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martes, 2 de febrero de 2016

Lalla que ascendiste al cielo como una nube... ¡Llegaste a Allāh!

02/02/2016 - Autor: Antonio de Diego Gonzalez - Fuente: WebIslam
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Mezquita en Kashmir
En la montañosa y blanca Chachemira, al pie de los Himalayas, aún se recuerda a una mujer de melena al viento y sabiduría profunda. Lal Dev (1320-1392), también conocida como Lalla entre los musulmanes y Lalashwari entre los hablantes de hindi, estaba destinada a ser una de las mejores representantes de la mística de la región. Cachemira hasta la llegada de los británicos fue un complejo conglomerado de sufis, bhaktas (la versión devocional del hinduismo), brahmanes ortodoxos, de vendantas, sikhs y buddhistas; de ebullición de pensamiento y complejidad cultural. Un caldo de cultivo para buscar el absoluto de mil y una formas.  
Nacida en una familia de brahmanes eruditos hindúes, se le arregló un matrimonio a los doce años. Pero su vida no fue como todos habían pensado pues la familia de él la maltrataba. Un día, cuando ella contaba con veinticuatro años, se le apareció el dios Shiva y la invitó a abandonarlos para a unirse a él para buscar el verdadero conocimiento. Lal no perdió el tiempo y se convirtió en una buscadora. Como buenashivaita rompió con todas las convenciones sociales y adoptando tabúes como ir desnuda y embadurnar su cuerpo con las cenizas de los crematorios. De diversos gurus aprendió las técnicas del yoga que practicaba, olvidando su vida y siendo consciente de las vidas pasadas. Así llegó a un estado en el que decía en dos vakhs (estrofas en cachemir):
Mil veces le pregunté a mi gurú,
el nombre de aquel quien es conocido como “vacio”,
cansada y exhausta estoy, preguntándolo una y otra vez
y de ese “vacío” emergió el todo, desconcertante y poderoso.
Mil veces mi gurú me respondió:
¿Cómo definir a aquel que no tiene nombre?
Pregunto y pregunto pero todo es en vano.
El ignoto anónimo me parece
que es la fuente de todo lo que veo.
Poco a poco, a través de una íntima y desbocada devoción (bhakti), Lal adquirió los conocimientos esotéricos del shivaismo: aprendió a manipular la naturaleza visible y a degustar lo invisible. También comprendió que lo importante era la esencia innombrable y que de esa esencia participaba de todos los seres, más que las imágenes de Shiva Nataraja bailando o en el aspecto terrible de Rudra. Ya en este estado Lal dijo:
He recorrido un largo camino buscando a Dios
pero cuando finalmente me di por vencida y volví
y ahí estaba Él, junto a mi…
¡Oh Lalla!
¿Ahora erras sin rumbo
como una mendiga?
Haz un esfuerzo y Él te permitirá verle
en una beatífica forma,
en tu corazón.
La ruptura de la conciencia de la forma de la creación hizo de Lal un ser errante, etéreo que ni encajaba con las estrictas normas del eterno dharma hindú ni con el nihilismo del buddhismo pues el amor sin apegos a lo divino la había poseído. Lal buscó y buscó anhelando encontrar los maestros más puros pero pocos podían satisfacerla, abandonaba vagaba y vagaba siendo objetivo de las burlas de niños y presuntos sabios.
Un día llegó a un pequeño pueblo llamado Qaimoh. Allí una mujer llamada Sadra, la esposa del famoso shaykh Salaraddîn Nûrâni, acababa de parir un niño llamado Nûraddîn. Sin embargo, el bebe se negaba a  tomar el pecho de su madre. La madre pidió al padre que hiciera una petición (du'â) a Allâh para evitar la muerte del niño por inanición. Lo hizo tras la oración del Maghrib y esa misma noche apareció Lal totalmente desnuda y cubierta de ceniza. Tomó al bebe en sus brazos, le besó, lo puso contra su pecho y susurrandole:
Si no te has avergonzado
de haber nacido,
¿Por qué evitas
mamar de los pechos de tu madre?
Sonriendo, con la mirada perdida, obró una gran milagro (karama) pues el niño mamó del pecho seco de una mujer de cincuenta y siete años. Lal había comprendido que el bebe no quería comer, y que tan solo anhelaba la ma'ârifa (gnosis). En este acto Lal traspasó al bebe toda su gnosis dandole una apertura espiritual (fâth) a través de su leche.
Nûraddîn, que llegaría a ser el famoso shaykh Nund Rishi, experimentó su tarbiya(educación espiritual) en el significado más profundo del término que denota ser amamantado.  En agradecimiento shaykh Salaraddîn hizo du’a por ella y cambió su nombre por un título que había escuchado a los maghrebies, descendientes de Hassan, en Meca: Lalla.
Lalla significaba en amazigh, la lengua de los beréberes, “majestad” y era un título honorífico reservado para las descendientes del Profeta Muhammad. El shaykh reconoció una apertura la incluyó entre su familia, a pesar de haber amado a Shiva, hacer yoga e ir desnuda pues en su opinión guardaba la percepción de la verdad (haqq) sin ningún atributo, hacia la shahada en cada respiración. Ella era para el shaykh una auténtica descendiente del Profeta y no por su sangre sino por su ma'ârifa, por su estado de rapto (jadhb) ante la realidad y ante Allâh. A partir de entonces, fue conocida por este nombre entre todos los sufis de la región.
Lal siguió luchando contra la ceguera espiritual de unos y otros y un día llegó a la casa de shaykh sayyid Ali Hamadani. Este enseñaba fîqh y aqîda islámica a la gente humilde que quería liberarse de la tiranía de las castas y del vacío del Buddhismo. Para él, el secreto era una vida sin extravagancias de moderación y de amor al Profeta y a Allâh. Este le preguntó a Lal en que creía y la yogini, incapaz de exponer la doctrina delshivaismo trika, le cantó unos versos:
No existes ni yo tampoco,
no hay objeto en que meditar,
ni proceso en la meditación.
El que engendra las acciones se olvida de quien es,
ciego no ve relaciones ni las apoya.
Y el devoto emerge con Él, y en ese momento verá a su señor.
Hamadani quedó tan impactado con las palabras de Lal que les dijo a sus discípulos: “Sus palabras nos enseñan los miedos y las esperanzas de la gente común, que necesitan de guías que trasciendan”. Acto seguido miró a Lal quien se había vestido con un sari estampado con flores. El shaykh se sorprendió y le preguntó que por qué lo había hecho si ella siempre iba desnuda como los seguidores del dios Shiva, y ella le contestó: “Porque he conocido a un hombre, a un amante de Dios, por primera vez”.
El carisma de Lalla, la sharifa de la ma'ârifa, impregnó durante generaciones a musulmanes y a hindúes por partes iguales. Anti-sistema, conocedora de lo absoluto y conciliadora. Porque hay verdades que rompen las lógicas, las aniquilan y nos ciegan porque abren el camino a luz pura sin velos. Rechazada por todos, amada por los selectos los que traspasaban lo físico para centrarse más allá de las esencias.
Quinientos años después, el gran shaykh qadiri Shams al-Faqir escribió un poema en honor a Lal Dev con el que ponemos colofón a este pequeño homenaje a la sharifa de Cachemira.
¡Oh tú que alcanzaste la iluminación!
reconociste el espíritu y te quedaste con la ma'ârifa.
¡Llegaste a Allâh!,
hiciste sincera ‘ibada,
buscaste el sentido de la vida:
supiste lo que decían los libros sagrados.
Y en “la casa de los ídolos”
¡Oh Lalla! lograste fusionar
tu espíritu con el cielo
¡Llegaste a Allâh!
Pero también llorabas,
¿Qué le ibas a pedir a una estatua de piedra?
Lalla, dejaste caer el cántaro de agua
dentro de la “la casa de los ídolos”.
Y obtuviste la recompensa:
Majdhuba embriagada se las ingenió
para bañarse en la confluencia de dieciséis rios,
y construyó un puente
en el oceano de la existencia temporal.
Golpeó la cabeza de Shaytan
y se reconoció.
Si hasta un humilde carpintero
construyó un palacio en la selva…
¡Aprende la lección de Lalla!
 Tuvo que cargar con el ídolo de piedra
que supuso su suegra,
sirviéndole a ella un plato de arroz.
Lalla fue a enseñar a Nund Rishi
aquello que los santos llaman ma'ârifa.
Jugó al escondite con Shah Hamdani
y por fin vio a Allâh.
¡Oh Shams! tu que aprendiste
que el sol no tiene sombra.
¡Oh Lalla! que ascendiste al cielo como una nube,
¡Llegaste a Allâh!
Antonio de Diego es investigador FPU en la Universidad de Sevilla donde investiga sobre Historia Intelectual Africana e Islámica.

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