#ConLosParientesNo
diciembre 10, 2020 10:46 am por José Antonio Crespo 792
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La lucha contra la corrupción y el fin de la impunidad han
sido centrales en el discurso de López Obrador desde hace mucho. De hecho,
todos los candidatos y después presidentes lo han utilizado como un gancho para
captar electores o generar cierta legitimidad en su gobierno. Nunca ha pasado
de palabrería y, si acaso, uno que otro pez gordo en la cárcel (pero todos los
demás, libres). Sin embargo, algo hubo en López Obrador que generó en muchos la
convicción de que él sí, a diferencia de otros políticos, era realmente
honesto, y cuyo plumaje no se manchaba al cruzar el pantano. Le ayudó su
austeridad personal que, en virtud de los lujos que acostumbran mostrar los
políticos mexicanos, fue identificada como garantía de su honradez. Sin embargo
no es lo mismo austeridad que honestidad; AMLO es uno de esos casos que no
gustan de lujos personales, pero sí del poder en sí mismo y la glorificación de
su imagen.
Pero se puede obtener dinero ilícito para propósitos
distintos de comprar mansiones o autos de lujo; por ejemplo, nutrir el propio
movimiento para alcanzar el poder. Es el caso de López Obrador, pero otra
habilidad que le ha ayudado es la de fingir cada vez que se descubre alguna
corruptela de sus colaboradores y cercanos, que nada sabía, que lo hicieron por
debajo de la mesa sin su conocimiento. Ello, pese a que López Obrador siempre
ha sostenido que en materia de corrupción, los jefes siempre están enterados,
cuando no involucrados. Pero no con él, pues se presenta como demasiado honesto
e incluso ingenuo como para detectar todas las transas que se cometen a su
alrededor. Ni siquiera sabía de las “aportaciones” que recibía su hermano Pío,
pese a que éste aseguraba a su donador que desde luego que AMLO estaba al
tanto. También René Bejarano, en algún momento de su proceso legal, dijo, en
voz baja: “Andrés sabe todo, pero no es tonto”. Algo así como el clásico, “Y
sin embargo, se mueve”.
Alfredo ESTRELLA / AFP
Pero lo que cuenta políticamente es la gran capacidad para
engañar a grandes sectores de la población sobre su honestidad a toda prueba. Y
de ahí que haya capitalizado la enorme corrupción que en efecto permea en el
país, lo mismo en el sector público que en el privado. Pese a que la
democratización ha avanzado en México en el tema electoral y de formación de
algunos contrapesos, uno de sus ejes definitorios, la rendición de cuentas, ha
quedado estancada. Todo eso, se supone, lo acabaría López Obrador. En su
discurso cotidiano él sostiene que en efecto la corrupción y la impunidad son
cosa del pasado, y sin embargo seguimos esperando que la corrupción reciente
sea penalizada legalmente (y no sólo mediática o discursivamente). Y cuando
vemos nuevos casos de corrupción en personajes vinculados al presidente, quedan
sólo en un pequeño escándalo, sin mayores consecuencias. Más o menos lo mismo
que ocurría bajo el PRI y el PAN. Ese esquema servía sólo para aportar algo de
legitimidad y apoyo popular al presidente en turno, pero en nada ayudó a
reducir estructuralmente la corrupción ni la impunidad, que van de la mano.
En este gobierno siguen las denuncias de irregularidades,
influyentismo, dinero ilícito, conflictos de interés por parte de miembros del
gobierno o cercanos al presidente, y el formato consecuente es más o menos el
siguiente: A) se pone en duda la información por provenir de un medio
conservador y adversario (que son casi todos), incluso con risotada de por
medio; B) viene después el deslinde de AMLO, quien asegura que nada sabía del
caso (confirmando implícitamente que la información es o puede ser cierta), y
sus seguidores lo creen sin dudarlo; C) se guarda la formalidad de que una
investigación, para que quede claro que él no es tapadera de nadie; D) y
finalmente, las instituciones encargadas de investigar aseguran no encontrar
pruebas fehacientes, o si acaso ordenan una pequeña sanción (multa menor o
rescindir los contratos ilícitos). Mientras ese esquema no cambie, no habrá
avance alguno en este fundamental tema, salvo en el discurso presidencial.
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