“Panorama de la música popular mexicana”, de Luis Díaz-Santana
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Profesor de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), músico e investigador regiomontano, Luis Adrián Díaz Santana Garza da a conocer su estudio Panorama de la música popular mexicana: banda, bolero, dance, danzón, norteña, pop, rap y rock.
En la presentación del volumen, a cargo de Benjamín Muratalla, subdirector de la Fonoteca del INAH, leemos:
“El diccionario que ahora nos ofrece Luis Díaz–Santana significa un gran intento por reencontrarnos con esa amplia y profunda diversidad musical que nos ha acompañado en el día a día de nuestras vidas; músicas con las cuales nos identificamos o no a partir de nuestras emociones, de los momentos simples, aciagos, fútiles o enaltecedores de nuestro acontecer, románticos y hasta sórdidos; son músicas cargadas de afectividades e ideologías que habitan antros, transportes públicos, mercados, oficinas, hogares y la calle misma; tonadas que emanan de la radio, las rockolas, la farándula o la franca inspiración, que revisten nuestro ser y nuestro entorno como una especie de piel sonora.”
A continuación, ofrecemos a nuestros lectores el prefacio de Díaz Santana para esta edición de la UAZ y Texere Editores (192 páginas).
Prefacio del autor
Todavía en la segunda década del siglo XXI, incluso en investigadores mexicanos, se conservan prejuicios sobre la música popular, a la que se sigue considerando como un tema de estudio inapropiado o sencillamente pareciera que no puede ser objeto de estudio.
Sorprende que continuemos con ideas decimonónicas —dado que el paradigma de alta cultura y baja cultura y, consiguientemente, de una música clásica desvinculada de la música popular fue implantado durante el siglo XIX— estrechamente relacionadas con el establecimiento de las clases sociales. Para ellos, la música reflejaba vivamente la estratificación social: en esa época se exigía la profesionalización en conservatorios a los músicos que difundían la alta cultura, mientras que la música para el entretenimiento (los sonidos de los cafés, las calles y los salones de baile) fue vista como ordinaria y hasta vulgar.
De esa manera, en el imaginario de las crecientes clases media y alta, los cantos de los desamparados se convirtieron en un espectro del que era necesario huir, mientras que la música sinfónica, de cámara o los conciertos de solistas fueron transfigurados en lujosos objetos de deseo.
Prevalece un discurso elitista que dicta que hay músicas superiores e inferiores, músicas nocivas y edificantes, reproducido obsesivamente en comentarios de los medios masivos y en las redes sociales que incluso afirma que géneros como el reguetón es la «no música», aunque es imposible vaciar de todo significado cualquier canción.
Algunas personas aluden a ciertos versos de música de banda o narcocorridos con la finalidad de mostrar una supuesta vulgaridad; lo cierto es que la escatología y la cursilería, el morbo y el ridículo han estado presentes en las letras prácticamente desde que apareció la música: en los madrigales del Renacimiento italiano y en las más elegantes arias de ópera. Además, estudiar la música solamente con base en las coplas es estudiarla de una forma parcial, pues el análisis de la letra no revela mucho sobre la música que la acompaña, ni las prácticas sociales pueden ser siempre asociadas a algún género musical, menos aun la relación que se establece entre la música y determinado público.
También se suele comentar que las músicas urbanas son artificiales y falsas, fabricadas expresamente para obtener ganancias económicas; sin embargo, dichos géneros no surgen de la nada, comparten elementos de otras músicas tradicionales, incluso muy antiguas. De hecho, muchos de los géneros populares de Occidente que frecuentemente denigramos comparten el lenguaje armónico y melódico de la tradición dominante europea, concretamente la vienesa de los siglos XVIII y XIX.
En torno de estas ideas, he leído en las redes sociales apasionados debates entre músicos profesionales; de hecho, las personas que estudiaron música en un conservatorio o en una universidad son, por lo general, las que más atacan la música popular, al mismo tiempo que defienden la alta cultura, ignorando que, como músicos de concierto, reproducen una tradición que legitima a la élite económica y política. Se mencionan conceptos, por ejemplo, del antropólogo Claude Lévi–Strauss, que pensaba que solo podemos hablar de civilización cuando el ser humano come alimentos cocinados. En el extremo del etnocentrismo se afirma que la música clásica es «el alimento cocinado», mientras que la música popular solo es «carne cruda», por lo cual, los seguidores de varios géneros populares comerciales se encontrarían en una especie de «estado cavernícola».
Otros más, afirman que no se puede comparar a los músicos de la baja cultura musical con los de la alta, porque los primeros no cuentan con preparación académica como los segundos.
En las diversas investigaciones que he realizado sobre música tradicional, he visto que muchos ejecutantes de instrumentos en las zonas rurales del país han recibido una formación musical rigurosa, altamente disciplinada e incluso más antigua que la enseñanza que se encuentra en los conservatorios.
Lo más curioso de estas discusiones coloquiales era que resultaba cierto que los detractores de los géneros populares nunca los habían escuchado, no eran «consumidores» de los mismos, por lo cual eran absolutamente ignorantes del tema. Hay músicos buenos y músicos malos en todos los géneros musicales, en los que nos gustan y conocemos, y en los que no nos gustan y no conocemos.
En este tenor, el etnomusicólogo inglés Simon Frith menciona que solamente podemos considerar una música como valiosa cuando “sabemos qué escuchar de ella y cómo escucharla. Nuestra recepción de la música y nuestras expectativas en torno a ella no son inherentes a la música, que es la razón por la que muchos análisis musicológicos sobre música popular olvidan que su objeto de estudio, el texto discursivo que construye, no es el texto que todos los demás escuchan”.
Como músico profesional, antes de escuchar una obra musical nueva no hago ningún análisis armónico, melódico o contrapuntístico para saber si es posible que la pieza me guste, simplemente me agrada o no me agrada, pero puedo decir que he asistido a conciertos de las mejores orquestas del mundo con obras de Beethoven, y francamente me he emocionado mucho más con un dúo de ancianos entonando un corrido cardenche de autor anónimo.
La música vale por lo significativa que es para cada uno de nosotros, por lo que nos comunica y por las emociones y estados de ánimo que nos genera. Me interesa destacar que usamos la música de una manera muy tajante: para acercarnos a algunas personas y diferenciarnos de otras, y por medio de esto reafirmar que, aunque tal vez nunca nos lo hemos cuestionado, queremos decir que únicamente nuestros gustos culturales son válidos, que todos los demás están equivocados y son unos ignorantes.
Por fortuna, existen muchos amantes de la música popular que se aproximan sin angustia a varios géneros del folclor rural y urbano. Para ellos está pensada esta obra, pues se abordan en ella el bolero, la banda, el danzón, el dance, el rock, la música romántica…
Algunas preguntas que pueden surgir en el lector son: ¿Qué utilidad tiene un panorama de música popular en los tiempos del internet? ¿Acaso no podemos encontrar todo allí? Estas cuestiones no son tan obvias como parecen, pues, en principio, la información sobre músicos que ya no están vivos es escasa o nula; en el caso de los cantantes y grupos actuales he observado que sus propios sitios web normalmente han sido creados para vender sus discos, además de ofrecer datos de contacto para contrataciones, casi siempre está ausente la biografía del artista o, en algunos casos, está muy sintetizada. Algunas cantantes mienten sobre la fecha de su nacimiento o la omiten. Muchas veces Wikipedia da mayor importancia a los escándalos protagonizados por un artista que a sus estudios y logros profesionales. También existen algunas biografías que son tan extensas que no resultan de fácil acceso.
De esta suerte, la elaboración del presente libro ha sido el cruce de datos provenientes de páginas web, libros, revistas especializadas, periódicos e incluso aclaraciones que los mismos artistas o sus representantes han hecho por medio electrónico. Se trata de un libro valioso para el investigador de la música popular mexicana, pero también para el público en general que desea conocer algo más de sus artistas favoritos. Aunque no ofrezco un diccionario de música, pongo a disposición un inventario breve donde el lector tal vez no localice a todos los grupos y artistas que existen.
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