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Especial: Aprendiendo a ser otros

Sí, la pandemia ha sido devastadora, dolorosa, triste, agotadora. Sin embargo, si lo pensamos desde la perspectiva de género, desde la ventana morada del 8M; la pandemia nos ha dado una perspectiva muy ilustrativa y educadora sobre lo terrible que resulta la arcaica y sistemática negación de la igualdad a la mujer. Permítanme explicar esa idea. 

El Covid-19 provocó una caída de la economía mexicana de entre 8 y 10 por ciento. Si antes los números sobre el Producto Interno Bruto (PIB) nos parecían ajenos e indescifrables, hoy tenemos muy claro a lo que sabe y cómo se siente una crisis de 8 por ciento del PIB en términos de desempleo, despidos, pérdidas de ingreso, comercio cerrados, compañías quebradas y aspiraciones interrumpidas. Es terrible. 

Lo mismo en las pérdidas humanas. Tomando los datos oficiales y las proyecciones más conservadoras, ya rondamos las 200 mil muertes en México. De nuevo, no es ya un número abstracto; es un número que duele, que se siente en ausencia de seres queridos, de amigos. Ya sabemos cuánto duelen 200 mil mexicanos con vidas truncadas. 

Si el Covid-19 nos parece brutal en lo económico y cruel en lo humano, ahora vayamos a un número casi macabro, vayamos a la estadística de la otra enfermedad social. La desigualad de género le cuesta a México, según datos del Banco Mundial, 8 por ciento del PIB anual. Uno ve ese dato y no puede sino ser apabullado. 

Sí, el no dar a la mujer las oportunidades para lograr su igualdad equivale a un Covid-19 cada año, todos los años, uno tras otro. De ese tamaño es la prosperidad y la justicia social que estamos perdiendo y haciendo imposible de conquistar en un país tan urgido de bienestar incluyente. La desigualdad de género es insostenible y aberrante en un país con las brechas sociales y económicas de México. 

Ahora revisemos el otro dato. 200 mil pérdidas humanas son una cicatriz terrible, pero el número de número de mujeres que sufren  violencia familiar en México es casi idéntico. Cada año -según estimados de datos oficiales, porque los números reales pueden ser mucho mayores- aproximadamente 200 mil mujeres sufren insultos, golpes, abuso sexual, maltratos y amenazas en sus hogares, a manos de su familia nuclear o extendida. 

Esas 200 mil mujeres víctimas ahora cobran una nueva magnitud. Todos los que conocemos o hemos oído de una muerte por Covid-19, podríamos decir que conocemos  o hemos tratado, platicado o convivido -en la absoluta equivalencia-  con una mujer violentada. Tal vez no nos hemos dado cuenta -tal y como el Covid-19 tiene portadores asintomáticos o la enfermedad no es visible sino hasta que la gravedad es digna de hospital- pero es muy probable que casi todos hayamos estado cerca o en contacto directo con una mujer humillada, hecha menos, con sueños rotos y esperanzas truncadas. 

Esa es una de las lecciones brutales que no quiero que se me olviden de la pandemia. Lo parecido de los números no puede ser casualidad, debe ser una señal que la vida nos está mandando para tener idea clara de la pandemia permanente, de esa enfermedad que lleva generaciones afectado y envenenándolo todo. Una enfermedad contagiosa de generación en generación, de padre a hijo, de familia a familia; una enfermedad que trastoca la convivencia social y condena a muchas al confinamiento, el silencio, la soledad y, con frecuencia, a la muerte. 

La humanidad estuvo casi de rodillas ante el Covid-19, bastó un año para ponerla en esa posición. Sólo la mujer con su fuerza infinita ha podido sobrevivir a la pandemia económica, la muerte y la violencia eterna. 

Frente al Covid-19 rápidamente decidimos cambiar hábitos, adoptar nuevos protocolos y desarrollar una vacuna; contra la violencia de género que cuesta lo mismo en lo económico y aún más en la dignidad humana, somos absolutamente reacios a cambiar tradiciones, costumbres inercias y estereotipos. Es la pandemia casi eterna, cuya curación es tabú para muchos. 

Para la pandemia viral cubrimos nuestros rostro;  la vergüenza de negarnos a tomar en serio y con toda energía la agenda de igualdad de la mujer, debería impedirnos mostrar la cara como civilización. ¿Hasta cuándo?

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