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viernes, 29 de septiembre de 2017

“¿Héroes?... A veces la solidaridad es exigencia”

    
  
     
maría
Hace casi tres años comencé a escribir retratos de personajes que me atraen, que me provocan asombro o admiración. He procurado representar la variedad de sus quehaceres: activistas, maestros, cineastas, políticos (ni modo), músicos, académicos, escritores, chefs, médicos, jueces, pintores, empresarios, actores.

Como parte de las sugerencias que he recibido a lo largo del tiempo hay una que se repite: que hable con gente común y corriente, con gente 'de a pie', con gente como uno, con desconocidos que no por eso pierden su condición inusual.

La semana pasada no pude escribir. El ánimo andaba por los suelos. Lo que hubiera querido era cargar escombros, piedras, cajas de suministros, cuando menos. Quise ser un eslabón en una de esas interminables cadenas de jóvenes y viejos, de mujeres y hombres, de chilangos y fuereños.

Unos días después, buscaba a un personaje extraordinario para Retrato Hablado. La prensa se desparramaba de historias: el brigadista incansable, el socorrista valeroso, el rescatista (a ese le sobra el adjetivo). Pasando las páginas de los diarios había muchas más; la viejecita que entregó la mitad de lo que había en su despensa miserable; el anciano que cargó víveres con sus raquíticos brazos; el ama de casa que instaló un albergue en su sala; el ferretero que se despojó de su inventario para apoyar las labores de salvamento.

Se hallaban también las de los albañiles, afanosos y diestros como ninguno en el empleo de las palas; las de los ingenieros que pusieron su conocimiento al servicio de quienes enfrentan un riesgo inminente; las masajistas que ablandaron con las manos los estrujados músculos de los rescatistas.

¿Estos personajes son héroes? Porque según su definición, héroe también es aquel que realiza una hazaña, o aquel que destaca por su virtud, y estos días han sido eso: días de grandes y pequeñas proezas.

Pero no. No nos hemos convertido en héroes. La convulsión nos ha devuelto a nuestra condición humana. Hay tiempos en los que la solidaridad es exigencia, y la defensa y el cuidado de los unos a los otros es obligación.

La desgracia es presa fácil de la cursilería. Traemos la sensibilidad al ras, por encima de la ropa. Pero muchos escapan a ella.

Julio Patán escribió el martes, una semana después del terremoto, que la palabra héroe es enorme, “una de esas que realmente deben reservarse para momentos y personas excepcionales a fin de no vaciarla de significado”. Lo dijo a propósito de Frida, la perra que es emblema de nuestra más reciente catástrofe.

Creo que cada quien hizo lo que tenía que hacer. Porque eso nos hace personas. Porque nos debemos a los demás. Porque de otro modo nos aceptaríamos como seres miserables.

Del 19 de septiembre en adelante, cada quien ha hecho y ha dado lo que ha podido. Pienso en las culposas madres de clase media, sintiéndose inútiles y marginales, encerradas en sus casas al cuidado de los hijos que no pueden encargar, empaquetando mudas para vestir a los niños de otros, abarrotando bolsitas con alimentos para los protagonistas, balanceando con cuidado su calidad: una fruta, una barrita energética, una torta con mucho jamón.

Muchos jóvenes removieron escombros. Muchos otros organizaron centros de acopio. Unos más cargaron tráileres de acopio cuando recordamos que cerca y lejos de aquí también tembló y que allá también escasean las provisiones. Otros tantos sistematizaron y verificaron información. Y lo hicieron junto a un hombre mayor, junto a una mujer madura, junto a un adolescente, ese que pertenece a una generación más nueva aún. No nos salvaron los millennials. Nos conmovieron, seguro que sí. Pero tampoco son héroes. No me parece que hayan hecho nada muy distinto a sus padres. No les resto mérito, pero una vida se juzga entera y a ellos les queda casi todo por delante.

Llamemos héroes a los que salvaron una vida, a los que arriesgaron la propia, a los que pusieron un cuerpo en manos de sus deudos. Los demás, démonos las gracias. Tenemos la satisfacción de haber hecho (hasta ahora) lo que nos correspondía, porque hay que empezar a reconstruir. Y porque siempre hay más que ofrecer.

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