EL ÁGUILA MUERE
FUE EL MARTES 28 de febrero de 1525 cuando la comitiva de Cortés y los señores mexicas prisioneros llegaron a Acallan..
Los chontales se reconocieron súbditos de las gentes de México, de la nobleza del centro del país de Tollan: "Que venga el señor, nuestro amo y soberano. Que nos hagamos dignos de esta merecer.
Se trenzaron ramos de axayacatl, doseles de plumas lucientes de quetzal; se tendieron finas esteras de palma, se prepararon las bebidas refrescantes… Cuauhtémoc llegó a Tuxkahá, a la que los suyos llamaban Teotilac, envuelto por la majestad y prestigio de México; entonces habló a los acallantlanca con tiernas palabras de un vencido, en una arenga en la que resonó la herida de un pueblo deshecho
Pero “cuando el sol se iba a poner”-irónicamente en el sol del crepúsculo que significa el nombre de Cuauhtémoc la sórdida tragedia llegó un traidor de origen otomí a lo que parece, al que por su lugar de nacimiento se le suele llamar Mexicalcincatl, fue el denunciante
Pero hubo alguien más que participó en forma decisiva en esta tragedia: Malintzin; su siniestra actuación, que se iniciara con la denuncia de Cholula, allá donde la matanza inicial, se acrecentaría ahora en las tierras chontales en donde ella viviera su juventud en destierro, como si al participar en la condena del tlatoani mexicano, cobrara desquite de su salida del área mexicana, hacia su esclavitud en tierras tabasqueñas.
la fuente indígena citada, niega la conspiración, el denunciante quedó segregado de la tribu y se le llamó para siempre mentiroso.
Pero Malinche corrió a informar a Cortés: los nobles príncipes de México, Texcoco y Tacuba conspiraban contra los españoles, calculaban el tiempo necesario para aniquilarlos, para caer sobre ellos y asaltarlos…
Ha venido a sumarse a las pruebas de la existencia de pláticas de los príncipes mexicanos destinadas a destruir el poderío español, quebrantándola en su jefe militar Cortés y en aquella escasa tropa exhausta y desmoralizada.
Fue así como se fue desenvolviendo el dramático epílogo. Quienes son gratos a la memoria de Cortés han afirmado la existencia de la conjura, pero quienes le son adversos la han negado sólo para arrojar una mancha más al conquistador. Pero sobre estas consideraciones se impone una reflexión más severa: Cortés se encuentra en aquel invierno con un ejército mermado, sin disciplina y famélico; ante sus ojos se extienden sólo ciénagas, ríos y una cortina inmensa tendida por la selva.
Cortés necesita realizar un acto de severidad extrema que sea una advertencia a la tribu maya chontal y la represión más cruel de la sorda rebeldía del ejército de México.
Cortés, consecuentemente, obró con rapidez y con el rigor necesario para hacer ejemplar el castigo. Sigilosamente se aprehendió a los señores sumariamente tomó información de ellos, condenando a muerte a Cuauhtémoc y a Tetlepanquetzaltzin, aunque otras fuentes añaden a Coanacochtzin de Texcoco.
En general, todos convienen en que a Cuauhtémoc y al señor de Tacuba y al de Texcoco se colgasen de las ramas de una ceiba (ixminche) o de un pochote; pero un documento maya confirma en parte por un códice mexicano -la Tira de Tepechpan- nos da una versión diversa: antes de colgarse, los condenados fueron decapitados y sus cuerpos suspendidos de los tobillos de las ramas de la ceiba, en tanto la cabeza de las víctimas se clavaron en los muros del templo principal de Tuxkahá: "Le cortaron la cabeza [a Cuauhtémoc] y fue clavado en una ceiba delante de la casa que había de la idolatría en el pueblo de Yazan [Taxaham]."
Bernal Diaz recogió las últimas palabras del Héroe. Y en tanto que el principe de Tacuba expresaba que su muerte era buena por poder morir junto al gran señor de México, Cuauhtémoc se volvió severamente a Cortés y habló con amarga energía:
Hoh Malinche: días había que yo tenía entendido que esta muerte me habías de dar y yo había conocido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia.
Los cuerpos de los ,señores de México, suspendidos en las ramas del árbol sagrado de los mayas, quedaron balanceándose en aquel anochecer de febrero de 1525.
Tampoco conocemos, por otra parte, el destino de los tres cuerpos indigenas; como era usual en las reales exequias, se debió incinerar los cuerpos de los muertos; a espaldas de los españoles se debió descolgar a los tres soberanos, se les amortajó y quemó y, una vez consumidos los cuerpos en la cremación, el atado fúnebre se revistió de una máscara de turquesas, acompañándosele de ofrendas y, por su puesto, las mantas y el perrillo sacrificado descendieron al Mictlan, la subterránea morada. Su espíritu descendió así, mágicamente defendido, a la sombría morada de la muerte, mientras sus cenizas quedaron ocultas allá en tierras mayas.
Libro Cuahutemoc
Salvador Toscano
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