El tifo, la fiebre amarilla y la medicina en México durante la
intervención francesa
Monserrat Gerardo-Ramírez1
, Jesús Zavaleta-Castro2 y Luis Enrique Gómez-Quiroz1
1
Departamento de Ciencias de la Salud, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, Ciudad de México; 2
Instituto Estatal de Documentación
de Morelos, Cuernavaca, Mor., México
Gac Med Mex. 2018;154:111-117
Contents available at PubMed
www.gacetamedicademexico.com
Resumen
El periodo comprendido entre 1861 y 1867, marcado por la ocupación extranjera, particularmente por Francia, es sin lugar a
dudas rico en gestas de patriotismo sin igual en la historia de México por la coyuntura política, militar e incluso religiosa del
periodo en cuestión; sin embargo, poco se ha abordado de manera concreta el estado que guardaban la salud y la ciencia
médica en dicho periodo, lleno de episodios sumamente interesantes en cuanto a epidemias como el tifo, la fiebre amarilla o
el cólera, sobre todo cuando estas enfermedades afectaron y marcaron el rumbo de la historia nacional, a la par con el desarrollo de la naciente medicina científica mexicana encabezada por varios médicos, en especial por el Dr. Miguel Francisco
Jiménez.
PALABRAS CLAVE: Tifo. Fiebre amarilla. Intervención francesa. General Zaragoza. Maximiliano de Habsburgo.
Abstract
French intervention in Mexico (1861-1867) is particularly full of episodes of patriotic heroism in terms of military, politic and,
even, religious affairs, however this history is also rich in episodes related to diseases and the evolution of Mexican scientific
medicine practice, epidemics such as typhus (nowadays knows as rickettsiosis), yellow fever, or cholera. Principally, this context outlined the Mexican history and influenced the course of the nation. The epidemics served as fertile land for the development of medicine science leading by prominent physicians, particularly by doctor Miguel Francisco Jiménez.
KEY WORDS: Typhus. Yellow fever. French intervention. General Zaragoza. Maximilian of Habsburg.
Fecha de recepción en versión modificada: 02-11-2016
Fecha de aceptación: 02-11-2016
DOI://dx.doi.org/10.24875/GMM.17002811
Gaceta Médica de México COMUNICACIÓN BREVE
Correspondencia:
Luis E. Gómez-Quiroz
Departamento de Ciencias de la Salud
Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa
Av. San Rafael Atlixco, 186
Col. Vicentina, Del. Iztapalapa
C.P. 09340, Ciudad de México, México
E-mail: legq@xanum.uam.mx
Gaceta Médica de México. 2018;154
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Introducción
«Inmensa, dolorosísima, tal vez irreparable es la
pérdida que acaba de sufrir la República», expresó
Francisco Zarco aquel sábado en el Panteón de San
Fernando, ante la tumba de Ignacio Zaragoza. Cinco
días antes, la mañana del 8 de septiembre de 1862,
el héroe de la batalla del 5 de mayo había muerto a
consecuencia del tifo. Después de su triunfo sobre las
tropas francesas en Puebla, contrajo la enfermedad
a su paso por las Cumbres de Acultzingo, donde había visitado a los soldados liberales heridos y enfermos. El General Zaragoza fue asistido por el médico
Juan N. Navarro, enviado expresamente por el presidente Benito Juárez, y expiró ante su madre y una de
sus hermanas1
.
Cuatro meses antes, el 5 de mayo, Zaragoza había
informado del triunfo del ejército mexicano sobre las
fuerzas invasoras en Puebla. En el parte militar destacó «el comportamiento de mis valientes compañeros», pues «el hecho glorioso que acaba de tener
lugar patentiza su brío, y por sí solo los recomienda»
como patriotas. Al referirse al ejército francés reconoció que «se ha batido con mucha bizarría», a pesar
de que «su general en jefe se ha portado con torpeza
en el ataque» a la ciudad poblana. «Las armas nacionales [...] se han cubierto de gloria», concluyó
Zaragoza2.
El periodo que abarca la intervención francesa,
desde el desembarco de las tropas europeas (1861)
hasta el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo
(1867), es sin lugar a duda uno de los periodos más
fascinantes en la historia del país. Más allá de la parte
bélica y política, la presencia de varias enfermedades, como el tifo y la fiebre amarilla, moldearon a
nuestra nación; irónicamente, es también un periodo
en que la medicina mexicana se levanta con bases
científicas gracias a la medicina francesa.
El tifo
El año anterior al inicio de la intervención francesa,
Benito Juárez García, en su calidad de presidente de
la República, había publicado el Decreto de Suspensión de la Deuda Extranjera (17 de julio de 1861), con
el cual cancelaba «por el término de dos años todos
los pagos, incluso el de las asignaciones destinadas
para la deuda contraída en Londres y para las convenciones extranjeras»3. El rechazo de los gobiernos
de Inglaterra y Francia a dicha disposición fue
inmediato; y a ello se sumó el gobierno español.
Como consecuencia, el 31 de octubre se firmó, en
Londres, la Convención Tripartita, que implicaba el
envío de «fuerzas de mar y tierra combinadas» al
territorio mexicano para obligarlo al pago de sus
adeudos3.
El tifo es una enfermedad que dio muchos problemas en México a lo largo de su historia. Está causada por una bacteria muy particular de la familia de
las rickettsias descubierta justamente en México por
el doctor Howard Taylor Ricketts durante la epidemia
de 1909 (Fig. 1), que le causara la muerte por la enfermedad que estudiaba en mayo de 19104. La bacteria es transmitida por los piojos infectados que
excretan el microorganismo en las heces, y que es
introducido en la herida dejada por el insecto cuando
la persona se rasca como consecuencia del
piquete.
La palabra «tifo» deriva del griego typhus, que significa «estupor». Es una enfermedad infecciosa causada por bacterias como Rickettsia typhi o Rickettsia
prowazekii, que frecuentemente se confunde con la
fiebre tifoidea causada por otra bacteria, Salmonella
typhi. En ese tiempo existía tal confusión y muchas
veces los pacientes eran mal diagnosticados, hasta
que el Dr. Jiménez lo dejó claro, como se menciona
más adelante.
No es difícil imaginar el escenario en el país para
que se dieran dichas epidemias: el hacinamiento, la
pobreza y la escasez de recursos hídricos e higiénicos hacían que la enfermedad se expandiera de manera importante. Como se ha mencionado, estas
eran, en gran medida, las condiciones que imperaban
en el país aun antes de la llegada de los franceses,
la cual se agudizó en el periodo intervencionista.
El avance de las epidemias se pudo haber agravado
tal vez por el caos natural causado, administrativamente, por las Leyes de Reforma; por ejemplo, en
febrero de 1861 el presidente Juárez decretó la secularización de los hospitales y de los establecimientos
de beneficencia, que habían sido manejados por el
clero católico hasta entonces, y al mismo tiempo, para
ordenar dichos servicios, ya en manos del Estado,
creó la Dirección General de Fondos de la Beneficencia Pública, dependencia de la Secretaría de Gobernación. Entre las instituciones que pasaron al control
de dicha dirección se encontraban el Hospital del
Divino Salvador y la Casa de cuna para niños expósitos, y muchas otras instituciones hospitalarias y de
asistencia, que bien o mal eran administradas con
experiencia por el clero5.
M. Gerardo-Ramírez, et al.: Medicina e Intervención francesa
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La relación que existe entre la falta de recursos
económicos y el desarrollo de la enfermedad puede
tener, tal vez, como ejemplo máximo, el propio contagio y la muerte del general Ignacio Zaragoza.
Tanto en la Ciudad de México como en Puebla se
presentaron casos de tifo en 1848 y continuaron en
1849. La enfermedad se extendió de 1857, año en que
fue publicada la Constitución Liberal, siendo presidente de la República Ignacio Comonfort, a 1859. Lo
mismo sucedió en 1861, 1862 (año de la Batalla del
5 de mayo) y 1867 (año de la Batalla del 2 de abril),
como consecuencia de «los movimientos de grupos
militares y civiles en condiciones de insuficientes medios higiénicos», lo que afectó a las tropas mexicanas
victoriosas en Puebla. No solo el general Ignacio
Zaragoza, sino también «muchos de sus soldados»6
y oficiales murieron víctimas del tifo.
Después del triunfo del Ejército de Oriente sobre
los franceses, la comunicación entre el general Zaragoza y el presidente Juárez era constante; no había
telegrama en que el general Zaragoza no le solicitara
recursos económicos para el sostenimiento del ejército, no solo en términos de alimentación, sino también para la atención de enfermedades endémicas
que atacaban, además de al ejército invasor, al nacional mismo.
Los habitantes de la ciudad de Puebla, lejos de
cooperar, representaron cierto obstáculo. Tanto es así
que el mismo general Zaragoza reporta el 9 de mayo:
«esta ciudad execrable que no he incendiado porque
existen en ella criaturas inocentes… En cuanto al dinero nada se puede hacer aquí, porque esta gente es
mala en lo general y sobre todo muy indolente y
egoísta… Qué bueno sería quemar Puebla. Está de
luto por el acontecimiento del día 5. Esto es triste
decirlo, pero es una realidad lamentable»7
. Terrible el
parte que rinde el general sobre la actitud de los habitantes de la heroica Puebla.
El primero de septiembre de 1862, el general Zaragoza empezó con los síntomas de la infección, particularmente fiebre elevada, por lo que fue enviado a
su cuartel en Puebla. Meses antes había recibido la
visita de su hija, y su esposa había fallecido a principios de ese mismo año, a quien solo le pudo proporcionar 100 pesos para su manutención, suficiente
para 3 días, lo que puede evidenciar la situación
económica del general y, por ende, de todo el Ejército
de Oriente. Ignacio Zaragoza falleció el 8 de septiembre de 1862, a la edad de 33 años, como consecuencias de una rickettsiosis o tifo7
, truncando una carrera
brillante del general, que sin duda pudo haber dado
aún mucho más a la nación.
«El gobierno [federal] considera la muerte inopinada del general Zaragoza como una desgracia pública», escribió Enrique de Wagner, ministro de Prusia
en México. «Después de algunos días de enfermedad, Zaragoza murió de tifo en Puebla, donde esta
epidemia hace enormes estragos, así como en toda
la zona que va desde esta ciudad a Orizaba.” El diplomático prusiano advirtió que el ejército francés se
expondría «a grandes peligros en caso de tomar la
ruta de todos estos pueblos y ciudades infestadas»,
y recomendó «que se hiciera pasar el grueso de las
fuerzas por Jalapa y Perote, Huamantla, Otumba o
San Martín», quedando protegida la ciudad de Puebla
«por algunos miles de hombres»8.
Es interesante que las rickettsiosis sean una constante en los procesos bélicos. Se sabe que en la
guerra civil española de 1480-1490 las tropas de cristianos y moros se diezmaron por causa de la enfermedad, mientras que efectos similares fueron causados en las tropas de Napoleón en 1812, mientras que
en la Primera Guerra Mundial se presentaron alrededor de 100,000 casos en 1914 y 150,000 en 19169. La
enfermedad fue también clave en los planes de eliminación de judíos en los países controlados por la
Alemania nazi, aspecto tratado magistralmente en el
trabajo de la Dra. Naomi Baumslag4.
La fiebre amarilla
La fiebre amarilla es una enfermedad causada por
un virus de la familia arbovirus del género Flavivirus,
y es transmitida por mosquitos infectados, como
Aedes aegypti (Fig. 2). La enfermedad se caracteriza
Figura 1. Fotografía del doctor Howard Taylor Ricketts con uno de sus
animales de experimentación (The National Library of Medicine, NIH).
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por fiebres elevadas y un daño grave al hígado, generando ictericia en los pacientes, y de ahí el término
«fiebre amarilla». Una vez más, la falta de saneamiento en los depósitos de agua contaminada es fundamental para la reproducción del mosquito. La enfermedad está relativamente controlada en la actualidad,
gracias a las vacunas y los tratamientos efectivos,
pero en tiempos de la invasión francesa esto no era
ni imaginado.
La fiebre amarilla, o vómito negro, era algo que
preocupaba mucho a los ejércitos invasores. Uno de
los primeros reportes sobre el también llamado vómito
prieto lo refiere Jena-Jacques Ampère10 al referir que
en México hay dos cosas totalmente insufribles: «la
fièvre jaune et les brigands». El reporte de Ampère es
contundente: «uno de los peores inconvenientes (es
la fiebre amarilla)»11.
Los españoles que habían llegado primero a las
costas del Golfo de México fueron las primeras víctimas de ese mal, endémico de esa región. El general
Juan Prim, comandante español, envió unas semanas después de atracar alrededor de 800 soldados
a hospitales en Cuba para su atención. Tal vez el
presidente Juárez aprovechó esa «defensa natural»
contra los invasores y jugó con el tiempo de negociación, esperando que la enfermedad fuera un aliado natural.
La negociación generó que se permitiera a los invasores avanzar hacia Orizaba, ubicada a 2800 metros sobre el nivel del mar, donde difícilmente el mosquito subsistía. Los españoles e ingleses, al percatarse
de las intenciones francesas, se retiraron y embarcaron de regreso a sus países, pero como se ha mencionado, no así los franceses.
Gloria Grajales publicó en 1963, en la revista Historia Mexicana, las citas de documentos del archivo
referente a la intervención en México de Inglaterra,
Francia y España que se conservan en la Public Record Office en Londres. Particularmente cita aquellos
relativos a la intervención francesa (clasificación F.O.
97/278, Vol. I, y 97/279, Vol. II, con el título French
Expedition)
12. En dicho reporte pueden leerse al menos tres entradas haciendo referencia a la fiebre amarilla y a las dificultades que tuvieron los franceses
para lidiar con dicho problema. La primera referencia,
sin fecha, pero reportada alrededor de agosto de
1862 dice: «Sin fecha - Llegada de 300 marinos en
la fragata Ifigenia; contagio de fiebre amarilla en Veracruz» (F.O. 97/278, I, f. 97). Más tarde se refiere: «4
de diciembre de 1862 - Johnson al conde Russell
(No. 1347): Sobre mortalidad entre las tropas francesas a causa de la fiebre amarilla; alistamiento de mil
negros egipcios para servir en las fuerzas expedicionarias de México (F.O. 97/278, I, f. 187). Y luego:
París, 6 de enero de 1863 - Johnson al conde Russell
(No. 20, confidencial): Sobre los posibles motivos
para enviar refuerzos a México, cubrir bajas por enfermedad y muerte (1500 soldados y 62 oficiales
muertos). Información confidencial obtenida a través
del capitán Hore. Medidas tomadas por el gobierno
francés para sufragar los gastos de la expedición,
etc.” (F.O. 97/278, I, ff. 213-214). «Memorándum anexo
al documento anterior: Datos obtenidos a través del
señor Xavier Raymond sobre el estado del ejército
francés en México. Fuertes bajas por la fiebre amarilla
y otras enfermedades. Mal estado de los caminos,
necesidad de transporte para la expedición a Tampico. Los gastos mensuales para transporte terrestre
en México resultan insuficientes. Raymond piensa
que el sentimiento contra la expedición es unánime,
etc.” (F.O. 97/278, I, ff. 216-218).
Es muy claro que el ejército francés se veía diezmado sensiblemente por bajas y muertes por la fiebre
amarilla, pero la información se mantenía confidencial, tal vez con el ánimo de no aumentar aires victoriosos en las tropas mexicanas. La fiebre amarilla, si
bien afectó a los invasores, no fue motivo, al final,
para que cumplieran su objetivo, al menos
temporalmente.
Veracruz, Maximiliano y la fiebre amarilla
«Veracruz es una ciudad sucia y estrecha que tiene
mala fama por su terrible clima y formidable calor»,
afirmó el conde Carl Khevenhüller-Metsch, integrante
Figura 2. Representación clásica de un mosquito Aedes (Stegomyia)
aegypti (The National Library of Medicine, NIH).
M. Gerardo-Ramírez, et al.: Medicina e Intervención francesa
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del cuerpo de voluntarios austriacos que llegó a México para acompañar a Maximiliano de Habsburgo.
Después de 3 semanas de viaje en el navío Floride,
más de 800 hombres arribaron al puerto veracruzano
el 7 de diciembre de 1864, en donde tuvieron que
soportar 44 °C durante la noche. Khevenhüller conoció «a médicos alemanes y austriacos a quienes hay
que rendir los mayores elogios por su abnegación en
los tiempos de la fiebre amarilla, esta enfermedad
terrible que arrebata al cabo de pocas horas»13. Al
siguiente día continuaron su viaje a la capital del país,
ante el temor de contagio dadas las condiciones insalubres del puerto.
El sábado 28 de mayo de 1863 ancló, en el puerto
de Veracruz, el navío Novara, en el cual arribaron
Maximiliano de Habsburgo, su esposa Carlota de Bélgica y su corte. A las 4 h de la mañana del domingo
29 todo se alistó «para continuar de inmediato el viaje
hacia la capital, porque una estancia prolongada en
Veracruz no era recomendable, debido a la fiebre
amarilla reinante en esa ciudad, que dicen que es
sobre todo peligrosa para los recién llegados»14, afirmó Wilhelm Knechtel, botánico oficial del emperador.
Sin embargo, 2 años después, el emperador enfermaría, requiriendo la atención de un especialista mexicano para tratarse.
Maximiliano se encontraba «afectado del hígado y
además venía sufriendo de fiebres intermitentes, contraídas en uno de los viajes a la tierra caliente»15.
Friedrich Semmeleder, médico de cabecera del austriaco, no conociendo «muy bien el tratamiento especial para [dichas] fiebres intermitentes», propuso que
el emperador «consultara con alguno de los médicos
mexicanos que conocían perfectamente el tratamiento» contra ellas. Fue atendido por el médico Rafael
Lucio, «que ya en esa época era una eminencia».
Inicialmente Lucio se había resistido a ello por ser
«un liberal acérrimo y completamente opuesto al régimen imperial». Antes de salir a Cuernavaca, Maximiliano quiso «saldar su cuenta con su doctor mexicano, [...] pero el sabio doctor rehusó del todo recibir
ni un solo peso, alegando que le bastaba haberse
conquistado la gratitud del Soberano»14.
Durante el siglo XIX, los brotes epidémicos de fiebre amarilla, tifo, cólera, sarampión, peste y viruela
sumaron más de 70 en el Estado de Veracruz. Las
enfermedades atacaron tanto las ciudades como las
pequeñas poblaciones, diezmando no pocas de ellas.
Aunque las epidemias de fiebre amarilla fueron de las
más frecuentes, «los decesos eran cuantitativamente
menores que la viruela». Después de 1826 y 1855, en
un quinquenio se presentaron tres epidemias de fiebre amarilla: 1842, 1843 y 1847, esta última el año de
la intervención norteamericana. Entre 1850 y 1852 se
dio otro brote de la enfermedad, lo mismo que durante
la intervención francesa en 1863 y 1867. «La salubridad en el territorio veracruzano [como en otras regiones del país] iba de la mano con el clima y con las
luchas internas e internacionales en defensa de la
soberanía»16.
Estado de la medicina durante la
intervención francesa
Es irónico que la existencia de múltiples epidemias
(en 1864 la esperanza de vida del mexicano se estimaba en 30 años)5 estuviera acompañada de eventos
fundamentales en la historia de la medicina en el
periodo que estuvo ocupado el país por Francia (1862
a 1867).
El 19 de abril de 1864 se funda la Comisión Científica, Literaria y Artística de México, y el día 30 del
mismo mes se lleva a cabo la primera reunión de la
Sección de Ciencias Médicas (más tarde Academia
Nacional de Medicina). La sección estuvo dividida en
cinco subsecciones: patología, higiene, medicina legal y estadística médica, medicina veterinaria, materia médica y farmacología, y fisiología y antropología.
La presidencia estuvo en manos del doctor Carlos
Alberto Ehrmann, y la vicepresidencia recayó en el
doctor Miguel Francisco Jiménez, profesor de la Escuela Nacional de Medicina. Entre otros notables médicos de la época que pertenecieron a la sección se
puede mencionar al Dr. Rafael Lucio y al Dr. José
María Vértiz17. Como se ha mencionado, esta época
es sin duda una de las más grandes en cuanto a médicos y científicos ejemplares; aunado a los anteriores
se puede mencionar a los doctores Lauro Jiménez y
Leopoldo Río de la Loza, haciendo aportes importantes en farmacología, entre otros.
Uno de los principales logros que tuvo la sección
médica fue la publicación de la Gaceta Médica de
México, periódico de la sección médica de la comisión científica, que después simplemente sería Gaceta Médica de México, como hasta en la actualidad se
llama. El primer número salió a la luz el jueves 15 de
septiembre de 1864, siendo su primer presidente el
Dr. Miguel Francisco Jiménez.
En el primer número, justo se discute sobre las diferencias entre el tifo o tabardillo y la fiebre tifoidea,
escrito por el mismo Dr. Jiménez, haciendo mención
Gaceta Médica de México. 2018;154
116
de ser una enfermedad endémica del país y dejando
clara su importancia.
El Dr. Miguel Francisco Jiménez, el
absceso hepático amebiano y la medicina
mexicana científica
El Dr. Miguel Francisco Jiménez (Fig. 3) representa
un ejemplo de la creciente ciencia médica en el México del Imperio. Era un hombre inteligente y culto,
que empujó fuertemente la medicina racional y científica, tomando como base la observación y no la
adivinación; fuerte seguidor de los aportes de Auenbrugger y de Laennec, sin duda un médico adelantado a su tiempo, aplicando una visión científica en la
propedéutica clínica y a todo el ejercicio de la
medicina.
Nació en Amozoc, Puebla, en 1813. Terminó sus
estudios de medicina en 1838 en el Establecimiento
de Ciencias Médicas y ocupó casi de inmediato el
puesto de profesor de patología y posteriormente de
anatomía, cátedra que ofreció hasta su muerte18.
Además de los estudios que llevó a cabo para distinguir entre tifo y fiebre tifoidea, realizó investigación
sobre otra enfermedad que aquejó mucho a la población del país, el absceso hepático amebiano, la cual
se presentaba con mucha frecuencia en México, incluso desde el siglo XVI.
El absceso hepático amebiano es la acumulación
de pus en el hígado en respuesta a la presencia de
Entamoeba histolytica. La enfermedad se adquiere
por la ingestión de agua o alimentos contaminados
con materia fecal. Una vez más, la alta incidencia de
esta enfermedad nos habla de hacinamiento, pobreza
y malas condiciones sanitarias en aquella época. Los
pacientes con la enfermedad morían con regularidad,
aun por intervenciones médicas desafortunadas en
las que usaban un cuchillo de navaja falciforme, sin
anestesia y sin asepsia, para el tratamiento, no solo
para el absceso hepático, si no para cualquier tipo de
absceso. Si el paciente no moría por la enfermedad,
con seguridad moría por la infección. Esto era común
hasta el avance que propuso el Dr. Jiménez de intervenir quirúrgicamente, por punción evacuadora, para
drenar el absceso, con lo que se evitaba su rompimiento y diseminación a otros órganos. No es difícil
imaginar que dicho procedimiento salvó vidas e hizo
que los pacientes con la enfermedad tuvieran un mejor pronóstico19.
El alto nivel profesional y científico del Dr. Jiménez
le mereció el reconocimiento de Maximiliano de
Habsburgo, quien lo incorporó como uno de sus médicos personales, junto con los doctores Federico
Semeleder, Samuel Basch y Rafael Lucio Nájera.
El Dr. Jiménez realmente pensaba que la llegada
del Imperio era algo bueno para el país, no en el plano de exacerbación conservadora o apología de la
monarquía, sino que pensaba que se podría establecer un nuevo orden nacional que hiciera transitar al
país hacia una mejor calidad de vida. En una carta
que envía a José María Iglesias menciona: «tengo fe
de que podría fundarse un orden que, realmente
aceptado por todos, acabaría para siempre con la
eterna anarquía que nos consume». El Dr. Jiménez
murió en la Ciudad de México en 1876.
Conclusión
El periodo de la intervención francesa ha sido una
de las épocas más convulsivas para la nación, ya
que más allá del conflicto armado y de la ocupación
se vivió un desastre económico, político y social,
generando que muchos de los problemas de salud
pública se exacerbaran afectando a propios y extraños, como se ha visto. Sin embargo, es también esta
época la que marca el inicio de la revolución en la
ciencia médica en nuestro país por médicos notables, que si bien no se han mencionados todos, se
ha tomado como ejemplo al Dr. Francisco Jiménez
como representante fiel de esa generación de médicos mexicanos, interesantemente, formados en la
escuela francesa de medicina. Finalmente, también
fue en ese periodo (el jueves 15 de septiembre de
1864) el inicio de la publicación de la Gaceta Médica
de México.
Figura 3. El doctor Miguel Francisco Jiménez.
M. Gerardo-Ramírez, et al.: Medicina e Intervención francesa
117
Agradecimientos
El trabajo ha sido escrito con fines de difusión y
divulgación, y contó con el apoyo del CONACYT
Ciencia Básica No. 252942, Fronteras de la Ciencia
2015 No. 1320, el Instituto Estatal de Documentación
del Estado de Morelos y la Universidad Autónoma
Metropolitana Iztapalapa.
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