A un año de haber cerrado las escuelas para atender la emergencia sanitaria, la estrategia educativa en México no parece dar señales de cambio. Es como si el estado actual fuera aceptable, o como si no tuviéramos hoy más información que hace un año sobre los riesgos de abrir las escuelas y los costos de mantenerlas cerradas. No parece haber el más mínimo sentido de urgencia para abordar el enorme reto educativo que crece cada día que las escuelas permanecen cerradas. Sin duda, ésta será una de las decisiones más costosas del manejo de la pandemia, la cual pagaremos todos con un menor bienestar futuro, pero los más afectados serán los que suelen pagar una factura más alta: los pobres.

¿Cómo podemos explicar y justificar que las escuelas sigan cerradas mientras bares, restaurantes y muchas otras actividades han vuelto a cierta normalidad? ¿Por qué no hay una exigencia social para priorizar lo que debería ser el instrumento más importante para definir nuestro futuro? Quizá nuestro nivel de autocomplacencia o autoengaño nos permite creer que en materia educativa todo está bien y no hay razón para apresurarse a reabrir escuelas. Tal vez hay una percepción de que los riesgos sanitarios asociados a la reapertura son tan altos que la hacen inviable. Otra explicación, más preocupante, es que a pesar de reconocer que el cierre de escuelas causa una pérdida de aprendizajes, no lo vemos como algo grave. Esto quiere decir que estamos lejos de considerar a la escuela como una opción viable para alcanzar mejores niveles de bienestar futuro, mejorar la movilidad social y generar ciudadanía. En gran medida, no consideramos que los aprendizajes que niños, niñas y jóvenes adquieren hoy determinan sus ingresos futuros, salud, participación democrática, entre muchos otros beneficios. Si estuviéramos conscientes de ello, sin duda las escuelas tendrían prioridad en el proceso de reapertura.

 

Ilustración: Víctor Solís

Riesgos moderados en la reapertura y costos elevados de mantenerlas cerradas

Durante los últimos meses se ha generado evidencia sobre los riesgos sanitarios relacionados a la reapertura de escuelas para los estudiantes, profesores y la comunidad en general. El Centro para la Prevención y el Control de Enfermedades en Europa encontró que la mayoría de las niñas y niños menores de 12 años que adquieren covid-19 no tienen síntomas y una proporción muy pequeña tiene síntomas graves. Un estudio reciente con datos para el Reino Unido encontró que las y los maestros de escuela primaria no tenían tasas de infección y mortalidad más altas que la población general. En relación al riesgo de que las escuelas sean focos de propagación del virus, la evidencia existente muestra que la tasa a la que los niños transmiten el virus, entre ellos mismos y a los adultos, es significativamente más baja que las tasas de transmisión entre adultos. Un cuarto argumento en contra de la reapertura de las escuelas es que, en hogares en donde cohabitan niños y adultos mayores, los niños pueden poner en riesgo a los adultos mayores. Sin embargo, un estudio que incluyó a 12 millones de adultos de 65 años o más que vivían con y sin niños en el Reino Unido no encontró diferencias significativas en las tasas de infección, las hospitalizaciones y las muertes relacionadas con covid-19 entre los dos grupos.

El cierre de escuelas ha significado un enorme costo en términos de pérdida de aprendizajes, deterioro en la salud mental de los estudiantes y abandono escolar. A pesar de lo loable que pudiera ser el programa “Aprende en Casa”, la calidad de los contenidos en línea abona poco a los aprendizajes cuando sólo 1 de cada 4 estudiantes en pobreza tiene acceso a internet. Adicionalmente, el que algunos niños dediquen parte de su atención durante algunas horas a la semana a un programa educativo a través de la televisión está lejos de asegurar sus aprendizajes. Para muchos de los más de 10 millones de estudiantes en educación básica que viven en condiciones de pobreza en México, la pandemia ha significado menos ingresos, más estrés y violencia intrafamiliar. Para estos estudiantes, la pandemia cerró el acceso a un espacio relativamente seguro, en donde, si bien no aprendían lo suficiente, muchos de ellos accedían a alimentos gratuitos, interactuaban con sus compañeros y muchas veces contaban con las orientaciones de un docente responsable y comprometido. Para la mayoría de los estudiantes de bajos recursos, el cierre de escuelas también cerró su posibilidad de adquirir aprendizajes formales, reduciendo su ya de por sí bajísima probabilidad de escapar de la pobreza. A pesar de todas sus limitaciones, para los 10 millones de niñas y niños de educación básica que viven en pobreza en México, la escuela es quizá la única oportunidad para aspirar a un mejor nivel de vida, aunque esté lejos de ser una certeza.  

Aunque tenemos que ser cautos porque toda la evidencia sobre los riesgos asociados a la reapertura de escuelas proviene de países de alto ingreso, todo parece indicar que, bajo ciertos protocolos como el lavado de manos, uso de gel y mascarillas y salones bien ventilados, los riesgos para la salud asociados a la apertura de escuelas son mucho menores de lo que percibimos cuando comenzó la pandemia. Por otro lado, los costos del cierre de escuelas en términos de pérdida de aprendizajes son enormes, especialmente entre los estudiantes más pobres. El mensaje sobre los riesgos moderados de reabrir las escuelas y los altísimos costos de mantenerlas cerradas es necesario para asegurarnos que, una vez que abran, los padres enviarán a sus hijos a la escuela evitando más pérdidas de aprendizajes.

La oportunidad que nos brinda la actual crisis

Cuando las escuelas reabran —que espero sea pronto y en condiciones de higiene y protección adecuadas— será necesario un plan de recuperación de los aprendizajes. La implementación de este plan puede ser una oportunidad para abordar el reto educativo más grande que tenemos en México, el cual ya existía y fue exacerbado por la pandemia: la falta de aprendizajes básicos entre la mitad de la población estudiantil. Un plan de recuperación de los aprendizajes, diseñado con base en evidencia y priorizando a los más pobres, debería incluir las siguientes acciones:

1. Identificar el nivel de aprendizajes de cada alumno en áreas fundamentales como lengua y matemáticas. Esto puede lograrse a través de una prueba estandarizada diagnóstica.

2. Reducir el currículum para dar prioridad a los aprendizajes fundamentales y el fortalecimiento de las habilidades socioemocionales.

3. Diseñar e implementar políticas compensatorias como las tutorías en grupos pequeños o el uso de tecnologías para reforzar los conocimientos básicos.

El diseño de un plan de recuperación de los aprendizajes debería empezar lo antes posible y contar con el liderazgo para convocar y entusiasmar al magisterio y asegurar los recursos económicos suficientes para su implementación. Mientras países como el Reino Unido y EE. UU. aumentan significativamente el presupuesto asignado a educación para llevar a cabo ambiciosos planes de reapertura de escuelas y recuperación de los aprendizajes, en México el presupuesto asignado a educación este año es igual al presupuesto 2020 y menor a lo asignado en 2019, dejando claro que, a pesar de la retórica, la educación no es prioridad. 

El primer paso para abordar el enorme reto educativo que nos ha dejado la pandemia es reconocer que ha habido una pérdida de aprendizajes significativa, sobre todo entre los estudiantes más pobres. Reconocer esto y sus implicaciones debería ser suficiente para entender la urgencia por encontrar alternativas que nos permitan regresar lo antes posible a la presencialidad y llevar a cabo un plan de recuperación. No proveer una alternativa a los más pobres para recuperar los aprendizajes perdidos es empeñar su futuro —en buena medida el de todo el país— y es mostrar una visión cortoplacista en lo económico y carente de empatía en lo social.

 

Rafael de Hoyos
Profesor de economía de la educación en el ITAM y socio fundador de Xaber.