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sábado, 16 de noviembre de 2013

El sufismo y la santidad en el Islam

El sufismo y la santidad en el Islam

بسم الله الرحمن الرحيم
Por Hasan Bize.
Islam en Mar del Plata


El sufismo y la santidad en el Islam

Hablar de la santidad en el Islam puede parecer extraño en esta época nuestra en la cual las referencias a esta tradición religiosa están, casi siempre, referidas a la intolerancia, el atraso y la violencia. Y esto pese a que procurar la piedad y la intimidad con el Dios Misericordioso son piedras angulares de la fe del Islam, como veremos brevemente en lo que sigue, a contramano de lo que el estereotipo y la ignorancia han instalado en occidente en los últimos años.

Algunas precisiones

A partir de la primera mitad del siglo II de la Hégira (circa 770 d.C.), cuando ya la nueva religión se ha extendido desde España a las puertas de la India, comienzan a destacarse un grupo de hombres y mujeres piadosos que procuran realizar en sí mismos la esencia del mensaje profético, y se empieza a denominar a esa corriente “sufismo” (ṣufīya y/o taṣawwuf en árabe), y a sus adeptos “sufíes”.

Sería una tarea ardua definir al sufismo[1], algunos simplemente ven en él el corazón o la esencia del Islam, para otros no es más que la purificación ética en su más alto grado, y hay quienes, más osados, recurren a la paradoja: “El sufismo es idolatría, porque consiste en vaciar al corazón de otro que Dios, pero no hay otro que Dios”[2].

Haciendo la salvedad de que los primeros musulmanes: los grandes compañeros/discípulos del Profeta (BP) y la Gente de su Familia (P) son los primeros “santos” del Islam, los modelos de este camino, los que sentaron las bases, son como dijimos un grupo de hombres y mujeres que vivieron entre los siglos II y III de la Hégira (vgr. Hasan Al-Basri m. 728 / Malik ibn Dinar m. 747 / Ibrahim ibn Adham m. 777 / Rabi’ah al-Adawiay m. 801? / Shaqiq Al-Balji m. 810 / Ma’ruf Al-Karji m. 816 / Abu Yazid Al-Bistami m. 874, etc.).

Estos “sufíes” no siempre se denominaron a sí mismos de esta manera. Se referían a lo suyo como “el camino”, la “vía” hacia Dios, el camino de retorno. No menos fácil resulta pues definir el término “sufí”, que no es desde luego la mera adherencia a una doctrina, como algunos suponen, sino el fruto último y singular, raro por cierto antaño y más aún actualmente, de este difícil camino.

Algunos sostienen que el sufí, el “purificado”[3], es quien ha ido más allá del Islām (las normas y obligaciones religiosas) y del Imān (la fe, la creencia), arribando al Iḥṣān, “que es actuar como si vieras a Dios, pues aunque tú no le ves Él siempre te ve”. Esta conciencia de la “presencia divina” en todo momento es un signo del “purificado”.

¿Qué entendemos por “santidad” en el Islam?

Utilizamos el término “santidad” desde el título de esta exposición porque no encontramos otro en lengua española. En el Islam a estos hombres y mujeres se los llama walī (plural: awliyā’), y a su condición walāyat.

¿Qué es un walī? La palabra tienen dos sentidos, uno el de señor, dueño y protector, o incluso gobernante, el otro, el que aquí se aplica, es el de amigo íntimo, persona cercana que comparte la intimidad (amante, vecino, bienhechor). La walāyat sería entonces, antes que la santidad como la entendemos en occidente referida al cristianismo, la cercanía a Dios, la amistad e intimidad con Él. Estos términos están avalados por la Revelación, el Sagrado Corán, cuando dice: En verdad los amigos íntimos (o: los próximos) a Dios no tendrán que temer ni se atribularán (10:62). El término por lo demás abunda en el Sagrado Corán con el sentido de “amigo/s”, “protector/es”.

En este “acercamiento” a Dios (respecto del cual, como afirman los grandes místicos del Islam, jamás hubo “separación” salvo la ilusión de “ser otro”) reside el camino hacia la intimidad, la santidad, la walāya, y esto no significa otra cosa que despojarse, o mejor diríamos “entregar” el alma individual. Esta entrega o sometimiento es la verdadera esencia del mensaje islámico. Las tradiciones sagradas aclaran este punto: Dijo el Profeta (BP) que dice Dios: “No cesa mi siervo de acercarse a Mí por los actos meritorios de adoración hasta que lo amo, y cuando lo amo Yo soy los pies con que camina, las manos con que actúa, los ojos con que mira...”. Es Dios mismo el que se expresa, sin velos, a través de estos hombres o mujeres que se han despojado de sí mismos.

Este camino hacia Dios es no obstante una tarea ímproba, casi imposible para el ser humano caído, distanciado, enajenado diríamos de su verdadera realidad. El hombre es un ser espiritual preso en una jaula de carne, en una patria que no es la suya, por un tiempo limitado. Su actitud en este estado es la dictó el Profeta (BP): “Nada tengo que ver con este mundo. Es para mí un lugar de paso como el de un viajero que se detiene en un oasis, descansa un rato, y luego sigue su camino”.

La misericordia de Dios suple las carencias del siervo: Dijo el Profeta (BP) que dice Dios: “Cuando mi siervo da hacia Mí un paso, Yo avanzo diez pasos hacia él. Si él viene hacia Mí caminando, Yo voy hacia él corriendo; si él lo hace corriendo, Yo voy hacia él volando”.

Con el paso del tiempo el sufismo fue desarrollando, enriqueciendo y sistematizando su doctrina, siempre al amparo de las fuentes del Islam (el Corán y la Tradición profética), manifestándose en todos los estamentos de la civilización y la cultura islámicas. Se lo puede ver en todas las corrientes del Islam, a veces con distintos nombres, pero siempre con los mismos principios y aspiraciones.

Similitudes y diferencias

Resulta interesante trazar un paralelo entre la santidad en el Islam y, por ejemplo, en el cristianismo, mostrando similitudes y diferencias.

En el cristianismo el ejemplo es Jesús (P) en el Islam lo es el Profeta Muhammad (BP), de quien afirma el Corán (como de otros mensajeros y profetas): Tenéis ya en el Mensajero de Dios un bello y perfecto ejemplo para quien anhela a Dios y al Día Final y recuerda a Dios con frecuencia (33:21). El Profeta del Islam fue un hombre en todas las dimensiones de esa condición: padre de familia, esposo, trabajador y empleado, líder de su comunidad, guerrero por la causa de Dios, juez, maestro, etc. Asimismo los que siguen su camino, a diferencia de lo ocurre en otras tradiciones, lo hacen viviendo en el mundo, formando una familia, ejerciendo una profesión, etc. No hay abandono del mundo ni monacato en el Islam ni tampoco en su vía mística (aunque algunos de esos hombres de Dios hayan adoptado una vida austera y retirada por la fuerza arrolladora de su vocación que no les permitía otras ocupaciones).

En lo demás, se espera del hombre del camino en el Islam que se preocupe más por el otro que por sí mismo, en un completo paralelo con la compasión cristiana. “Ninguno de vosotros creerá realmente hasta que no quiera para su hermano en la fe lo que quiere para sí mismo”, reza un hadiz profético.

Servir al otro humillándose uno mismo (o humillando la soberbia que nos enceguece) es la manera de lograr la complacencia del Señor. “El verdadero señor de una gente es quien los sirve”, dice otro hadiz.

El hombre del camino, empero, no se desentiende del devenir mundano en cuanto concierne a ordenar el bien y vedar el mal, señalar la injusticia y tratar de enmendarla. “Quien ve una injusticia o maldad, que la arregle con la mano (=actuando), si no puede, que la denuncie con la lengua, y si no puede que al menos la rechace en su corazón. Y este es el de fe más débil”. Esta tradición resume el compromiso que el verdadero creyente debe tener con su sociedad y su tiempo, con sus semejantes. Prestando primero atención a la salud de los corazones, pero también al bienestar de los cuerpos y a los derechos de todos, antes, incluso, que a los propios. Este sentido profundo de hermandad está muy enraizado en la enseñanza del misticismo islámico y de la sociedad y cultura islámicas en general.

A lo anterior no escapa la política. Pocos saben que las hermandades sufíes, en la época moderna (siglos XVIII, XIX y XX) lideraron en muchas regiones la resistencia al colonialismo imperialista europeo que se enseñoreó en las tierras de los musulmanes desde el norte de Africa hasta la India y el sudeste de Asia. El sheyj Shamil en Chechenia contra los rusos en el Cáucaso, el Emir Abd Al-Qadir en Argelia contra los franceses, Omar Mujtar contra los italianos en Libia, el Mahdi de Sudán contra los ingleses, etc., etc., son algunos ejemplos de lo que decimos.

Como en otras religiones, en el Islam hay una corriente general, consolidada con el paso de los siglos en lo referente a doctrina y reglas de conducta, muchas veces olvidadas y vacías de sentido por referentes que las pongan en práctica. Así es como los “íntimos” de Dios, como en otras religiones, se yerguen a menudo contra la hipocresía de su propia doctrina, llamando la atención a dirigentes religiosos y seculares por igual, dando un verdadero ejemplo de renuncia, y suscitando con su carisma el apoyo del pueblo y de los simples creyentes. No pocas veces los santos musulmanes fueron iniciadores de grandes reformas en el Islam (o de un retorno al origen mejor diríamos), a veces incluso en el plano secular político, dando origen a nuevas dinastías gobernantes en algunas regiones.

La veneración por los “amigos de Dios”. Carismas y milagros

Hay en el Islam una profunda veneración por los amigos de Dios renovada a lo largo de los siglos. Las tumbas de estos santos y santas están dispersas por todas las regiones del mundo islámico y son lugares de congregación, de retiro, de súplica. Hombres y mujeres que alcanzaron reconocimiento en vida por su piedad, o que fueron distinguidos por la elección divina como los Imames (P.) de la descendencia profética. Seres humanos que alcanzaron el grado de la intimidad de todas las épocas, incluso hasta al presente, modelos para el resto de los seres humanos (pues no otra cosa que modelos del propio género necesitan los hombres para seguir y guiarse).

No pocas veces están sus mausoleos junto o dentro de alguna mezquita importante, y a ellos recurren los creyentes como quien recurre a alguien bueno “amigo” de un personaje influyente e importante, buscando su intermediación, su intercesión. Las fechas de su nacimiento y partida de este mundo son a menudo motivo de festivales y emotivas celebraciones.

Los dichos y enseñanzas de estos seres son omnipresentes en la cultura musulmana, así como sus actos y sobre todos sus milagros o carismas, efectos de la gracia de Dios con la cual son distinguidos. Multiplicar la comida, recorrer grandes distancias en un abrir y cerrar de ojos (así como volar o caminar sobre el agua), curar enfermos, rescatar cosas y personas perdidas, extraer oro del aire o de la tierra, etc., etc., son algunos ejemplos de las gracias con que Dios distingue a estos seres, como un signo para sus semejantes del valor de Su amistad con ellos.

Historias y biografías de los santos musulmanes

Una porción muy importante de la literatura clásica islámica (tanto en árabe como en otras lenguas del ámbito musulmán, como el persa, el turco y el urdu) está dedicado a las biografías (tarŷama/tarāŷim) de los amigos de Dios, y sobre todo a la descripción de sus virtudes (manāqib) personales.

Es una literatura sana, ética, que brinda solaz y alimento al alma mostrando la conducta de hombres y mujeres que trascendieron su propio egoísmo y limitación en busca del horizonte ilimitado que está a la vera del Señor de los Mundos. Encontramos recopilaciones clásicas, con miles de biografías de santos[4], en realidad compendios de anécdotas y dichos, relatos de milagros y otros hechos sorprendentes, ejemplos de conducta; y también vemos obras dedicadas a alguien en especial de esta miríada, algún gran walī, del pasado o de épocas recientes. Esta literatura llega hasta nuestros días, y buena parte de ella (máximas, cuentos, leyendas) está incorporada a la cultura de transmisión oral de los pueblos musulmanes.

Conclusiones

El Islam histórico, que aparece en el siglo VII en la Península Arabe, es la renovación de la doctrina intemporal del sometimiento y entrega a Dios (que eso significa “islam” en árabe), mensaje que trajeron todos los profetas abrahámicos y en general todos los mensajeros divinos. Es en suma un mensaje de liberación para los corazones, una liberación que implica empero una servidumbre y una entrega completa al Único merecedor esto. Los profetas y mensajeros son como soles que alumbran las tinieblas de la manifestación sensible. Sus herederos, los amigos de Dios, son como estrellas que una vez apagados los soles siguen guiando hacia esa felicidad suprema que ellos alumbraron. Así es en el Islam y en todas las tradiciones verdaderas.

¡Oh creyentes! Recordad a Dios frecuentemente, y glorificadlo por la mañana y por la tarde. Él es quien os bendice con Sus ángeles para extraeros de las tinieblas hacia la luz y es con los creyentes misericordiosísimo (33:41-43).


Fuente: Islam en Mar del Plata 



[1] Término por lo demás occidental, acuñado en el siglo XIX por algún especialista.
[2] Otras definiciones clásicas: “El sufismo es abandonar toda dicha del ego” / “El sufismo es abandonar lo superfluo” / “El sufismo no es práctica o reglas, es ajlāq (cualidades éticas del carácter)” / “El sufí es aquel que no posee nada ni es poseído por nada”, etc.
[3] Si bien lo usual es considerar que “sufi” viene de “suf”, “lana” por el material de la burda vestimenta ascética que algunos preferían en una época en que ya la riqueza florecía, otros la hacen derivar de “ṣafā” (estar limpio, puro; ṣaffā: purificarse).
[4] Hay cientos de estas obras, antiguas y modernas, entre las antiguas pueden citarse “El adorno de los amigos de Dios” de Abu Na’im Isfahani (s. V/XII d.C.), con más de mil biografías, o la obra de Ibn Al-Ŷawzi, “Los atributos de los purificados” (s. VI/XIII d.C.), de contenido análogo. Las hay dedicadas solamente a una región, o a las mujeres, o a un grupo selecto, etc. Esta producción literario/piadosa se extiende hasta el presente.

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