Rusia teme una oleada de atentados
Los islamistas radicales del Cáucaso Norte amenazaron una y otra vez con trasladar el terror a Moscú. Con la voz entrecortada y conmocionado, el jefe del Kremlim ya ha dado a entender que la situación de seguridad del país deja mucho que desear.
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Escombros, humo y caos general. Ya las pocas primeras imágenes difundidas ayer dejaban ver la magnitud del atentado terrorista que mató al menos a 35 personas en el aeropuerto internacional de Domodedovo. La sala de llegadas estaba regada de cadáveres y las fuerzas de rescate sacaban a los heridos de la terminal para llevarlos a los hospitales más cercanos. "Hay que hacer todo lo necesario para que los heridos reciban ayuda médica", dijo conmocionado el presidente del país, Dmitri Medvédev, en la televisión estatal. La propia emisora, por lo general bien abastecida con informaciones, sólo pudo mostrar durante horas imágenes grabadas con teléfonos móviles que obtenía de Internet debido a las restricciones del gobierno.
"Yo acababa de aterrizar procedente desde Viena cuando oí una fuerte detonación", señaló el testigo Valeri Lavrov. "Un fuerte olor cruzaba el aire y quemaba en los ojos", apuntó Lavrov, músico de profesión. "Llegué después de las cuatro de la tarde desde Londres, recogí mi equipaje y fui a la sala", contó otro pasajero, Alexander. "Tras la explosión salí corriendo del aeropuerto, un amigo me recogió y huimos inmediatamente", agregó. Los taxistas pedían a esa hora precios elevadísimos de hasta 680 dólares (unos 500 euros) por trayectos hasta el centro, diez veces más de lo normal. "La gente gritaba y corría para salvar su vida. "Era un gran caos", contó otro testigo, Serguei Lavoshkin.
El baño de sangre perpetrado en el aeropuerto de Moscú reavivó ayer los temores a una nueva serie de atentados terroristas entre la mayoría de los rusos, incluso en el Kremlin. Los islamistas radicales del conflictivo territorio ruso del Cáucaso Norte amenazaron una y otra vez con trasladar el terror a la capital rusa, allí donde la mayoría de los ciudadanos ya prácticamente no repara en que en las repúblicas separatistas de Chechenia, Daguestán e Ingushetia mueren casi a diario personas en combates. Pero, con el atentado al aeropuerto de Domodedovo, el terror volvió a infiltrarse en las mentes de muchos rusos. Hace solo diez meses, a finales de marzo pasado, dos atacantes suicidas mataron a 40 personas en el metro de Moscú en un doble golpe.
Los líderes islamistas acusan al Kremlin de la sangrienta política de ocupación del Cáucaso Norte y subrayan con el terror sus exigencias de independencia. Visiblemente conmocionado y con la voz baja, el jefe del Kremlin, Dmitri Medvédev, dio a entender ayer que la situación de seguridad en el país deja mucho que desear, a pesar de que tras los grandes baños de sangre en Moscú las leyes antiterroristas fueran endurecidas una y otra vez. La mayoría de las veces ha habido fuertes críticas por parte de los defensores de derechos humanos, que acusan al Kremlin de usar estas nuevas reglas para reprimir a los que piensan diferente.
Medidas de seguridad Como ahora, cuando la mayor ciudad de Europa se ve sacudida por un atentado terrorista, muchos de los más de diez millones de habitantes deben prepararse para medidas de seguridad más estrictas. En esta ocasión, los terroristas eligieron como objetivo la zona de llegadas del aeropuerto de Domodedovo, una de las zonas con menos seguridad del aeropuerto, para encender su bomba con trozos de metal. Medvédev anunció rápidamente un nuevo debate de seguridad en Rusia y es que el líder ruso se juega mucho antes de las elecciones a la Duma en diciembre y su posible candidatura en las presidenciales de 2012. El hecho de que no haya logrado estabilizar la situación en el norte del Cáucaso es un punto muy negativo a su favor, sobre todo, cuando ocurren atentados de este tipo, señala el politólogo moscovita Alexei Malashenko, del centro Carnegie.
Según informes de los medios de comunicación, el año pasado murieron en el norte del Cáucaso unas 800 personas, entre ellas, además de los islamistas, muchos civiles. Los expertos apuntan desde hace tiempo que al Kremlin se le está saliendo de control la situación. Y aunque Medvédev y el jefe de gobierno, Vladimir Putin, han bombeado miles de millones a la región empobrecida, sobre todo para darle trabajo a los jóvenes y evitar que se radicalicen, una y otra vez acusan a las redes terroristas internacionales como Al Qaeda de financiar a los islamistas del Cáucaso Norte.
Dado que la campaña electoral ya ha comenzado en Rusia, es habitual que comiencen a circular teorías conspirativas como siempre sucede cuando los atentados golpean al centro del poder. Miembros de los servicios secretos o del Ministerio del Interior empiezan a ser sospechosos de iniciar los atentados para justificar la violencia y asegurarse el poder. El Kremlin, por su parte, siempre rechaza estas teorías como un disparate.
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