“Ya chole” con el pacto patriarcal
Hacia finales de 2019, el colectivo feminista chileno Las tesis irrumpió en las redes socio-digitales con su performance titulado Un violador en tu camino. La consigna era contundente: “el violador eres tú”. Más de uno nos sentimos fuertemente interpelados por el señalamiento, y no pocos hicieron público su deseo de desmarcarse. “Yo no soy el violador, nunca he violado a nadie”, se apresuraron a asegurar varios.
Más allá de la discusión sobre qué tipo de acciones (o inacciones) pueden constituir una violación, la idea detrás de la consigna era simple: las mujeres violadas no tienen la culpa. La responsabilidad recae en un sistema que estructural y sistemáticamente las violenta, al que las activistas y académicas feministas han llamado desde hace décadas patriarcado. Un sistema de se encarna de una forma u otra en todos y todas, especialmente en quienes nos beneficiamos de él en alguna medida, y en quienes no hacemos nada para desmontarlo.
Evidentemente, la responsabilidad no puede ser asignada equitativamente, puesto que no todxs ocupamos las mismas posiciones, tenemos acceso a los mismos recursos, ni detentamos la misma capacidad de decisión. Quienes dirigen los órganos del Estado, la entidad encargada de regular la convivencia para garantizar el bien común, tienen una proporción mucho mayor de responsabilidad en armonizar nuestra existencia colectiva.
En las últimas semanas han (re)surgido algunas acusaciones por violación contra Félix Salgado Macedonio, senador de la república con licencia y aspirante a la gubernatura del estado de Guerrero. Algunos de estos señalamientos habían llevado en su momento a que se abrieran causas penales en su contra sin que esto resultara en investigaciones convincentemente completas o exhaustivas. Los adversarios políticos de Salgado y, notablemente, del partido en el que milita —nada menos que el partido en el poder y con el liderazgo político más importante de por lo menos los últimos 18 años, el del presidente López Obrador—, no han dudado en tomar la oportunidad para atestarle un golpe mediático e intentar obtener rédito político-electoral. Hasta aquí, desafortunadamente, nada nuevo bajo el sol que cae a plomo sobre el sureño estado de Guerrero y la mayor parte del país.
Las voces de descontento por el hecho de que Salgado no hubiese sido llamado a cuentas, y más bien pareciera fortalecerse políticamente en este nuevo ciclo electoral, se agitaron conforme su precandidatura avanzaba. Impelidas por la insultante impunidad que infecta al sistema penal y de justicia en México, sobre todo si de varones agresores de mujeres se trata, las objeciones a la oficialización de la candidatura del guerrerense se reprodujeron exponencialmente en la discusión pública, hasta que fue imposible para el presidente ignorarlas del todo. Como lo había hecho con anteriores iteraciones de la indignación movilizada de las mujeres, López Obrador reaccionó con la miopía e insensibilidad de la masculinidad más recalcitrante. Ahí dónde se señalaban violencia misógina, presuntas ilegalidades e impunidad masculina, el presidente solamente acusó la inescrupulosa pugna por el poder y la censurable falta de ética política. Declaradamente harto por estas mezquinas actitudes, espetó: “Ya chole”.
Así pues, AMLO desatendió el llamado de decenas para romper “el pacto patriarcal”. Es probable que el presidente no haya pactado explícitamente, ni con Félix Salgado ni con otros varones, que habría de justificarlos y protegerlos ante señalamientos de abuso y violencia de su parte contra mujeres (o contra otros hombres en posiciones de menor poder). Pero al observar su postura frente a las denuncias contra el hoy candidato al gobierno de Guerrero, así como varias otras de sus respuestas ante la movilización, la crítica y la denuncia feministas, el presidente da la clara impresión de estarse acogiendo a la lógica y las dinámicas del proverbial pacto.
De manera similar a la del “contrato social” propuesto por Rousseau (el filósofo francés de quien también se dice descubrió la infancia (masculina) con su Emilio, sin dejar de ver a la feminidad como accesoria a ella), la del “pacto patriarcal” es una metáfora para una complicidad implícita entre varones que nos antecede como individuos. Por haber tenido la buena fortuna de ser pronunciados “hombres” al nacer y conformarnos con ello, el orden de género nos otorga varias ventajas. El pacto —que puede ser descrito también como falocéntrico, (hetero)patriarcal, androcéntrico o, de plano, un acuerdo “entre machos”— nos ofrece no tener que renunciar a ellas y una cierta protección. A cambio nos pide solamente respaldarnos unos a otros.
La investigación feminista y de género ha dado cuenta de cómo este sistema de relaciones, distribución de recursos y división de labores, cuya maquinaria es engrasada por el “pacto”, opera no sólo al interior de las instituciones de impartición de justicia, sino de gobiernos, partidos políticos, instituciones de educación, de salud y un largo etcétera, así como en organizaciones fuera del marco de la ley como el crimen organizado. Por ello, es posible entender lo difícil que resulta sustraerse de él. Pero, si aspiramos a construir una sociedad más justa y equitativa, es necesario, entre muchas otras cosas, empezar a desmantelarlo.
Por supuesto, “romper el pacto” acarreará costos para quienes lo hagan (en el caso del presidente, podría incluso traérselos no hacerlo). No obstante, creo que vale la pena hacer el esfuerzo por no ser parte de un pacto tan ominoso, hasta que podamos decir con la conciencia absolutamente limpia: “el violador no soy yo”.
* Alí Siles (@AliSilesB) es investigador en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM (@CIEGUNAM) y especialista en masculinidades.
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