1Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad
Frente al Senado de la República, al termino de la Caminata Pasos por la Paz
Javier Sicilia
Quiero compartir con todos los que estamos aquí un poema de Elsa Cross, “Sangre”: “No
se lava la sangre./ El agua que la toca se vuelve roja,/ el aire esparce sus sueros ácidos./ No
se lava la sangre./ Si se juntara toda/ correría escalones abajo,/ iría como un río/ entre sus
cauces negros/,/ ensordeciendo,/ anegando,/ empañando la vida”. En nombre de nuestros
muertos y desaparecidos, cuya memoria obliga a no olvidar su sangre derramada que sigue
corriendo, pido un minuto de silencio.
Nuestro país está profundamente herido a causa de una guerra atroz entre bandas
criminales, un Estado erosionado por la corrupción, y un gobierno extranjero que no ha
dejado de alimentarla en nombre de sus armas y de su consumo de drogas.
Cada mañana nos enteramos de nuevas muertes –50 mil, 60 mil…--, y de nuevos
desaparecidos –10 mil, 11 mil…--. Son las cifras de una aritmética de la crueldad, el horror
y el desprecio que no pueden ocultar más el profundo drama que vivimos en México
Ese dolor y esa sangre de nuestros muertos que nos hiere y nubla la mirada son más
elocuentes que todos los gritos, que todas las consignas, porque han derribado los muros de
una estadística que, en su frialdad numérica, en su “parte de guerra”, ha pretendido
despojarnos de los lazos más íntimos que definen la memoria y que son los nombres y los
rostros de nuestros muertos. Nadie puede guardar un secreto sin que llegue a descubrirse, y
lo que los poderes han querido ocultar durante más de cuatro años detrás de las puertas de
las estadísticas, de las oficinas de sus bunkers, de los sótanos del crimen organizado, ahora
grita en las calles, en las carreteras, en los zócalos, en los recintos del Estado y en las
ventanas de los medios de comunicación.
Con esa memoria recobrada que clama por la paz y la justicia, las víctimas, a lado de
muchos hombres y mujeres de buena voluntad, hemos caminado juntas cruzando los
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territorios de los asesinos y nos hemos levantado ante ellos para señalar la imbecilidad de
sus crímenes e impedir que el infierno en el que han convertido sus vidas se propague más
destruyendo a nuestros jóvenes y a nuestros niños. No aceptamos el hostigamiento, la
amenaza ni el chantaje de quienes atentan y destruyen el alma de nuestras comunidades y la
libertad de lo cotidiano y de sus ritmos.
Con esa misma memoria, que clama por la paz y la justicia, y que cree en esa primera raíz
de Occidente --que Sócrates nos enseñó como una forma de encontrar la verdad--, el
diálogo, llegamos también al Alcázar del Castillo de Chapultepec a ejercer hasta ahora con
dos de los Poderes de la República –el Ejecutivo y el Legislativo-- esa práctica que puede
ser una llave de la paz si se respeta y dignifica a todos. Allí les dijimos que la corrupción de
las instituciones y la manera en que ejercen el imperio de la violencia legítima, no está
abonando a la paz y al Estado de Derecho, sino a la lógica criminal y a la ley del más fuerte
que ahonda la muerte y el dolor. Les señalamos también que las casas de los ciudadanos --
frente una de las cuales nos encontramos hoy—se han vuelto bunkers impenetrables que
han impedido que la palabra de la ciudadanía –cargada de dolor y de incertidumbre, pero
también de hartazgo, se escuche—. Hemos pasado del “Ya basta”, al “Si no pueden
renuncien”, y de éste al “Estamos hasta la madre”. ¿Cuál es, si no rectifican el rumbo de la
política la siguiente consigna que tendrán que escuchar? Le hemos expresado también, con
el testimonio del sufrimiento de las víctimas, que nos encontramos en una emergencia
nacional que puede llevarnos del nihilismo al autoritarismo: dos formas de lo inhumano que
no sólo nos harán perder nuestra incipiente democracia, sino que instalan por muchas
décadas el horror que padecemos.
En esos diálogos, firmes, fuertes, verdaderos, pero respetuosos –como los verdaderos
diálogos deben ser--, fuimos testigos del manotazo autoritario e insensible del Presidente de
la República, pero también de la apertura del corazón para buscar juntos, en mesas de
trabajo, la atención a las víctimas y, aunque de manera apenas enunciativa, la disposición a
cambiar el rumbo trágico de esta guerra. Con los Legisladores, fuimos testigos también de
una apertura del corazón que los llevó a aceptar con síes contundentes nuestras demandas
sustantivas --sí a un Ley de Víctimas, sí a una Comisión de la Verdad, sí a un aumento
sustantivo para que ninguno de nuestros muchachos deje de acceder a la educación, sí a la
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aprobación de la Reforma Política, y dos silencios ambiguos: el primero a nuestro
perentorio rechazo a la Ley de Seguridad Nacional, cuya raíz busca legitimar el horror de la
guerra y abre paso a la militarización del país; el segundo, al pendiente que tenemos desde
hace 17 años con los pueblos indígenas, y cuyo rostro ominoso es la traición a los Acuerdos
de San Andrés y la destrucción sistemática, en nombre del capital, de sus territorios y de
sus culturas.
Por desgracia, hemos sido también testigos, en nombre de los intereses partidocráticos de
los legisladores, del reiterado ejercicio del albazo y la simulación --formas en las que la
palabra se traiciona y que han ido construyendo esa espantosa desconfianza que los
ciudadanos tenemos por nuestros políticos--. Esa forma de usar la palabra en vano llevó a
los diputados a aprobar, fuera de los plazos marcados por el diálogo en el Alcázar, la
iniciativa en lo general de una minuta de Ley de Seguridad Nacional que institucionaliza la
guerra, que convierte un error de gobierno en una política de Estado y que, lejos de abonar
por la paz y la reconstrucción del tejido social, garantizará la continuidad de la
confrontación armada, la multiplicación de las víctimas y la extensión de la violencia y la
impunidad a todo el país y por muchos años más.
Por ello pospusimos el diálogo. Necesitamos construir un mínimo de confianza que nos
permita escucharnos y creer lo que nos decimos. Repetir que al Congreso pocos, muy pocos
le creer, no es una denostación, ni un insulto, es –la estructura de sus instalaciones lo dice
con el peso de la arquitectura—una realidad que debe alarmarnos, porque cuando la
representación ciudadana se vacía de contenidos, es decir, de confianza, la legitimidad se
pierde y las instituciones se desmoronan.
Nuestro Movimiento es de paz y la paz no es posible sin el diálogo. Por ello, y a pesar de
quienes, lo traicionan o se niegan a ejercerlo, no renunciaremos a él. Las señales de
sensibilidad que el poder legislativo ha enviado en los últimos días nos ha llevado a iniciar
un proceso de enlace con él para establecer las condiciones en que reanudaremos el diálogo
el próximo miércoles 17 de agosto. Nuestra posición, sin embargo, en el orden de la Ley de
Seguridad Nacional, detenida ahora para su aprobación o rechazo, como un acto de buena
voluntad a la demanda ciudadana, por los propios diputados, no sólo es irreductible, sino
que pugnará, como ya lo hicimos en el Alcázar del Castillo y como lo hemos hecho a lo
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largo de esta marcha, por una Ley de Seguridad Ciudadana y Humana que tome en cuenta a
la gente para la reconstrucción del tejido social de la nación.
La Ley de Seguridad Nacional debe replantearse desde su raíz y con una disposición por
parte del cuerpo legislativo a escuchar y asumir otras propuestas, otros enfoques, otras
lecturas que nos ayuden a encontrar los equilibrios necesarios donde la seguridad de los
ciudadanos y la paz sean los ejes principales. La propuesta presentada por la UNAM va en
ese sentido.
No entendemos el diálogo sin el uso de la razón, el apego a la verdad y la búsqueda del bien
común, con un compromiso claro con la palabra empeñada que sólo puede honrarse cuando
se vuelve realidad. La palabra tiene que encarnarse, de lo contrario sólo es un ruido en la
boca o, en el mejor de los casos, una buena voluntad que revela lo que debe ser, pero que,
de no hacerse carne en los actos y en la vida, se evapora como el agua.
Nuestra presencia aquí, en la Cámara de Senadores, es el rechazo de nuestros cuerpos y de
nuestros corazones a la guerra, a la militarización del país, a la injusticia, a la impunidad y
al olvido.
Llamamos a los poderes de esta nación a que juntos, sin traicionar la palabra, poniendo
nuestros ojos en el corazón herido del país, construyamos la paz.
Llamamos también a los señores de la muerte a que en nombre de esa hermosa palabra
vuelvan sus ojos a su corazón y detengan su crueldad, su odio, sus ansias de poder. Nada,
nada de lo que puedan desear vale más que una vida. En nombre de ella, del tremendo dolor
que han causado y se han causado, pidan ustedes también perdón a la nación –su nación--, a
ustedes mismos y a las víctimas a las que tanto han dañado, y volvamos a encontrarnos allí,
en la paz, en ese suelo que permite lo único que hace posible la vida y que se llama amor.
Dejen de matar, dejen de degollar, dejen de destruir la vida. Con sus actos están
desangrando a su propio país, a su tierra y destruyendo la vida de los suyos. Las muertes
que llevan a cuestas son las losas de sus propias tumbas Cada vida que respeten, señores de
la muerte, será entonces un latido en sus corazones y acrecentará la fuerza y la riqueza de la
conciencia que rechaza la muerte y sólo sabe del afecto, de la amistad y de la entrañable e
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irrepetible humanidad de cada uno. Dejen que la vida vuelva a respirar y depongan y
entreguen sus armas.
Llamamos, por último, al gobierno y a los ciudadanos de los Estados Unidos para que
tomen conciencia de la sangre que su consumo de drogas, su industria armamentista y su
equívoco desprecio por nosotros, han derramado en nuestra patria, para que en nombre de
la paz y del amor nos pidan también perdón y detengan esta guerra, cuyos muertos les
reclaman desde nuestro dolor. La relación asimétrica y desigual entre México y EU está
sometiendo la seguridad nacional de nuestro país a sus manuales y lógicas militaristas que
están sembrando sufrimiento, horror y muerte. No se trata de negar su colaboración frente
al crimen organizado y sus carteles, sino de evitar que la lógica de su poder militar y sus
intereses globales impongan el diseño de seguridad de nuestra nación. Allí están como
prueba de ello su fallido “rápido y furioso” –que en su nombre lleva su destino— y las
2000 armas que diariamente entran en nuestro territorio para asesinarnos. Somos amigos,
pero no cómplices de sus industrias ni de sus estrategias de muerte.
Seguiremos exigiendo el cumplimiento de las seis demandas fundamentales del documento
que leímos el 8 de mayo en la plaza de la Constitución, porque es un hecho incuestionable
que la ceguera política de la clase dirigente de nuestro país y sus franjas de corrupción y
complicidad permitieron que anidara el crimen en las venas de la nación. Seguiremos, por
lo mismo, caminando, consolándonos, uniéndonos en la paz y partiremos la segunda
semana de septiembre hacia el sur del país. Recordemos que allá, hace unos lustros, en las
montañas de Chiapas, se erigió un de los más altos y profundos ejemplos de dignidad que
sigue iluminando la oscuridad del país. Aparecieron los rostros y los nombres negados de
los pueblos indios que estremecieron a la nación y nos recordaron las profundas raíces de la
injusticia que se arraigaron en México. Los zapatistas, con respeto, independencia y
hermandad no han dejado de acompañarnos desde las primeras horas de nuestro caminar.
Allá también habitan las experiencias desoladoras de nuestros hermanos centroamericanos
que golpean nuestras conciencias y agregan sus dolores a nuestros corazones. Partiremos
para abrazarlos, para estar cerca de ellos y hacerles saber que no estamos, que ya nunca más
estaremos solos.
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Aunque a veces nos tropecemos, aunque a veces nos equivoquemos, seguiremos sumando
voces y corazones para que este dolor, como lo dijimos cuando empezamos a caminar, no
sirva para sembrar el odio y fomentar el crimen, sino para encontrar el amor, la paz y la
justicia que perdimos.
Concluyo con unos versos de un poema de Efraín Bartolomé:
“Habla por mi lengua de mis abuelos […]/ No me dejes callar cuando sienta el peligro/ no
me dejes mentir/ no me dejes caer/ no”.
¡No a la Guerra! ¡Sí a la Paz con Justicia y Dignidad!
Frente al Senado de la República, 14 de agosto de 2011.
México Distrito Federal
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