Hernán Cortés y su desastrosa expedición a Las Hibueras
FIASCO DEL CONQUISTADOR
Una aventura sin sentido en la selva hondureña diezmó a sus hombres y casi le cuesta la vida al conquistador español
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A Hernán Cortés los libros de historia le recuerdan como el militar afortunado que conquistó México entre 1519 y 1521. Pero el hecho es que el extremeño vivió muchos años más. Durante el resto de su vida ansió repetir su gran éxito, pero todos sus intentos se saldaron con fracasos más o menos ruidosos. El peor de ellos fue la expedición a las Hibueras (actual Honduras), una aventura en la que casi pierde la vida en mitad de la selva.
Tras la caída del Imperio azteca, Cortés pensó en muchas cosas menos en quedarse en casa para disfrutar de los beneficios de su triunfo. En parte, este afán por mantenerse en activo se debía a motivos políticos. Tenía que encontrar la forma de tener ocupados a sus capitanes, gente ruda e indisciplinada, no fuera que se dedicaran a conspirar y quisieran socavar su poder.
Uno de sus mejores hombres, Cristóbal de Olid, marchó en 1523 a la búsqueda de un paso que comunicara el Atlántico con el Pacífico. Se deseaba evitar la obligación de cruzar el extremo de Magallanes, en el extremo sur del continente.
Olid parecía, a primera vista, el jefe adecuado. Tenía justa fama de valiente y había salvado la vida a Cortés durante el asedio de Tenochtitlán , cuando lo rescató de un ataque azteca. Pero este tuvo una mala idea: dio orden a su subordinado de pasar por Cuba a proveerse de caballos.
El gobernador de la isla, Diego Velázquez, aprovechó la visita de Olid para ajustar viejas cuentas, resentido porque Hernán Cortés le había robado la oportunidad de ser él quien conquistara a los aztecas. Para vengarse, animó a Olid a que le hiciera a su jefe lo mismo que este le había hecho a él.
Olid empezó a actuar por su cuenta, sin percatarse de que su aventura le iba grande
En un principio, como estaba previsto, Olid fundó la Villa del Triunfo de la Cruz, la actual ciudad hondureña de Tela. Pronto, sin embargo, empezó a actuar por su cuenta, como si no fuera un simple subalterno.
No se percató de que su aventura le iba grande. Podía tener el mismo valor que Cortés, pero de ninguna manera su astucia. Cegado con la perspectiva de nuevas hazañas y riquezas, inició una rebelión. Fue el único de los capitanes del conquistador de México que se atrevió a alzarse en su contra.
Expedición de castigo
Cortés envió a su lugarteniente, Francisco de las Casas, a poner a Olid en su sitio, pero este logró apresarle. En 1524, ansioso por dar una lección al traidor, Cortés se puso al frente de una expedición catastrófica, organizada de la forma más descabellada.
Sus ayudantes le advirtieron que debía permanecer en Ciudad de México, ocupándose de las tareas de gobierno. No se dejó convencer. Tenía que castigar al rebelde para que otros jefes militares no cayeran en la tentación de seguir sus pasos y convirtieran la Nueva España en un mar de anarquía. También es posible que este argumento solo fuera una forma de justificar ante sí mismo la sed de nuevas aventuras.
Cortés se desplaza como un gran señor, rodeado de pajes, músicos y hasta un acróbata
Durante las primeras etapas del trayecto todo iba bien. Cortés está convencido de que se halla en plenitud de sus facultades. La verdad es que ha dejado de ser aquel soldado rápido de movimientos que sorprendía a sus enemigos a fuerza de audacia. Ahora se desplaza como un gran señor, rodeado de lujos, de mayordomo a pajes, músicos y hasta un acróbata.
Como tanta gente tenía que acompañarle, hizo oídos sordos al consejo sensato que le dieron los indios: desplazarse por mar. Prefirió una ruta terrestre, seguro de que estaría de regreso en poco tiempo. Su decisión resultó un completo desastre, porque acabó sumergido en la selva, con centenares de hombres hambrientos rodeados de mosquitos, cocodrilos, serpientes, ciénagas o ríos infranqueables.
Se hallaba en un entorno, al sur del Yucatán, que incluso en el siglo XXI resulta difícil de atravesar a bordo de un todoterreno. Entre tanto, los nativos de la zona se oponían a su paso con la táctica de tierra quemada. Incendiaban sus propios poblados para evitar que los extranjeros tuvieran donde aprovisionarse.
Polémica ejecución
Para evitar que se sublevara en su ausencia, Hernán Cortés se había llevado consigo al último emperador azteca, Cuauhtémoc. Durante el viaje, sus espías le informaron de que el monarca rehén pretendía rebelarse. El líder extremeño ordenó entonces su ejecución para dar ejemplo.
Fue una decisión personal que levantó una fuerte controversia entre los españoles. Para el cronista Bernal Díaz del Castillo, su jefe, admirable en tantos aspectos, se había equivocado gravemente en esta ocasión: “Fue esta muerte muy injustamente dada, y pareció mal a todos los que íbamos aquella jornada”.
Sobre lo que realmente sucedió solo podemos aventurar conjeturas. Algunos historiadores acusan a Cortés de fabricar un complot; otros piensan que no tuvo otra elección si quería defender las vidas de los suyos contra una peligrosa revuelta.
Estrago inútil
Tras infinitas penalidades, la expedición llegó a su destino... solo para saber que Olid llevaba varios meses muerto. El lugarteniente de Cortés, Francisco de las Casas, había logrado escapar, prender al rebelde y ejecutarlo.
Mientras tanto, Ciudad de México se sumía en el caos. Se rumoreaba que Cortés, del que no se sabía nada, había fallecido. Sus enemigos aprovechaban el vacío de poder para calumniarle y maltratar a sus partidarios, a los que despojan de sus riquezas e incluso condenan a la pena capital.
Pese a la desconfianza del emperador Carlos V, Cortés nunca pensó en rebelarse contra él
El conquistador regresó a la capital de la Nueva España en 1526, para comprobar que su influencia política ya no era la misma. Había recorrido mil quinientas millas para nada, y no acababa lo malo. En adelante, la Corona limitará su autoridad política, desconfiada ante un poder capaz de hacer sombra al del rey.
En realidad, pese a la desconfianza de Carlos V, y por más que sus enemigos sembraran dudas sobre su lealtad, Hernán Cortés nunca pensó en alzarse contra su soberano. Tras el desastre de las Hibueras, proseguirá con sus intentos de reverdecer antiguas hazañas, pero los hechos le mostrarán, tozudos, que sus días de gloria han terminado.
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