Hermann Hesse fue realmente un genio transhistórico: su obra prescinde de todo espacio y tiempo concreto; la sensibilidad que caracteriza a su prosa es vigente en todo momento y lugar. Así también lo es su tributo literario a la naturaleza, específicamente a los árboles: esos milenarios habitantes del planeta.

La prosa arbórea de este lúcido escritor alemán es esencialmente revitalizadora. Nos recuerda la importancia de activar nuestros sentidos para volver a sentir a la naturaleza. Porque para Hesse la naturaleza tenía que ser plenamente captada por nuestros sentidos. Admirarla puede hacernos recuperar esos pequeños placeres que la vida moderna nos ha hecho dejar de lado. Pero más allá de placer, la naturaleza es también una fuente inagotable de sabiduría. Y para Hesse, los árboles constituyen los grandes santuarios de los ecosistemas:

En sus copas –escribe Hesse en su ensayo El caminante– susurran el mundo, sus raíces descansan en lo infinito, pero no se pierden en él, sino que persiguen con toda la fuerza de su existencia una sola cosa: cumplir su propia ley, que reside en ellos, desarrollar su propia forma, representarse a sí mismos.

Las raíces, las marcas singulares, el tacto de la madera, son todos una cartografía implícita en los árboles, la cual nos narra la historia del mundo:

En los cercos y deformaciones están descritos con facilidad todo su sufrimiento, toda la lucha, todas las enfermedades, toda la dicha y prosperidad, los años frondosos, los ataques superados y las tormentas sobrevividas.

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Para Hermann Hesse había, por ello, que escuchar a los árboles. Entablar un diálogo de serenidad con estos sabios guardianes del equilibrio terrestre:

Quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas; predican indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.

Finalmente, según Hesse, quien aprende de los árboles ya no desea ser un árbol. Comprende que simplemente se es lo que se es. Que nuestro cuerpo –o tronco– es una morada sagrada:

Cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. […] Ese es el hogar. Eso es la felicidad.

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Este tributo a los árboles que Hesse elabora con plena sencillez y entrega engarza profundamente con las creencias de milenarias tradiciones, entre las cuales se encuentra el taoísmo.

En la tradición taoísta los árboles son vistos como fuente de vibraciones energéticas benéficas, que nos son transmitidas a través de los sentidos. Tocar o abrazar a los árboles es por eso vital en la práctica tao: un leve contacto con ellos nos transmite los atributos de la energía solar, de la tierra y el aire. Por eso el taoísmo catalogaba incluso el tipo de chi que cada árbol nos puede prodigar. 

Lo que nosotros te podemos recomendar plenamente es que sigas el consejo de Hesse y escuches a los árboles. Ellos te dirán que aquietes el pensamiento, te proveerán de serenidad y te recordarán que más allá de los muros de concreto o de las pantallas digitales existe un mundo natural que puedes experimentar con todos los sentidos.

Los árboles te ayudarán, así, a echar raíces en lo que de verdad importa.