Los líderes revolucionarios populares se asesinaron entre sí, sólo habiendo sobrevivido Álvaro Obregón, quien asistió a celebrar su reelección presidencial en el pueblo de San Ángel de la Ciudad de México cuando también fue, finalmente, asesinado a tiros.
Hoy sabemos que los 19 tiros fueron de distintos calibres, vinieron desde distintas direcciones y en su mayoría se realizaron desde debajo de la mesa, pero en ese momento se capturó y fusiló al tirador menos informado de e…
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Los líderes revolucionarios populares se asesinaron entre sí, sólo habiendo sobrevivido Álvaro Obregón, quien asistía a celebrar su reelección presidencial en el pueblo de San Ángel de la Ciudad de México cuando también fue, finalmente, asesinado a tiros.
Hoy sabemos que los 19 tiros fueron de distintos calibres, vinieron desde distintas direcciones y en su mayoría se realizaron desde debajo de la mesa, pero en ese momento se capturó y fusiló al tirador menos informado de este complot: un dibujante católico llamado José de León Toral.
Siendo la única fuerza militar sobreviviente del país, los revolucionarios de segunda categoría, masones hoy famosos como Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas, Adolfo Ruiz Cortines o Manuel Ávila Camacho entre otros; apoyados por EE. UU. declararon la expropiación de los templos y bienes católicos y la prohibición de las muestras de culto fuera de estos, utilizando al ejército y disparando a matar para cumplir este fin.
Entre la lista de leyes ridículas, destaca que se trató de obligar a los sacerdotes a casarse y se le asignaron algunos de los templos robados a una falsa "Iglesia católica" mexicana, subordinada al gobierno, nombrando para ello a su propio "patriarca nacional". Sobra decir que estos intentos de reforma fueron rotundos fracasos.
Miles de mexicanos se levantaron en armas para defender su religión, principalmente en los estados de Jalisco, Guanajuato, Aguascalientes, Querétaro, Nayarit, Colima, Michoacán, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí, bajo el grito de guerra "¡Viva Cristo Rey!" que les acarreó el nombre popular de Cristeros.
El gobierno federal asesinó a niños, mujeres y sacerdotes sólo por oponerse a negar públicamente la monarquía de Cristo. Símbolo de esta guerra es el gigantesco monumento en la cima de la montaña del Cubilete en Guanajuato, honor a Cristo Rey; que se construyó en reemplazo de otro templo, más pequeño, modesto y a los pies de la montaña, al que el gobierno le lanzó una bomba.
Después de 3 años de guerra, centenas de miles de muertos y millones de desplazados, el gobierno reconoció que no podía suprimir la religión a tiros y decidió relajar las leyes; que fueron aceptadas por la mayoría de los católicos; ya cansados de la guerra, con sus líderes muertos y sin contar con la aprobación del Vaticano para guerrear.
Posteriormente, la masonería le otorgaría una medalla al genocida Plutarco Elías Calles por su "heroico actuar" y años después, su esbirro Lázaro Cárdenas le exiliaría del país para posteriormente expropiar las escuelas y borrar de la memoria de futuras generaciones este vergonzoso genocidio.
Al arrebatarle su religión a un pueblo, este queda listo para ser moldeado, pero en casos como los católicos, los musulmanes o los judíos, esta conversión es casi imposible y durante siglos ha obligado a los protestantes y comunistas al asesinato sin juicio, que siempre ha sido una firma de la masonería.
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FUENTES:
"La cristiada: La guerra de los cristeros" (1973) de Jean A. Meyer.
"Masonería, represión anticatólica y cristeros " (2007) de Alex Rosal.
"El Desastre" (1939) de José Vasconcelos.
"Reelección y muerte" (2011) de Gloria Mojardín Zavala.
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