La página es un campo ordenado, la naturaleza desde la cual interrogamos al mundo: Juan Villoro
- El Colegio Nacional <elcolegionacional@colnal.mx>CCO:erubielcamacho43@yahoo.com.mxsáb. 24 de oct. a las 11:17
“LA PÁGINA ES UN CAMPO ORDENADO, LA NATURALEZA DESDE LA CUAL INTERROGAMOS AL MUNDO”: JUAN VILLORO
* El 23 de octubre se realizó la octava sesión del 5o Encuentro Libertad por el Saber ¿Cuál desarrollo para un planeta saludable?, coordinado por Julia Carabias y Julio Frenk, integrantes de El Colegio Nacional, transmitida en vivo por las plataformas digitales de la institución
* Los colegiados Juan Villoro, presidente en turno, Vicente Quirarte y Christopher Domínguez Michael, además de la escritora Cristina Rivera Garza, disertaron sobre el tema Residencia en la Tierra: literatura y ecosistemas
* “La literatura constituye una segunda naturaleza y ha organizado la escritura de tal modo que podamos entenderla también como algo que florece ante nosotros”, destacó Juan Villoro
*“La naturaleza es muy inquietante, porque es indiferente al destino humano. Nosotros podemos sufrir la más espantosa de las tragedias humanas, sin que el mar o la montaña o la lluvia o el sol participen”, a decir de Christopher Domínguez Michael
La gran pregunta de la octava sesión del 5o Encuentro Libertad por el Saber ¿Cuál desarrollo para un planeta saludable?, organizado por los colegiados Julia Carabias y Julio Frenk, pudo ser ¿de qué manera la literatura puede contribuir a plantear un futuro diferente para los seres humanos? Una de las respuestas vino de Juan Villoro, presidente en turno de El Colegio Nacional:
“La literatura ha tenido muchas maneras de reflexionar en la naturaleza. Ella misma es un sistema natural y alude a lo que Michel Foucault llamó la biopolítica: el cuerpo como horizonte de resistencia último, el cuerpo que puede ser ese objeto de control de cualquier sistema autoritario, que requiere de vigilancia, de protección y, sobre todo, de energía liberadora. Una de las variantes más creativas de esa energía liberadora es la literatura”, aseguró el escritor al participar y moderar el 24 de octubre la mesa Residencia en la Tierra: literatura y ecosistemas, transmitida en vivo.
Para el narrador, el sistema de escritura es una imitación de la naturaleza y esto ha dado lugar a la reinvención misma del planeta entero: la literatura se ha abocado a una corriente que ha sido llamada de la ecocrítica, interesada en estudiar las pandemias, los riesgos del llamado desarrollo, la contaminación, y de establecer una relación crítica con lo que Paul Krutzen ha propuesto llamar “antropoceno: nuestra era geológica, en donde el papel pernicioso del ser humano ha destruido ya suficientes especies para adquirir una categoría propia”.
“La literatura es, en sí misma, un ecosistema. El discurso de la naturaleza tiene como espejo y contracara al discurso escrito de la letra; por ello, no es casual que la poesía prehispánica haya desarrollado una tradición que se llamaba ‘Flor y canto’: la naturaleza y la palabra están unidas en esa expresión y una de las categorías fundamentales de la tradición de flor y canto es la noción de que la Tierra está en préstamo para nosotros, antecede nuestra presencia en el planeta y podría seguir sin nosotros. El gran predicamento del ser humano es mantenerse con vida”.
Juan Villoro resaltó la presencia de los pueblos originarios en esa relación entre la literatura y la naturaleza, en especial ante lo que se conoce como “la flor y el canto”, que sigue siendo preservada por los pueblos originarios, porque conciben de esta manera el equilibro con la naturaleza y la forma de expresarla a través de la palabra, no necesariamente escrita, sino oral.
“La noción de ritmo está incorporada al organismo y el cuerpo es el gran sujeto de la literatura, es el origen y el fin de todo lo que escribimos. La literatura constituye una segunda naturaleza y ha organizado la escritura de tal modo que podamos entenderla también como algo que florece ante nosotros”.
La naturaleza imita al arte
Christopher Domínguez Michael, integrante de El Colegio Nacional, ofreció un recuento sobre algunas obras en las que la naturaleza, la vegetación, va mucho más allá del paisaje: Alfonso Reyes, Agustín Yáñez, Leonardo da Jandra o “la resequedad y el polvo que transmite Juan Rulfo”, hasta las miradas de algunos escritores extranjeros que alcanzaron a describir de una manera muy distinta en su obra lo que vieron a su paso por México.
“Esto lo llegó a decir Octavio Paz: la naturaleza es muy inquietante, porque es indiferente al destino humano. Nosotros podemos sufrir la más espantosa de las tragedias humanas, sin que el mar o la montaña o la lluvia o el sol participen. Nuestros tiempos de pandemia o el cambio climático ponen en duda la supuesta indiferencia de la naturaleza hacia nosotros, o la recalcan. Creo que las dos maneras son probables”.
Desde la perspectiva del crítico literario, lo que vemos en la naturaleza a lo largo del siglo XX es la mutación del paisaje en naturaleza y si nos adentramos, siguiendo a Paz, después de leer a Lowry, el Premio Nobel mexicano observa que nadie había visto la naturaleza de Cuernavaca o de Oaxaca como Lowry o Lawrence: “se quejan de que han sido los escritores extranjeros quienes han observado nuestra naturaleza con mayor atención, por la natural distancia que tiene aquel que viene de fuera”.
En ese aspecto, al colegiado no dejó de sorprenderle la manera en que Roberto Bolaño describe los atardeceres en la Ciudad de México en Los detectives salvajes, “nunca me había puesto a pensar que sólo alguien de fuera podía entender cómo se hace noche en la Ciudad de México”.
“El siglo fue avanzando y el ecologismo, la ecología se volvió un tema esencial y la literatura no podía ser indiferente a este cambio de la naturaleza como un instrumento que el hombre domina y utiliza, al volverse no sólo en un espacio cuya conservación se vuelve vital para el ser humano y cuya destrucción se vuelve el escándalo del hoy famoso antropoceno, sino que también se vuelve una manera de hacer política, de intervención en la vida de la ciudad o de la naturaleza”.
Así, Domínguez Michael habló de la poesía de José Emilio Pacheco, como una poesía dedicada a lamentar la destrucción de la historia y la historia como una empresa humana, que va destruyendo la naturaleza, “volviendo inhabitables, intransitables, las ciudades”; o de Homero Aridjis, quien desde la novela se ha dedicado a ofrecer una serie de historias más comprometidas, “donde el apocalipsis y la destrucción ecológica dejan de ser paisaje y se convierten en protagonistas”.
Y también se refirió a Juan Villoro con una novela como Arrecife, donde se plantea otro problema: el de alguien que busca hacer de lo evidente, de lo nimio, de lo cotidiano, la fuente de problemas esenciales y “en esa novela tenemos una meditación sobre el mundo ecológico como una nueva forma de artificio”.
“Esta forma de artificio nos regresa al mundo de Alfonso Reyes cuando dicta la conferencia ‘Paisaje en la poesía mexicana del siglo XIX’: la lección que podemos sacar de la novela de Villoro es que, como dijo Óscar Wilde, la naturaleza es la maestra del arte. O más bien la naturaleza imita al arte”.
Del pasado prehispánico a la reflexión contemporánea
Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional, recuperó a una figura como la de Temilotzin de Tlatelolco, poeta y guerrero, amigo de Cuauhtémoc, quien prefirió morir por su cuenta antes de verse humillado por el conquistador; sus palabras nacieron en medio de una sociedad guerrera, cuya sola mención bastaba para despertar el terror de sus enemigos.
“De acuerdo con la más antigua tradición indígena, una ciudad no estaba plenamente establecida, mientras no existiera en ella una casa de canto, y nuestro poeta subraya la función de la palabra compartida: la fraternidad, la preocupación por el paso del tiempo, la certeza de que la trascendencia de venir a la Tierra es entregarnos los unos a los otros”.
A su parecer, el canto del poeta era contemporáneo de una época en la que existía una alianza armónica entre la poesía y la ciudad: el paisaje y la naturaleza de la urbe “era una perpetua consagración de la primavera, y no había visto alterado su equilibrio”.
Después, se refirió a un poema de Eduardo Lizalde al trazar un mapa, visto desde el aire, del monstruo engendrado por la modernidad: cinco siglos de separación entre ambos poetas, cinco siglos en que se ha deteriorado la armonía entre el hombre y su entorno: “diáfana y en comunión con el dador de la vida… hostil, caótica, escriturada por el diablo”.
“La frase ‘todo tiempo pasado fue mejor’ puede decirse ahora como la dijeron los fundadores de México al atestiguar la primera evolución de su orgulloso espacio”.
En ese sentido, la escritura suele dar testimonio sobre iluminaciones y desastres, y en medio el poeta suele emprender la búsqueda de permanencia y supervivencia en la ciudad.
Por eso, resaltó Vicente Quirarte, “de nosotros, de nuestra fe en el futuro, depende la permanencia, como escribió José Emilio Pacheco de esta molécula de esplendor y miseria que llamamos la Tierra”.
En su participación, la escritora Cristina Rivera Garza reflexionó alrededor de su más reciente novela, Autobiografía del algodón, concebida como una exploración del pasado de sus abuelos migrantes, pero también de la participación del algodón en la producción de la frontera entre México y Estados Unidos en los años 30 del siglo XX.
“No habría podido escribir un libro como este si no me hubieran preocupado las relaciones entre el territorio y el cuerpo, si no me hubiera interesado esta compleja relación entre la materialidad del mundo que nos rodea y la forma que nos va estructurando por dentro: a eso le he llamado escrituras geológicas”.
Se trata de escrituras en las que hay una preocupación visible por el antropoceno, la era geológica en la que el daño de la especia humana se deja sentir de manera especialmente fuerte, a la que le llamó “el capitaloceno, para poner el énfasis no sólo en la humanidad, sino en una forma de producción y de extracción, que resta muchas de estas grandes tragedias ecológicas de nuestro tiempo”.
“La novela tiene la presencia de José Revueltas, sobre todo por su libro El luto humano, en donde habla de Estación Camarón, en la última punta de Nuevo León: una historia que se ha leído de múltiples maneras, sobre todo como una reflexión sobre cuestiones de la muerte, de asuntos que tienen que ver con la identidad del mexicano”.
“Pero a mí me interesa leerlo como una escritura geológica, como un adelantado a su tiempo. Me parece que usa de múltiples maneras una experiencia muy rica que tuvo en Estación Camarón, donde se estableció un sistema de riego con la muy clara intención de transformar esas tierras áridas en territorios aptos para la agricultura”.
De acuerdo con la catedrática de la Universidad de Houston, la narrativa del desierto, elaborada por los regímenes del liberalismo tardío, acentúa el peligro y la voracidad de la no vida para justificar la intromisión de nuevas tecnologías y maquinarias, “restructurando un mundo de raíz, con la promesa de crear formas más aptas para la vida”.
La mesa Residencia en la Tierra: literatura y ecosistemas se encuentra disponible en el Canal de YouTube: elcolegionacionalmx.
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