“Las gafas negras de Bulnes”: El Demócrata
Tras permanecer varios años en el exilio, Francisco Bulnes
regresó a nuestro país a mediados de 1920. Crítico de la Revolución mexicana,
regresó a su viejo oficio de periodista, escribió contra los gobiernos
revolucionarios hasta su muerte, ocurrida el 22 de septiembre de 1924. Sus
primeros artículos después del exilio muestran su desencanto con los cambios
traídos por la Revolución. Considera que es un país sin remedio, cuyo futuro es
incierto. Si bien sus comentarios ya no provocaron las polémicas de antaño, sus
contemporáneos no desaprovecharon la oportunidad para descalificarlo, como en
el editorial “Las gafas negras de Bulnes”, publicado por El Demócrata, el 9 de
noviembre:
Ya hemos dicho al comentar el primer artículo de los
publicados por don Francisco Bulnes, que es imposible entablar una polémica en
forma con el veterano periodista, no por sus decantadas paradojas, sino por el
desorden, la nerviosidad, los pensamientos iniciados en un párrafo y después
contradichos, las ideas que se suceden en forma cinematográfica, los chistes,
las tanteadas, las mentiras, las exageraciones y hasta las verdades torcidas
que pululan confusamente en sus escritos. Para ciertos lectores pacientes,
estas prosas de elocuencia chisporroteante tienen el atractivo de los
rompe-cabezas. Después de la curiosidad despertada por la reaparición del
periodista que escribiera “El Verdadero Juárez”, y perdida la esperanza de que
en su destierro hubiera modificado un poco su forma o aumentado el campo de su
visión, los nuevos discursos de Bulnes ya caen como puñados de arena en el
desierto. Ya no puede agitar, ni conmover, ni convencer, ni provocar siquiera
las indignaciones de antaño. Apenas divierte.
El que haya leído sus obras anteriores encontrará repetidos
los viejos y desconsolados temas que sólo anuncian para México, miseria,
hambre, abyección, estupidez y crimen. Según Bulnes, México es un país perdido,
un hoyo de podredumbre, sobre el mapa. Llamaría la atención el hecho de que los
emigrados, que han logrado vivir en países de civilización y de abundancia,
quieran, a pesar de todo, volver a este valle del infierno, si no fuera porque
sabemos que el atractivo de la tierra es más poderoso que la razón misma. Pero
cuando el concepto de la propia patria es tan horriblemente negro, cuando al
vivir en México se sienten lastimados desde el olfato hasta el decoro, sería
más explicable que quien puede salir del sucio atolladero y marcharse a la
California llena de sol, o a la dulce Habana, donde se vive lindamente cuando
se tiene maestría de alacrán, liara sus maletas y no volviera ni los ojos al
pobre país de Anáhuac, exclamando como Mazzantini en Veracruz, sacudiendo sus
zapatos: - ¡De México, ni el polvo!
Si se pudiera discutir con Bulnes, valdría la pena aclarar
su tesis y pedirle sus remedios, honradamente no es posible negar y decir que
estamos bien. No, es preciso tener valor y aceptar que, entre los excesos y las
fantasías de Bulnes, circula laboriosamente la verdad. No estamos bien. Hay
mucha miseria y mucho atraso. Hay mucho que corregir y mucho que extirpar. La
nacionalidad mexicana no está hecha definitivamente. Pero en vez de lamentarse y echarse lodo en
la cara, y arrinconarse en el estercolero como Job, más vale ponerse de pecho y
explorar los horizontes para ver por dónde pueden trazarse los surcos; más vale
predicar ideas de construcción y de trabajo que de angustia y pesimismo. Es
inútil hablar de remedios misteriosos o profundos, ni entregarse a la ilusión
de que sólo con leyes habremos de salvarnos. Una, dos y mil veces es preciso
repetir que los remedios son tan sencillos y conocidos como el agua clara, y
tienen nombres tan llanos y vulgares, como la mayor parte de las cosas útiles.
Aunque se hayan dicho hasta el cansancio, pueden repetirse con oportunidad,
mientras no se hayan incrustado como verdades de un nuevo evangelio en la
conciencia nacional: trabajo, estudio, paciencia, constancia, cooperación,
tolerancia, honradez. ¡Viejas palabras
eternas!
Estaba claro que el México que Bulnes añoraba se encontraba
ya en el pasado y ya no era capaz de entender el presente de los gobiernos
revolucionarios.
Salvador Pruneda, Francisco Bulnes, tinta sobre papel, 1947.
Archivo Gráfico de El Nacional, Fondo Gráficos, INEHRM.
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