentra el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones (La cuna de los primeros padres Adán y Eva, morada de los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob y solar del rey David y el rey Salomón) el lugar más sagrado del judaísmo. Según el rabino y general del Tzahal Shlomo Goren “nuestra gloriosa epopeya marca el comienzo de la Era Mesiánica. El sonido del shofar (cuerno) anuncia la construcción del Tercer Templo”.
“Que un minúsculo estado como Israel haya sido capaz de derrotar ejércitos diez veces superiores en las guerras contra los árabes en el 48, 56, 67, 73, es la más clara demostración de que somos el pueblo elegido” Rabino Ovadia Yosef líder del Shas. La palabra de Adonai revelada en la Torá es infalible: “el súper hombre judío dominador y ejecutor reinará del Nilo al Éufrates”.
Estamos en el apogeo del sionismo más extremista y reaccionario donde a sangre y fuego van a escribir las más gloriosas páginas de su historia. Entre los “héroes” y “próceres” sobresalen: Ben Gurion, Isaac Shamir, Shimón Peres, Golda Meir, Isaac Rabin, Ariel Sharon, Moshé Dayán, Menahem Beguín, Benjamin Netanyahu o Ehud Olmert, autores intelectuales y ejecutores del proyecto racista y genocida del estado de Israel.
Los vencedores no tienen que rendirle cuentas a nadie. Democráticamente las urnas han legalizado sus crímenes. Por unanimidad todos los partidos del Knesset, el Havoda, el Likud, el Kadima, el Partido de la Libertad, Tnuat Herut, profascista, el Haljud Halehumi o Unión Nacional ultranacionalistas, los judíos ortodoxos y ultra ortodoxos, Agudat Israel, Shas sefardita, Tajlá el Meretz, Mafdal, HaBait ha Yehudi, avalan con sus votos la política de destrucción y aniquilamiento. La redención del pueblo judío a costa del sacrificio de los palestinos.
“Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré” (Isaías 46:8-11. Torá)
El genoma del sionismo
La unión del judaísmo conservador y el moderno, del judaísmo laico y religioso ha configurado el ADN del sionismo ultranacionalista
02/12/2013 - Autor: Carlos de Urabá - Fuente: Webislam
Las referencias de la persecución antisemita se remontan a los albores de la Edad Media. Los cruzados acusaron a los judíos de heréticos por no reconocer que Jesús era el hijo único de Dios o el mesías. En Europa se les consideraba una raza maldita trasmisora de epidemias y enfermedades. Teológicamente se les estigmatizó porque según los evangelios ellos habían condenado a Jesucristo (la traición de Judas) En 1492 los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos por sus imperdonables delitos de usura y blasfemia. Entonces, ante la amenaza de la Santa Inquisición de quemarlos vivos si no se convertían al cristianismo, no les quedó otra alternativa que exiliarse en el norte de África y el imperio Otomano.
No fue hasta finales del siglo XIX que comenzó a utilizarse el término Sionista para definir la doctrina política (emparentada con el nacionalismo moderno) que reclamaba el regreso de los judíos a Eretz Israel. Originalmente el sionismo mantuvo serias divergencias entre diversas facciones que lo constituían; unos más ortodoxos como los Saduceos, Fariseos, Jaridim y Mitnagdim, y los otros, más heterodoxos o laicos, como los Iluministas.
En la Rusia de los zares la iglesia ortodoxa los culpabilizó de todos los males que asolaban al imperio. Una acusación que se tradujo en pogromos, matanzas, asesinatos de tal magnitud que obligaron a más de dos millones de judíos a emigrar a Estados Unidos o Alemania. El líbelo “Los protocolos de los sabios de Sion” contribuyó a justificar dichas acciones criminales. Uno de los pensadores más destacados en esta etapa fue el judío alemán Meses Hess (maestro de Marx y Engels) teórico del Sionismo Comunista, que más adelante se adheriría al movimiento bolchevique. En su libro Rom und Jerusalem (1862) detalla a grandes rasgos la imperiosa necesidad de fundar un hogar nacional judío.
Otra figura relevante en esa época fue el judío polaco Leo Pinsker que impactado por los horrores del pogromo de Odesa en 1871 abandona sus tesis de la convivencia humanista con los “gentiles” y elige el camino de la recuperación de la identidad nacional y la lucha por la independencia. En su obra cumbre “Autoemancipación” (1882) aboga por el pronto despertar de la conciencia judía que despeje el camino a su liberación. Hess fue el fundador del movimiento los Amantes de Sion que emigraron en el año 1883 a Palestina a establecer las primeras colonias.
Ambos pensadores influyeron decididamente en Theodor Herlz, considerado el padre del estado de Israel, abogado y periodista judío de origen austro-húngaro asimilado a la sociedad e los gentiles. En el año 1894 fue testigo, como corresponsal del periódico austriaco Neue Freie Presse en Paris, del caso Dreyffus - un capitán del ejército francés de origen judío acusado de espionaje a favor del ejército alemán y condenado a prisión perpetua en la isla del Diablo (Guyana).-luego se demostraría que era inocente- Este suceso conmocionó a la sociedad europea de la época y dio pie a que Emile Zola redactara el apasionado alegato J’accuse- Herlz fruto de esta traumática experiencia escribió en 1896 “El Estado Judío” ( libro en el que plasma las líneas maestras de lo que sería el futuro estado de Israel) A continuación publica “Antigua y Nueva Tierra” (1902) donde expone el sueño utópico de un Eretz Israel moderno, democrático y próspero. Herlz además se encargó de organizar los Congresos Sionistas con el objetivo de configurar una fuerza política capaz de presionar a las potencias a favor de su causa.
Tras la prematura muerte de Herlz entra en escena Chaim Weizmann (de origen bielorruso pero nacionalizado inglés) –que sería el primer presidente de Israel- jefe de La Organización Mundial Sionista, quien desarrolló una brillante labor diplomática en las altas esferas de la corona británica. Tan dispendiosas gestiones se concretaron en 1917 con la declaración de Balfour (carta mediante la cual el gobierno británico aprobaba la creación de un hogar judío en su Mandato) - los judíos berlineses, por el contrario, se inclinaron por buscar la protección del Káiser Guillermo II de Alemania convencidos en que éste haría valer sus derechos históricos sobre Palestina. (Un plan que fracasó pues las huestes alemanas fue derrotadas en la Primera Guerra Mundial) Weizmann enuncia los principios filosóficos del “Sionismo Sintético” donde advierte a sus correligionarios que la única posibilidad de supervivencia del pueblo hebreo es separarse de los gentiles (cristianos) y crear un estado propio. El gobierno británico les ofreció la posibilidad de fundarlo en Uganda pero la mayoría de los delegados de la Organización Mundial Sionista, fieles al juramento de Sion (la colina donde se construyó el templo del rey Salomón) decidieron por unanimidad que a ellos les correspondía por derecho divino la “tierra prometida”.
En todo caso la emigración a Palestina o aliyáh ya se había iniciado desde la segunda mitad del siglo XIX gracias a las cuantiosas donaciones de personalidades de reconocido prestigio como: el barón Rothschild, Cohn, Fould o Hirsch. Estos filántropos, nobles y millonarios pertenecientes a la Fundación Nacional Judía se comprometieron a patrocinar la compra de tierras a los señores feudales de la Siria Otomana.
No obstante los rabinos ortodoxos y ultra-ortodoxos manifestaron su oposición a los proyectos de los judíos laicos y liberales pues, de acuerdo a las sagradas escrituras, el único que podía conducirlos hasta la tierra prometida era el mesías. Un dogma de fe que se va a derrumbar con el advenimiento en 1933 del Nacional-Socialismo en Alemania. El momento más álgido llegó cuando en 1935 las leyes de Núremberg decretaron la segregación de los judíos. “La raza aria pura no podía mezclarse con esos parásitos sociales que no hacían más que ensuciar la grandeza del Tercer Reich”.
Según los preceptos hitlerianos descritos en Mein Kampf- “ese cáncer debería ser extirpado de raíz” “el águila alemana había sido apuñalada por esos traidores”. A los judíos los despojaron de la ciudadanía, se les marcó con estrellas de David, se les prohibió ejercer sus profesiones y sus propiedades fueron igualmente confiscadas. A tal punto la propaganda Nazi envenenó el ambiente de odio y de venganza que el día 9 de noviembre de 1938 se desató la que pasaría a la historia como la Noche de los Cristales Rotos. En los barrios judíos de las principales ciudades de Alemania una ola de violencia indiscriminada dejó tras de sí una estela de muerte y destrucción.
Los Nazis los acusaron de conspirar en secreto con los bolcheviques para hundir a Alemania en la ruina (no les faltaban agitadores y subversivos: Rosa Luxemburgo, Trotski, Zinóviev, Kámenev o la anarquista Emma Goldman) La suerte estaba echada y en octubre de 1941 el comandante de las SS Himmler decidió aplicar la “Solución Final”. Los judíos fueron confinados en guetos para posteriormente conducirlos a los campos de concentración. Aunque los responsables del “Problema Judío”, entre los que se encontraba el teniente coronel de las SS Eichmann, habían planificado deportarlos a la isla de Madagascar, tras la derrota de la aviación alemana en la Batalla de Inglaterra, el Fuhrer ordenó exterminarlos en las cámaras de gas.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y al descubrirse los terribles padecimientos del pueblo judío, los supervivientes del holocausto reclamaron una tierra de asilo a las potencias vencedoras. Tenían que explotar al máximo el victimismo y los sentimientos de compasión para lograr sus propósitos. Entonces, la comunidad internacional ante un dilema moral tan escabroso resolvió dar luz verde a la emigración masiva de judíos a Palestina.
Otro eminente ideólogo sionista fue Zeev Jabotinsky (judío de Odessa, Rusia imperial) quien al contemplar en 1903 los terribles sucesos del pogromo de Kishiev en 1903, concluyó que para asegurarse la supervivencia no había otra alternativa que construir un estado judío en la Siria Otomana ( Al mejor estilo de la colonización europea etnocéntrica, colonialista y guerrerista) Jabotinsky fundador de la Legión Judía (embrión del Tzahal), las Juventudes Sionistas y la Organización Sionista Revisionista-Likud (que mantuvo estrechos lazos con el fascismo italiano y también negoció con los Nazis la transferencia de prisioneros judíos de los campos de concentración a Palestina) afirmaba que para superar demográficamente a los palestinos había que promover la emigración en masa de judíos de la diáspora. Uno de sus lugartenientes más distinguidos fue Abraham Stern fundador del grupo paramilitar Lehi (que se inspiró en las tácticas de lucha clandestina del IRA irlandés) que cometió cruentos atentados terroristas contra las tropas del Mandato Inglés en Palestina para forzar su retirada.
Los dirigentes sionistas sabían de sobra que el proceso de integración en la sociedad de los gentiles ponía en peligro sus valores identitarios. Era fundamental enaltecer de la cultura judía, su pasado glorioso; sus raíces míticas, el estudio del Talmud y de la Torá.
Deseo que materializó Eliecer Ben Jehuda, sabio especialista en lingüística nacido en la Rusia Imperial, que se propuso resucitar la antigua lengua hebrea, es decir, “el idioma con el que Yahvé creó el mundo”. Ben Jehuda asumió el reto de unificar los diversos dialectos y redactar la gramática del hebreo moderno. En el año 1881 emigró a Palestina decidido a comenzar la enseñanza de la nueva lengua entre los colonos que por su procedencia europea preferían expresarse en yidish, alemán, inglés o francés. Un trabajo colosal que contribuyó al fortalecimiento de la utopía sionista.
El nuevo estado debería dar cobijo a todos los judíos perseguidos y oprimidos de la diáspora: los Askenazis, los Sefarditas, los Mizrahi, los judíos orientales, los Jázaros, Teimanim, Beta Israel, o Parsim hindúes, un nuevo estado exclusivamente judío con capital en Jerusalén (el centro del mundo). Eretz Israel sería la vanguardia de la cultura occidental en su lucha contra la barbarie. (“igualmente liberaría a los nativos árabes sometidos a la esclavitud de una sociedad feudal retrasada y opresora”) Un país civilizado con una industria moderna y tecnología punta al servicio de sus ciudadanos. La colonización la llevarían a cabo los kibbutzim o comunas de pioneros (La propiedad colectiva de los medios de producción tal y como lo pregonaba el marxismo) que desarrollaría una verdadera revolución agrícola vital para consolidar su soberanía e independencia.
La creciente inmigración ilegal judía provocó el estallido de la Gran Revuelta Árabe en 1936. Los nativos palestinos, encabezados por el mufti de Jerusalén Amin-al Husayni, ante la pasividad de las autoridades inglesas, convocaron varias huelgas generales realizando un llamado a la desobediencia civil. La rebelión fue la espoleta que detonó el conflicto entre árabes y judíos cuyas repercusiones se extiende hasta nuestros días.
La victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial tuvo nefastas consecuencias para los países musulmanes. Muchos de éstos se mantuvieron fieles a Hitler hasta el último momento pues coincidían en los mismos objetivos: expulsar a los británicos, el odio a los judíos y el rechazo visceral del comunismo. La siguiente frase pronunciada por el mufti al Husayni (principal aliado árabe del III Reich) nos describe perfectamente sus intenciones: “nuestra condición fundamental para cooperar con Alemania es que nos den vía libre para erradicar hasta el último judío de Palestina y el mundo árabe”.
En 1947 la Unión Soviética ante la Asamblea General de la ONU decide respaldar el Plan de Partición de Palestina. El embajador Andrei Gromyko en un emocionante discurso justificó la creación del estado de Israel para recompensar a los judíos por los sufrimientos padecidos durante el holocausto. Stalin creyó que los colonizadores sionistas, entre los que había un gran porcentaje judíos rusos bolcheviques y organizaciones políticas y sindicales de izquierda como el Paole Sion o la central sindical Histraduth, establecerían un gobierno revolucionario hostil a los intereses occidentales y las monarquías árabes. La Unión Soviética ambicionaba ampliar su campo de acción en el Mediterráneo oriental que es la ruta por donde trascurre buena parte del tráfico petrolífero que abastece a los países capitalistas.
No olvidemos que los soviéticos a través de Checoeslovaquia (operación Balak) proporcionaron buena parte del armamento utilizado por los paramilitares sionistas en la guerra del año 1948 o Nakba. Cuando el 14 de mayo de 1948 Ben Gurion proclamó la independencia del estado de Israel, Stalin fue el primero en reconocerla.
En las elecciones realizadas al año siguiente los ciudadanos le otorgaron el triunfo al partido Mapai (Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel) miembro de la Internacional Obrera y germen del actual Partido Laborista, relegando a un segundo plano al Partido Comunista. Ben Gurión es elegido Primer Ministro y sorpresivamente se alinea al bloque de EEUU y Europa. El mundo libre, el mundo capitalista les espera con los brazos abiertos. Sobre todo, la comunidad judía americana que detenta un gran peso político y económico. Stalin al verse traicionado monta en cólera y suspende las relaciones con Israel iniciando el proceso de acercamiento hacia los países árabes (un hecho clave para comprender lo que significó la Guerra Fría).
Israel sabía de antemano que el armamentismo era su única garantía de supervivencia. Los países árabes habían jurado borrarlos del mapa y necesitaban organizar un ejército poderoso capaz de mantener sus enemigos a raya. En otras palabras, debían militarizar la sociedad, armarse hasta los dientes con aviones de combate, helicópteros, tanques, misiles, fragatas, submarinos o bombas atómicas. Porque sólo a base del terror serían temidos y respetados. Lo paradójico del caso es que los supervivientes del holocausto, aquel pueblo perseguido y masacrado en las cámaras de gas, sin compasión ni remordimiento alguno, va a aplicar la misma fórmula que utilizaron sus verdugos para eliminarlos.
Los psicólogos definieron la Banalidad del Mal, durante el juicio al Nazi Eichmann en Jerusalén (1961) como el síndrome de la obediencia debida. Sencillamente cumplían órdenes y tenían que acatarlas por lealtad a sus superiores. Del mismo modo en defensa del gran Eretz Israel los sionistas van a justificar las mayores atrocidades. Para doblegar el espíritu de resistencia del pueblo palestino –los legítimos dueños de la tierra- necesitaban utilizar los métodos más sanguinarios: bombardeos indiscriminados, operaciones aéreas y terrestres, el exterminio de la población civil; niños, mujeres o ancianos, los asesinatos selectivos, represión, cárcel, torturas.
Todo estaba legalizado: EEUU y Europa lo aprueban, la ONU firma las condolencias. Estos crímenes de lesa humanidad se cometían en defensa propia. En fin, ellos eran los agredidos y no los agresores. Israel es el principal aliado de occidente en Oriente Medio y vanguardia en el combate contra el “terrorismo islámico”. El imperialismo ¿judeocristiano? debe velar por los valores supremos de la democracia y la libertad.
Aquí la única lógica que prevalece es la de los hechos consumados: deportar a los pobladores, levantar muros, tender vallas electrificadas o enjaularlos en guetos con alambre de púas. Para los nazis los judíos no eran más que animales, para los sionistas los palestinos son nada más que bestias.
Quizás la fecha más importante en la historia del judaísmo de los últimos 2000 años sea el 7 de junio de 1967. Ese día el ejército hebreo se apodera de Gaza, Cisjordania y la ciudad vieja de Jerusalén. Cae en sus manos el tesoro más preciado: el santuario donde se encuentra el Monte del Templo y el Muro de las Lamentaciones (La cuna de los primeros padres Adán y Eva, morada de los patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob y solar del rey David y el rey Salomón) el lugar más sagrado del judaísmo. Según el rabino y general del Tzahal Shlomo Goren “nuestra gloriosa epopeya marca el comienzo de la Era Mesiánica. El sonido del shofar (cuerno) anuncia la construcción del Tercer Templo”.
“Que un minúsculo estado como Israel haya sido capaz de derrotar ejércitos diez veces superiores en las guerras contra los árabes en el 48, 56, 67, 73, es la más clara demostración de que somos el pueblo elegido” Rabino Ovadia Yosef líder del Shas. La palabra de Adonai revelada en la Torá es infalible: “el súper hombre judío dominador y ejecutor reinará del Nilo al Éufrates”.
Estamos en el apogeo del sionismo más extremista y reaccionario donde a sangre y fuego van a escribir las más gloriosas páginas de su historia. Entre los “héroes” y “próceres” sobresalen: Ben Gurion, Isaac Shamir, Shimón Peres, Golda Meir, Isaac Rabin, Ariel Sharon, Moshé Dayán, Menahem Beguín, Benjamin Netanyahu o Ehud Olmert, autores intelectuales y ejecutores del proyecto racista y genocida del estado de Israel.
Los vencedores no tienen que rendirle cuentas a nadie. Democráticamente las urnas han legalizado sus crímenes. Por unanimidad todos los partidos del Knesset, el Havoda, el Likud, el Kadima, el Partido de la Libertad, Tnuat Herut, profascista, el Haljud Halehumi o Unión Nacional ultranacionalistas, los judíos ortodoxos y ultra ortodoxos, Agudat Israel, Shas sefardita, Tajlá el Meretz, Mafdal, HaBait ha Yehudi, avalan con sus votos la política de destrucción y aniquilamiento. La redención del pueblo judío a costa del sacrificio de los palestinos.
La unión del judaísmo conservador y el moderno, del
judaísmo laico y religioso ha configurado el ADN del sionismo ultranacionalista.
Del éxtasis a la exaltación de la patria mítica, en defensa de sus valores más
sagrados, daber ivrit, habla hebreo, con la mano en el pecho cantando la
Hatikva, empuñando la bandera del Talit o manto de oración, la estrella de David
o el candelabro menorá, siempre en guardia, en pie de guerra con las armas en la
mano para garantizar la paz y la seguridad del pueblo de Israel. (Video: http://youtu.be/Pt76Z40XT8M)
“Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré” (Isaías 46:8-11. Torá)
Carlos de Urabá 2013
Amman-Jordania
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