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lunes, 29 de julio de 2013

“Sal de tu casa. Ahora es el campo de tiro 918″

“Sal de tu casa. Ahora es el campo de tiro 918″

Israel quiere expulsar a más de mil palestinos de 12 aldeas en las montañas del sur de Hebrón para convertir la zona en un campo de tiro.

28/07/2013 - Autor: Carmen Rengel · Mufaqara (Cisjordania) - Fuente: periodismohumano
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La familia de Mahmud Hamandeh, portavoz de la villa de Mufaqara, en una de las casas amenazadas por el Ministerio de Defensa de Israel. 
La familia de Mahmud Hamandeh, portavoz de la villa de Mufaqara, en una de las casas amenazadas por el Ministerio de Defensa de Israel.
La carretera es buena. Lisa, señalizada, cuidada. Es fácil acceder a Susiya, Maon, Abigail, Karmel. Un colono israelí puede llegar allá sin contratiempos e instalarse a vivir en estas villas-fortaleza, rodeadas de carreteras vigiladas por militares y con controles de acceso, protegidas. Pueblos que son un vergel –con agua subvencionada por el Estado- en las montañas desérticas del sur de Hebrón, Cisjordania, sí, pero catalogado como zona c, bajo control civil y militar de Israel. En mitad del valle se acaba lo bueno. El asfalto desaparece, sólo el polvo cubre el camino desdibujado e irregular que lleva hasta Mufaqara. No hay indicaciones. Nada anima a bajar a la hondonada, salteada de jaimas endebles, sartén al mediodía de verano. Los vecinos, cansados de callar, han plantado unas columnas de neumáticos marcando su territorio. Verdes, blancos, rojos, negros, los colores de la bandera palestina.
Muy cerca, bloques de hormigón con pintadas en hebreo, árabe e inglés advierten del peligro latente. “Zona de fuego. Entrada prohibida”, rezan. Eso es lo que el Gobierno de Israel quiere que sean 12 villas del distrito de Yata,Mufaqara entre ellas: un área cerrada para maniobras militares. La llamada zona de fuego 918. Para ello, quiere expulsar a un millar largo de palestinos que residen en la zona desde que tienen memoria ellos, sus padres, sus abuelos. Propietarios privados de la tierra. Tras 13 años de litigio, este mes la Corte Suprema debía decidir el futuro de los poblados, pero ha retrasado la vista hasta el 2 de septiembre. Esta promete ser la definitiva. Una cuarentena deescritores israelíes, por primera vez, ha emitido un comunicado en el que llama a su Ejecutivo a “respetar” las aldeas y, a sus conciudadanos, a romper el “sólido cinismo” y el “silencio” con que consienten la ocupación. La espera, pese al ánimo, es terriblemente angustiosa.
Mahmud Hamandeh nació en Mufaqara. Sabe a ciencia cierta que al menos tiene tres generaciones a sus espaldas que residieron en la misma zona. A sus 65 años, es hoy el portavoz de la villa. “El problema comenzó en los años 80, cuando empezaron a planificar las colonias. Todos aguardamos a que la comunidad internacional las parase pero, al contrario, se deja incluso que crezcan, con puestos de avanzada. Luego nos ilusionamos con los Acuerdos de Oslo 1993, pero tampoco. Pasó el tiempo y se concretó la amenaza. Quieren que mis campos sean zona de tiro. Aquí todos somos pastores de ovejas y cabras y plantamos lo que se puede. ¿Qué daño hacemos? ¿Por qué no construyen el campo de tiro en el desierto del Negev, donde no viva nadie?”, se pregunta, con la indignación creciendo en su voz.
En 1999, cuando la orden estaba dada y los vecinos aún organizaban su resistencia, camiones del Ministerio de Defensa entraron por la noche en el poblado, como en otros lugares vecinos, y se llevaron a decenas de familias. Las excavadoras tiraron sus casas o destrozaron el acceso a las que están hechas en la piedra, a modo de cuevas. Montaron en los vehículos a niños, ancianos, adultos, junto con sus rebaños, y los recolocaron en pueblos próximos, absolutamente alejados de su modo de vida y de su propiedad legítima.
Fue tan grave esta incursión que la Corte Suprema permitió que los palestinosregresasen a sus casas, en unas 3.000 hectáreas de suelo. Los jueces decidieron que se mantendría el status quo en el área hasta que se demostrase si, realmente, sus habitantes tenían o no residencia permanente en estas aldeas. Porque ese es el principal argumento que usa Israel para tomar la tierra: los vecinos no viven allá, dice, sólo van muy de cuando en cuando, y tienen sus casas estables en Yata, el mayor pueblo palestino de la comarca, el que da nombre al distrito. Israel alega una segunda razón para movilizar a este millar de personas: si siguen allá cuando se instale el campo de tiro podrán recopilarinformaciones de inteligencia sobre sus métodos de entrenamiento e incluso recoger armamento olvidado, que puede ser usado más tarde para ataques terroristas.
“Vea mi casa, mi modo de vida. Está claro que no vengo aquí cada dos meses a dar un paseo. No soy un invasor en mi propia tierra, como quieren hacer ver”, se queja Mahmud. Nada parece abandonado. Todo rezuma rutina diaria. Es cierto que algunos de sus convecinos tienen casa en propiedad o en alquiler en Yata, además de la de Mufaqara, “pero nadie pregunta a un judío de Susiya si además de en la colonia tienen un chalé de veraneo en la playa. Nadie le obliga a irse por eso, ¿verdad?”, ejemplifica Avner Gueverianu, israelí, miembro de la ONG Breaking The Silence, que hizo su servicio militar en la zona y ahora denuncia lo que quieren ejecutar sus ex compañeros.
Shlomo Lecker, el abogado de las familias, explica que los residentes no tienen apenas títulos escritos de propiedad, porque no era la costumbre en las montañas cuando allá se instalaron. Sin embargo, como en el caso de los casi50.000 beduinos del Negev que Israel va a desplazar porque entiende que sus aldeas son ilegales, hay testimonios del Imperio Otomano y del posterior Mandato Británico que constatan que esta tierra era de quien hoy la ocupa, legalmente. “Son contratos verbales en muchos casos –insiste-, pero son contratos”. Sobre la presencia de pobladores en la zona tienen además evidencias históricas, desde restos romanos –fue un importante centro de comercio y aún quedan restos de algunas de sus infraestructuras, algunos en uso- hasta fotografías aéreas previas a la creación del Estado de Israel (1948).
El “asedio”, abunda Lecker, es “constante” por parte del Ministerio de Defensa de Israel. Cada cierto tiempo, los soldados entran en las villas, hacen inspecciones, piden papeles. Plantan carteles de peligro o sobrevuelan la zona con sus helicópteros. Los colonos vecinos han talado algunos de los esenciales arbustos o han envenenado el agua de los animales, cuando esta región cubre el 40% de las necesidades de ovejas y pollos de todo el sur de Cisjordania, según informa a Efe el Ayuntamiento de Yata.
“El acoso llega a todo: les tiran cisternas de agua, los sanitarios que colocan en las afueras de las viviendas… No pueden conectarse a la red de suministro de agua potable, por lo que la compran a los pueblos vecinos a un precio muy elevado. Tampoco pueden engancharse a la red de electricidad. Ni respetan su modo tradicional de vida ni les dejan mejorar en cosas esenciales que sí quieren incluir en su día a día. Es estresante y es un crimen de guerra”, explica el letrado. Como sostiene Jonathan Brenneman, voluntario de los Equipos Cristianos de Acción por la Paz (ECAP), todo se mezcla con los “disparos y bengalas” que se dejan oír por la noche “y entonces la paranoia echa raíces”. “Aquí están al borde de la desesperación, desde hace 20 años”, insiste.
Un ejemplo de la tensión diaria es el paseo de los niños de Mufaqara hasta el colegio. Una quincena de niños acude a las aulas, en el valle, a varios kilómetros a pie, con escolta de cooperantes italianos de la Operazione Colomba. Los pequeños sufren agresiones por parte de los colonos próximos desde 2006. Las videocámaras occidentales que todo lo graban les sirven de escudos, evitan que se acerquen sus atacantes. No siempre, es verdad. Hace dos años, un voluntario fue apaleado. “Hasta los militares que protegen estos asentamientos tienen miedo de sus vecinos”, reconoce Gueverianu.
Tras más de 12 años de miedo diario, Israel ha presentado ante el juez su propuesta, tras investigar la situación de los poblados. Propone que se evacuen ocho de las aldeas, aunque se permitiría a sus moradores regresar los fines de semana, los festivos judíos y un mes al año para cultivar y pasear al ganado, algo “absolutamente insuficiente” a juicio de los residentes. Las otras cuatro villas deberán ser demolidas, propone el Gobierno, para ser sometidas a una nueva planificación urbana que llevaría aparejada restricciones de movimiento “debido a la cercanía a la zona de tiro”. De un día para otro se espera que el Supremo decida. Puede optar por la expulsión, por mantener los pueblos o por someterlos a condiciones varias. “Si sólo queremos vivir… vivir con dignidad y honor…”, insiste el portavoz de Mufaqara.
Mahmud Hamandeh habla en una jaima, rodeado de prensa y de escritores israelíes que han acudido a apoyar su causa, parte de los intelectuales que han firmado el documento que pide “a aquellos que sean capaces de escuchar” que eviten “otra injusticia” contra los palestinos. Entre los que suscriben el texto se encuentran los nombres más destacados de las letras de Israel: David Grossman, Amos Oz, A.B. Yehoshua.  “Estoy aquí porque es lo sensato. Es lo que merece esta gente. Pero también pienso en la salud mental de mi país, de Israel, que no se plantea lo que hacemos a los palestinos. Es una injusticia que hay que denunciar, pero en cambio cada vez somos más insensibles, más conservadores, menos solidarios”, denuncia Eyal Megged. Su colega Alona Kimhi comparte la misma visión. “Tenemos que presionar para que la sociedad despierte. Los ciudadanos, más que los políticos, podemos llevar este conflicto a un nuevo punto, ganando batalla tras batalla desde el sentido común y la justicia. Es el momento del compromiso”, dijo a los vecinos de la villa, descalza, con un té en las manos.
El grupo regresa a Israel. Atrás quedan las villas y su dolor. Mahmud y su familia reparten ciruelas como despedida, junto a la tienda apuntalada que es su casa. Antes, una vez, hubo una vivienda de ladrillo, ilegal, sin permiso, pero “necesaria” ante las inclemencias del tiempo. El Ejército se la ha tirado varias veces. Ahora la tiene a medio levantar de nuevo. “Pueden destruir nuestra casa pero no nuestros derechos. No se pueden confiscar las mentes de los palestinos
Voces laicas en el Islam
La secularización del Estado protegería a los ciudadanos de las ovejas descarriadas
28/07/2013 - Autor: Houda Louassini - Fuente: elpais
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islam y laicismo
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La activista egipcia Nawal Saadawi expone, en referencia a los islamistas radicales, que es muy difícil entablar un diálogo con quien habla en nombre de Dios, cuando una está hablando en nombre del Hombre.
Y, efectivamente, resulta desigual hablar en nombre de los derechos humanos, de las libertades individuales, del respeto hacia las demás creencias con unos interlocutores que se alzan como portavoces de Dios. Los defensores de la laicidad son unos pobres seres falibles. Su palabra pesa poco ante los ojos de los apóstoles de la "Verdad absoluta", los islamistas.
Sin embargo, nadie tiene la exclusividad de la palabra divina, y todos los discursos son interpretaciones del mensaje de Dios, y cuantos más lectores haya, más lecturas serán posibles y ninguna tendrá la supremacía porque todas deberían ser válidas y viables. En el islam, solo los ulemas tienen derecho a interpretar los textos sagrados y por lo tanto las explicaciones y los comentarios se diversificarán según el buen albedrío de cada ulema.
Cada día nos trae su cosecha de noticias violentas sobre el islam. Los musulmanes estamos asediados por los medios de comunicación que nos recuerdan al filo de sus crónicas que el islam es violento. Últimamente, hemos asistido a varias acciones de los llamados "lobos solitarios", el atentado de Boston, el de Londres o el perpetrado en París; son ejemplos de ese nuevo modus operandi. A cada atentado, los musulmanes nos sentimos agredidos: tanta irracionalidad en nombre del islam nos avergüenza y nos cohíbe. Los terroristas nos embisten y la opinión pública occidental nos mete en el mismo saco en una visión reduccionista. Los extremistas de cualquier ideología o religión pueden ser violentos, no son exclusivos del islam.
Una gran parte de los marroquíes confunde laicismo con ateísmo
No obstante, como musulmana me pregunto: ¿De dónde sacan los islamistas radicales sus argumentos? Al indagar, descubro que en los textos sagrados hay pasto para todas las ovejas, hasta para las más descarriadas y perturbadas.
El excelente documental de Frédéric Brunnquell y el arabista francés Gilles Kepel traza un esclarecedor nexo entre los Hermanos Musulmanes y los demás movimientos islamistas: desde la revolución iraní hasta el movimiento terrorista de Al Qaeda. El tronco cardinal del pensamiento de Sayed Kutb, el ideólogo de los Hermanos Musulmanes, es el deber del Dyihad para todo musulmán. La obligación de llevar la cruzada en contra de Occidente, que está en decadencia, con el fin de purificarlo y dirigirlo hacia el camino de la verdad, es uno de sus principales preceptos.
Los Hermanos Musulmanes nacieron en Egipto al inicio del siglo XX y se propagaron por los demás países árabes e islámicos, a veces con distintas ramificaciones, pero todos pertenecientes al mismo árbol. Sus naturales herederos son los que se apropiaron de la primavera árabe y ganaron las elecciones en Egipto (aunque ahora un golpe de Estado ilegítimo pretende desbancarlos), en Túnez y más sigilosamente en Marruecos.
Salta a la vista que estos movimientos están en alza; cara a la galería mantienen un discurso "moderado" pero en confianza sueltan sus verdaderas convicciones y se internan en el laberinto de una pesadilla surrealista: hablan del Gran Califato islámico, del próximo dominio del islam sobre el universo, no solo sobre la tierra.
Cuando queremos alejar la sombra violenta que persigue al islam nos escudamos detrás del pensamiento sufí, que numerosas familias marroquíes practican, y nos agarramos a sus mensajes de amor, de paz, de apertura hacia el otro. Pero ese islam no gusta a los paladines de los movimientos islamistas que llevan décadas de cruzada contra el sufismo, condenando las prácticas de las cofradías y los preceptos de los pensadores sufíes. No dudan en machacar los valores ancestrales de nuestra sociedad marroquí. Se ataca a las libertades individuales, alegando que son un lastre de la colonización occidental.
Los islamistas siguen su avance y los opositores musulmanes les ayudan con su ambigüedad y silencio, porque piensan que criticarles es atacar los valores sagrados de nuestra sociedad y tienen miedo de convertirse en traidores. Caen en la trampa tendida por los propios radicales. Habría que recordar a estos que Marruecos existía antes de la llegada del islam. Durante milenios, muchas civilizaciones lo atravesaron dejando sus huellas. El pueblo amazigh, el originario del norte de África, no ha estado esperando a los árabes para fraguar su identidad. Además, están los marroquíes de confesión judía, y los marroquíes ateos, aunque estos son muy discretos a la hora de revelar sus convicciones, por temor al hacha de la apostasía.
Los extremistas de cualquier ideología o religión pueden ser violentos
Los radicales suelen atacar a los defensores de la laicidad arguyendo las influencias de Occidente. Sin embargo, Occidente recibió con los brazos abiertos el legado de los pensadores musulmanes pioneros de la corriente racionalista, tales que Ibn Rushd o Ibn Khaldún. El mundo islámico, en su gran diversidad, había permitido que proliferaran en su seno sabios, filósofos, científicos y literatos partidarios de la razón hasta que la decadencia cultural, el declive y el fanatismo islámico (en muchas fases históricas) acabó ganándoles la partida.
Los defensores de un Marruecos laico son cada día más numerosos aunque siguen siendo minoritarios, debido al analfabetismo de una gran franja del pueblo que confunde laicidad y ateísmo. Los movimientos laicos tienen la gran responsabilidad de disipar tal confusión que favorece la ideología dominante. La primera labor es pedagógica: explicar al pueblo llano el verdadero significado de la secularización del Estado.
Hay una corriente que defiende la laicidad desde el punto de vista islámico, como el caso del teólogo egipcio Ali Abderraziq, que asegura que "Nada en el islam impide a los musulmanes edificar su Estado y su sistema de Gobierno sobre las últimas creaciones de la razón humana", y añade: "Buscaremos en vano una indicación en el Corán, implícita o explícita, que pueda apoyar la tesis de los partidarios del carácter político de la religión islámica".
Otro teólogo, más contemporáneo, el tunecino Mohamed Talbi, apoya sus argumentos por la laicidad, citando versículos del Corán, y demuestra que, en los tiempos del profeta, el Gobierno era laico. El islam político aparece después del fallecimiento del profeta a raíz de las luchas por el poder entre fracciones opuestas, lo que pervirtió el mensaje del profeta.
Los defensores de la laicidad son fruto de sus propias sociedades. Y tampoco nada impide aprender de los demás. "Id en busca del conocimiento aunque sea en China", dijo el profeta. La identidad cultural no se tambalea porque se impregna del otro, al contrario, la cristaliza y la enriquece.
La laicidad puede convertirse en un valor añadido al islam y preservarlo de los extremistas y los violentos. La secularización del Estado es el baluarte que podría amparar y proteger a todos los musulmanes y no musulmanes de las ovejas descarriadas.
Houda Louassini es hispanista y traductora marroquí.
 
 
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