Jutba del buscador
28/08/2003 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
Alhamdulillahi rabbil ‘alamin, ar Ra’uf, ar Rahim. ¡Labbaik, Allahumma labbaik!
As salamu aleikum wa rahmatullahi wa barakatuhu:
La báraka de Muhámmad para quien se reúne en adoración siguiendo la sunna del Mensajero, sin otro propósito que el de agradar a Allah y servir a su intención creadora. La illaha illah Allah.
Recorrimos los campos en llamas y volvimos así a encontrar nuestra fuente. Hemos vuelto también al fragor de las batallas, a dejar que la épica se apodere de nuestros movimientos, entre un chocar de voces y un ruido de tristeza. Hemos dejado tranquilo al sol seguir su curso, y nos hemos quedado aniquilados, bajo un ardor de rayos y una canción esperanzada. Hemos atravesado el fuego en esta dunia y así nuestro Creador nos ha librado de unas llamas eternas. Sólo Él puede hacerlo y así lo hace, como expresión de Su Compasión Infinita hacia nosotros, criaturas cuya existencia está siempre en Sus manos. Subhana Allah.
Muy atrás quedan las huellas de la tierra, los surcos y arrugas de su rostro, la color encendida en sus mejillas y el agua sanadora. Tan atrás que entremedias de nuestros pensamientos ya no anidan suspiros ni se tejen nostalgias. La illaha illah Allah.
Tan lejos como nuestra memoria pueda alcanzar y aún más allá, y al mismo tiempo al lado, siempre al lado, tan cerca como nuestra vena yugular. Solos y heridos renacemos, desolados entramos en este espacio inaugural, desnudos y vencidos somos así escuchados y acogidos en esta misteriosa y sagrada creación.
Un buscador que ya no busca nada, se encuentra a sí mismo ahora en la renuncia a obtener lo que ansiaba: ya no está lejos ni afuera sino cerca y adentro, tan adentro que no necesita decir nada. No sabe qué es lo que tiene, o si lo tiene; ni siquiera sabe si es o qué es. Sólo atiende al latido de su existencia, la única existencia que vive como realidad.
Adora, y cómo adora, cómo se sobresalta en el olvido y se da cuenta de su propia inconsciencia, cómo desvela el mundo sin inmutarse y cómo aprende a someterse a aquello que le hace vivir. Se prosterna en cada inflexión de su pensamiento y adora con cada articulación de su cuerpo. Pide perdón por ser alguien y obtiene así su liberación. Adora a un dios escondido que, sin embargo no cesa de llamarle, de hacerle signos e indicaciones allí donde posa su mirada.
De su garganta surge una única palabra: labbaik, aquí estoy. No estoy en ningún otro sitio, estoy aquí, en este misterioso maqam donde alcanzamos la unidad, aquí donde vivimos y percibimos la unicidad tras la apariencia de las cosas. Mis manos están quietas, no buscan nada, no remueven el cieno oscuro tratando de encontrar el anillo perdido. No se mueven, descansan una sobre la otra, pacificadas, regaladas con el perdón de quien las vio transgredir. Mis ojos, aunque abiertos, están ciegos a lo que el mundo les propone. Ven, pero no ven cosa ninguna, ningún color, ninguna forma, ven lo que ven sin agitarse, sin albergar ninguna escena. Mis oídos oyen la melodía de fondo que construye la forma de nuestra creación, que es sólo un bello y verdadero recuerdo.
Y desde aquí mismo digo shukran y digo barakalawfiq porque no podría decir otra cosa, tal vez por una debilidad sentimental, tal vez por una grandeza escondida que no he sabido encontrar: la duda se deshace en presencia de la verdad, en la cercanía de lo que nos revela lo real. La duda ya no teje los velos de nuestro raciocinio, alhamdulilah, la duda se ha disipado en el ritmo del corazón, la respiración la ha aniquilado. ¿cómo vas a dudar ahora, a estas alturas de la historia? Y sin embargo dudo y sopeso y contemplo detenidamente a los litigantes. Al juicio de Allah me someto. Él es el perfecto juez, el único que puede trascender y desbordar nuestra idea de la justicia con Su Rahma que abarca a todo lo creado, a la más insignificante de las criaturas, no sólo a los seres humanos.
Desde aquí mismo ¿Desde dónde si no? Desde este maqam que ha sido establecido por Allah mediante la confianza de los hermanos, por la buena mirada de quienes decidieron compartir sus vidas alguna vez. Por eso es un maqam elevado, porque no es un púlpito ni una distinción académica ni la expresión de una necesidad política sino una prueba cierta y alentadora de nuestro sometimiento a Allah y de nuestro cariño por Muhámmad, la paz sea siempre con él, y con los de su casa y con todos sus seguidores. Y no por sencilla es menos valiosa esta distinción sino más bien todo lo contrario.
Nuestra salat está defendida de nosotros mismos, de nuestra distracción crónica, de nuestra ausencia casi siempre injustificada.
Ya Ra’uf! Bondadoso y Buen Señor ¿Cómo, si no, podríamos amarTe desde lo más puro de nosotros, desde aquello que, sentido como un nosotros, ansía el bien y la bonanza?
Ya Ra’uf: Tú eres el Señor del Agua que atiende al peregrino, el señor de Hashim, el guardador de Zam Zam, pues el mayor bien para un ser humano se halla expresado en el agua que encuentra aquel que ha cruzado un profundo desierto, buscando el agrado de su señor, el agua que recibe quien se ha esforzado en la senda purificadora de la verdad y ha aguantado con firmeza las llamaradas incontenibles del deseo, de la incomprensión y de la ignorancia.
Alhamdulilah Ra’uf, que nos regalas ese Nombre tuyo ahora que hemos llegado a ningún sitio, ahora que empezamos a conocer algo de lo que Tú decretas para nosotros desde siempre, ahora que vamos sabiendo un poco mejor qué es lo que esperas de nosotros.
Ya sabemos que esperas de nosotros que seamos tus siervos, que nos mantengamos dentro de los límites que Tú nos vas trazando con Tu Sabiduría y con Tu paciencia. Esperas que seamos más conscientes de Ti, que Te recordemos lo mejor y lo más constantemente que podamos, con todo nuestro ser si somos capaces. Esperas que trascendamos este mundo y que Te hallemos así, purificados. Y al mismo tiempo esperas que sirvamos a la Belleza, que colaboremos en lo más bello y positivo de Tu creación, con la mejor conciencia posible. Has colocado nuestro listón en lo más alto y en lo más bajo. Quieres lo mejor de Ti para nosotros, lo mejor de Tu creación.
Pues aquí estamos, labbaik, Allahumma labbaik, dispuestos a servirte, conscientes de nuestras propias trabas, de nuestras oscuridades irresolubles.
No sabemos bien si son los años, los ciclos o las vueltas. No sabemos si son las estaciones o los estados, el desgaste que produce la vivencia incesante de lo mismo. No sabemos por qué volvemos a olvidar, pero a Allah Le pedimos que nos guíe, que nos despierte y nos mantenga alerta y conscientes de Él, en la región de las dunas donde sentimos la temperatura de la luz sola, de la luz sin llama, la caricia bondadosa del modelador excelente, la manifestación certera de Al Musawwir.
Vuelves una y otra vez a regalarnos los colores de Tu creación, las formas de Tu sueño infinito, y volverás a teñirnos de sombra y a compadecerte de nuestra naturaleza incompleta. Nosotros, insha Allah, volveremos a recordarTe, regresaremos a esta dunia por un tiempo para no volver nunca, para dejar a un lado este velo tupido para siempre.
Allahumma: Tú conoces nuestros estados: acepta nuestro silencio.
Allahumma: Tú sabes lo que hay en nuestros corazones. Hazlos latir en calma.
Allahumma: mantén la vida en nuestros ojos.
Amin
2.
Alhamdulilahi rabbil ‘alamin, que nos hace transitar los espacios más diversos y los estados más conscientes de Su creación. Barakalawfiq porque así quieres para nosotros la comprensión y el criterio, porque nos estás regalando un Qur’an que nos libra de nuestras ataduras mientras sacude nuestros nafs, aparentemente indomables. Porque hemos sabido de Adam y de su naturaleza y de quienes le siguieron, la paz sea con ellos.
Barakalawfiq por hacernos comprender la naturaleza de nuestra ámana, por hacernos aceptar Tu ámana conscientemente, por crear para nosotros la posibilidad de la libertad.
Adam, la paz sea con él, aceptó Tu ámana en medio de su creación, sin conocer la historia, porque la historia estaba comenzando en ese momento al mismo tiempo que su mente poblada de nombres. Han pasado muchas generaciones de banu adam y ahora nosotros sí podemos aceptar nuestra condición de seres libres y responsables, pero nos cuesta mucho la libertad, nos resistimos a ella porque nos da miedo la responsabilidad, porque nos aplasta, como temieron las montañas.
Empezamos ahora a comprender por qué las montañas, los cielos y la tierra se negaron a aceptarla y por qué la aceptó Adam, la paz sea con él.
Reconocemos nuestra naturaleza paradójica: amamos las cosas buenas de este mundo y queremos descansar en Tu cercanía, pero nos da miedo el abismo que a veces se abre entre Tú y Tus criaturas, cuando nuestra mente se queda adherida a los nombres y a las visiones, mientras nuestros corazones laten buscando Tu esencia.
Nos da miedo la libertad y por eso volvemos nuestros ojos y nuestras mentes una y otra vez hacia la Shariah. Nos da miedo la libertad porque estamos buscando el conocimiento, pero la háqiqa que Allah nos regala nos hace conocer nuestra propia inconsciencia y por eso la rechazamos muchas veces, sólo por eso, porque nos da miedo no ser nada, porque hemos aceptado nuestra creación como si nuestra creación fuera la verdad.
Volvemos nuestros ojos a la Sharíah cuando hemos perdido la visión del camino, cuando nuestros nafs están tirando de nosotros como si fuéramos un fardo sin sentido, un cuerpo sin espíritu.
En los antiguos libros de sabiduría, como dice el Qur’án, encontramos el mismo e incesante mensaje, la misma advertencia esclarecedora:
“Cuantos más tabúes y prohibiciones haya en el mundo, más pobre se hace la gente —nos dice Lao Tzú— Cuanto más completas se promulguen las leyes y decretos, más malhechores y ladrones aparecen. Por eso el sabio dice: Yo no actúo y la gente se transforma sola. Amo la quietud y la gente se encauza de manera natural. No emprendo ningún negocio y la gente prospera. No tengo deseos y la gente retorna a la simplicidad.”
(Tao Te King, c.57)
Y sin embargo nos exigimos a nosotros mismos una ley, nos comprometemos con la shariah porque conocemos nuestras limitaciones, alhamdulilah. Libremente decidimos obedecer. Pero esta obediencia implica precisamente aceptar la libertad, aceptar la ámana que Allah nos está dando, asumir plenamente nuestra condición de jalifas, lanzarnos al vacío de la existencia.
Nuestra obediencia sólo es debida a Allah. Por eso somos libres, humanamente hablando. Por eso nos rebelamos contra la tiranía aunque no hagamos nada, o precisamente porque no hacemos nada.
Nuestro miedo a la libertad, nuestra resistencia a aceptar la ámana de Allah, nos lleva a establecer relaciones humanas a veces muy dolorosas y dañinas. Nos atribuímos a nosotros mismos y a los demás una realidad y un papel que no nos corresponde. Esperamos de ellos que nos procuren el consuelo, la salvación, la comprensión de nuestra situación y una palabra que nos cure. Pero ¿Qué les estamos dando a cambio sino nuestra propia incredulidad? Esperamos del otro que sea nuestro maestro, nuestro sanador, en lugar de mirarlo y comprender que es una criatura en manos de su señor, igual que nosotros. Nos da miedo cogernos de las manos porque en el círculo del dikr nos disolvemos y ni siquiera el contacto con otra piel nos devuelve a nuestra mente autosatisfecha.
Eso fue lo que extravió a los cristianos, la atribución de existencia real y autosuficiente a las criaturas, la atribución de divinidad y permanencia a los seres humanos.
Esperamos que el otro se defina mediante una palabra, esperamos de él un límite que nos consuele del vacío. Haga lo que haga, diga lo que diga, aún siendo un maestro, sigue siendo el otro. Por eso muchos no comprenden el silencio del sabio, por eso muchos se retiran buscando su límite en otro sitio, por miedo a la ámana, por miedo a la sabiduría que se nos ofrece a cambio de nada.
Nos cuesta mucho esfuerzo no hacer nada, no oponer resistencia, porque tenemos miedo a la verdad, rechazo a la muerte, al vacío que por todos lados se nos manifiesta. Y por eso hablamos sin cesar, para llenar ese vacío, para conjurar ese silencio que se abrió en el pecho de nuestro Adam.
La ilaha illah Allah. Decimos con la lengua, mientras el corazón llora en silencio. La illaha illah Allah, decimos con todo nuestro ser cuando nuestras almas se aquietan. La illaha illah Allah, decimos siempre que Allah quiere ser recordado en este mundo. Libremente proclamamos la unidad cuando ya no comprendemos nada.
Somos una expresión del Tawhid y eso res lo que nos da miedo porque nos compromete, porque sólo obtenemos acción, expresión, desenvolvimiento, pero nada real podemos agarrar de forma duradera en este sueño, sólo la táriqa que se va formando entre el ir y venir de nuestras ansiedades, entre los vacíos que irremediablemente se nos imponen.
Somos tan sólo un estado o una estación y sólo de eso somos responsables. Responsables de nuestros estados siendo Allah el único creador de todos ellos. Esto nos tranquiliza y nos proporciona una identidad asumible. La ignorancia no puede tener aquí cabida porque ya lo sabemos, y si no lo sabemos lo recordamos, alhamdulilah. Nuestro silencio se convierte en palabra, nuestra mudez se transforma en verbo creador. La mayor plenitud parece vacía…la mayor rectitud parece torcida, la mayor habilidad parece torpeza, nos dice el viejo maestro. ¿Cómo entonces podemos juzgar?
Abandonamos el juicio de las criaturas porque aceptamos que sólo Allah es un juez perfecto. A Él nos sometemos y sometemos nuestras dudas y nuestra ignorancia. Sólo Él conoce las intenciones de las almas puras, de los seres aniquilados en Su realidad. ¿Puede un sabio reaccionar de alguna manera? ¿Puede decir una sola palabra que sea suya?
Allahumma: líbranos del juicio de nuestros semejantes.
Haznos comprender Tu shariah.
Haznos cruzar del fácil sometimiento a la pura conciencia de Tu Ley.
Amin.
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