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martes, 25 de julio de 2017

El falso yihadista que rescataba esclavas sexuales del Estado Islámico

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Abu Shehad, campesino que ayudaba a huir a las esclavas yazidíes del IS en Mosul / FRANCISCO CARRIÓN© Unidad Editorial, S.A. Abu Shehad, campesino que ayudaba a huir a las esclavas yazidíes del IS en Mosul / FRANCISCO CARRIÓN
"Escuché que había mujeres que querían escapar de Mosul y decidí ayudarlas", relata Abu Shehad, un campesino de 45 años cuya hazaña hasta ahora anónima ha devuelto la libertad a una veintena de mujeres yazidíes convertidas en esclavas sexuales del autodenominado Estado Islámico y sus hijos. "En ocasiones iba a Mosul por la mañana. Me dejé crecer la barba y me vestía como si fuera un militante del Daesh [acrónimo en árabe del Estado Islámico]", comenta este vecino de un pueblo próximo a la segunda ciudad de Irak. "Durante el día recogía a las mujeres y las llevaba hasta mi casa en las afueras. Allí esperábamos a que cayera la noche para escapar. Otras veces me las traían en coche".
Un itinerario jalonado de puestos de control de la organización yihadista y campos minados que aún mortifica a Simon, una de las adolescentes rescatadas por el agricultor disfrazado de adláter de Abu Bakr al Bagdadi. "Fue un camino muy largo y lleno de peligros", evoca la muchacha de 17 años.
"Como cualquier otro día fuimos al mercado y una vez allí nos llevaron en taxi hasta un lugar donde permanecimos doce días. Luego Abu Shehad nos condujo hasta su casa y esperamos hasta la noche. Es una persona valiente y muy amable". Simon se zafó de sus verdugos el pasado octubre, poco antes del inicio de una ofensiva que las autoridades iraquíes dieron por concluida hace dos semanas con el anuncio definitivo de liberación.
Como cientos de féminas, la joven fue capturada en agosto de 2014 durante el avance del IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés) por el monte Sinyar, el hogar de los yazidíes, una fe vinculada al zoroastrismo que mezcla elementos de antiguas religiones mesopotámicas con los credos cristiano y musulmán y a cuyos fieles los yihadistas consideran "adoradores del diablo".
"Recuerdo que estaba en casa con mi familia. Secuestraron a todas mis hermanas, mis primas y todas las mujeres del pueblo. Nos reunieron en varias aldeas de la zona hasta que llegaron los terroristas, Cada uno seleccionó a una chica y nos separamos", reconstruye Simon, superviviente de Kocho, el pueblo donde el IS mató a 300 hombres y raptó a todas sus mujeres
"El que me escogió se llamaba Faras y tenía otra esposa, partidaria del Daesh. Trabajaba de vigilante en un arsenal. Aquello no podía llamarse vida. Me propinaba palizas continuas para que le obedeciera pero yo no le tenía miedo. Habían matado a mi padre y mi hermano, de los que aún no sabemos el lugar de su enterramiento. No podía perder más de lo ya perdido".
Tras dos años de infierno, la aparición de Abu Shehad la alejó para siempre de la casa de Mosul que compartía con otra yazidí. "Simon recordaba mi número de teléfono. Un día logró llamarme y me pidió que la rescatase. Abu Shehad se encargó de acompañarla junto a la otra mujer confinada con ella hasta los 'peshmerga' [tropas kurdas]. Nunca pidió nada a cambio", comenta Rakan Mahmud, el tío de Simon. Un testimonio que confirma Saadia, una veinteañera que huyó gracias a su intervención.
"Pasé casi tres años con un terrorista y su familia. Me violaba y me obligó a convertirme al islam. Me golpeaba sin descanso", rememora en conversación con este diario. Una pesadilla que se desvaneció una noche de hace tres meses. "Abu Shehad acudió a casa y las otras esposas aprovecharon para escapar también. A mi me traumatizaba la idea de que nos arrestaran en la huida pero él conocía muy bien la ruta", admite la joven, que intenta retomar los estudios que interrumpieron los barbudos en la región autónoma del Kurdistán iraquí.
"No sé si estoy triste o alegre con su regreso. Aún hay 14 parientes secuestradas y todas han sido violadas y forzadas", desliza el padre de Saadia. Según las autoridades kurdas, más de 3.000 yazidíes han sido liberados en los últimos tres años. Sin embargo, otros 3.400 siguen bajo el yugo del IS en los territorios que aún controlan diseminados por Siria e Irak.
En la mayoría de los casos su liberación ha alimentado una lucrativa red de intermediarios. Abu Shehad, en cambio, representa una excepción que arriesgó su vida para romper cadenas ajenas. "Algunas veces, en plena huida, me paraban los soldados del Daesh y me preguntaban que quien era y de donde salía. Les mentía y les decía que era un camarada". Una treta que a punto estuvo de no poder contar. "En cierta ocasión dudaron de mi porque llegó a sus oídos que cobijaba a una familia yazidí. Antes de que asaltaran mi vivienda les ayudé a huir. Me arrestaron y me torturaron para obligarme a confesar que me dedicaba a liberar yazidíes pero no lo hice.
Buscaron testigos para confirmar sus sospechas y poder ejecutarme pero no los encontraron y al final no tuvieron más remedio que liberarme". La experiencia en las mazmorras del califato le volvió más prudente. "Recibía llamadas de muchas mujeres pidiéndome ayuda pero hubo momentos en los que dudaba de quienes eran y sentía que se trataba de una trampa". El último rescate de este campesino, uno de los contados héroes anónimos que desafiaron el terror del IS durante la atroz ocupación de Mosul, sucedió a principios del mes pasado. "Fue el 5 de junio. Después Mosul fue liberada y mi labor no tuvo más sentido".

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