Procreación, placer y castigo: costumbres y prácticas sexuales de la antigüedad
Mucho de lo que es considerado normal en la actualidad podría haber sido visto como algo chocante en el pasado y viceversa. La idea se puede aplicar a numerosos aspectos de la vida cotidiana, como las costumbres relacionadas con el sexo y el matrimonio. Exponemos a continuación una serie de hechos sorprendentes sobre la vida marital y sexual en la antigüedad.
Pimienta y miel para aumentar el placer
Los antiguos griegos conocían diversas pócimas y ungüentos destinados a mejorar el rendimiento sexual. Uno de ellos, del que se suponía que provocaba una erección duradera, consistía en untar el pene con una mixtura de miel y pimienta machacada.
Otro texto griego aconsejaba: “Tritura las cenizas que quedan al quemar la cola de un ciervo y a continuación haz una pasta añadiendo vino al polvo.” Al aplicar este ungüento sobre el pene supuestamente se despertaba un furioso deseo sexual.
Dionisos en una viña acompañado de silenos. Ánfora ática de figuras negras atribuida al Pintor de Príamo (siglo VI a. C.) y hallada en el monte Abetone (Etruria). Museo Nazionale di Villa Giulia (Rome). (Public Domain). Dionisos era el dios griego de la cosecha de la uva, la elaboración del vino y su consumo, la locura ritual, la fertilidad, el teatro y el éxtasis religioso.
Los griegos también empleaban una planta desconocida de la India de la que se decía que provocaba potentes erecciones tras frotarla sobre los genitales. Algunos hombres griegos afirmaban que bajo los efectos de esta planta eran capaces de alcanzar el clímax sexual hasta doce veces seguidas, y había indios que decían haberlo alcanzado hasta 70 veces seguidas. Para mitigar los efectos de este tratamiento al parecer había que verter aceite de oliva sobre los genitales.
Subastas de mujeres y la importancia de la virginidad
Aunque los matrimonios concertados son aún hoy en día una práctica cultural aceptada en algunos países del mundo, merece la pena examinar algunas de las formas bajo las que las gentes de la antigüedad seguían también esta práctica. Los matrimonios concertados eran algo habitual, por ejemplo, en la antigua Mesopotamia, y la unión adoptaba la forma de un contracto legal entre dos familias. Por otro lado, los cónyuges no se veían hasta que no tenía lugar la ceremonia.
En Sumeria y Babilonia el matrimonio era visto simplemente como una forma de garantizar la procreación, y por lo tanto como una norma que aseguraba la continuidad y la armonía de su sociedad. No tenía absolutamente nada que ver con la felicidad personal de la pareja en cuestión. Entre los romanos también eran habituales los matrimonios concertados.
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En sus “Historias”, Herodoto nos habla de la existencia de ‘mercados de novias’ en los que se vendían mujeres jóvenes a hombres que buscaban una esposa. Esto ocurría una vez al año en las poblaciones de la antigua Babilonia. En estas subastas muchas jóvenes aptas para casarse eran reunidas ante un grupo de hombres que buscaban esposa. Cada una de las mujeres era vendida al mejor postor. Los más ricos competían por las muchachas más bellas, mientras que las menos agraciadas acababan siendo para individuos del pueblo llano, que no podían permitirse pujar por las más atractivas.
En épocas antiguas, las normas del matrimonio eran mucho más estrictas para las mujeres. En el antiguo Israel, por ejemplo, las mujeres debían llegar vírgenes al matrimonio. Por otro lado, no se exigía a los hombres que fueran vírgenes en el momento de casarse. Además, si un hombre acusaba a su esposa de no ser virgen en el momento de casarse, la mujer corría el riesgo de ser apedreada hasta la muerte. Si se demostraba que la acusación era falsa, el hombre era simplemente azotado u obligado a pagar una multa por ello.
‘El mercado de mujeres de Babilonia’, óleo de Edward Long. (Public Domain)
Prostitución para aplacar a los dioses
La prostitución masculina era ampliamente aceptada en las sociedades griega y romana. En Atenas se aplicaba un impuesto sobre los ingresos por prostitución, tanto masculina como femenina, de modo que esta actividad estaba en realidad regulada por el estado.
En lo tocante a la prostitución masculina, la mayoría de sus clientes también eran hombres. Aun así, y a pesar de que se trataba de una actividad legal, un hombre que realizara servicios sexuales a cambio de dinero perdía sus derechos como ciudadano. Se le prohibía participar en gran medida en la vida pública de la comunidad, y no podía ser magistrado ni hablar en público en la asamblea. Por esta razón, la mayor parte de los que ejercían la prostitución masculina en Atenas eran esclavos o extranjeros.
Un hombre ofrece una bolsa con dinero a un joven a cambio de sexo. Cílica ateniense de figuras rojas, siglo V a. C., Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. (Public Domain)
En la antigua Babilonia existía la costumbre de que todas las mujeres realizaran un servicio sagrado a la diosa Mylitta. Era ésta una forma de prostitución sagrada en la que la mujer acudía al templo de Mylitta y mantenía relaciones sexuales con un desconocido a cambio de dinero. En sus Historias, Herodoto describe cómo las mujeres “están continuamente entrando y saliendo de este templo. Cuando una mujer llega aquí y se sienta, puede que no regrese a casa hasta que uno de los visitantes haya lanzado cierta cantidad de plata sobre su regazo y mantenido relaciones con ella fuera del santuario.”
Las ganancias obtenidas mediante este tipo de prostitución se ofrecían a la diosa, y mientras que las mujeres más hermosas cumplían con este deber con bastante rapidez, las menos atractivas tenían que esperar más tiempo, en ocasiones incluso años.
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Algunas ciudades de la antigua Roma albergaban estatuas del dios Príapo con el pene en erección. Estas estatuas se colocaban en los huertos a fin de desanimar a posibles intrusos. Se creía entonces que el dios infligía a estos eventuales intrusos severos castigos sexuales, ya fueran hombres, mujeres o niños.
Príapo representado con los atributos de Mercurio en un fresco hallado en Pompeya y pintado entre el 89 a. C. y el 79 d. C. Museo Nacional Arqueológico de Nápoles. (CC BY SA 2.0)
Hasta que la muerte nos separe...
En la antigua Mesopotamia, el Código de Hammurabi consideraba el adulterio como un crimen que se castigaba con la muerte. En Roma, la Ley Julia sobre el adulterio establecía que se podía dar muerte a una mujer que fuera sorprendida cometiendo adulterio, y tanto su padre como su marido tenían derecho a presentar la acusación. En Atenas, el adulterio era un delito grave que en un principio estaba castigado con la muerte. Más tarde, la pena de muerte para el adúltero (o adúltera) fue sustituida por una multa y el sometimiento a humillación pública.
En la antigua India existía una práctica denominada “sati.” Estaba basada en la creencia de que la viuda no tenía derecho a seguir adelante con su vida una vez su esposo había fallecido. De este modo, la viuda debía arrojarse en la pira funeraria de su difunto marido y ser quemada viva. En otra versión de la misma práctica, la viuda era enterrada viva junto al cadáver de su marido.
Pintura de principios del siglo XIX en la que se observa la realización de un “sati”, la práctica de la India por la cual la viuda era quemada viva en la pira funeraria de su marido. (Public Domain)
Imagen de portada. Escena erótica de un mosaico romano de Centocelle, siglo I d. C. (Alberto Fernandez Fernandez/ CC BY SA 2.5)
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