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martes, 10 de noviembre de 2020

“Las gafas negras de Bulnes”: El Demócrata

 

“Las gafas negras de Bulnes”: El Demócrata

Tras permanecer varios años en el exilio, Francisco Bulnes regresó a nuestro país a mediados de 1920. Crítico de la Revolución mexicana, regresó a su viejo oficio de periodista, escribió contra los gobiernos revolucionarios hasta su muerte, ocurrida el 22 de septiembre de 1924. Sus primeros artículos después del exilio muestran su desencanto con los cambios traídos por la Revolución. Considera que es un país sin remedio, cuyo futuro es incierto. Si bien sus comentarios ya no provocaron las polémicas de antaño, sus contemporáneos no desaprovecharon la oportunidad para descalificarlo, como en el editorial “Las gafas negras de Bulnes”, publicado por El Demócrata, el 9 de noviembre:

Ya hemos dicho al comentar el primer artículo de los publicados por don Francisco Bulnes, que es imposible entablar una polémica en forma con el veterano periodista, no por sus decantadas paradojas, sino por el desorden, la nerviosidad, los pensamientos iniciados en un párrafo y después contradichos, las ideas que se suceden en forma cinematográfica, los chistes, las tanteadas, las mentiras, las exageraciones y hasta las verdades torcidas que pululan confusamente en sus escritos. Para ciertos lectores pacientes, estas prosas de elocuencia chisporroteante tienen el atractivo de los rompe-cabezas. Después de la curiosidad despertada por la reaparición del periodista que escribiera “El Verdadero Juárez”, y perdida la esperanza de que en su destierro hubiera modificado un poco su forma o aumentado el campo de su visión, los nuevos discursos de Bulnes ya caen como puñados de arena en el desierto. Ya no puede agitar, ni conmover, ni convencer, ni provocar siquiera las indignaciones de antaño. Apenas divierte.

El que haya leído sus obras anteriores encontrará repetidos los viejos y desconsolados temas que sólo anuncian para México, miseria, hambre, abyección, estupidez y crimen. Según Bulnes, México es un país perdido, un hoyo de podredumbre, sobre el mapa. Llamaría la atención el hecho de que los emigrados, que han logrado vivir en países de civilización y de abundancia, quieran, a pesar de todo, volver a este valle del infierno, si no fuera porque sabemos que el atractivo de la tierra es más poderoso que la razón misma. Pero cuando el concepto de la propia patria es tan horriblemente negro, cuando al vivir en México se sienten lastimados desde el olfato hasta el decoro, sería más explicable que quien puede salir del sucio atolladero y marcharse a la California llena de sol, o a la dulce Habana, donde se vive lindamente cuando se tiene maestría de alacrán, liara sus maletas y no volviera ni los ojos al pobre país de Anáhuac, exclamando como Mazzantini en Veracruz, sacudiendo sus zapatos: - ¡De México, ni el polvo!

Si se pudiera discutir con Bulnes, valdría la pena aclarar su tesis y pedirle sus remedios, honradamente no es posible negar y decir que estamos bien. No, es preciso tener valor y aceptar que, entre los excesos y las fantasías de Bulnes, circula laboriosamente la verdad. No estamos bien. Hay mucha miseria y mucho atraso. Hay mucho que corregir y mucho que extirpar. La nacionalidad mexicana no está hecha definitivamente.  Pero en vez de lamentarse y echarse lodo en la cara, y arrinconarse en el estercolero como Job, más vale ponerse de pecho y explorar los horizontes para ver por dónde pueden trazarse los surcos; más vale predicar ideas de construcción y de trabajo que de angustia y pesimismo. Es inútil hablar de remedios misteriosos o profundos, ni entregarse a la ilusión de que sólo con leyes habremos de salvarnos. Una, dos y mil veces es preciso repetir que los remedios son tan sencillos y conocidos como el agua clara, y tienen nombres tan llanos y vulgares, como la mayor parte de las cosas útiles. Aunque se hayan dicho hasta el cansancio, pueden repetirse con oportunidad, mientras no se hayan incrustado como verdades de un nuevo evangelio en la conciencia nacional: trabajo, estudio, paciencia, constancia, cooperación, tolerancia, honradez.  ¡Viejas palabras eternas!

Estaba claro que el México que Bulnes añoraba se encontraba ya en el pasado y ya no era capaz de entender el presente de los gobiernos revolucionarios.

Salvador Pruneda, Francisco Bulnes, tinta sobre papel, 1947. Archivo Gráfico de El Nacional, Fondo Gráficos, INEHRM.

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