'Canek', el héroe literario que hizo memorables los trazos de Ermilio Abreu
Para Chari, por las lecturas compartidas
Si alguien pidiera enumerar los libros de Ermilo Abreu Gómez, el primero en venir a la mente sería Canek, el héroe literario que hizo memorables los trazos de su autor. En él los vocablos nacen alados y sellan alianzas virtuosas para remontar alturas en que sus lectores vislumbran la profundidad y la plenitud al soplo de circunstancias que nunca son fortuitas, aunque las apariencias inciten a pensar lo contrario. “La palabra es cuna del espíritu creador. El espíritu creador, que siempre fue, en las tinieblas del tiempo, vio su conciencia, y de ella nació la palabra”.
En su delicadeza, esta obra acoge una profusión de valores cuyo fondo, en vez de hacerse explícito, se intuye. Para sugerirlos desde el vigor concentrado en sus líneas los sitúa junto a figuras antagónicas que, pese a su fuerza y a sus ventajas manifiestas, ceden su predominio a la actitud apacible y a la verdad callada. Así afloran el gesto tierno, el aliento solidario, el talante firme, el acompañamiento en la experiencia liberadora y, en suma, la fuerza del espíritu que enfoca sus alcances fuera de los límites conocidos, mientras las voluntades regidas de móviles sombríos agitan el fardo de las tribulaciones que hacen crecer para sí y para quienes encuentran en sus cercanías.
En Canek, historia gestada en el agua viva de las tradiciones autóctonas y en los generosos frutos del pensamiento universal, sobresalen el lenguaje alegórico y la concisión que allana el sendero enclavado en las proximidades de la esencia humana. Describe con radiante belleza el desarrollo de un aprendizaje que florece para prodigarse en todo lo que es capaz de recibir sus dones y de multiplicarlos.
La moral tiesa palidece frente a los caracteres flexibles, éstos se entregan más bien al roce del sol y al sustento del aire; cada cual expresa los rasgos de su naturaleza cuando asume las reverberaciones del fuego íntimo o las arideces de la conciencia enclaustrada en prejuicios y dogmas. Así retozan o tropiezan, evolucionan en sus caminos o se confinan en cercos estériles que afianzan la propensión turbia de su entraña.
En muchos de sus pasajes, Canek exalta la potencia del relato que en comunidad se extiende fértil y aleccionador por cuanto el valor intrínseco de sus prendas no exige confianza ciega ni dilatadas pesquisas. Sólo admite un rango de estatura compartida para rendir sus bondades cuando, al lado suyo, los empeños vanos proyectan el tormento del vacío que los aqueja hasta disolverlos en penumbra y olvido.
Sus frases breves revelan la comunión que despunta en el ejercicio sutil de honrar los misterios, como sucede en el encuentro espontáneo y comprensivo de Canek y el niño Guy, así también en la concordancia gemela de éste con la niña Exa, enigmática desde el primer cambio de miradas hasta su fusión iridiscente en el núcleo etéreo del universo.
Al llamado de la palabra y del arte que la ciñe acuden también los seres de paso leve, las piezas inadvertidas del mundo de todos los días. Obra así la eficacia evocadora de las lágrimas, tal como fluyen las fuentes puras que transforman el abatimiento en sosiego y evocan el parentesco de los elementos que rigen el orden natural. Y con ellos, los peldaños de ascenso pausado ennoblecen la vista y transfieren serenidad a la voz y equilibrio al ánimo.
Canek despliega fibra y sustancia. Ermilo el artífice lo guía y lo acompaña. Atempera la marcha para avanzar seguro, despojado de la prisa, de la aflicción y de la impaciencia, aun para encarar el destino más amargo.
josejuan.cerverafernandez@gmail.com
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