Los aztecas: arrancar el corazón para preservar la vida
Posted On 18 Jul 2016
Cuatro soles o eras precedieron a la nueva creación del
mundo. Los dioses se reunieron en Teotihuacán, y uno de ellos, Nanahuatl, se
arrojó al fuego y se convirtió en el quinto Sol, elevándose al cielo.
Nahuitecpatl se arrojó sobre las cenizas y se transformó en la Luna. Pero el
Sol estaba quieto en el cielo, sin moverse. Y cuando los dioses le mandaron
preguntar por qué, respondió que para hacerlo pedía su sangre. Decidieron entonces
los doses sacrificarse, se precipitaron en una hoguera y solo entonces el sol
volvió a desplazarse. Y para crear a los nuevos hombres que poblarían la
tierra, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, llevó los huesos que descansaban
en el Mictlán, la región de los muertos hasta Tamoanchán, donde los molió y los
regó con su propia sangre. Este mito azteca de la creación señala el carácter
inestable de la vida (5 eras, cuando la tradición judeocristiana considera una
sola creación del mundo, y los budistas aceptan una cada millones de años), y
revela el valor del sacrificio de la vida y del derramamiento de sangre para
mantener el orden cósmico y el movimiento solar.
El rasgo más importante de la religión azteca, lo que lo
diferencia de otras civilizaciones, fue justamente la importancia que asumía el
sacrificio humano. La forma más habitual pero no la única del sacrificio ritual
consistía en llevar a la víctima hasta lo alto del teocalli (una pirámide
truncada coronada por un templo), donde con un cuchillo de silex u obsidiana el
sacerdote le arrancaba el corazón, que se ofrendaba a los dioses y era quemado.
El cuerpo era luego arrojado gradas abajo, donde se lo descuartizaba y muchas
veces asaba para terminar siendo devorado por los circunstantes. Había variaciones
en la ceremonia y los pasos a seguir según el dios a quien se ofreciera el
sacrificio: Huitzilopochtli, el dios de la guerra; Tlaloc, el dios de la
lluvia; Tezcatlipoca, el señor del mundo. Pero invariablemente todos exigían
muerte, y en todos los casos se arrancaba el corazón. Se discute la cantidad
total de seres que así perdieron la vida; solo en la inauguración del gran
templo en Tenochtitlan se habla de 4 filas de 4 kilómetros cada una de víctimas
que fueron sacrificadas a lo largo de 4 días. El grueso, prisioneros capturados
en las “Guerras Floridas”; pero también esclavos e incluso hombres y mujeres
del pueblo.
Es inevitable preguntarse: ¿por qué tanta crueldad? ¿Por qué
esa fijación con arrancar el corazón? Para los aztecas había correspondencia
entre el cosmos, el planeta y el cuerpo. Cada uno de estos mundos tenía su
centro: el sol, Tenochtitlan, el corazón. La correspondencia entre el sol y el
corazón era marcada: ¿qué era este último sino un pequeño sol en el cuerpo de
cada uno? Central el sol para sostener la vida en el planeta; central como en
ninguna otra civilización el corazón para mantener la vida de cada uno. La
palabra náhuatl para corazón proviene del verbo yollotl, que significa nacer,
vivir, revitalizar. Extirparlo y ofrecerlo a la divinidad era la manera de
mantener el ciclo de la vida, de abastecer al sol de energía para seguir su
derrotero diario. ¿Acaso no se habían sacrificado los dioses para asegurar la
creación? Sin este sacrificio el Estado y el pueblo se hundirían. Y,
definitivamente, se hundieron cuando, festejando la llegada de Quetzalcóatl que
venía a rescatarlos de un nuevo fin del mundo, se encontraron con Hernán
Cortés.
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