Una de las asignaciones más salvajes y alocadas que viví en mi carrera como diplomático estadounidense fue hablar cientos de veces en los canales de la televisión por satélite panárabe desde los años 2005 al 2007. El riesgo no era, por supuesto, por preocupación a mi vida, sino a la carrera o a la reputación de uno como persona, lo que valgan tales cosas efímeras. Uno de los temas que surgirían, por supuesto, era el tema de aquellos detenidos extranjeros que se encontraban confinados en Guantánamo.

Una guía sobre el tema Guantánamo fue preparada a la prensa oficial pero, al igual que la mayoría de los puntos de conversación preparados por el Departamento de Estado, en realidad estos no sostenían ningún tipo de exposición mediática prolongada. Estos puntos de conversación estaban destinados a que el orador introdujera los puntos principales y luego saliera del aire. Cuando yo tuve que abordar el tema, traté de desarrollarlos de manera que al menos pudiera ser de utilidad sin meterme en problemas con mis superiores: el verdadero autor de Guantánamo era un tal Osama bin Laden. La prisión no existía antes de los sucesos del 11-S y aunque uno podía encontrar fallas en la decisión, fue algo impuesto a los Estados Unidos en tiempos de guerra, en una guerra muy inusual. Más de una vez hice la analogía de las acciones tomadas por los presidentes estadounidenses Abraham Lincoln y Franklin D. Roosevelt en situaciones de guerra consideradas extraordinarias. Estas acciones – la suspensión de los derechos civiles por parte de Lincoln, como el recurso de hábeas corpus y el envío de los japoneses-estadounidenses a los campos de detención decretado por Roosevelt – son fuertemente criticadas con mucha razón hoy día, pero criticadas con bastante menos fervor para ese momento.

Mis opiniones personales sobre Guantánamo eran ambivalentes. Las cárceles, incluso cuando son necesarias (y de hecho son necesarias) e incluso si están bien gestionadas, son un horror. El tipo de retórica que algunos republicanos, tales como el candidato Mitt Romney, que utilizarían luego para defender a Gitmo (Guantánamo) era bastante desagradable.[1] Incluso si una prisión está dirigida de manera profesional y repleta de culpables (dos grandes «si»), son lugares para acabar con el alma. Al mismo tiempo, yo no estaba de acuerdo con gran parte del agitprop (propaganda política) izquierdista que hacía que Estados Unidos pareciera singularmente malvado porque trató de defenderse luego del mayor ataque terrorista de la historia. También era innegable que Guantánamo (y el espantoso escándalo de la prisión de Abu Ghraib en Irak en el año 2004) sirvieron como herramientas poderosas para el reclutamiento de terroristas, aunque si no hubiesen existido, los yihadistas hubiesen hallado otras excusas. Siempre lo hicieron. Los ataques del 11 de septiembre, 2001 antecedieron a Abu Ghraib y a Guantánamo, precedieron a la invasión estadounidense de Irak y a la planificación de un terrorismo tan espectacular que incluso precedió a la tan difamada administración Bush.

Mi interés en el tema también tuvo algunas dimensiones personales. Mi propio abuelo murió como prisionero político en la famosa prisión de La Cabaña en la Cuba de Fidel Castro en el año de 1968. Motivado por el deseo de aprender árabe a una edad temprana, me uní al ejército estadounidense para hacerlo y me capacité como interrogador/traductor. Era una época diferente. Mis instructores en Fort Huachuca y los supervisores en Fort Bragg en realidad fueron interrogadores del mundo real en Vietnam y por supuesto, el enfoque en esos años era principalmente contra la amenaza soviética. Lo más cerca que estuve de interrogar a un prisionero de guerra fue cuando me pusieron en alerta, junto con la 82ava División Aérea, con el fin de frenar una invasión de los rebeldes congoleños apoyados por Cuba en Kolwezi en el año de 1978. Pero nunca salimos de Carolina del Norte. La Legión Extranjera francesa se dirigió al área en su lugar.[2]

Mi primer encuentro verdadero con la realidad de Guantánamo de todos los lugares, se produjo en Afganistán, donde yo servía en la Embajada de los Estados Unidos en Kabul. Fue allí donde pude ver, no en persona sino en video, la liberación de algunos de los primeros detenidos en octubre del año 2002. Recuerdo vívidamente a un anciano afgano desdentado, supuestamente de unos 70 años, liberado después de 10 meses de prisión en Cuba. ¿Había tomado tanto tiempo para que los omniscientes maestros de la prisión más exclusiva del mundo se dieran cuenta de que este tambaleante anciano no debió haber estado allí? Fue en Afganistán donde escuché por primera vez el nombre del camarógrafo de Al-Jazeera Sami Al-Hajj.

Asumir la cartera de prensa y de diplomacia pública, un cargo de medio rango en jerarquía – en el año 2005 en la Oficina de Asuntos del Cercano Oriente (NEA) del estado, me empujó, aunque sólo fuese como actor secundario, hacia la lucha conducida por la administración Bush por los corazones y las mentes del Medio Oriente, dirigida en ese momento por Karen Hughes.[3] Yo no fui elegido para acompañar a la subsecretaria Hughes en su primer y notorio viaje al extranjero (mi cargo lo ocupó una funcionaria política que se desempeñaba como subsecretaria adjunta), pero pude ir en su segundo viaje, que la llevó en febrero del 2006 a los centros de la televisión por satélite panárabes de Dubái (Al-Arabiyya) y en Doha (Al-Jazeera).[4]

Al prepararme para el viaje, pude leer por primera vez el expediente sobre Al-Hajj. Al-Hajj había sido detenido en Pakistán cuando se dirigía desde Afganistán en diciembre del 2001 y el ejército pakistaní se lo entregó a los estadounidenses. Fue el único periodista detenido en Guantánamo. Recuerdo que uno de mis ayudantes me dijo que el expediente de Al-Hajj era «condenatorio». Luego de leerlo, pensé, bueno, lo es y no lo es.[5] No cabía duda de que Al-Hajj era un islamista y que había formado parte de ese inframundo crepuscular en el Medio Oriente y en otros lugares donde las conexiones entre el activismo islamista, el comercio y el terrorismo parecían difusas. Tenía todo tipo de conexiones sospechosas y dudosas, pero sus supuestos vínculos con Al-Qaeda me parecieron más afirmados que probados. La lectura del expediente elaborado por nuestro propio personal le hizo parecer más inocente que culpable.

Los lazos de Al-Hajj con la Hermandad Musulmana y con Al-Jazeera eran obvios e incontrovertibles pero, por mucho que me disgustaran ambos, ninguno de esos vínculos era considerado como terrorismo, en lo que respecta a Estados Unidos. Para ese entonces yo fui y sigo siendo crítico de Al-Jazeera,[6] pero me preguntaba cuánto influyó esa conexión en el juicio de sus captores. La sola idea de que Al-Hajj, un camarógrafo, de alguna manera proporcionaría pruebas condenatorias contra Al-Jazeera era ridícula. Si los estadounidenses quisieran eso, podían escuchar las conversaciones de los líderes de Qatar y del personal superior de Doha que controlaba la red.[7] En cualquier caso, yo ahora estaba informado, pero realmente no importaba, ya que era muy poco probable que tuviera algo que decir en el caso de Sami Al-Hajj.

Cuando supe que iba a viajar a Sudán como Encargado de Negocios estadounidense (jefe de misión en ausencia de un embajador) en mayo del 2007, Sami Al-Hajj era lo último que tenía en mente. El preservar los Acuerdos Generales de Paz (CPA) que pusieron fin a la guerra civil más larga de África y la crisis en curso en Darfur eran los principales problemas. La huella de la Embajada no era nada pequeña, sino extremadamente precaria en términos de seguridad, considerando que Sudán era el único estado patrocinador de terrorismo que quedaba en África.

En octubre del 2007, Washington nos encomendó asegurar la aprobación del gobierno sudanés para la elaboración de un nuevo marco de transferencia de detenidos entre nuestros dos países. Nadie lo dijo abiertamente, pero a mí me pareció que esto presagiaba una posible liberación de más prisioneros de Guantánamo, incluyendo a Al-Hajj. Cuatro detenidos ya habían sido liberados entre los años 2004 y 2006, pero esta vez nuestro gobierno quería más garantías.

Mi enfoque inicial, con el canciller en funciones Ali Karti, un partidario de línea dura del régimen de Bashir, no fue excelente. Karti no solo era intransigente, sino que parecía dispuesto a querer negociar los detalles de dicho acuerdo – un absoluto fracaso para el gobierno de los Estados Unidos. El alivio llegó en la forma de una reorganización del gabinete que llevó a Deng Alor Koul a canciller de Sudán, como parte del frágil acuerdo de poder compartido entre el Partido del Congreso Nacional (NCP) de Bashir y el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLM/siglas en inglés). Alor era un buen hombre dentro de un mal régimen y gracias a él fue aprobado el marco del acuerdo. Para diciembre del 2007, los dos primeros detenidos de Guantánamo en virtud del nuevo acuerdo fueron liberados.

Todavía existía un obstáculo más y en marzo del 2008 recibimos a un equipo importante del Departamento de Defensa/Departamento de Estado estadounidense responsable de los asuntos de los detenidos. Ahora yo tenía muy claro que esta era la última ronda de garantías necesarias y la atención se centró en la agencia líder en Sudán responsable de los temas de terrorismo: el Servicio Nacional de Inteligencia y Seguridad (NISS/siglas en inglés) y su jefe, el temible pero capaz Salah Ghosh. Ghosh muy probablemente hubiese tenido más razones para estar en Guantánamo que el camarógrafo de Al-Jazeera, pero después de alentar a Al-Qaeda en la década de 1990, el régimen de Jartum se distanció de bin Laden y ayudó a los estadounidenses en la Guerra Global contra el Terrorismo.[8]

Bien preparado por la Embajada, Ghosh les dio a nuestros visitantes las garantías que estos necesitaban escuchar. El hecho es que, si bien no se puede confiar en lo absoluto en el régimen de Bashir en la mayoría de las cosas que realiza, es mucho menos probable que se rompan las promesas sobre temas relacionados a la seguridad y el terrorismo que aquellos que se dan sobre cualquier otra cosa. En privado, yo tenía mis dudas no tanto sobre los servicios de seguridad sudaneses como por la tentación casi irresistible del régimen de pavonearse con la televisión panárabe. Mis preocupaciones estaban bien fundadas y sospecho que si las hubiera expresado, la transferencia hubiese podido verse retrasada.

A finales de abril del año 2008, nos enteramos de que pronto tres detenidos más, incluyendo a Al-Hajj serían trasladados. Pasada la medianoche del 2 de mayo, nuestro Agregado de Defensa y yo estábamos en el lado militar del Aeropuerto Internacional de Jartum para presenciar el traslado. La parte sudanesa que aguardaba la llegada estaba compuesta mayoritariamente por personal militar y del NISS, incluyendo a camarógrafos del NISS más acostumbrados a fotografiar interrogatorios forzados en casas fantasmas del NISS[9]. Amir Yakoub Mohammed Al-Amir, Walid Muhammad Haj y Sami Al-Hajj fueron retirados del transporte de la USAF y sus grilletes blancos con cremalleras le fueron cortadas y me las entregaron a mí. Sami Al-Hajj, que había estado actuando con normalidad momentos antes, comenzó a hacer muecas visibles de dolor por las cámaras del NISS cuando lo colocaron en una camilla de hospital y lo llevaron a la parte más oscura del lugar.[10] El inevitable circo mediático había comenzado.[11]

Mientras Al-Hajj fue llevado a un hospital donde Wadah Khanfar, el director de Al-Jazeera y su equipo de camarógrafos esperaba,[12] los otros dos detenidos fueron entrevistados minutos después de su llegada, el secretario de prensa del Presidente Bashir salió en los canales de Al-Jazeera inmediatamente, seguido de una conferencia de prensa por parte del Ministro de Información de Estado, todo esto sucedía mientras el transporte militar estadounidense aún estaba en tierra. Como era de esperarse, en un mes, Al-Hajj volaría con estilo a Doha y recibiría la bienvenida de otro héroe.[13] El momento de la liberación sería fortuito. Aproximadamente una semana después de la transferencia, los rebeldes de Darfur lanzarían una audaz incursión en la capital sudanesa hasta llegar al Puente Al-Ingaz en el Nilo Blanco antes de ser obligados a retroceder por las tropas del NISS. Al menos durante un momento, la Seguridad Nacional del estado de Sudán pareció verse algo inestable.

En realidad yo nunca conocí al hombre y no era necesario. Lo vi en persona durante unos dos o tres minutos. Mi papel secundario en este drama, que se remontaba a Afganistán en el año 2002, llegó a su fin. Me guardé los grilletes de plástico de Sami Al-Hajj en un cajón de mi oficina durante aproximadamente un año, hasta mi partida de Jartum. Empacando mis cosas personales, las vi una vez más y las arrojé a la basura.

*Alberto M. Fernández es Vicepresidente de MEMRI.


[1] Archive.thinkprogress.org/romney-we-ought-to-double-guantanamo-3b4c8c99eb53, 16 de mayo, 2007.

[2] Youtube.com/watch?v=12SFWoVwGUc, subido el 26 de julio, 2018.

[3] Csmonitor.com/2005/0316/p03s01-usfp.html, 16 de marzo, 2005.

[4] Wikileaks.org/plusd/cables/06DOHA317_a.html.

[5] Theguardian.com/world/guantanamo-files/US9SU-000345DP, lunes 25 de abril, 2011.

[6] Serie de MEMRI Investigación y Análisis No. 1527 – Al-Jazeera desenmascarado: El Islam político como brazo mediático del Estado de Qatar, 12 de agosto, 2020.

[7] Aljazeera.net/about-us/management-profiles/sheikh-hamad-bin-thamer-al-thani, consultado el 30 de diciembre, 2020.

[8] Voices.washingtonpost.com/spy-talk/2010/08/cia_training_sudans_spies_as_o.html, 30 de agosto, 2010.

[9] Gsdrc.org/document-library/agents-of-fear-the-national-security-service-in-sudan, 2010.

[10] Youtube.com/watch?v=VSfwe5dlWMo, subido el 7 de septiembre, 2008.

[11] Aljazeera.net/news/arabic/2008/5/3/%D8%A7%D8%AD%D8%AA%D9%81%D8%A7%D8%A1-%D8%B1%D8%B3%D9%85%D9%8A-%D9%88%D8%B4%D8%B9%D8%A8%D9%8A-%D8%B3%D9%88%D8%AF%D8%A7%D9%86%D9%8A-%D8%A8%D8%B9%D9%88%D8%AF%D8%A9-%D8%B3%D8%A7%D9%85%D9%8A, 3 de mayo, 2008.

[12] Youtube.com/watch?v=XmblMhG79RY, subido el 1 de mayo, 2008.

[13] Wikileaks.org/plusd/cables/08DOHA416_a.html.