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domingo, 10 de abril de 2011

el gobierno secreto sionista yanqui

el gobierno secreto sionista yanqui

En un libro que por fin se publica en francés, el profesor Peter Dale
Scott recorre la historia del «Estado profundo» en Estados Unidos, o
sea la estructura secreta que dirige la política exterior y la
política de defensa de ese país más allá de las apariencias
democráticas. Este estudio ofrece la ocasión de poner bajo los
reflectores al grupo que organizó los atentados del 11 de septiembre y
que se financia a través del tráfico mundial de droga. Se trata de un
libro de referencia cuya lectura aconsejan ya las academias militares
y diplomáticas.


8 DE ABRIL DE 2011

Desde
Berkeley (États-Unis)


Red Voltaire: Profesor Scott, sabiendo que su trabajo no dispone aún
de la notoriedad que debería tener el mundo francófono, ¿pudiera usted
comenzar proporcionándonos una definición de qué es la «la Política
profunda» (Deep Politics) y explicándonos la diferencia entre lo que
usted llama el «Estado profundo» y el «Estado público»?

Peter Dale Scott: La expresión «Estado profundo» viene de Turquía.

Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes
que rodaba a toda velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del
parlamento, una reina de belleza, un importante capitán de la policía
local y el principal traficante de droga de Turquía, quien dirigía
además una organización paramilitar –los Lobos Grises– que asesinaba
gente. Se hizo entonces evidente que existía en Turquía una relación
secreta entre la policía –que oficialmente estaba buscando al hombre
que finalmente se encontraba en aquel auto con un jefe de la policía–
y aquellos individuos, que cometían crímenes en nombre del Estado.

El Estado para el que se cometen crímenes no es un Estado que puede
mostrar su propia mano al público. Es un Estado escondido, una
estructura secreta.
En Turquía lo llamaron el «Estado profundo» [1], y yo mismo venía
hablando desde hace tiempo de «Política profunda», así que utilicé esa
expresión en mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial» [En
español, El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial. NdT.].

Yo definí la política profunda como el conjunto de prácticas y de
disposiciones políticas, intencionales o no, habitualmente criticadas
o no mencionadas en el discurso público, además de no reconocidas. O
sea que la expresión «Estado profundo» –concebida en Turquía– no es
cosa mía. Se refiere a un gobierno paralelo secreto organizado por los
aparatos militares y de inteligencia, financiado por la droga, que se
implica en acciones de violencia de carácter ilícito para proteger el
estatus y los intereses del ejército de las amenazas que representan
los intelectuales, los religiosos y en ocasiones el gobierno
constitucional.

En en libro La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, yo adapto un
poco esa expresión para referirme a la más amplia conexión que existe,
en Estados Unidos, entre el Estado público constitucionalmente
establecido, por un lado, y las fuerzas profundas que se mueven en
segundo plano de ese Estado: las fuerzas de la riqueza, del poder y de
la violencia que están fuera del gobierno.
Esa conexión podríamos llamarla la «puerta trasera» del Estado
público, [puerta] que sirve de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera
del marco legal.

La analogía con Turquía no es perfecta ya que lo que actualmente hemos
podido observar en Estados Unidos no es tanto una estructura paralela
si no más bien una amplia zona o ambiente de contactos entre el Estado
público y fuerzas oscuras invisibles. Pero esa conexión es
considerable, y se necesita una apelación como «Estado profundo» para
describirla.

Red Voltaire: Usted escribió su libro, La Route vers le Nouveau
Désordre Mondial, en momentos en que el régimen de Bush se hallaba en
el poder y después lo reactualizó con vistas a la traducción al
francés. ¿Piensa usted que el Estado profundo se ha debilitado, lo
cual favorecería al Estado público, como resultado de la elección de
Barack Obama? ¿O, por el contrario, se ha reforzado con la crisis y
con la actual administración?

Peter Dale Scott: Después de 2 años de presidencia de Obama, tengo que
llegar tristemente a la conclusión que la influencia del Estado
profundo, o más exactamente de lo que yo llamo en mi último libro «La
Máquina de Guerra estadounidense» (American War Machine), ha seguido
extendiéndose, como lo ha hecho bajo cada presidente de Estados Unidos
desde la época de Kennedy.

Un importante síntoma de ello es la manera en que Obama, a pesar de su
retórica de campaña, ha seguido ampliando el campo de aplicación del
secreto dentro del gobierno de Estados Unidos y como ha seguido
castigando a quienes lanzan llamados de alerta: su campaña contra
Wikileaks y contra Julian Assange, quien ni siquiera ha sido inculpado
aún por el menor crimen, no tiene precedentes en la historia de
Estados Unidos. Yo sospecho que el miedo a la publicidad que se
percibe en Washington viene de que existe la conciencia de que las
políticas de guerra de Estados Unidos están cada vez más desvinculadas
de la realidad.

En Afganistán, Obama parece haber capitulado ante los esfuerzos del
general Petraeus y de otros generales que querían garantizar que las
tropas estadounidenses no comenzaran a retirarse de las zonas de
combates en 2011, como había adelantado Obama cuando autorizó un
aumento del número de soldados en 2009. El último libro de Bob
Woodward, que se titula Obama’s Wars (Las guerras de Obama), reporta
que durante aquel largo combate que se produjo dentro de la
administración para determinar si había que decidir una escalada
militar en Afganistán, Leon Panetta, el director de la CIA, le
aconsejó a Obama que «ningún presidente democrático puede ir en contra
de los consejos del ejército… Así que hágalo. Haga lo que ellos le
dicen.» Obama dijo recientemente a soldados estadounidenses en
Afganistán: «Ustedes cumplen sus objetivos, ustedes tendrán éxito en
su misión». Este eco de testimonios anteriores –tontamente optimistas–
de Petraeus muestra por qué no se hizo en la Casa Blanca una
evaluación realista del desarrollo de la guerra en diciembre de 2010,
a pesar del mandato recibido inicialmente.

Al igual que Lyndon Johnson antes que él, el presidente está atrapado
ahora en un cenagal que no se atreve a perder, y que amenaza con
extenderse a Pakistán así como a Yemen, si no más lejos aún. Yo
sospecho que las fuerzas profundas que dominan los dos partidos
políticos son ahora tan poderosas, tan coincidentes, y por sobre todo
están tan interesadas en las ganancias que la guerra genera, que un
presidente está más lejos que nunca de oponerse a ese poder, ni
siquiera ahora cuando se hace cada vez más evidente que la era de
dominación mundial de Estados Unidos, al igual que sucedió en su
tiempo con la de Gran Bretaña, está a punto de terminar.

En ese contexto, Obama –sin debate ni revisión– ha prolongado el
estado de urgencia interna proclamado después del 11 de septiembre,
con las drásticas limitaciones de los derechos civiles que ello
implica. Por ejemplo, en septiembre de 2010 el FBI tomó por asalto las
oficinas de pacíficos defensores de los derechos humanos en
Minneapolis y en Chicago basándose en una decisión reciente de la
Corte Suprema según la cual la libertad de expresión y el activismo no
violentos reconocidos en la Primera Enmienda se convierten en crímenes
si están «coordinados con» o «bajo la dirección» de un grupo
extranjero designado como «terrorista». Es importante señalar que en 9
años el Congreso no se ha reunido ni una sola vez para discutir el
estado de urgencia decretado por George W. Bush después del 11 de
septiembre, estado de urgencia que por lo tanto permanece en vigor hoy
en día.

En 2009, el ex congresista Dan Hamburg y yo lanzamos una exhortación
pública al presidente Obama para que pusiera fin al estado de urgencia
y llamamos al Congreso a que realizara las audiencias que su
responsabilidad requiere. Pero el 10 de septiembre de 2009, Obama, sin
la menor discusión, prolongó nuevamente el estado de urgencia del 11
de septiembre y lo hizo de nuevo al año siguiente. Mientras tanto, el
Congreso ha seguido ignorando las obligaciones que le impone su propio
estatuto.

Un congresista explicó a uno de sus electores que lo previsto en la
National Emergencies Act se ha hecho inoperante por causa de la COG
(Continuity of Government) [En español, Continuidad del Gobierno.
NdT.], un programa ultrasecreto destinado a organizar la dirección del
Estado en caso de situación de urgencia nacional. El programa de la
COG fue parcialmente aplicado el 11 de septiembre por Dick Cheney, uno
de los principales arquitectos de ese programa desarrollado dentro de
un comité que opera fuera del gobierno regular desde 1981 [Ver a
continuación más detalles sobre la COG. NdT de inglés]. De ser cierto
que las disposiciones de la National Emergencies Act se han hecho
inoperantes por causa de la COG, ello indicaría que el sistema
constitucional de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos, y
que los decretos secretos predominan ahora sobre la legislación
pública.

Red Voltaire: En ese contexto, ¿por qué el Congreso de Estados Unidos
no desempeña su papel en la limitación de los poderes secretos que se
instauró después del Watergate? ¿Qué consecuencias tuvieron entonces
la expulsión de Nixon y el fortalecimiento de la supervisión del
Congreso sobre las operaciones secretas de los servicios de
inteligencia estadounidenses?

Peter Dale Scott: La estrategia de Nixon para Vietnam consistió en
tratar de obtener el apoyo del bando opuesto llegando a acuerdos
estratégicos tanto con la Unión Soviética como con China. Esto
encontró una violenta oposición tanto de parte de los «halcones» como
de parte de las «palomas» en el seno de una nación profundamente
dividida, y yo creo que los «halcones» provenientes tanto de la CIA
como del Pentágono fueron partícipes de la crisis fabricada del
Watergate, que dio lugar a la dimisión forzosa de Nixon.

Después del Watergate, las «palomas» del Congreso –al que se aplicó
por entonces el sobrenombre de «McGovernite»– de 1974 implantaron
cierto número de reformas en nombre de políticas más abiertas y
públicas, aboliendo un estado de urgencia que se había mantenido desde
la época de la guerra de Corea y estableciendo las restricciones
jurídicas y legislativas sobre la CIA y sobre otros aspectos del
gobierno secreto. Esas reformas tuvieron como respuesta una
movilización concertada tendiente a revertirlas y a restablecer el
statu quo ante.

Aquel debate político implicaba la existencia, en el seno de la
dirección del país, de un desacuerdo entre los llamados «negociantes»
y los «prusianos» y la cuestión era saber si, después del fiasco de
Vietnam, Estados Unidos debía esforzarse por volver a su anterior
papel de nación prominentemente comerciante o si debía responder a la
derrota de Vietnam con un aumento suplementario de sus fuerzas
armadas.

Aquella lucha burocrática e ideológica fue a la vez una lucha por el
control del Partido Republicano. Aquello terminó provocando la caída
de Nixon y el gradual redireccionamiento –durante la presidencia de
Ford– de la política exterior de Estados Unidos de coexistencia
pacífica con la Unión Soviética hacia planes tendientes a debilitar y
posteriormente a destruir –bajo la administración Reagan– lo que este
último llamó «el Imperio del Mal». Fue así como, en octubre de 1975,
la implicación muy probable de Dick Cheney y de Donald Rumsfeld en la
revolución palaciega que los historiadores designan con el nombre de
«Masacre de Halloween» significó la derrota del republicanismo
moderado de Nelson Rockefeller. Aquello significó esencialmente la
reorganización del equipo de Ford, preparando así el fin de la
distensión.

Dick Cheney y Donald Rumsfeld, que por entonces dirigían el equipo de
la Casa Blanca del presidente Gerald Ford, y controlaban el
Departamento de Defensa, desempeñaron un papel decisivo en el triunfo
final de los prusianos, al alejar a Henry Kissinger y nombrar como
director de la CIA a George H. W. Bush, quien elaboró desde allí un
nuevo estimado, más alarmista, de la amenaza soviética, dando así
lugar a la correspondiente explosión de los presupuestos de defensa y
al sabotaje de la política de distensión. Desde entonces, hemos podido
observar en la economía estadounidense una influencia cada vez más
importante de lo que Dwight D. Eisenhower había llamado, en el
histórico discurso de fin de mandato que pronunció el 17 de enero de
1961, el «complejo militaro-industrial».

Hoy en día nos encontramos sometidos a un nuevo estado de urgencia
ampliado, y la supervisión del Congreso sobre las operaciones secretas
del Estado profundo de Estados Unidos se ha hecho casi inexistente.
Por ejemplo, la supervisión con mandato jurídico del Congreso sobre
las operaciones secretas de la CIA se ha evitado con éxito gracias a
la creación, en 1981, del Joint Special Operations Command (JSOC) en
el Pentágono, al igual que la supervisión sobre las operaciones que
dirigió el general Stanley McChrystal antes de su nombramiento como
comandante de las tropas de la OTAN en Afganistán.

Red Voltaire: En su anterior respuesta usted mencionó brevemente el
importante papel de George Bush padre en el sabotaje de la política de
distensión que había implementado Kissinger. Fue sin embargo muy breve
el periodo de Bush a la cabeza de la CIA. ¿El reemplazo de George H.
W. Bush por el almirante Stanfield Turner, más moderado, a la cabeza
de esa agencia incrementó el control de las operaciones secretas de
los diferentes elementos del Estado profundo de Estados Unidos?

Peter Dale Scott: No, en lo absoluto. Sucedió lo contrario ya que
ciertos actores claves de lo que acabo de explicar, ya excluidos de la
CIA como consecuencia de la nominación del almirante Turner, se
buscaron una nueva «casa» trabajando para el llamado Safari Club. El
Safari Club era una organización secreta fuera de todo control que
reunía a los directores de los servicios de inteligencia de numerosos
países –como Francia, Egipto, Arabia Saudita e Irán. Estimulada
esencialmente por el entonces director del espionaje francés, el
difunto Alexandre de Marenches, aquella organización tenía como
objetivo completar secretamente las acciones de la CIA mediante la
realización de otras operaciones anticomunistas en África, Asia
Central y Medio Oriente –operaciones que escapaban a todo control del
Congreso estadounidense.

Después, en 1978, Zbigniew Brzezinski –que no era miembro del Safari
Club– implementó una forma de escapar al control del almirante Turner
mediante la creación de una unidad especial de la Casa Blanca con
Robert Gates, el actual secretario de Defensa, que era por aquel
entonces un joven agente operacional de la CIA. Bajo la dirección de
Brzezinski, oficiales de la CIA se aliaron a la agencia de
inteligencia de Irán, la SAVAK, para enviar agentes islamistas a
Afganistán, desestabilizando así aquel país de manera tal que aquello
condujo a la invasión de Afganistán por parte de la Unión Soviética en
1980.

La siguiente década, que se caracterizó por la implicación secreta de
la CIA en Afganistán, fue determinante en la transformación de aquel
país en un vivero de cultivo de la amapola del opio, del tráfico de
heroína y del islamismo yihadista.
Hay muy buenos libros sobre ese tema publicados hace algunos años–uno
por Tim Weiner, el otro por John Prados. Pero, como se dirigieron a
oficiales de la CIA que les mostraron sólo algunos documentos que
acababan de ser desclasificados, esos autores no hablan de la droga en
sus libros.

La conexión de los narcóticos es tan profunda que no se menciona en
los documentos de la CIA que se han hecho públicos. Pera la
cooperación de la CIA, dirigida por William Casey desde 1981, con el
banco de la droga llamado Bank of Credit and Commerce International
(BCCI) estimuló la creación en Afganistán de una inmensa
narcoeconomía, cuyas consecuencias desestabilizadoras ayudan a
explicar por qué hay soldados de la OTAN, afganos y pakistaníes
muriendo diariamente en esos lugares [2].

El BCCI fue un enorme banco de lavado de fondos provenientes de la
droga. Corrompía, con sus presupuestos y sus recursos, a políticos de
primer plano en el mundo entero… presidentes, primeros ministros… Y
una parte de ese dinero sucio –de eso no se habla mucho, pero es la
realidad– llegaba a políticos en Estados Unidos, a políticos de los
dos partidos, y esa es una de las principales razones que explican por
qué nunca logramos que el Congreso abriera una investigación contra el
BCCI. Hubo de hecho un informe del Senado, que fue publicado, firmado
por un republicano, Hank Brown, y por un demócrata, John Kerry. Y
Brown felicitó a Kerry por haber tenido el coraje de escribir aquel
informe cuando tantas personas de su partido estaban vinculadas al
BCCI.

Este banco fue un factor primordial en la creación de conexiones con
gente como Gulbuddin Hekmatyar, probablemente el principal traficante
de heroína del mundo entero en los años 1980. Se convirtió [Hekmatyar]
en el principal beneficiario de la generosidad de la CIA, que se
completó con una suma similar de dinero proveniente de Arabia Saudita.
¡Hay algo terriblemente nefasto en este tipo de situación!


Nacido en Montreal en 1929, Peter Dale Scott es un ex diplomático,
poeta y autor canadiense. Es también profesor emérito de Literatura
Inglesa en la Universidad de Berkeley, estado de California. Es
conocido por sus posiciones contra la guerra y por sus críticas sobre
la política exterior de Estados Unidos. Peter Dale Scott es además un
autor y analista político reconocido tanto por la crítica como por sus
colegas, entre los que se encuentra su amigo Daniel Ellsberg,
reconocido a su vez como «el hombre que hizo caer a Nixon».
Red Voltaire: En 1976, Jimmy Carter fue electo en base a un programa
de reducción de los gastos militares y de distensión con la Unión
Soviética, lo que en realidad no se concretó en los 4 años de su
mandato. ¿Puede usted explicarnos por qué? ¿Será que su consejero de
Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski –a quien usted mencionó en su
anterior respuesta– desempeñó algún papel en aquella política
exterior, sensiblemente más agresiva que lo que se esperaba?

Peter Dale Scott: Los medios de difusión presentaban a Carter como un
candidato populista, como un granjero sureño cultivador de maní. Pero
la realidad profunda era que Carter había sido preparado para la
presidencia por Wall Street, particularmente por la Comisión
Trilateral, financiada a su vez por David Rockefeller y dirigida por
Zbigniew Brzezinski.

Brzezinski, un polaco furiosamente antisoviético, se convirtió
entonces en el consejero de Seguridad Nacional de Carter. Y desde el
principio de aquel mandato [Brzezinski] interfirió continuamente al
secretario de Estado Cyrus Vance para mantener una política una
política exterior más vigorosamente antisoviética. En ese aspecto,
Brzezinski actuó en contra de los objetivos planteados de la Comisión
Trilateral, de la que el presidente Carter había sido miembro.

La idea subyacente de la Comisión Trilateral era una imagen más bien
atrayente de un mundo multipolar en el que Estados Unidos hubiese
desempeñado un papel de mediador entre el Segundo Mundo, o sea el
bloque soviético, y el Tercer Mundo, que era lo que en aquel momento
se designaba como los países subdesarrollados o menos desarrollados…
Entre paréntesis, yo detesto esa expresión, porque viví en Tailandia
y, en ciertos aspectos, ¡ellos están mucho más desarrollados que
nosotros!

En resumen, al ser electo, Carter nombro como secretario de Estado a
un verdadero trilateralista, Cyrus Vance, y tenía como consejero de
Seguridad Nacional a Zbigniew Brzezinski, quien estaba decidido a
utilizar el Estado profundo para hacerle a la Unión Soviética tanto
daño como le fuera posible. Y la mayor parte de lo que se interpretó
como los «éxitos» del régimen de Reagan claramente se inició en la
época de Brzezinski.

Fue una renuncia total de aquello a lo que se había comprometido la
Comisión Trilateral. El pobre Carter fue electo porque había prometido
cortes en el presupuesto de Defensa y, antes de su salida [de la Casa
Blanca], había metido al Departamento de Defensa en masivos aumentos
presupuestarios que, una vez más, fueron asociados a Reagan aunque en
realidad habían comenzado antes.

Por consiguiente, una masiva campaña tendiente a un aumento de los
presupuestos de defensa –campaña discretamente realizada por ricos
industriales del aparato militar que actuaban a través del Comité
sobre el Peligro Presente– llevó la opinión pública estadounidense a
fortalecer el esfuerzo de Brzezinski a favor de una presencia y de una
política exterior estadounidenses más militantes, sobre todo en el
Océano Índico.

Red Voltaire: Después de haber sido un hombre muy influyente con el
presidente Gerald Ford, Dick Cheney –junto a su mentor Donald Rumsfeld
y junto al vicepresidente George H. W. Bush– fue, a partir de la
presidencia de Reagan, uno de los hombres claves del programa
ultrasecreto de «Continuidad del Gobierno» (Continuity of Government,
COG). ¿Puede usted explicarnos en qué consiste ese programa? ¿Ya se ha
aplicado, aunque sea parcialmente?

Peter Dale Scott: Desde el comienzo de la presidencia de Reagan, en
1981, se creó un grupo secreto, fuera del gobierno regular, para
trabajar sobre la llamada Continuidad del Gobierno («Continuity of
Government» o COG) o, dicho de otra manera, en planes de la COG
destinados a organizar la gestión del Estado en caso de urgencia
nacional. Ese programa era inicialmente una extensión de planes
preexistentes destinados a responder a un ataque nuclear que
decapitara la dirección de Estados Unidos. Pero, antes del fin del
mandato de Reagan, su orden ejecutiva número 12686 de 1988 modificó
los términos [de dichos planes] para que cubrieran cualquier tipo de
urgencia.

La COG es otra de las cosas que se asocian a Reagan, pero aquellos
planes en realidad comenzaron en la época de Carter, aunque es posible
que este último nunca haya estado al corriente de ello. En efecto,
Carter creó la FEMA [la Agencia Federal de Manejo de Situaciones de
Urgencia, siglas en inglés.], que históricamente siempre fue la
estructura de planificación de la COG.

Lo que resulta bastante chocante es que aunque los planes de la COG
son planes extremos, el Congreso no estaba al corriente de ellos en
los años 1980. Sólo un pequeño grupo –en el que se encontraban Oliver
North, Dick Cheney y Donald Rumsfeld– estaba encargado de trabajar en
esos planes en virtud de una orden ejecutiva altamente secreta de
Reagan emitida en 1981, como ya expliqué anteriormente.

La cuestión de la COG se mencionó públicamente por primera vez en
1987, durante las audiencias sobre el escándalo Irán-Contras, cuando
un miembro del Congreso nombrado Jack Brooks le preguntó a Oliver
North: «Coronel North, en el marco de su trabajo en el Consejo de
Seguridad Nacional, ¿no le asignaron a usted en un momento dado la
planificación de la continuidad del gobierno en caso de un desastre de
envergadura?» Agregó el congresista Brooks: «Yo estaba particularmente
preocupado, señor presidente, porque leí en varios diarios de Miami y
en algunos más que había un plan elaborado, por esta misma agencia, un
plan de contingencia en caso de urgencia que suspendería la
Constitución de los Estados Unidos. Aquello me inquietó mucho y me
pregunté si era un aspecto en el cual había trabajado él. Yo creo que
así es y quería tener esa confirmación.»

El senador Inouye, director de aquella comisión investigadora del
Congreso, le respondió con un poco de nerviosismo: «Con todo respeto,
¿puedo pedirle que no se toque ese tema en este momento? Si queremos
abordarlo, estoy seguro que pueden hacerse arreglos para una sesión
ejecutiva.» Está claro que las preguntas del congresista Brooks eran
sobre la «Continuidad del Gobierno», y aquellos arreglos para la
realización de una sesión ejecutiva nunca tuvieron lugar.

Cheney y Rumsfeld –dos figuras claves del programa de la COG–
siguieron participando en esos planes y ejercicios, muy onerosos, a lo
largo de dos décadas sucesivas, incluso en momentos en que, hacia
fines de los años 1990, los dos eran directores de empresas privadas
que nada tenían que ver con el gobierno. Se ha dicho que el nuevo
blanco que sustituyó a la Unión Soviética fue el terrorismo, pero
algunos periodistas han mencionado que desde principios de los años
1980 había importantes planes destinados a hacer frente al tipo de
manifestaciones que, según la mentalidad de Oliver North y de otros
como él, habían llevado a la derrota de Estados Unidos en Vietnam.

Nadie duda que los planes de la COG se hayan aplicado parcialmente
durante el 11 de septiembre, paralelamente a un estado de urgencia
proclamado oficialmente. Este último sigue aún en vigor al cabo de 9
años, a pesar de una ley posterior al Watergate que exige ya sea una
aprobación o un cese de una urgencia nacional por parte del Congreso
cada 6 meses. Los planes de la COG son un secreto celosamente
guardado, pero en los años 1980 hubo informes que señalan que esos
planes implicaban medidas de vigilancia y detenciones sin mandato, así
como una militarización permanente del gobierno. En cierta medida,
esos cambios claramente se aplicaron después del 11 de septiembre.

No hay manera de determinar cuántos cambios constitucionales ocurridos
desde del 11 de septiembre pueden tener su origen en la planificación
de la COG.
Sabemos, sin embargo, que nuevas medidas de aplicación de la COG
fueron instauradas nuevamente en 2007, cuando el presidente Bush
emitió la National Security Presidential Directive 51 (Directiva
Presidencial de Seguridad Nacionale, o NSPD-51/HSPD-20). Esa directiva
estipulaba lo que la FEMA posteriormente llamó «una nueva visión para
garantizar la continuidad de nuestro gobierno», y fue seguida
posteriormente por un nuevo National Continuity Policy Implementation
Plan (Plan de Implementación de la Política de Continuidad Nacionale).

La NSPD-51 invalidó también la PDD 67, que era la directiva de la COG
del decenio anterior elaborada por Richard Clarke, quien era por aquel
entonces el «zar» del contraterrorismo en Estados Unidos desde la
época de Clinton. En fin, la NSPD-51 hizo referencia a nuevos «anexos
clasificados sobre la continuidad», señalando que deben «ser
protegidos contra toda divulgación no autorizada».
Bajo la presión de algunos de sus electores que se habían movilizado a
favor de la apertura de una verdadera investigación sobre el 11 de
septiembre, el congresista Peter DeFazio, miembro de la Comisión sobre
la Seguridad Interior, presentó dos pedidos para consultar esos
anexos.

Su primer pedido fue rechazado. DeFazio presentó entonces un segundo
pedido, mediante una carta firmada por el presidente de su Comisión.
El pedido fue rechazado de nuevo. Una vez más, como ya dije en mi
respuesta a la segunda pregunta de esta entrevista, esto parece
indicar que el sistema constitucional de contrapoderes ya no se aplica
en Estados Unidos y que los decretos secretos están ahora por encima
de la legislación pública.

Red Voltaire: En La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, usted
afirma que la Comisión Nacional Investigadora sobre el 11 de
septiembre –cuyos miembros fueron nombrados por el gabinete de George
W. Bush y cuyo Informe Final fue redactado por el equipo del director
ejecutivo Philip Zelikov– incurrió en repetidos engaños sobre el tema
del 11 de septiembre, sobre todo en lo tocante a las actividades de
Dick Cheney en aquella mañana. ¿Puede usted explicar a nuestros
lectores ese aspecto en particular?

Peter Dale Scott: Inicialmente, George W. Bush se resistió a toda
investigación sobre el 11 de septiembre, hasta que el Congreso impuso
una Comisión Investigadora, en respuesta a una eficaz campaña de las
familias de las victimas [3] Thomas Kean y Lee Hamilton, los dos
directores de la Comisión, prometieron públicamente guiarse por las
preguntas sin respuestas de las familias de las víctimas, como por
ejemplo: saber quiénes eran realmente los presuntos secuestradores de
los aviones y cómo fue que se derrumbaron 3 edificios del World Trade
Center, cuando uno de ellos ni siquiera llegó a recibir el impacto de
un avión.

Finalmente, esas preguntas, al igual que otras muchas interrogantes,
ni siquiera llegaron a mencionarse. Asimismo, la Comisión recogió gran
cantidad de testimonios contradictorios y, en muchas ocasiones,
reescribió ciertos relatos. Bajo la estrecha supervisión de Philip
Zelikow, el director de aquella Comisión quien por mucho tiempo había
sido empleado del gobierno en cuestiones de seguridad nacional, el
Informe de la Comisión sobre el 11 de Septiembre ignoró ciertas
contradicciones y corrigió otras de una forma que fue cuestionada por
numerosos críticos.

El Informe atribuyó la ausencia de respuestas [de la defensa
estadounidense] de aquel día a un caos y a una ruptura sistémica,
ignorando así otros testimonios de Cheney, según los cuales él
desempeñó aquel día un papel preponderante. La Comisión ignoró
igualmente importantes contradicciones y dudas sobre el testimonio que
había prestado Cheney. Un tema crucial que la Comisión no investigó de
manera explícita fue la aplicación de los planes de la COG [durante
los hechos] el 11 de septiembre (p.555, nota 9).

Tampoco mencionó la comisión de estudios sobre el terrorismo de Cheney
–reunida por decreto de Bush en mayo de 2001– que fue citada como
fuente de origen de una orden del Comité de Jefes del Estado Mayor
Conjunto [el JCS, según sus siglas en inglés] que databa del 1º de
junio de 2001. Aquella orden modificó [u obstaculizó, haciéndolas
inoperantes] las condiciones de intercepción de los aviones
secuestrados por parte de la fuerzas aérea.

Para lograr su recuento restringido sobre la responsabilidad de Cheney
[en lo sucedido] aquel día, la Comisión también restó importancia –y
de manera flagrante– a varios recuentos de testigos oculares [que
estaban] en completo desacuerdo con la cronología de la propia
Comisión, particularmente los del director del contraterrorismo
Richard Clarke y del secretario de Transportes Norman Norman Mineta.

Red Voltaire: Gran parte de La Route vers le Nouveau Désordre Mondial
–un libro verdaderamente muy rico debido a la cantidad e importancia
de los temas que aborda– trata sobre la geopolítica del petróleo, de
la droga y del armamento y la manera como el Estado profundo
estadounidense la maneja en Asia Central y en el Medio Oriente desde
la época del presidente Carter. Sabiendo que la «guerra contra el
terrorismo» perdura y se extiende hoy en más de 60 países
–principalmente a través de operaciones secretas–, ¿cuáles son en su
opinión los verdaderos orígenes y objetivos de esta?

Peter Dale Scott: Al principio de la «guerra contra el terrorismo»
estaba muy claro que los consejeros estratégicos de los dos partidos,
al igual que los grupos de reflexión (think tanks, en español tanques
pensantes, son centros o institutos de propaganda y/o difusión de
ideas políticas ) como el Council on Foreign Relations, estaban
preocupados por la necesidad que según ellos tenía Estados Unidos de
preservar su dominio histórico sobre los mercados petroleros
mundiales. Produjeron documentos que apoyaban la idea de un incremento
de la fuerza militar de Estados Unidos en la región del Golfo Pérsico,
así como la idea de adoptar planes militares destinados, en
particular, a ocuparse de Sadam Husein.

Hoy en día, la «guerra contra el terrorismo» ha seguido extendiéndose,
y nos dicen que los militantes salafistas se han desplazado –como era
de esperar– hacia nuevas regiones del mundo, sobre todo hacia Somalia
y Yemen, para preparar sus represalias. La «guerra contra el
terrorismo» se ha convertido por lo tanto en un ensayo para la actual
doctrina estratégica de Estados Unidos tendiente a implantar un
«dominio total» [«Full-spectrum dominance»], como fue definida en el
importante informe del Pentágono titulado Joint Vision 2020, llamando
entonces a garantizar «la capacidad de las fuerzas estadounidenses,
operando solas o con el apoyo de los aliados, para derrotar a
cualquier enemigo y controlar cualquier situación mediante la gama de
operaciones militares [disponibles]».

Desde la Segunda Guerra Mundial cada una de esas escaladas ha sido
conducida por un lobby de la Defensa financiado originalmente por el
complejo militaro-industrial y actualmente por media docena de
fundaciones de derecha que disponen de fondos ilimitados. Con el
tiempo, su personal ha ido emigrando de grupo en grupo –el American
Security Council, el Comité sobre el Peligro Presente, el Proyecto
para el Nuevo Siglo Americano y, actualmente, el Center for Security
Policy (CSP) [4]. Pero sus objetivos han ido ampliándose con el paso
de los años yendo así de maximizar la presencia estadounidense hasta
restringir las libertades individuales para impedir la reaparición de
cualquier tipo de movimiento antiguerra en Estados Unidos. Yo abordo
la expansión de esta facción del sector de la defensa en mi más
reciente libro, American War Machine.

Esa agenda incluye cada vez más el maccarthysmo, por no decir el
fascismo. Cierto número de grupos están alimentando una histeria
islamófoba que recuerda la histeria anticomunista de los años 1950,
llamando a una guerra aparentemente sin fin contra el Islam. Por
ejemplo, el CSP [Centro para la Política de Seguridad, siglas en
inglés. Ndt.] publicó recientemente un documento titulado Shariah, The
Threat to America [5], en el que proclama que la sharia es «la amenaza
totalitaria de nuestra época», con advertencias alarmistas sobre una
«yihad infiltrada» y una «yihad demográfica».

Red Voltaire: Esa «guerra contra el terrorismo», cuyos verdaderos
fundamentos y objetivos están lejos de ser expuestos explícitamente
por los gobiernos de los países miembros de la OTAN, comenzó en
Afganistán, en 2001. En ese Estado, poderosos señores de la guerra
aliados a Estados Unidos en los años 1980 –en la época en que los
muyahidines combatían a las tropas soviéticas– son actualmente
destacados actores del conflicto en «AfPak», la entidad geopolítica
que abarca Afganistán y Pakistán. Tomemos como ejemplo simbólico el
caso de Gulbuddin Hekmatyar. La opinión pública de los diferentes
países de la OTAN no parece darse realmente cuenta de quién es este
señor Hekmatyar. ¿Puede usted proporcionarnos información sobre él? En
su opinión, ¿cómo simboliza [Hekmatyar] el peligro que representa una
política exterior estadounidense que, por falta de control legislativo
y de visibilidad pública, ha provocado la explosión del tráfico de
droga a nivel global?

Peter Dale Scott: Al disponer de pocos agentes leales en Afganistán,
Estados Unidos decidió realizar su Operación Ciclón a través de los
que estaban a la disposición de la Inter-Services Intelligence (ISI,
los servicios secretos pakistaníes). Pakistán, temiendo a su vez a los
reclamos de los verdaderos nacionalistas afganos que reivindican sus
propios territorios fronterizos, dirigió el volumen de las ayudas
provenientes de Estados Unidos y de Arabia Saudita hacia dos
extremistas cuya base de apoyo en Afganistán era muy restringida:
Abdul Rasul Sayyaf y Gulbuddin Hekmatyar.
Este último, miembro de la etnia pashtún y de la tribu Ghilzai,
originario de norte no pashtún, fue entrenado inicialmente para la
resistencia violenta bajo la dirección de los pakistaníes. Fue al
parecer el único líder afgano que reconoció explícitamente la línea
Durand que define la frontera entre Afganistán y Pakistán. Para
compensar el apoyo que no tenían entre la población local, Sayyaf y
Hekmatyar cultivaron y exportaron opiáceos de forma masiva en los años
1980, también con apoyo del ISI.

Fue por esa misma razón que los dos colaboraron con los muyahidines
extranjeros –o sea, con los iniciadores de lo que hoy se ha dado en
llamar al-Qaeda– que por entonces afluían hacia Afganistán, y
Hekmatyar en particular parece haber desarrollado una estrecha
relación con Osama Ben Laden. Aquella afluencia de fundamentalistas
wahabitas y deobanditas trajo como importante consecuencia el
debilitamiento de la versión tradicional sufista del Islam local.

Durante la campaña antisoviética, las fuerzas de Hekmatyar mataron
cierta cantidad de personas que apoyaban a Ahmed Shah Masud, la
principal amenaza para los planes de Hekmatyar –planes que contaban
además con el apoyo del ISI– que consistían en dominar el Afganistán
postsoviético. Después de la retirada de estos últimos, la CIA
–actuando en contra de las recomendaciones del Departamento de Estado–
utilizó también a Hekmatyar para impedir la constitución de un
gobierno de reconciliación nacional, lo cual condujo a una guerra
civil que provocó la muerte de miles de personas en los años 1990.

Desde la invasión de Estados Unidos contra Afganistán en 2001,
Hekmatyar ha dirigido su propia facción de combatientes para obtener
una retirada de las tropas de la OTAN, aunque parece más abierto que
los talibanes en cuanto a integrarse a un gobierno de coalición
dirigido por el actual presidente Hamid Karzai. En Washington,
importantes funcionarios de la defensa –como Michael Vickers– todavía
se refieren a la Operación Ciclón como «la acción clandestina más
exitosa» en la historia de la CIA.

No parecen preocupados por el hecho que ese programa de la CIA haya
contribuido a generar y a desencadenar algo como al-Qaeda –la nueva
justificación postsoviética para los aumentos sin precedentes de los
presupuestos de defensa– ni tampoco por haber conferido a Afganistán
su actual papel de principal fuente mundial de heroína y hachís.

Red Voltaire: En conclusión, ante la situación financiera, económica,
política, social e incluso moral existente en Estados Unidos, así como
en numerosos países a través del mundo, ¿tiene usted confianza en el
futuro? ¿Ve usted indicios estimulantes de una mayor influencia de lo
que usted llama la «voluntad prevaleciente de los pueblos» en la toma
de decisiones políticas, un proceso que es hoy por hoy más oligárquico
que nunca?

Peter Dale Scott: Se dice que deberíamos ver cada crisis como una
oportunidad. La crisis de Estados Unidos, que es también la del mundo,
pudiera ser ciertamente la ocasión de introducir reformas de gran
envergadura en los procesos del capitalismo de mercado que engendraron
diferencias tan grandes entre los muy ricos y los muy pobres.
Desgraciadamente, debido a esos procesos, las políticas tradicionales
y los métodos de movilización se han hecho más ineficaces aún de lo
que ya eran anteriormente.

En mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial», yo defiendo
el hecho que importantes cambios sociales son posibles cuando la
opresión da lugar a la formación de una opinión pública unida –o de lo
que yo llamo «la voluntad prevaleciente de los pueblos»– en oposición
a esa opresión. Hago referencia a ejemplos como el movimiento por los
derechos cívicos en el sur de Estados Unidos, o el movimiento polaco
Solidarnosc.
Desarrollos tecnológicos como Internet han facilitado más que nunca la
unión de las personas, tanto a nivel nacional como a nivel
internacional. Pero la tecnología ha perfeccionado también los
instrumentos autoritarios de vigilancia y represión, haciendo la
movilización activista más difícil que antes. Por consiguiente, el
futuro es muy incierto. Pudiera decirse que el sistema global actual
está más inestable que nunca y que es posible que algún tipo de prueba
de fuerza logre cambiarlo.

En todo caso, yo estoy convencido de que estamos viviendo un periodo
particularmente estimulante. La juventud debe continuar uniéndose como
siempre lo ha hecho a movimientos que aspiran al cambio social, y a
crear nuevos espacios propicios al intercambio global. Y, por sobre
todo, no hay ninguna excusa para la desesperación.

Red Voltaire: Le agradecemos sus esclarecedoras respuestas, profesor
Scott. Le deseamos que su primer libro traducido al francés encuentre
entre el público francófono el gran éxito que merece.

Entrevista realizada por Maxime Chaix y Anthony Spaggiari, quiénes son
los traductores del libro «La Route vers le Nouveau Desordre Mondial»
(que se puede traducir al castellano como: La ruta que lleva al Nuevo
desorden mundial) y que viene ser publicado en francés.

[1] «Los ejércitos secretos de la OTAN» (I), por Danièle Ganser,
éditions Demi-Lune, 2007.

[2] «El opio, la CIA y la administración Karzai», por Peter Dale
Scott, Red Voltaire, 10 décembre 2010.

[3] Ver el documental Press for Truth –En busca de la verdad NdT.

[4] Os Senhores da Guerra, por Thierry Meyssan, ediciones Frenesi
(Lisboa), 2002. Versión francesa simplificada: «Los manipuladores de
Washington», red Voltaire, 13 de noviembre 2002.

[5] «Le Center for Security Policy relance la «guerre des
civilisations», Réseau Voltaire, 5 janvier 2011.

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