El enemigo judío
Luis Marín
Quien visite la sede de los Ministerios de Educación Superior, de Ciencia y Tecnología o de Información y Comunicación, en el mero centro de Caracas, está obligado a pasar a través de una exposición, de unos veinte paneles distribuidos en las columnas de la plaza de acceso, supuestamente dedicada a “Palestina”.
Lo primero que llama la atención es que no se encontrará ni una sola palabra o imagen que positivamente haga conocer al visitante algo de “Palestina” o que le inspire cierta simpatía por ella sino, al contrario, lo que encontrará será una avalancha de insultos e improperios contra el Estado de Israel.
Israel es descalificado como Estado colonialista, racista, genocida, que practica la limpieza étnica, el apartheid y que ha edificado un “muro de la vergüenza” para segregar a los palestinos.
Acusaciones, todas, en que la mendacidad sólo es superada por la gratuidad, porque cabe preguntarse: ¿Qué le habrán hecho Israel o los judíos en general a los militares golpistas, guerrilleros y comunistas venezolanos, para que se refocilen en un odio tan furibundo contra ellos?
Esta sola circunstancia aparentemente inexplicable impone la obligación de hacer algún esfuerzo de comprensión para tratar de encontrarle sentido incluso a la locura porque, como veremos, ésta también puede servir a propósitos políticos.
Pero primero debe aclararse, punto por punto, que Israel no ha levantado ningún “muro de la vergüenza”. Este calificativo se lo ganó el muro de Berlín, levantado por los comunistas alemanes del este, títeres de Moscú. Muro contra el cual la izquierda mundial jamás alzo la menor protesta, aunque sí quiso aprovecharse de su caída, como si la hubieran propiciado ellos y no Ronald Reagan.
El muro de Berlín tenía la peculiaridad de que fue construido para impedir salir del lado comunista; el de galilea tiene un carácter defensivo, para impedir que entren terroristas suicidas y debe subrayarse que su edificación redujo significativamente los atentados.
La expresión “muro racista” es insensata, porque los muros no tienen ideología ni preferencias raciales: son herramientas de seguridad en cualquier parte, desde la Gran Muralla China a la línea Maginot.
El apartheid es una política específica de Sudáfrica, sustentada en leyes positivas vigentes por generaciones, régimen que fue superado recién con el gobierno de Nelson Mandela; pero pareciera que a este señor lo tuvieron preso durante 27 años los liliputienses, porque a Sudáfrica nadie la acusa de nada y hasta se ha vuelto una suerte de paraíso para la izquierda mundial, que disfruta ruidosas convenciones en sus más lujuriosos hoteles. ¿Quién es el culpable, autor y practicante del Apartheid? Pues, ¡Israel!
La limpieza étnica también es una política específica, recientemente implementada por Slobodan Milosevic, Presidente de la República Socialista Serbia y líder del Partido Socialista Serbio, durante la guerra civil desatada por el derrumbamiento de la antigua Yugoslavia, la creación del líder comunista Yosif Broz Tito, idolatrado por los tercermundistas.
Pero ocurre que ahora los socialistas no tienen nada que ver con la limpieza étnica en los Balcanes, ni los serbios, bosnios, croatas, macedonios o montenegrinos, el culpable de la limpieza étnica es ¡Israel!
Israel no es un Estado “genocida”, al contrario, precisamente los judíos son las víctimas del más gigantesco genocidio ocurrido en la historia, el Holocausto. Y si el genocidio es reconocido como crimen internacional es gracias a las extenuantes diligencias a las que consagró su vida el abogado judío polaco Rafael Lemkin, creador del término y redactor de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio aprobada por las Naciones Unidas en 1948.
Casi por idénticas razones Israel no es un Estado “racista”, ni los judíos lo son, ni pueden serlo, porque son precisamente quienes más han sufrido la discriminación. Son innumerables las instituciones judías dedicadas a la promoción de la tolerancia, la convivencia pacífica y el reconocimiento de las diferencias; mientras que es completamente imposible encontrar alguna que promueva lo contrario, como quienes se proponen “borrar a Israel del mapa” y “echar los judíos al mar”.
Israel no es, ni puede ser un Estado “colonialista” y este fenómeno ni siquiera se corresponde con su propia existencia histórica. El colonialismo es un fenómeno que arranca desde fines del siglo XV y tiene su apogeo en los siglos XVIII y XIX; pero declina en el siglo XX, al punto de que las NNUU lo pueden declarar abolido, reconociendo la independencia de las ex colonias, creando incluso una comisión de descolonización, eventos contemporáneos a la independencia de Israel, un producto genuino de la descolonización.
Pero aún teóricamente, el colonialismo supone una metrópoli imperial y algunos territorios de ultramar bajo sus dominios, como lo fueron Gran Bretaña, España, Francia y Portugal. Pero, ¿qué tiene que ver esto con Israel, un Estado minúsculo territorialmente, con alrededor de 20 mil kilómetros cuadrados, poco más extenso que el Estado Lara, pero mucho menos que Falcón?
La necesidad de llamar a Israel “Estado colonial”, es subsidiaria de la de llamar a las facciones palestinas “frentes de liberación nacional”, lo que les permitía tener acceso a la nómina de ayuda exterior de la Unión Soviética.
Pese a todos los esfuerzos políticos, ideológicos y propagandísticos, esta falacia jamás pudo cuajar en la práctica, porque sencillamente los judíos no tienen a dónde marcharse, como los franceses de Argel o indochina, y la concepción de Israel como una potencia europea, en realidad afincada en su tierra ancestral y entrañable, sin ningún referente metropolitano en otra parte, es completamente desquiciante (pero esto ya nos acerca al tema de la locura en política).
El epilogo de la exposición es un panel dedicado a Mordejai Vanunu, por lo que vale preguntarse quién es ese señor y qué hace allí. Aparentemente se trata de un físico judío de origen marroquí, devenido en ícono de la izquierda por su diatriba contra Israel.
Su historia podría resumirse en pocas palabras: habría trabajado en proyectos estratégicos del gobierno israelí que, luego de ser despedido, se dedicó a divulgar en un itinerario rocambolesco que lo llevó desde Australia hasta la redacción de los periódicos sensacionalistas de Londres.
Capturado en una operación novelesca, a lo Gordon Thomas, fue condenado por traición, revelar información clasificada y atentar contra la seguridad del Estado. Hasta aquí no parece que Israel haya hecho nada peor que cualquier potencia en idénticas condiciones, con la probable excepción de imaginarse qué haría Irán si uno de sus físicos nucleares adoptara una actitud equivalente (o Corea del Norte, o Cuba, con sus proyectos de biotecnología).
Incluso, la condena de Vanunu es menor que las aplicadas en Venezuela a los presos políticos, no alcanza dos tercios de la de los comisarios y policías metropolitanos, ni a la que se ha pedido para la juez Afiuni; pero la pregunta es: ¿qué tiene que ver con Palestina?
Una evidencia más, si hiciera falta otra, de que esta exposición, como las ruidosas manifestaciones antisemitas europeas, hace completamente prescindible la causa palestina, de hecho, se hacían iguales y peores incluso antes de que existiera, en su forma actual, el Estado de Israel.
POLÍTICA Y LOCURA
El problema planteado es que esta propaganda, inequívocamente nazi, pergeñada por alguien anónimo pero asumida como posición oficial, implica el paso a lo que se conoce como “antisemitismo de Estado”, su utilización como táctica política, como acicate motivacional de movilización y organización “de masas”.
El odio contra los judíos es al nacionalsocialismo lo que el odio al burgués, al terrateniente, es a los comunistas y el régimen venezolano combina ambos, tanto el racismo como el clasismo, en un cóctel indigerible y repugnante.
El rasgo común es una incongruencia constitutiva, como contrastar “el muro de la vergüenza” con las paredes de Auschwitz, imagen abominable cuya impresión no puede producir sino una fractura del sentido común, una ruptura de las formas normales de razonamiento.
Nuestra hipótesis es que eso es lo que se pretende. Toda la revolución socialista se monta sobre lo que ellos mismos llaman un “asalto a la Razón”, el desprecio por la racionalidad propia de occidente, al que descalifican como capitalista y burgués, suplantándola por un abierto irracionalismo político, económico y cultural.
Es como si los nacionalsocialistas y comunistas quisieran decirnos: “Nosotros no aplicamos la limpieza étnica ni levantamos el muro de Berlín, ¡son los judíos quienes lo hacen!”
Es un hecho suficientemente demostrado que los socialistas siempre se presentan a sí mismos como víctimas inocentes de otros en quienes proyectan sus propios propósitos asesinos.
No podrá encontrarse un discurso, ni el más mínimo gesto de ningún dirigente judío que incite a la aniquilación o al exterminio de alguien; pero son abrumadoras las declaraciones de sus enemigos clamando por la destrucción de Israel y el asesinato de “todos los judíos donde quiera que estén”.
Ahora mismo corre por la web un llamado a una “Tercera Intifada” cuyo objetivo es ahogar a Israel en sangre. La sola visión de millones de personas marchando para ocupar su territorio es delirante, demencial; pero lo peor es que los millares de adherentes ni conocen esa zona y en su gran mayoría ni siquiera son palestinos.
La táctica política nacionalsocialista está montada sobre un andamiaje de mentiras insostenibles, ¿cómo puede pretenderse que funcione? La respuesta es trivial: rompiendo con todo razonamiento normal, es decir, estableciendo la irracionalidad como sistema, bajo el slogan: “todo está permitido”.
Volvamos, como ejemplo, al señor Vanunu. Dice su afiche que: “El Estado colonial de Israel que fue fabricado en 1948 sobre la base de la limpieza étnica contra el pueblo palestino, (…)”. Habría que agregar: por la Resolución 181 de la ONU, aprobada por 33 países incluyendo a Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Rusia y Bielorrusia y el patrocinio de la URSS, para lo que bastaría consultar los encendidos discursos de su canciller Andrei Gromyko.
Para el momento de la independencia de Israel, el sionismo era considerado como un “movimiento de liberación nacional” contra el imperialismo británico que tenía el mandato sobre Palestina; como lo había sido antes contra el imperio otomano.
Gran Bretaña había restringido al mínimo la inmigración judía y junto a EEUU decretaron un embargo de armas, por lo que los primeros equipos pesados que recibieron las fuerzas de defensa de Israel provenían de Checoslovaquia ¡un país de la órbita soviética!
Así, una exposición que empieza denunciando “el movimiento ario sionista judío europeo…”, concluye en tamaños desatinos: El gusto por la paradoja, por inventar situaciones incongruentes, no sólo insultan al sentido común sino que son una manera de subvertir la percepción normal con la que nos orientamos en el mundo, un modo de dar la impresión de que lo imposible puede volverse cotidiano.
La hegemonía comunicacional del régimen pretende que la mentira prevalezca, imponer el reino de la oscuridad; pero la verdad nunca desaparece, espera por quien quiera descubrirla.
El antisemitismo no es sólo una amenaza para los judíos, es un desafío contra toda la humanidad.
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