Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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martes, 23 de febrero de 2021

23 de Febrero de 1836: En San Antonio (Texas) comienza la Batalla de El Álamo.

 23 de Febrero de 1836: En San Antonio (Texas) comienza la Batalla de El Álamo.

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Bajo el mandato del presidente Antonio López de Santa Anna, el gobierno mexicano comenzó a apartarse de un modelo federalista. La política nacional se acercaba cada vez más a una dictadura, lo cual era evidente en hechos como la revocación de la Constitución de 1824, a principios de 1835, que a últimas instancias incitó a la revuelta de muchos federalistas, dando lugar a un clima de violencia que se resentiría en varios estados mexicanos, incluyendo la región fronteriza de la Texas mexicana. Texas se hallaba en ese entonces poblada, en gran parte, por inmigrantes de los Estados Unidos que estaban acostumbrados a un gobierno federalista y a amplios derechos individuales, por lo que hacían sentir su descontento por el desplazamiento de México hacia el centralismo. Por otra parte, también en una situación de descontento por los intentos anteriores de comprar Texas por parte de Estados Unidos, las autoridades mexicanas culparon a gran parte de la población texana que era originaria de los Estados Unidos, cuya mayoría había hecho pocos esfuerzos para adaptarse a la cultura mexicana.
En octubre de 1835, las tropas mexicanas y texanas se enfrentaron en la primera batalla oficial de la Revolución de Texas. Decidido a detener la rebelión, Santa Anna comenzó a armar un ejército para reprimirla, denominado el «Ejército de Operaciones en Texas», con el cual restablecer el orden en el territorio texano. La mayoría de sus soldados eran reclutas, y un gran número había sido reclutado contra su voluntad.
Los texanos derrotaron sistemáticamente a las tropas mexicanas que ya se encontraban en Texas. El último grupo de soldados mexicanos en la región, al mando del cuñado de Santa Anna, el general Martín Perfecto de Cos, se rindió el 9 de diciembre tras el asedio de Béjar. En este punto, en el ejército texano dominaban los recién llegados a la región, principalmente inmigrantes de los Estados Unidos. Muchos colonos de Texas, aún no preparados para una larga campaña, volvieron a casa. Enfurecido por lo que consideró una injerencia norteamericana en los asuntos de México, Santa Anna dirigió una resolución que calificaba como «piratas» a los extranjeros que se encontraban luchando en Texas. En esta misma resolución se prohibía además la captura de prisioneros de guerra: los llamados piratas que fuesen capturados serían ejecutados inmediatamente. Santa Anna reiteró este mensaje en una enérgica carta al entonces presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson; ésta carta no se difundió ampliamente, y es poco probable que la mayoría de los reclutas estadounidenses que servían en el ejército texano tuvieran conocimiento de que no habría prisioneros de guerra. Para finales de ese año, las fuerzas texanas habían expulsado prácticamente a todos los soldados mexicanos que se hallaban en esa región; con el objetivo de recuperar Texas, en la ciudad de México Santa Anna comenzó a reunir un ejército.
Cuando las tropas mexicanas salieron de San Antonio de Béjar (actual San Antonio), los soldados texanos establecieron una guarnición en la Misión de El Álamo, una antigua misión religiosa española que se había convertido en una fortaleza improvisada. Descrito por Santa Anna como «una fortificación irregular, apenas digna de ese nombre», El Álamo había sido diseñado para resistir un ataque de las tribus nativas, pero no el de un ejército con artillería equipada. El complejo se extendía a través de 3 acres (1,2 hectáreas), con casi 400 metros en el perímetro de la defensa. Tenía una plaza interior bordeada al este por la capilla y al sur por un edificio de una planta conocida como el «Cuartel de Baja», y una empalizada de madera se extendía entre estos dos edificios. Los dos pisos del «Cuartel Largo» se extendían al norte de la capilla, mientras que en la esquina norte de la pared del este existían un recinto de ganados y un corral para caballos. Las murallas que rodeaban el complejo eran de al menos 84 centímetros de espesor, con un rango de entre 2,7 y 3,7 metros de altura.
Para compensar la falta de puertos de fusilamiento, el ingeniero texano Green B. Jameson construyó pasadizos a fin de permitir a los defensores disparar desde las paredes; sin embargo, este método dejaba a los tiradores con la parte superior del cuerpo al descubierto y desprotegida. Las fuerzas mexicanas habían dejado atrás 19 cañones, incluyendo uno de 18 libras, que Jameson instaló a lo largo de las paredes; este último alardeó al comandante de las fuerzas texanas, Sam Houston, que los texanos podrían «azotar a 10 invasores por cada soldado con su artillería».
La guarnición texana estaba insuficientemente dotada y con pocas provisiones, y contaba con menos de 100 soldados para el 6 de enero de 1836. Debido a esto, el coronel James C. Neill, comandante interino de El Álamo, escribió al gobierno provisional que «si alguna vez hubo un dólar aquí, no tengo conocimiento de ello». Neill pidió tropas y suministros, haciendo hincapié en que era probable que la guarnición no pudiera resistir un asedio más largo de cuatro días. El gobierno texano se encontraba en una agitación política en esos instantes, así que no pudo proporcionar mucha ayuda. Cuatro hombres diferentes afirmaron que se les había dado el mando sobre el ejército entero; el 14 de enero, Neill se acercó a uno de ellos, Sam Houston, para prestar asistencia en la recolección de suministros, ropa y municiones.
En la madrugada del 23 de febrero, los habitantes de Béjar comenzaron a huir de sus hogares por temor a la inminente llegada del ejército mexicano. A pesar de no estar convencido de los informes, Travis situó a un soldado en el campanario de la Catedral de San Fernando —la ubicación más alta en la ciudad— para estar alerta por si se acercaba alguna fuerza enemiga. A continuación, envió al capitán Philip Dimitt y al teniente Benjamin Noble para que actuaran de escuchas e investigaran el sitio donde se hallaban estacionadas las tropas mexicanas. Aproximadamente a las 2:30 a. m., el campanario comenzó a sonar; el soldado que se hallaba ahí afirmó que había visto luces a una cierta distancia. Debido a que Dimitt y Noble ya no regresaron, Travis envió al Dr. James Sutherland y a John W. Smith a caballo para explorar el área. Smith y Sutherland reconocieron a algunos miembros de la caballería mexicana a 1,5 millas (2 km) de la ciudad, y acto seguido regresaron a Béjar.
Para entonces, había aproximadamente 154 soldados texanos en El Álamo, mientras que otros 14 elementos efectivos se hallaban en el hospital. Se sabe con certeza que todos los anteriores no estaban preparados para la llegada de las tropas mexicanas, e inclusive no tenían siquiera alimentos en la misión. Debido a esto, se apresuraron a pastorear el ganado en El Álamo, y a hurtar comida de algunas casas abandonadas cercanas. Al final, obtuvieron suficiente carnes de res y granos para subsistir al menos por un mes en la guarnición. Por otra parte, en la fortaleza contaban con una gran cantidad de mosquetes mexicanos capturados, y más de 19 000 cartuchos de papel, sin embargo solamente había una provisión limitada de pólvora para la artillería. Varios miembros de la guarnición se dieron a la tarea de desmantelar el taller de artillería de Antonio Saez y transportar gran cantidad del material a El Álamo. Algunos cuantos miembros que habían estado viviendo en la ciudad trajeron a sus familias con ellos una vez que llegaron los informes del posible sitio en El Álamo. Entre ellos estaban Almaron Dickinson —quien trajo consigo a su esposa Susanna y a su pequeña hija Angelina— y Bowie —quien se hallaba en compañía de las primas de su difunta esposa, Gertrudis Navarro y Juana Navarro Alsbury, así como el joven hijo de Alsbury—.
Mientras la mayor parte de la guarnición se preparaba para el ataque, unos pocos texanos permanecieron en Béjar y levantaron una bandera en medio de la Plaza Militar. Según el historiador J. R. Edmondson: «La bandera era una variación de la bandera tricolor mexicana, con dos estrellas, que representaban a los estados separados de Coahuila y Texas, y que resaltaban en la barra central de color blanco».Aproximadamente una hora después, arribó a Béjar la primera parte de la caballería mexicana, comandada por el coronel José Vicente Miñón. Tras esto, los texanos bajaron su bandera y la llevaron a El Álamo.
A medida que la caballería mexicana se acercaba, Travis envió a un hombre apellidado Johnson para que le pidiera al coronel James Fannin, radicado a 100 millas (161 km) al sur, que enviara refuerzos de inmediato. Luego, Travis envió a Smith y a Sutherland a que le llevaran un mensaje al alcalde de Gonzales, a 70 millas (113 km) de ahí. La nota decía lo siguiente: «El enemigo está a la vista. Queremos hombres y provisiones. Envíenlas a nosotros. Tenemos 150 hombres y estamos determinados a defender a El Álamo hasta el final».
Al caer la tarde, Béjar se hallaba ocupada por unos 1500 soldados mexicanos. Rápidamente, las tropas mexicanas levantaron una bandera de color rojo sangre, que significaba «sin cuartel», y poco después hicieron sonar una corneta como solicitud para parlamentar. Travis ordenó entonces que dispararan el cañón más grande de El Álamo, y el ejército mexicano respondió con el disparo de cuatro bolas de 7 pulgadas desde obuses; las bolas golpearon el interior de la guarnición, pero no causaron daños ni heridas. Creyendo que Travis había actuado de forma precipitada, Bowie envió a Jameson para que se encontrara con Santa Anna. Jameson llevaba consigo una carta dirigida al «Comandante de las fuerzas invasoras en Béjar» y firmada por el «Comandante de las fuerzas voluntarias de Béjar».Furioso de que Bowie se presentara a sí mismo como su igual, el general mexicano se rehusó a encontrarse con Jameson. De acuerdo con Almonte, Jameson pedía una rendición honorable pero Bartres, al contrario, pedía la rendición de los invasores. Travis se molestó al enterarse de que Bowie había actuado unilateralmente así que envió a su propio representante; este recibió la misma respuesta. Dadas las circunstancias, Bowie y Travis se pusieron de acuerdo para volver a disparar el cañón mutuamente.
Para el tiempo en que los diálogos habían acabado ya estaba anocheciendo, y el fuego había cesado. Esa tarde, los mexicanos erigieron una batería cerca de la casa de Juan Martín de Veramendi, gobernador de Coahuila y Texas entre 1832 y 1833. Santa Anna envió también a la caballería del general Ventura Mora para que vigilara las zonas norte y este de El Álamo, y prevenir el arribo de refuerzos texanos. Según Edmondson, los texanos enviaron a un pequeño grupo para buscar comida y provisiones esa tarde. Poco después, este regresó con seis mulas de carga y un prisionero —un soldado mexicano que luego sería usado para interpretar los toques de corneta mexicanos—. Los texanos recibieron un refuerzo esa noche, cuando uno de los hombres de Seguin, Gregorio Esparza, llegó con su familia a la guarnición. Los centinelas texanos se rehusaron a abrirles la puerta, así que tuvieron que escalar a través de la ventana de la capilla para entrar a El Álamo. Varios otros soldados texanos fueron incapaces de regresar a la fortaleza; Dimitt y Noble, que recibieron el encargo de vigilar si el ejército mexicano se acercaba, fueron informados por un colono de que Béjar ya se encontraba rodeada, así que no podrían ingresar al pueblo de nueva cuenta. Finalmente, Andrew Jackson Sowell y Boyd Lockhart salieron esa mañana para buscar provisiones, y al escuchar que El Álamo ya estaba sitiado, decidieron volver a sus casas en Gonzales
Al llegar las tropas mexicanas a San Antonio las fuerzas texanas se atrincheraron en la misión de El Álamo utilizando algunas casas de sus cercanías como puestos de defensa avanzada. Tras rechazar Travis la invitación de Santa Anna a la rendición, comenzaron los combates.
El asedio se desarrolló según las tácticas militares de la época: con el inicio del sitio los atacantes fueron atacando las posiciones avanzadas texanas y desalojando a los defensores, que quemaron las granjas y casas aisladas y se encerraron dentro de los muros de la fortaleza. Posteriormente las fuerzas mexicanas fueron avanzando progresivamente bajo el fuego de la artillería de los defensores y estableciendo posiciones sucesivas cada vez más cercanas a los muros de la misión, cavando trincheras y reductos en los que emplazaban la artillería propia, de forma que iba batiendo las defensas con creciente eficacia. Mediante un bombardeo continuo y varios amagos de asalto se mantenía la tensión de la guarnición defensora mientras se la iba desgastando, al tiempo que se desmontaban sus cañones y se creaban brechas por las que realizar el asalto final.
En la madrugada del 6 de marzo unos 1200 soldados mexicanos divididos en cuatro columnas atacaron la fortificación de forma simultánea por los cuatro puntos cardinales. Algunos historiadores afirman que ganaron los muros en el primer asalto, mientras que otros hablan de dos oleadas. En cualquier caso, los defensores no pudieron mantener un perímetro tan amplio durante mucho tiempo, y los atacantes penetraron en el interior de la guarnición dando muerte a todos los defensores.
Entre las fuerzas texanas solamente dos hombres (el texano-mexicano Brígido Guerrero y el texano-estadounidense Henry Warnell) habían abandonado la misión en los días anteriores, durante el asedio. El resto de ellos murieron en la batalla, aunque su número no se ha llegado a cuantificar de forma definitiva (entre 184 y 257, según las fuentes). Los civiles no combatientes (mujeres, niños y esclavos) que no murieron debido a los combates fueron respetados y se les permitió marchar libremente. El propio Santa Ana exageró la cifra asegurando que en la batalla mató 600 rebeldes, aun cuando su propio secretario reconocería después que era una exageración.
Aunque muchas fuentes estadounidenses describen una defensa a muerte "hasta el último hombre", existen referencias de la época y otras aparecidas con posterioridad que hablan de un pequeño grupo de defensores (alrededor de la media docena) que se rindieron o fueron capturados vivos y que fueron ejecutados por orden expresa de Santa Anna, ya que antes del ataque había ordenado el toque a degüello. En cualquier caso, no cabe duda de que en la enfermería de la misión debía haber enfermos o heridos incapaces de combatir, además de los que cayeran heridos en el asalto final, y todos ellos murieron a manos de las tropas mexicanas, no se sabe si en el curso del asalto o ejecutados con posterioridad.
El número de bajas mexicanas ha sido origen de mucha controversia. Algunas fuentes estadounidenses hablan de hasta 900 muertos y heridos, una cifra muy elevada que se basa además en simples estimaciones, mientras que otras fuentes mexicanas las reducen a 60 muertos y 250 heridos, basándose en el parte de Santa Anna. Este último dato tampoco parece fiable: parece que Santa Anna sólo se refería al asalto final, y es muy posible que redujera el número de bajas propias por motivos de propaganda. Muchos historiadores estiman cifras de bajas de alrededor de 600 hombres entre muertos y heridos, contando tanto el asalto final como las que se produjeron durante el asedio.

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