Erdogan y los extremistas azuzan la ira anti Francia
Turquía, un país laico gobernado por un presidente nacionalista abanderado del islamismo político, denuncia los atentados contra Francia pero capitaliza la ira contra los galos
"Ofrecemos nuestras condolencias a los familiares de quienes perdieron sus vidas en el ataque y deseamos la curación rápida de los heridos. Ninguna razón puede justificar el asesinato de una persona o la violencia", declaró, en un comunicado, el Ministerio de Asuntos Exteriores turco. "Está claro que aquellos que realizaron el ataque carecen de valores religiosos, humanitarios o morales", añadieron, como mensaje de condena, tras días de retórica inflamada y en medio de una disputa política.
Entretanto, la agitación se mantuvo en Internet, uno de los reductos de la ideología extremista, propia de las monarquías del Golfo Pérsico y difundida con petrodólares, que lleva años galvanizando comunidades europeas de raíces musulmanas. Ambientes marginados, cuyo ascensor social está roto y donde algunos chavales inmigrantes de segunda generación tan pronto coquetean con la delincuencia común como hallan, en el gancho del discurso de sus mezquitas, la forma de dar rienda suelta a su frustración.
No en vano, Francia fue el país europeo del que salieron más jóvenes para unirse a las filas del autodenominado Estado Islámico, a partir de 2014, superando a Bélgica, Alemania o el Reino Unido. Más de un millar lo hicieron. Ciudadanos franceses, educados bajo un estricto sistema laico con profesores como el asesinado Samuel Paty que, sin embargo, ven en la retórica inflamada del extranjero una llamada a las armas y, en sus propios convecinos, al enemigo a batir. Y matar salvajemente.
La mayoría de medios radicados en países como Irán o Egipto, que durante los últimos días habían condenado los mensajes del Elíseo y criticado que Macron considerase "libertad de expresión" lo que a sus ojos es un "insulto al islam", ayer optaron por informar escuetamente de los atentados y no entrar en valoraciones inmediatas. Paradójicamente, las monarquías petroleras árabes mantuvieron el perfil bajo de los últimos días. Qatar, una de ellas, es dueña del Paris Saint-Germain, una referencia futbolística gala.
Por su parte, Arabia Saudí, otro país que durante años ha favorecido el integrismo religioso dentro y fuera de sus fronteras, había rechazado a principios de semana "todo intento de vincular islam con terrorismo", a la vez que había denunciado "las caricaturas ofensivas del Profeta". Pero evitó las pugnas políticas con un país al que le pagó, el año pasado, una factura de 1.000 millones de euros en armas. Con todo, no pudo evitar el ataque a un guarda del consulado francés de Yeda, atribuido a la actual ola de furia musulmana.
Por contra, ha sido Turquía, un país laico gobernado por un presidente nacionalista y piadoso, el que ha capitalizado la ira contra los franceses. Una ira política, exacerbada tras la publicación de una caricatura de Erdogan que, de no haber sido en el Charlie Hebdo, sino en una de las cada vez más constreñidas revistas satíricas turcas, hubiese propulsado a sus editores a la cárcel. Una ira que ha coronado años de desencuentros entre franceses y turcos, intensificados en los últimos tiempos.El diez de junio pasado, el intento de una fragata francesa -de misión con la OTAN en aguas próximas a Libia- de inspeccionar un barco de carga escoltado por buques de guerra turcos desembocó, según París, en un encontronazo durante el cual pusieron a tiro la fragata. Turquía lo desmintió. La batalla de acusaciones siguió por el apoyo francés a las fuerzas del mariscal libio Haftar, enfrentado al Gobierno libio reconocido por la ONU y defendido por Ankara.
La trifulca se mantiene por derroteros del norte y centro de África, en cuyos países Francia y Turquía compiten por influir, se ha extendido por el Mediterráneo Oriental -Francia participó este verano en maniobras navales en Chipre, en cuyo conflicto está implicada Turquía- y alcanza incluso el Alto Karabaj. Francia, que alberga a gran parte de la diáspora armenia, ha sido escenario en los últimos días de protestas, en algunos casos violentas. Estas han incluido batidas por barrios galos de mayoría armenia.
A esta disputa política se le podrían atribuir otros encontronazos, como la oposición francesa a las sucesivas intervenciones turcas en Siria, en particular contra las milicias kurdas, a las que París apoyó contra el Estado Islámico. O la tradicional negativa francesa a la integración de Turquía en la Unión Europea. Ignorantes de estas trifulcas, unos terroristas, hechizados por el canto de sirena de un islamismo con una visión del mundo cada vez más contumaz, han traducido la disputa ideológica en barbarie.
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