Tres posibles desenlaces de la ola de revoluciones árabes
Jesús Sánchez Rodríguez
CEPRID
A pesar de que la mirada de los medios de comunicación se haya centrado en las últimas semanas en la intervención militar de los gobiernos occidentales en Libia, toda una serie de acontecimientos siguen desarrollándose en paralelo en otros países del mundo árabe, y es necesario mantener una visión global para no perder de vista lo importante y evitar hacer pronósticos desacertados.
Lo importante es ¿porqué se ha desencadenado este formidable movimiento en un mundo que parecía solo dispuesto a entregarse al islamismo?, ¿porqué en estos momentos?, ¿Cuáles son las fuerzas y objetivos que animan las rebeliones? Y, sobretodo, ¿Cuáles son los efectos políticos, sociales y geoestratégicos que pueden acarrear? Diversas repuestas se han ofrecido a estas preguntas. En este artículo intentaremos un acercamiento a otra diferente, ¿qué posibles desenlaces pueden alcanzarse en estas rebeliones? El primer desenlace sería que los diversos intentos por reprimirlos o encauzarlos tuvieran éxito. El intento de sofocar las diferentes rebeliones por la represión es el expediente más utilizado en la fase actual. El de Gadafi en Libia ha sido el caso más llamativo y con mayores consecuencias, por el momento; pero en la misma línea se encuentran Barehin con la intervención de Arabia Saudí en la represión de la rebelión, o Siria y Yemen con una represión dramática de las rebeliones por sus respectivos autocrátas. La vía del encauzamiento de las rebeliones es la ensayada hasta ahora por parte de Túnez, Egipto, Marruecos y Jordania, sin que hayan faltado episodios represivos. En los dos primeros caso, después de que las rebeliones hubiesen derrocado a dos autócratas, y en los dos otros casos para prevenir justamente ese peligro de derrocamiento.
Pero la situación es totalmente incierta y abierta a múltiples posibilidades. Sobre un fondo de rebeliones de masas - con objetivos difusos y fuerzas sociales y políticas poco estructuradas, donde confluyen distintos sectores sociales con objetivos comunes solo hasta la consecución de la primera etapa de las rebeliones, la destrucción de los regímenes autocráticos - actúan fuerzas e intereses más estructurados y con objetivos más claros. En primer lugar los propios sectores dominantes hasta el momento en cada uno de esos países - que muchas veces expresan divisiones tribales y diferencias religiosas dentro del islamismo - y que obtienen importantes beneficios a través del control de las palancas del Estado. Su respuesta ya lo hemos visto, es simplemente represiva o mezclada con elementos reformistas que permitan capear el temporal y mantener en lo esencial las relaciones existentes. Después distintas potencias y vecinos como es el caso de EEUU, Francia, Gran Bretaña, China Arabia o Irán, que con distintos grados de intervención buscan garantizar sus intereses económicos y geoestratégicos en una región que es altamente sensible tanto por ser proveedora de materias primas energéticas vitales para las sociedades industrializadas, como por su inestabilidad política, donde factores como la presencia de Israel, o el ascenso de la influencia islamista generan una onda expansiva de inestabilidad de carácter mundial. Finalmente la fuerza del islamismo. Aunque éste no haya sido un actor principal en las revueltas actuales, es un error pensar, como han hecho algunos analistas, que estas rebeliones demostrarían su retroceso. Justamente, en paralelo, a las rebeliones en el mundo árabe, dicho islamismo sigue dando señales de fuerza en Afganistán o Pakistán, y solo espera su oportunidad en dichas revueltas.
Entre toda esta constelación de fuerzas se van a establecer diferentes alianzas que seguramente sean variables con el desarrollo de los acontecimientos. Estados Unidos ha apoyado a Arabia en su represión de las rebeliones de Barehin. Los objetivos aquí son comunes, garantizar la estabilidad de la fuente principal de petróleo y contener la influencia de Irán en la zona a través de las poblaciones chiítas en Barehin (mayoritaría) o Arabia (minoritaría). Estados Unidos y otros gobiernos occidentales han apoyado al ejército en Túnez y Egipto para encauzar las rebeliones dentro de parámetros aceptables tanto para los sectores detentadores del poder en esos países como para los intereses occidentales. Francia e Inglaterra han encabezado la coalición de apoyo a los rebeldes libios, pero ante una fuerzas rebeldes difusas, inestables y débiles, puede que finalmente opten por llegar a algún tipo de acuerdo con Gadafi que evite una mayor degradación de la situación, con un Estado fallido, un país dividido o una necesidad de ocupación que nadie parece desear. El régimen yemení es un aliado de EEUU, y Siria lo es de Irán. La victoria de la revolución en el primero podría desestabilizar Arabia, el primer productor de petróleo mundial, por ello mismo, tanto EEUU como Arabia buscan afanosamente una salida rápida que estabilice la situación. La caída del régimen sirio sería una buena noticia para Israel y EEUU, siempre que no contribuyese a desestabilizar la región, dadas sus relaciones con Irán, Hizbula o Hamas. Se podría optar por conservar un enemigo claro, pero predecible, a una situación incontrolable. Éstas podrían ser las razones de que la represión en estos dos últimos países no haya encontrado una respuesta más firme por parte de los gobiernos occidentales. El contraste es más que evidente con Libia. Siria es la clave de bóveda, por el momento, en estas rebeliones, su desestabilización repercutiría profundamente en todo el Oriente Medio
Si las rebeliones en marcha finalmente fracasasen sin ningún resultado positivo en relación a los deseos expresados por estos pueblos, se trataría de una inflexión en la trayectoria de los movimientos revolucionarios de masas en las últimas décadas, porque éstos han alcanzado parcialmente sus objetivos. En Irán derrocando al Sha. En el este europeo y Rusia derrumbando las dictaduras burocráticas que detestaban. En América Latina revirtiendo las políticas neoliberales. Una frustración histórica de este tipo tendría unas consecuencias futuras difíciles de prever. Uno de sus principales beneficiarios podrían ser los movimientos fundamentalistas.
El segundo desenlace posible sería una estabilización a través de reformas que diesen un mayor grado de libertades y oportunidades a las masas que se han levantado. En cuanto a lo primero quizás fuese posible con la instauración de regímenes más liberales, posiblemente imitando la experiencia turca. Pero lo segundo es más difícil, pues es la gran frustración de una gran mayoría de países en desarrollo que han visto como su posición económica se ha ido deteriorando en las cada vez más duras condiciones de competencia en el mercado mundial. La globalización ha dejado al margen a muchos países que ya estaban marginados, y los países árabes se han caracterizado en general por el intercambio de productos energéticos con los desarrollados, sin que se haya producido procesos de industrialización importantes. Si este fuese el desenlace, entonces, tras un período de euforia por la nueva situación de libertades civiles y políticas alcanzadas, las masas que se han levantado por ellas ahora, se tendrían que plantear el objetivo de su dominación económica, en una situación de dura competencia internacional en la que los principales beneficiados de los procesos de globalización están siendo algunos países en vías de desarrollo como Brasil, India, China y Rusia, en competencia con las antiguas potencias industriales como Europa, EEUU y Japón.
Pero también sería posible un tercer desenlace, en el cual los países árabes se viesen abocados a una situación de continua inestabilidad, guerras civiles y enfrentamientos que llevase a nuevos Estados fallidos y fuese un caldo de cultivo perfecto para la predica de los movimientos fundamentalistas. Al fin y al cabo esta es la situación que con diferentes grados de intensidad se ha instalado en países como Irak, Afganistán, Pakistán, Palestina, Líbano o Somalia. Una especie de empate catastrófico entre las distintas fuerzas en liza, entre las que sobresalen en ambos extremos las potencias occidentales y los movimientos islámicos, y en su interior los enfrentamientos entre las diferentes ramas del Islam. Las actuales rebeliones han añadido, de momento, mayor combustible a un incendio que se extiende sin parar por el mundo islámico, árabe o no.
Jesús Sánchez Rodríguez es doctor en Ciencias Políticas y Sociología.Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/, o en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje
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