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martes, 10 de noviembre de 2020

La fiebre del tonto

 

La fiebre del tonto

Hiram Félix Rosas

Universidad de Sonora / hiram.felix@unison.mx

En nuestros días, marcados por la Covid-19, es indispensable la precisión al momento de diagnosticar la enfermedad. Mucho se ha escrito para anotar las diferencias entre padecer gripe, influenza, neumonía o el nuevo coronavirus, mal que provocó esta pandemia y la contingencia sanitaria que condiciona nuestra convivencia desde el mes de marzo.

Distinguir y clasificar adecuadamente los distintos padecimientos fue un problema que generó una gran variedad de términos para referir las enfermedades. En los registros de defunción (parroquiales y civiles) encontramos causas imprecisas que ocultan múltiples afecciones de las sociedades del pasado. Por ejemplo, los fallecimientos por “dolor”, “hastío”, “estómago”, “de repente”, “vómito”, “calenturas” o “fiebre” están relacionados con diversas enfermedades, pero ignoramos cuáles son porque no lograron identificarlas puntualmente. El desconocimiento impedía el diagnóstico correcto.

Uno de los males misteriosos que se experimentaron en Sonora durante el siglo XIX fue la llamada “fiebre del tonto”. En el puerto de Guaymas, el 28 de agosto de 1883, ante la noticia de viajeros procedentes de Mazatlán que padecían fiebre y vómito, las autoridades indicaron que se trataba de la “fiebre conocida vulgarmente con el nombre del tonto”.

Según los reportes resguardados en el Archivo General del Estado de Sonora, la fiebre del tonto se había presentado en años pasados, pero en 1883 la “calentura” tenía mayor fuerza y estaba acompañada de vómitos. Evidentemente, ignoraban que se trataba de un brote epidémico de fiebre amarilla que afectaría con fuerza entre 1883 y 1884 a la costa del Pacífico; por esto supusieron que era el tonto, un malestar conocido en Sonora, con síntomas y signos relativamente similares al vómito prieto o fiebre amarilla.

Años antes, en un balance de su práctica médica, Eugenio Pesqueira estudió las enfermedades epidémicas desarrolladas en Hermosillo de 1876 a 1881. Por sus características, la que más llamó su atención fue una epidemia de fiebre del tonto que afectó a la población de julio a septiembre de 1878, pero aseguró que no se trataba de una fiebre sino de gripe.

La fiebre del tonto, según el doctor Pesqueira, se manifestaba de cuatro maneras:

  • “Benigna”, con calentura, dolor de espalda y entorpecimiento corporal que perdían su intensidad gradualmente.
  • “Biliosa”, se sumaba una “amargura pronunciada” que afectaba el sentido del gusto y generaba náuseas y coloración amarilla de la piel.
  • “Abdominal”, con diarrea, vómito y calambres intensos.
  • “Apoplética o cerebral”, era la más peligrosa y agresiva, en poco tiempo provocaba inconsciencia, inmovilidad y dificultad para respirar que terminaba con la muerte por síncope o asfixia.

A diferencia de la fiebre amarilla que llegó a Sonora en agosto de 1883, el brote de fiebre del tonto de 1878 no aumentó el registro de defunciones, sus efectos fueron en la morbilidad, es decir, en la cantidad de personas enfermas. Por esto, lo más probable es que los casos correspondieron a su forma benigna, biliosa y abdominal, que eran las menos letales.

La fiebre del tonto, como muchas causas registradas durante el siglo XIX, encierra una gran cantidad de preguntas acerca de sus origen, desarrollo y efectos. Desafortunadamente, la limitada existencia de estudios médicos de la época, dificulta la construcción de una explicación histórica.

Las concepciones populares de las enfermedades desaparecieron paulatinamente y cedieron su lugar a las explicaciones científicas en las actas de defunción. No obstante, alguna vez nos agarró el tonto.

Grabado que ilustra a las víctimas de la fiebre amarilla en la ciudad de Memphis, en Estados Unidos, a mediados de siglo XIX.
Fuente: https://elcomercio.pe/desde-la-redaccion/palabra-del-decano/la-gran-epidemia-de-1868-parte-i-noticia/?ref=ecr
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