López Obrador y la agresión desde el poder
De palabra de mentira te alejarás… porque yo no absolveré al malvado.
Ex 23, 7-8.
No andes difamando entre los tuyos.
Lv 19, 16.
Empiezo por lo evidente: al presidente no le corresponde mofarse de los periodistas. Si el mandatario considera que un informador cometió irregularidades, para eso están los tribunales y el debido proceso de ley.
Por ello resulta un poco idiota que una cuenta que firma como “Arne” venga a desacreditar a Joaquín López-Dóriga por un supuesto requerimiento de corrupción en permisos. Incluso si la arroba fuera la de Arne Sidney aus den Ruthen Haag, quien fue jefe de la delegación Miguel Hidalgo, eso no valida que López Obrador le haga al Capulina presidencial: no es un cómico de carpa, que sólo tiene a la mano un sketch para denunciar ilicitudes, es el jefe del Ejecutivo y se supone que fue electo para velar por el interés público y proceder jurídicamente contra quien haya violado la ley.
Pero lo más lamentable es el doble estándar del presidente y sus hordas, que lloriquean —y se enfurecen— porque un payaso le dice “pinche” o porque la oposición critica que la flamante secretaria de Educación diga “nadien”… pero insultan de la peor forma a cualquier columnista o crítico del gobierno: López Obrador marca el camino cuando, desde el púlpito ejecutivo, utiliza un cartón de uno de sus moneros paleros para atacar a López-Dóriga. En suma, lo que en la oposición es majadería y clasismo, en el gobierno es puro humor.
La sarta de imbecilidades de los sicofantes ha estado lucida en estos últimos días: enanos mentales que sostienen que la operación del ejército de aeropuertos, puertos y trenes no es militarización, sacerdotes amafiados con el gobierno que pretenden que el insulto a Mao es para todo el pueblo rojo y tarados que afirman que es clasista exigirle a la ministra de Educación que hable correctamente. Con ese conjunto de falacias, ¿nos extraña que el pastor de ese hato de burros abuse de su poder para ofender a un periodista que no se puede defender de los agravios del jefe de las fuerzas armadas y la policía federal?
Algo parecido puede decirse de los ataques a Xavier Tello por atreverse a dar una entrevista a The New York Times, que fue incluida en la nota que sostiene que el gobierno federal engañó a los ciudadanos sobre la gravedad de la COVID-19 en la Ciudad de México. En lugar de refutar racionalmente que la autoridad sabía que debía cerrar la capital del país desde principios de diciembre y no mantenerla abierta dos semanas más, enviaron a un empleado de gobierno a descalificar el artículo del diario neoyorquino, aduciendo que Tello es “cabildero de farmacéuticas” —calificativo que el lenguaraz matraquero no pudo probar—, agresión que además no tiene relación con el contenido del trabajo publicado por Natalie Kitroeff, ya que las declaraciones de ese consultor no son las que soportan el análisis de ese periódico.
Alguien en las redes propuso que a los insultos presidenciales se responda con gentileza, que “la respuesta amable calma el enojo; la respuesta violenta lo excita más”. Con la pena, pero la estrategia de Caperucita Roja no funciona con un patán irredento como López Obrador, de hecho, su autoestima es tan frágil que su chusma tiene que salir a defenderlo cada vez que alguien le toca su tilma macuspana. Esas reacciones del vulgo cuatrero sólo confirman que, además de su vocación a hacer lo que no quiere que le hagan, el mejor remedio contra López es subirle el tono.
Así que, bienvenido el modo contestatario contra la presidencia, que el ocupante de Palacio no entiende de cortesías, ni de diplomacia. Si de todos modos los esbirros de la 4T van a insultar a cuanta persona opine distinto del reverendo, nada se pierde al darles el mismo trato —y quizá se gane bastante—. Este es el tiempo de la democracia, no hay espacio para ser timorato o miedoso: la corrección política, en estos momentos, es gazmoñería, hipocresía vil y sus apóstoles son enemigos de las libertades y los derechos.
Les deseo felices fiestas, salud y pronta vacunación.
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