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martes, 15 de diciembre de 2020

La disputa entre Cáceres y Tepeyac por la Virgen de Guadalupe.

 

La disputa entre Cáceres y Tepeyac por la Virgen de Guadalupe.

Con el “privilegio real” como arma, la Orden de los Jerónimos se dispuso a armar el caso que le permitiría hacerse con los recursos que producía la joven comunidad católica novohispana. Fue asi que la orden designa a fray Diego de Santa María en 1570 como su representante ante el pleito que el santuario extremeño iniciaba en contra del arzobispo Montufar al poco tiempo de salir de las acusaciones de Bustamante. Santa María tiene contacto directo con el rey Felipe II a quien le hace la lista de reclamos que la orden interponía, siendo una de las acusaciones la de poner el santuario del Tepeyac como fraudulento.

Se le acusaba a Montufar de crear una devoción falsa para percibir limosnas que por haber usado el nombre de Guadalupe, les daba derechos de recibir parte de ellas y que estas donaciones eran ajenas al fin original que los jerónimos le habían dado. Su reclamo era tan potente ante el derecho canónico que podía obligar al rey a tener que ejecutar las órdenes originales del patronato, por lo que el tono de la solicitud exigía el cambio de nombre de la virgen, si traslado a un mejor lugar y la instalación de un convento dedicado a San Jerónimo administrado por ellos.

La demanda ya no alcanzó al arzobispo Montufar, quien murió en el año de 1572, por lo que el enfrentamiento de la demanda le correspondería tanto al virrey Martin de Enríquez y sobre todo al nuevo arzobispo Pedro Moya de Contreras. El virrey se desmarca del problema argumentando que no tiene que ver en la administración de las limosnas ya que era responsabilidad del clero secular, también hizo notar que la presencia de un monasterio de los jerónimos estaba de más en la capital novohispana, que ya había demasiados cuyo equilibrio en cuanto a las jurisdicciones parroquiales era muy delicado y que no quedaba espacio para atender la solicitud. En cambio, sugirió que las limosnas se encausaran a manera de donativos para los hospitales de indios o para dar la dote de las huérfanas.

El arzobispo Moya no dejaría perder esta importante entrada de recursos y no permitiría que ni los jerónimos o el virrey se metieran en esos asuntos, por lo que uso una serie de estrategias como la de incrementar la cantidad de sacerdotes encargados de la recolección de las limosnas, lo que de incrementarse la recaudación daría lugar a que se pudiesen instalar más. Es con esta serie de artimañas y sobre todo por la ambigüedad jurisdiccional entre la península y las Indias lo que hizo que las pretensiones de los jerónimos fracasasen para poder instalarse en el Tepeyac, pero lograron penetrar en otros lugares de América como en Perú. Cabe destacar que durante el proceso judicial nunca se usó la historia guadalupana para marcar diferencia entre las devoción peninsular y la novohispana.

Pasa el siglo XVI para dar lugar al XVII y las autoridades civiles y eclesiásticas daban por concluido el pleito con los jerónimos, pero es ahí donde entra un nuevo actor que revitaliza el conflicto. Llega a la cabeza de la causa jerónima fray Diego de Ocaña, quien se había desempeñado como un litigante exitoso de la orden en el Perú logrando además de recaudar las limosnas que cobraban otras ordenes regulares y seculares, establecer colegios y cofradías legitimas de los jerónimos para propagar el culto originario de Extremadura, lo que ayudo a solventar en parte las dificultades económicas que había entrado la orden en ese siglo.

A diferencia de sus predecesores, Ocaña logra establecer una red de alianzas en el Perú que se beneficiaban de las recaudaciones de las limosnas, lo que le daba una base para poder entablar el conflicto de forma adecuada. Estas alianzas era multifacéticas que iban desde órdenes religiosas como los franciscanos a los que permitió quedarse parte de las limosnas, pueblos de indios y hasta el mismo virrey del Perú con quien entablo amistad. También se valió con otra clases de estrategias si no funcionaba la cooperación, como el de fomentar otros cultos que hiciesen quebrar la ermita que no pagaba su parte para obligarlos a entablar un trato que terminaban en darles una imagen “menos milagrosa”. Es con todo este historial de éxito que Ocaña pretendía tener éxito en la demanda novohispana, pero esta vez contaría con resistencias tanto locales como en la corte lo que dificultaría su misión.

Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura

Federico Flores Pérez

Bibliografía: Lidia E. Gómez García y Eduardo Ángel Cruz. El discurso de la desunión: La disputa jurisdiccional por las limosnas de la virgen de Guadalupe en Nueva España, 1572-1607. Revista Estudios de Historia Novohispana, no. 61

Imagen: Anónimo, El Tepeyac y sus alrededores, siglo XVIII

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