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viernes, 5 de marzo de 2021

La epidemia de viruela negra, un aliado silencioso e infalible en la caída de Tenochtitlan y Tlatelolco

  La epidemia de viruela negra, un aliado silencioso e infalible en la caída de Tenochtitlan y Tlatelolco

Silenciosa e infalible, la viruela empezó a expandirse en la Cuenca de México tras la huida de los españoles en la llamada Noche Triste, cobrando la vida de macehuales (gente del pueblo) y gobernantes como Cuitláhuac, al convertirse en el arma más letal contra los mexicas y en el episodio que marca la unificación bacteriana del planeta. Este tema fue tratado en la segunda mesa del seminario digital “Tenochtitlan y Tlatelolco: reflexiones a 500 años de su caída”, dedicada a los factores de salud y problemas de traducción que contribuyeron a este acontecimiento. En el conversatorio académico, organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del #INAH, y por la
UNAM Universidad Nacional Autónoma de México
, los investigadores de la Máxima Casa de Estudios, Carlos Alfonso Viesca Treviño y Sandra Guevara Flores, diseccionaron las fuentes históricas de soldados y frailes españoles, así como las crónicas indígenas escritas casi un siglo después, para dilucidar varios aspectos polémicos en torno a las causas y los efectos que tuvo la enfermedad sobre la población indígena.
Alfonso Viesca, del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina de la UNAM, recordó que para finales del siglo XV e inicios del XVI, cuando el reino español inició la exploración y posterior conquista de América, primero en las Antillas y luego en el continente a través de Mesoamérica, la viruela ya era endémica en Europa desde hacía casi un milenio, y se presentaban epidemias graves “de vez en vez”, aproximadamente cada 100 años. Sobre la cadena de contagio que correría por el mundo mesoamericano, ambos especialistas coincidieron que, con base en las fuentes históricas, por mucho tiempo se manejó que el “paciente cero” fue un esclavo negro que desembarcó en Veracruz, proveniente de Cuba, como parte de la tropa de Pánfilo de Narváez, en persecución de Hernán Cortés. No obstante, en dicho barco venían, por lo menos, 15 nativos caribes que mantuvieron viva la enfermedad o fallecieron a causa de ella, siendo este el grupo portador que la propagó. Ese error extendido en el tiempo, explica por qué los españoles señalaron a ese individuo, a más no poder, en sus crónicas y otros documentos. “La idea que impregnaba las mentalidades ibéricas, era: ‘vamos a hacer una visión distinta de los africanos, porque no han aceptado la buena religión, es decir, el cristianismo. Además, por su piel oscura, la cual según 'denotaba una carga demoniaca'; de manera que los españoles se encargaron de estigmatizar a este sector como causante de males graves”, explicó la historiadora Sandra Guevara.
Quizás, porque el relato de la población indígena diezmada por la viruela, le habría restado gloria y mérito a la empresa de conquista, soldados como Bernal Díaz del Castillo y frailes cronistas no abundan en sus testimonios sobre el hecho; lo hicieron tiempo después los cronistas indígenas evangelizados como Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Domingo de San Antón Muñón Chimalpahin o Diego Muñoz Camargo (hijo de un español que sirvió a Cortés y de una tlaxcalteca). Por los detalles en algunas fuentes se ha determinado que a partir de septiembre de 1520, la viruela negra –nombrada por los indígenas como totomonaliztli o “enfermedad de las ampollas”– hizo sucumbir al grueso de la población no solo de Tenochtitlan y Tlatelolco, sino también de Chalco, Texcoco, Coatepec, Chimalhuacán y la propia Tlaxcala, pueblo aliado a Cortés.
Conoce más sobre la enfermedad en la Conquista, tema tratado en el seminario, en el siguiente enlace ➡ bit.ly/2Pz3m0r
📷 Imagen del Códice florentino. Captura de pantalla.

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