La cuestion palestina
Ante los escritos que Gaspar Rul-lán e Isaac Querub se han cruzado en este diario, creo oportuno citar la llamada Declaración Balfour, porque es punto de partida de la creación del Estado de Israel y una perla que puede echar luz en la controversia. Confesó Lord Balfour en 1917: "En Palestina no nos proponemos siquiera pasar por el formulismo de consultar con los actuales habitantes del territorio, a pesar de que la Comisión Norteamericana ha cumplido con la norma de preguntar qué eran. Las cuatro grandes potencias están comprometidas con el sionismo y el sionismo, bueno o malo, equivocado o acertado, está enraizado en una larga tradición, en necesidades del presente y en esperanzas del futuro, todas ellas más importantes que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que ahora habitan esas antiguas tierras. En mi opinión eso está bien", concluye este ministro inglés de Asuntos Exteriores.
Esta cita es una perla no sólo porque esta declaración se hace 28 años antes que conociéramos los horrores del Holocausto que tanto nos condicionan. Tampoco por el desprecio explícito a los 700.000 árabes de entonces que habitaban Palestina o por la negación a éstos de la identidad como pueblo, producto de lo que Erdward Said llama "el determinismo histórico que se desarrolla sobre perspectivas coloniales". Es una perla porque para las cuatro potencias de la época el sionismo satisfacía "necesidades presentes" y "esperanzas futuras" que no eran las de los propios judíos. De hecho, la mayoría de los judíos del éxodo, si no habían olvidado la esperanza de la vuelta a una tierra prometida en sus textos sagrados, sí habían olvidado poner el despertador. El sionismo y Occidente se lo recordaron (si es que no es lo mismo). Cuando en los orígenes del sionismo, Teodoro Herzl prometió a los ingleses, que gobernaban Palestina, que servirían como punta de lanza de los intereses occidentales, ese futuro se hizo presente.
Gaspar Rul-lán e Isaac Querub se ensalzan en una disquisición de legitimidades de la tierra, de tantos por ciento, de guerras y violaciones de acuerdos, que son inútiles a mi modo de ver en el estado de la cuestión, pues si bien el imperialismo es siempre un acto de violencia geográfica, si se quiere la paz algún día, hay que aceptar, en base a la partición de Palestina por la ONU de 1947, tanto la existencia del Estado de Israel como el derecho de los palestinos a formar su propio Estado, pues son una nación, antes y después de la Nakba. En consecuencia, Israel debe retirarse de los territorios ocupados por las armas a las fronteras anteriores a la Guerra de los seis Días en 1967. Así se acabaría el conflicto de cifras y las acusaciones de lebensraum .
Por contra, justificaciones como la "autodefensa", aplicada a las acciones del ejército israelí que acaban por desmembrar al pueblo desarmado no son más que una inversión del lenguaje que muestra lo absurdo de las reclamaciones. El judío norteamericano Noam Chonsky va más lejos y califica las acciones desproporcionadas del Tsjal de terrorismo y las hace depender del proyecto imperial hegemónico norteamericano al considerar que Israel "ha decidido erigirse en una base militar de EUU en ultramar".
Sea exagerado o no, no está solo. Dentro del ejército israelí, hay israelitas que cuestionan su comportamiento o se niegan a obedecer, como los refuseniks . E israelitas que les ayudan como los encuadrados en Yesh Gvuo y Pace Now ; o pacifistas del tipo Uri Avnery, junto con organizaciones de crítica o vigilancia como B´Tselem o el periódico Ha´aretz .
Existe otro Israel, pues, que lo forman israelitas que se unen a muchas otra gentes calladas y esparcidas por el mundo, como semillas que esperan el regocijo de la paz; y a viejos irredentos derrotados en su sed de justicia en mil batallas; y a jóvenes ilusionados que se anudan al cuello una kifa palestina y maduran en humanidad.
Me atreverían a decir que, entre la utopía y la realpolitik , los mismos gentiles que hoy gritan ¡todos somos palestinos! son los que antaño se identificaban solidarios con el pueblo judío ante la barbarie nazi y su lebensraum , que no era más que una política de conquista que buscaba crear un nuevo orden en Europa a través de una brutal reestructuración racial, y que no creo pueda atribuírsele a Israel.
Como tampoco creo que se pueda tachar de antisemita a todo aquél que no comparta la política de Israel, pues, como dijo recientemente Najara Galarraga, enviada por Barack Obama a Europa para combatir el antisemitismo, "si así fuera, la mitad de los israelitas serían antisemitas".
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