El ISLAM, CAMINO DE FELICIDAD PARA EL SER
HUMANO
Resumen del libro “ la alquimia de la felicidad” de Imán Al
Gazzali
Introducción:
La búsqueda de la felicidad es el objetivo primordial de la
existencia humana. Sin embargo la historia (o mejor las historias tanto
colectivas como personales) Parece obstinada en hacernos comparecer ante
nosotros mismos como unos grandes fracasados en esta aventura y cuando
pretendemos desembarcar en el puerto de una existencia apacible acabamos
naufragados en la amargura. Imam Al Gazzali nos abre en esta obra un sendero
claro para quien desee transitarlo. Pero antes daremos una breve semblanza del
tema en culturas anteriores al Islam histórico:
La preocupación por el destino del hombre y por el
sentido de su existencia es común a las tres religiones del libro; Judaísmo,
cristianismo e Islam coinciden en que la senda de la beatitud pasa
obligatoriamente por la obediencia y el amor a Dios, semejante premisa se
concreta no sólo en la práctica de la oración y la virtud, sino también en toda
una serie de preceptos éticos que estimulan al creyente a situarse en el mundo
como siervo de Dios y hermano de los hombres. Este entramado ético es
particularmente complejo en el caso de Israel, pequeña comunidad monoteísta
rodeada de un océano de idolatría. A tal efecto, son detallistas, casi hasta la
exageración, las leyes del Deuteronomio con respecto a la pureza ritual y las
relaciones con los pueblos paganos. Esta minuciosidad legal se verá más tarde
refrescada por la literatura sapiencial y muy concretamente por el libro de los
proverbios, la sabiduría y el Qohélet, dónde abundan los consejos para evitar en
lo posible la desgracia y llevar una vida tranquila y santa. En tales libros
todos los aspectos de la vida humana están iluminados por la templanza, la
prudencia y el temor de Dios (cayendo a veces en cierta misoginia con respecto a
las relaciones hombre-mujer).
El mensaje del cristianismo basa la felicidad en la
comunión íntima entre el creyente y Dios (comunión que, en su dimensión oculta,
llegaba a extremos físicos incomprensibles para la sociedad grecorromana). Esta
comunión lleva al seguidor de Cristo a la negación de sí mismo mediante
determinadas prácticas ascéticas y penitenciales. El cristiano debe además
situarse en su sociedad desde una posición de entrega y servicio,
preferentemente a los más necesitados.
También la filosofía grecolatina, distante de una
religión caída en esferas demasiado mitológicas como para responder a los
grandes interrogantes existenciales del ser humano, trató de ofrecer una vía
para encontrar la quietud en aguas siempre turbulentas; El estoicismo, intentó
con cierto éxito abrirse paso entre la molicie imperante predicando la práctica
de la virtud y la moderación, además de la abnegación ante la inevitable
desgracia. El epicureismo instaba en cambio al goce controlado de los placeres
que el mundo y la existencia nos regalan.
Ante la riqueza de estas tradiciones, el Islam se
yergue como un camino de moderación; Ofrece al creyente la comunión íntima con
Dios sin violentar por ello ni su naturaleza ni sus relaciones familiares y
sociales. Estimula al musulmán a gozar de la vida instándole a la vez a un sano
relativismo que le evitará la desgracia de apegarse a las cosas de este mundo.
Esta visión es la que despliega Imam Al Gazzali en su alquimia, ilustrándola con
parábolas que hacen más fácil su lectura y comprensión y que convertirán al
discípulo inteligente en alquimista de su propia existencia con la ayuda de
Allah
El conocimiento de uno mismo:
Antes que sumir al lector en pintorescas doctrinas
esotéricas, Al Gazzali opta por una mística práctica que haga al ser humano
mejor y así comienza el tratado con una máxima muhammadiana “aquel que se
conoce a sí mismo conoce a su Señor“. Este conocimiento derivará en la
certeza de haber sido creado con una finalidad bien definida, la de ser feliz en
la adoración de su creador, más para ello es necesario entrar en un proceso de
purificación y autoconciencia, pues son variadas ( y contrapuestas) las
naturalezas que conviven en cada uno de nosotros:
Animal, diabólica y angélica.
Por otra parte cuerpo y alma se complementan como el
jinete y su montura. El alma (jinete) debe servirse del cuerpo controlando sus
impulsos primarios. No existe aquí, pues, la visión pesimista del neoplatonismo
en torno a la realidad corpórea del hombre, pues esta realidad es la que le
proporciona el conocimiento tanto de sí mismo, como de la realidad de lo creado.
La metáfora del caballero y su montura nos evoca la transitoriedad de nuestro
paso por este mundo, de la que todo hombre y mujer sabios deben ser plenamente
conscientes.
La antropología de Imam Al Gazzali es profundamente
optimista; El ser humano es un todo armónico que está destinado a gobernarse a
sí mismo en la recta vía de su Señor: El cuerpo es descrito en esta ocasión como
un reino. El rey es el alma, el visir o primer ministro es la razón, las
facultades y sentidos son el ejército, las pasiones constituyen al recaudador de
impuestos y la ira es la policía; El alma y la razón deben tener a los demás
elementos bajo su control, dado que un ser humano gobernado por las pasiones o
la ira está abocado a la autodestrucción.
El alma, como sede del conocimiento de Allah debe ser
cuidada esmeradamente ya que sus capacidades son infinitamente más grandes que
las del cuerpo. Es el ámbito dónde se manifiesta la fitra, es decir la íntima y
natural predisposición del hombre al Islam, de manera única y privilegiada.
Llegado a este punto el autor escribe la afirmación clave del tratado: la
felicidad está inevitablemente ligada al conocimiento de Allah. Los profetas
y los awliya (los íntimos de Allah), en todo similares al resto de la gente, han
llegado a esta experiencia vital a través de almas particularmente sensibles a
la impresión divina, logrando poderes y conocimientos especiales.
Concluye el capítulo constatando cómo el estado del
hombre en este mundo es extremadamente débil y puede incluso a llegar a ser
despreciable. Solamente el esfuerzo por aproximarse a la naturaleza angélica (en
esto precisamente consiste la alquimia) nos lleva a la felicidad. Siendo
conscientes de ser el cenit de las criaturas y a la vez de nuestra precariedad.
El conocimiento de Allah:
Derivado del conocimiento
de sí mismo, el hombre sabio se percibe como un pequeño rey cuyo reino es la
propia existencia y que debe reinar con justicia y equidad. Sabe que sus más
nobles cualidades son una pequeñísima participación de los atributos de Allah,
rey de los mundos. Así pues, solo un rey puede entender a otro aunque sea
infinitamente más débil que él. Allah nos ha nombrado julafa, es decir,
representantes suyos en la tierra y por tanto responsables ante él de todo
lo que ha puesto bajo nuestro cuidado.
Sin embargo son muchos los peligros que acechan a los
que quieren conocer a Allah. Uno de los más graves es el de adorar a la criatura
en detrimento de su creador. Por otra parte es imprescindible ser humilde para
saber que Allah jamás será aprehendido por nuestra escasa capacidad de
comprensión.
El amor a Allah es semilla de felicidad para el
creyente y le abrirá hermosos caminos para desarrollar sus potencialidades
ocultas. Pero en esta aventura existencial muchos caen en la no creencia
en la que nuestro autor distingue cinco niveles:
- Ignorancia científica: Es la derivada del conocimiento científico.
Mediante la observación de los fenómenos de la naturaleza y la experimentación,
se llega a la conclusión de la no existencia de Dios. Al Gazzali se adelanta con
mucho a su época e identifica a la forma de ateísmo más extendida en la Europa
ilustrada y positivista de los siglos XIX y XX.
- Indiferencia hacia la trascendencia: Hoy denominada
agnosticismo. Ante la dificultad en la comprensión de Allah o ante el énfasis en
su soberanía absoluta, el hombre, en una postura de pereza intelectual, prefiere
permanecer indiferente a la realidad suprema.
- Pesimismo
antropológico: Ante la realidad del ser humano, trasgresor por naturaleza,
se cae en la misantropía o en la indiferencia. El Islam no dice que arranquemos
de cuajo nuestros vicios convirtiéndonos en ángeles. Pero nos ordena ponerles
límites para que no nos hagan perecer espiritualmente.
- El énfasis en la
misericordia de Allah: Negando su justicia. Ante esta convicción todo está
permitido y el hombre cree que puede entregarse a la molicie tranquilamente pues
espera que Allah le perdonará.
La quinta forma de descreimiento es la del fanático;
Aquel que se cree un perfecto cumplidor del Islam y menosprecia a los demás
creyéndose totalmente a salvo del error. No podemos por menos que señalar este
nivel como el más presente entre los artífices del choque de civilizaciones y la
guerra unilateral contra el terrorismo.
El conocimiento de este mundo:
Aunque ámbito del conocimiento de Allah en cuanto que
creación suya, Al Gazzali nos pone continuamente en guardia dada su condición
engañosa. La mayoría de la gente cree que el mundo es imperecedero y así, se
entregan sin reservas a sus seducciones para constatar después con amargura
hasta qué punto han estado engañados. El hombre se ha complicado la existencia
haciendo de la satisfacción de sus necesidades un fin en sí mismo y por lo
tanto haciendo su existencia cada vez más penosa y complicada (esta realidad
llega hoy, en nuestras sociedades “desarrolladas” a extremos de auténtica
neurosis). El mundo es personificado en una espléndida mujer con dotes de
seducción casi irresistibles con las que atrae a sus incautos amantes. En el día
del juicio final, la hermosa mujer muestra su auténtica condición de vieja bruja
de horrible aspecto. Es arrojada al infierno y con ella sus aterrorizados
seguidores.
El creyente, por el contrario, conoce bien el carácter
perecedero de este mundo. Se sabe extranjero en él y por ello sabe servirse de
sus ventajas (matrimonio, conocimiento, etc.) sin apegarse a ellas como si
fueran eternas e inmutables, dedicando la mayor parte de su tiempo al
conocimiento de Allah.
El conocimiento del otro mundo:
La aceptación del mensaje
coránico implica para el creyente el tener que afrontar su propio abismo. Ante
la majestad de Allah, el musulmán toma conciencia de su insignificancia y de su
condición de mortal. Pero la vida del siervo de Allah no se detiene ante su
contingencia sino que está imbuida de eternidad y como tal debe asumir la
trascendencia de su manera de situarse en el mundo; es decir, el premio y el
castigo eternos están ya presentes en esta vida (dunia) para cobrar plenitud en
la otra (ajira). De tal modo el infiel (kafir) lleva en sí mismo, en su
conducta y aún en sus sentimientos los instrumentos de su tormento eterno. Su
apego a las cosas de este mundo habrá provocado desgracias sin cuento a su
alrededor (¿qué son las guerras sino el efecto de la ambición superlativa de los
poderosos?) desgracias que recaerán en ellos mismos en la eternidad y en grado
superlativo. Al Gazzali distingue tres niveles de infierno:
- La separación de las cosas mundanas: Cuando no
se ha tenido en esta vida otro objetivo que los oropeles del mundo (fama,
dinero, prestigio, poder) la primera tortura viene con la muerte y la descarnada
desnudez de la que es portadora. Los que aman al mundo en sí mismo no pueden
verla más que desde la tragedia y el sinsentido.
- La vergüenza ante la majestad de Allah: Ante
la belleza, la majestad y el poder por excelencia, las cosas por las que el
kafir se ha afanado cobran su verdadero y repugnante aspecto sumiendo al que
las persiguió en la más grande de las desesperaciones.
- La amargura del fracaso: Al no haber buscado
lo que es auténtico. En palabras de Jesús (a.s.) el dolor de no haber atesorado
sino lo que la polilla roe y la herrumbre deteriora.
Concluye el autor con que la única ocupación del hombre
en este mundo es prepararse para el otro (difícil sentencia para el hombre
occidental moderno, tan enquistado en su mundo y en esta vida)
Sobre la música y la danza como ayudas en la vida espiritual:
Allah ha puesto a disposición de sus siervos
innumerables medios de unión con él. Uno de ellos es la propia capacidad
creadora del hombre, que en realidad no es más que un instrumento en sus manos.
La belleza de las obras humanas participan en la creación divina; El artista es
un ser en profunda conexión con el creador.
Entre las manifestaciones artísticas que ayudan al
hombre en su vida trascendente, Al Gazzali menciona a la música y la poesía como
las más provechosas. La música posee sobre nosotros un ancestral poder de
seducción que puede ser encauzado hacia la religión o hacia el extravío. A las
objeciones de los 'ulama, ciertos hadices narran la tolerancia que el
profeta (s.a.s.) manifestó ante la música aún subiendo a Aisha (r.a.) sobre sus
hombros para que pudiera disfrutar mejor de la melodía de unos músicos negros.
La música y la danza juegan un papel esencial en la
mística islámica. Los ritmos cíclicos de la hadra llevan a los
participantes a perder la conciencia del mundo para entrar en el ámbito de lo
puramente trascendente. En esta sociedad sedienta de espiritualidad la música
mística, como el canto gregoriano, los mantras tibetanos, etc. Llegan a
convertirse en superventas. La universalidad del lenguaje de la música hace que
las barreras del idioma y de la cultura se rompan y que el lenguaje espiritual
se haga más comprensible; La misma recitación coránica participa de las
cualidades de la música en cuanto el hechizo y fascinación que ejerce; aún sobre
personas cuyas inquietudes espirituales son nimias.
Otra de las manifestaciones artísticas privilegiadas
para hacer comprender al hombre la belleza y majestad de Allah es la poesía, y
más concretamente la poesía erótica que aúna en sí no sólo la belleza rítmica
del verso sino también dos de las cualidades innatas del hombre, es decir, la
energía espiritual y la sexual. Dios y alma quedan transmutados en amante y
amado. En el cántico espiritual de Juan de la Cruz, el alma es la amada que debe
vencerse a sí misma y los peligros que la rodean para unirse a su enamorado.
Cuando la unión llega no se ponen reparos en describirla como unión sexual. En
el cantar de cantares bíblico, éxtasis místico y orgasmo son realidades
equiparables para la comprensión del poeta.
Sobre la introspección y el recogimiento en Allah:
El hombre sabio (necedad y ateísmo son casi sinónimos en
la literatura islámica medieval) es consciente de que Allah le ve constantemente
y no sólo sus actos sino su interioridad y la intención que le lleva a
ejecutarlos. La omnividencia de Allah hizo que los grandes profetas como Yusuf
(a.s.) evitaran el extravío. El siervo inteligente vive en la autoexigencia
sabiendo la trascendental importancia de sus acciones y sentimientos.
Por ello el autor prescribe la autodisciplina en el
recogimiento en Allah. Los grandes santos se distinguen por su gran capacidad de
introspección pues son plenamente conscientes del engaño del mundo y de la
propia debilidad. Vivir sin cultivar el silencio, el recuerdo de Allah y la
adoración es desperdiciar miserablemente la única existencia que poseemos y de
la que somos responsables.
El matrimonio como ayuda u obstáculo en el Islam:
A diferencia del cristianismo paulino, el Islam ve el
matrimonio no sólo como una institución destinada a satisfacer la carnalidad
humana sino que está llamada a ser la mitad misma del Dîn. Como todas las
opciones que el musulmán toma en su vida, esta posee una gran trascendencia en
su suerte última; El paso al matrimonio debe ser bien meditado cómo el mismo
profeta (s.a.s.) ordenó a todos los musulmanes y entre las cualidades de la
futura esposa se debe buscar con preferencia el imán (sensibilidad ante la
realidad de Allah) y la práctica religiosa sincera. Una vida de santidad y
ascetismo no está completa sin la vida en pareja y los hijos, pues una de las
finalidades más hermosas del matrimonio es la procreación de nuevos siervos de
Allah.
El hallar una buena esposa es una bendición comparable
al imán, en palabras del califa Omar, pues proporciona al hombre la felicidad en
esta vida y la paz y la seguridad para pensar en la otra.
Para una vida dichosa en el matrimonio Al Gazzali
recomienda al marido buen carácter y paciencia ante las veleidades femeninas de
la esposa; Debe ser indulgente y tolerar sus distracciones y pasatiempos siempre
que sepa combinar su indulgencia con la firmeza para no convertirse en esclavo
de su mujer. El autor recuerda a los hombres que ambos cónyuges tienen igualdad
de derechos y que no deben, ellos tampoco, convertir a sus mujeres en esclavas
(aunque este aspecto será contradicho al final del capítulo).
En una esposa se requieren las siguientes virtudes:
La castidad: La deshonestidad es causa de
intranquilidad en la vida del marido y además esturbiará su Islam. Una mujer
deshonesta debe ser divorciada antes de que sus actos traigan mayores
desgracias. Por ello es desaconsejable desposar a una dama tan solo por su
belleza o riqueza.
La buena disposición: No debe ser arrogante, ni
deslenguada ni de mal genio.
La belleza: Relativizar esta cualidad no quiere
decir que haya que descartarla, ya que un aspecto agradable y atractivo
despierta los sentimientos amorosos.
La dote aportada por el marido
debe ser moderada.
La fertilidad.
Como institución social el
matrimonio debe ser debidamente celebrado con fiestas y música pues de lo
contrario no alcanza mayor categoría que el apareamiento de los animales. En
ciertos aspectos Al Gazzali cae en una misoginia típicamente medieval cuando
afirma que la mujer debe ser sierva de su marido, que no es aconsejable
regalarle buenas ropas que exciten en ella el deseo de salir a lucirlas y que
esta debe evitar cualquier reproche al esposo (supongo que el marido tendrá que
ganarse a pulso el afecto de su esposa si quiere que le sea agradecida).
El amor de Allah:
Este es el núcleo central
del tratado; Al Gazzali censura como desconocedores del sentido de la religión a
aquellos ulama que niegan en el hombre la capacidad de amar a Dios, limitándose
solo, por su propia naturaleza, a obedecerle.
Para nuestro autor no hay obediencia sin conocimiento
ni conocimiento sin amor. Es imposible conocer a Allah sin amarle. Desde el
conocimiento de sí mismo, el ser humano se sabe distinto al resto de las
criaturas; amando su perfección llega a comprender que sólo existe por la
voluntad y munificencia de Allah, por lo que el amor por asimismo le conduce al
más sublime amor.
En consecuencia, el amante ama todo lo que esté
relacionado con el amado, como veremos en determinados signos y se sabe creado a
imagen y semejanza suya (sin que ello signifique dar razón al antropomorfismo
cristiano). La visión de Allah se convierte en la recompensa más ansiada y en el
objetivo último de la existencia (mucho más que todas las delicias del jardín).
El creyente que ha llegado a amar a Allah es conocido
por los siguientes signos:
No le desagrada la idea de la muerte: Pues a
diferencia del kafir, él no está apegado a este mundo y ansía ver a su
amado. Para el siervo de Allah, la muerte está plenamente dotada de sentido.
Se adhiere con firmeza a las
cosas y personas que le acercan a Allah y rechaza a aquellos que puedan
apartarle de Él.
El recuerdo de Allah se mantiene siempre fresco en
su mente y en su corazón.
Ama a la creación, al género humano, al profeta
(s.a.s.).
Ama al Qurán: como palabra
de Allah.
El culto es fácil para él: y en él encuentra
reposo y alegría.
Por último señala que el que ama a Allah, odia el
extravío. Es dulce y afable con los creyentes y enérgico con los idólatras.
Estas personas son las que han recuperado su naturaleza angélica y han tenido
éxito en esta alquimia existencial a la que está llamado todo ser humano.
Conclusión; ¿Es el Islam un camino fácil para el hombre de
hoy?
Llegados al final de
nuestra disertación cabe preguntarnos si el discurso de imán Al Gazzali puede
llegar al corazón y al entendimiento del hombre moderno cada vez más alienado
espiritualmente en aras de la globalización mercantilista.
Son ajenas al mundo actual, tan pagado de sí mismo,
ideas como la del desapego de las cosas mundanas, justo en este momento
histórico en que sucumbimos ante nuestras necesidades y el afán de consumo. Sin
embargo, y esto es lo extraño, la obra que hemos comentado se puede encontrar en
cualquier librería que se precie y no desde luego en estantes recónditos sino en
aquellos que bajo el título de religión y esoterismo ocupan un lugar estelar en
estos establecimientos. Parece como si, a pesar de todo, siguiéramos buscando
denodadamente nuestras raíces espirituales, aunque envueltas en el colorido
propio para seducir a las sensibilidades modernas.
Por supuesto, muchos explicarán el fenómeno desde la
proliferación de “espiritualismos exóticos” promovidos por ésa corriente
misteriosa y acéfala llamada “ new age”. Así, el lector contemporáneo, hastiado
de su propia tradición religiosa (mayoritariamente católica en el caso de
nuestro país) busca en el mercado, máximo proveedor de todas sus necesidades,
los sucedáneos de milenarias sabidurías orientales, sucedáneos que las
transforman en terapias más o menos eficaces. Este marketing espiritual llega al
extremo de desligar Islam y sufismo como si fueran realidades contrapuestas; El
Islam es presentado como una realidad dogmática e intransigente, más burda aún
que el catolicismo del que muchos huyen. Mientras el sufismo es convertido en
una espiritualidad simpática y acogedora, próxima a lo mejor del mensaje de
Jesús y al budismo que gana cada vez más adeptos. Si nuestro lector occidental
anda buscando semejantes características en esta obra, tenemos que dar por
sentado que saldrá decepcionado de su lectura.
Y es que en los tiempos del euro y la comida rápida la
espiritualidad está puesta al servicio exclusivo del yo. Un yo
atrapado por las leyes draconianas de la religión neoliberal y sediento de
lugares tranquilos que no solo le brinden la quietud que la sociedad le niega
sino que además justifique el sistema como parte de la “armonía mundi”.
En tal estado de cosas, es comprensible que las tres religiones del libro,
derivadas de mensajes proféticos encaminados a florecer en sociedad, tengan poco
éxito en un occidente más preocupado por el individuo y sus
necesidades-apetencias que por las sociedades del mundo.
No ocurre así, sin embargo en otras latitudes, donde la
religión no se circunscribe solo al terreno de la satisfacción personal sino que
estimula y da forma a la lucha por la liberación de los pueblos; tal como sucede
en América latina con la teología católica de la liberación. En el caso del
Islam, vemos cómo este es capaz de cohesionar sociedades enteras. En el mensaje
de Sidna Muhammad (s.a.s.) la felicidad personal no puede desligarse de la
social y por ello, los musulmanes tejen redes de relación allí dónde van
haciendo eco del hadiz que reza “quien camina solo camina con shaytán “
.Este fuerte sentido comunitario, tan contrario al individualismo europeo, fue
un duro hueso a roer por las potencias coloniales y aún da fuertes quebraderos
de cabeza a los hacedores del famoso “choque de civilizaciones”. El Islam, en su
preocupación y respeto por todo lo creado, no sólo rige la vida del individuo,
sino que además teje relaciones sociales, establece leyes, marca límites, da
forma a deseos y aspiraciones y despliega un fuerte sentido de pertenencia a la
colectividad. Por ello, el público occidental y sus bienpensantes, quedan
atónitos ante las imágenes de las muchedumbres islámicas expresando a voz en
cuello su solidaridad, su indignación o su afán de lucha, que les brinda la
televisión.
En resumidas cuentas, el musulmán está destinado a dar
calor al mundo con su presencia. El artista musulmán no trata de imitar lo
creado por Allah, pero sí es capaz de recrear con sus manos espacios para la
intimidad espiritual y a la vez para el deleite de los sentidos. La ciudad
musulmana tradicional, la medina, está hecha a medida humana,
proporcionando a sus habitantes la intimidad y el cobijo de las inclemencias del
tiempo, mediante el trazado de sinuosas calles. Los edificios más hermosos,
mezquitas y palacios, no surgen del entramado urbano como colosos
impresionantes, no buscan la subyugación, sino la acogida y la hospitalidad.
Todo en el Islam, recuerda el sentido de la fitra o naturaleza primigenia del
hombre, incluso las leyes y los límites que tanto escandalizan a nuestros “opinadores
autorizados” tales como la separación de sexos en lugares públicos (Con
respecto a este punto es muy curioso saber que ciudades no islámicas como Tokio
y Sao Paulo han tenido que habilitar vagones de metro solo para damas, ya que
las usuarias se quejaban de los continuos tocamientos a que eran sometidas por
parte del público masculino).
En la lucha existencial por la felicidad, el Islam nos
prescribe recuperar la fitra y con ello todo lo que es genuinamente humano. Por
ello imam Al Gazzali propone el conocimiento de uno mismo como punto de partida.
Este es el gran error del hombre moderno; buscar la dicha en lo que es ajeno a
su naturaleza (ideologías, poder, dinero, consumo, amor posesivo, etc.)
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