Acapulco, México - Manila, Filipinas
Desde que en 1565 Urdaneta estableció el tornaviaje y comenzó la historia de la Nao de China, las relaciones con Asia fueron fundamentales para la historia del arte y del desarrollo y proyección de la cultura mexicana. Si bien es cierto, que uno de los objetivos principales de la empresa naviera fue el comercio de las especias, estos prodigiosos galeones transportaron objetos y mercancías pero también ideas, gustos, preceptos religiosos, vocablos, conceptos arquitectónicos y pictóricos, fundamentos estilísticos, voces populares, costumbres gastronómicas, elementos culturales que marcaron la vida y las costumbres de Filipinas, Asia y México durante 250 años.
Del intercambio comercial de la Nao de China, también conocida como Galeón de Manila, México recibía gran cantidad de mercaderías y tesoros, como: sedas, especias, maderas, arroz, mango, azafrán, biombos y marfiles, entre otros muchos. Por su parte, México enviaba plata, oro, cochinilla, cacao, café, chiles, piezas de cuero, ganados, vino y muchos otros productos. La plata fue el producto de mayor demanda, se calcula que durante los dos siglos y medio que duró el intercambio comercial con Oriente, se enviaron cerca de 400 millones de pesos en plata.
Originalmente, las embarcaciones que zarpaban de México lo hacían en el puerto de la Navidad (en la costa del actual estado de Jalisco), pero los navegantes descubrieron en Acapulco mayor seguridad para sus embarcaciones y facilidades para las maniobras de fondeo pues su bahía era más profunda y tranquila. Una vez que la Nao de China atracaba en el puerto, se organizaba la importante feria de Acapulco, considerada por Humboldt como “la más famosa del mundo”. A ella acudían poderosos comerciantes novohispanos y de otros virreinatos de América buscando adquirir variados y exóticos productos procedentes de Asia. Con la Nao de China, México se convirtió en el vínculo comercial entre Asia, Europa y América del Sur.
El traslado de mercancías a la ciudad de México debía pasar por la Real Aduana de Pátzcuaro donde los arrieros con sus recuas de mulas y carros hacían alto para las revisiones y el pago correspondiente de impuestos. En la capital del virreinato, la gente esperaba ansiosa la llegada de tan exóticas mercaderías procedentes del llamado Lejano Oriente.
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